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Los primeros años de Hamilton como miembro de la Bukkyo Kai fueron muy intensos.

Ingresó a las filas de la organización en 1993, luego de comenzar un noviazgo con aquella joven de la Bukkyo, a la que conoció en un bar donde se bailaba la salsa y ritmos caribeños, con la que terminó contándole que invocaba Ley Mística desde hacía un tiempo y no ingresaba a la organización porque sus padres no eran miembros y aún no había cumplido la mayoría de edad.

Hamilton había conocido a Micaela un par de meses antes de los dieciocho de aquella dueña de una melena negra bamboleante en un boliche de salsa.

Era un pésimo bailarín, pero se flecharon de inmediato, sobre todo cuando ella descubrió que aquel mal danzante era un aceptable bien parecido muchacho, sabía de la existencia de la Ley Mística desde ya hacía más de un año y tenía una cultura general poco común para los jóvenes que frecuentaba por entonces.

Micaela conocía a Magdalena, su compañera de trabajo de la clínica que le había transmitido la Ley, pero a la que había dejado de ver justamente porque se fue a trabajar a la administración de la Bukkyo Kai de Argentina.

Hamilton había renunciado días después porque tenía un trabajo por la noche como mozo de un bar tipo pub, donde se divertía más y ganaba el doble con las propinas a lo que ganaba como cadete en la clínica.

Luego de soportar varios abusos laborales de los dueños del pub, Hamilton comenzó a buscar nuevamente trabajo formal aprovechando el día, hasta que consiguió ingresar a una petrolera y optó por el empleo estable y sobre todo diurno.

Así también, tenía más tiempo para estar con Micaela, quien cada vez estaba más involucrada con las actividades de la Bukkyo Kai, así que el 2 de abril de 1992, le pidió a Hamilton que pase por la Sede Central, ya que –como estaba próxima a cumplir los dieciocho años– podría ingresar y recibir el Mandala en la próxima fecha de entrega.

Era un día que Hamilton recuerda muy bien porque tenía la inquietud y ansiedad que le generaba entrar a un lugar que sabía –casi de manera inconsciente– que iba a marcar gran parte de su vida.

Sin saberlo hasta entonces, era un día algo luctuoso para la entidad a nivel mundial, ya que se cumplía un nuevo aniversario del fallecimiento del mentor Dorei Tore, según le anticipado Micaela, pero significaba –en definitiva– un acontecimiento conmemorativo.

Ese 2 de abril de 1992 para Hamilton también era un día significativo porque era un nuevo aniversario del casamiento de sus padres, que luego de varios vaivenes estaban nuevamente juntos y él lo atribuía a su práctica budista, ya que había sido uno de los objetivos que Magdalena le había sugerido al comenzar con la invocación de manera asidua.

Al llegar se sintió impactado por un lugar que no conocía, a pesar de estar cerca de la sede en donde había cursado el ingreso a la facultad.

Era un clásico centro cultural japonés con un puente peatonal y una pileta llena de peces muy brillantes. Un jardín frondoso, un lugar muy grande pero modesto aun en ese entonces.

Un predio en el que se notaba una expansión en la manzana en donde se entremezclaba una nueva edificación con salas que eran viejas propiedades horizontales (PH) y otras propiedades algo recicladas o acondicionadas como salones para la práctica y las reuniones de diálogo.

Allí lo esperaba muy contenta y –a la vez– sorprendida su excompañera de trabajo, Magdalena Olmos, con quien conversó sobre su nuevo vínculo con Micaela y a la que esta le respondió –muy conmovida– que era debido a su profunda relación con la Ley Mística y con la Bukkyo Kai.

En el mundo del budismo no existen las casualidades ni mucho menos el azar.

Las cosas que suceden en la vida tienen una causa, debido a que se creó previamente una condición para que la misma se manifieste y eso siempre está ligado a nuestro interior más profundo, por más que esas condiciones se manifiesten como factores externos.

A su vez esa condición puede ser de una naturaleza ligada a un pasado que trasciende la existencia actual, lo que detenta el nombre de “místico”.

Según el mensaje que surge de la Gran Enseñanza del Sutra del Loto, la causa y el efecto no implican un concepto estático o indefectible como lo es “el destino” para las culturas occidentales.

Para el budismo de la Gran Ley del Sutra del Loto, la causa y el efecto son simultáneas, por eso habla de causa–efecto o una interrelación dinámica entre el presente, el pasado y futuro contenidos en un solo instante de la vida y que generan que el destino no sea otra cosa que una ilusión, ya que el ser humano –en su paso por esta existencia– puede modificar cualquier situación para crear valor en un instante básico de vida. Lo que para la Gestalt11 sería el “aquí y ahora”, solo que Hamilton de la existencia de la Gestalt supo apenas veinte años después.

Invocando Ley Mística o la Gran Ley del Sutra del Loto, ese proceso se acrecienta y la transformación de las propias causas en circunstancias positivas podría ser hasta voluntario.

Para el budismo de la Gran Ley del Sutra del Loto no existe nada que el individuo no pueda transformar y crear valor.

Si eso no sucede y no se manifiesta en nuestro medio ambiente externo e inmediato, es que no existe un deseo genuino o profundo para que así sea y en definitiva esa es nuestra condición que seguramente es algo mucho más trascendental y mayor para crear valor en nuestra existencia.

Por otro lado esas causas–efectos hacen a la idea de karma, que para el budismo no es otra cosa que esa descripción dinámica antedicha.

Ocurre que practicando la Gran Ley del Sutra del Loto, los procesos en la manifestación de causas, condiciones y efectos se aceleran de un modo vertiginoso y allí el individuo puede o bien asustarse y abandonar la fe, o bien forjar una sólida personalidad y ampliar su estado de vida.

El primer proceso es el común de todo mortal y el segundo el presidente Yamamoto le dio la denominación de “revolución humana”. Lo que a Hamilton le pareció no solo atinado sino brillante. No abandonaría por nada del mundo la experimentación vital de ese proceso.

Tal era la profundidad de esos principios, que de algunos extractos del presidente Yamamoto y comentarios de los compañeros en las reuniones, se describía el gran estado de vida de la budeidad, que Hamilton reparaba principalmente en el de la “libertad absoluta” o de “ilimitada felicidad”, dicha que no es adquirida en virtud de una práctica acumulada, sino que es inherente, solo hay que emprender el camino de manifestarla.

Y se le complicaba un poco más en la descripción de un estado de vida tal en la que uno elegía voluntariamente sus propias causas, condiciones y efectos, en el proceso descrito como “elección deliberada del propio karma” o “convertir el karma o destino en nuestra propia misión”, tal como ensañaba el maestro Yamamoto.

Si bien a Hamilton le gustaba mucho estudiar cada cosa con profundidad, también sentía que si no las bajaba al plano cotidiano podría convertirse en un teórico crónico y eso le aterraba.

Para eso eran esenciales los estudios y los días miércoles, de hecho ese 2 de abril era jueves, y entonces para el próximo miércoles, con la invitación de Magdalena a Micaela de por medio, se estudiaban las guías que esa misma semana o la anterior había publicado el propio presidente Yamamoto en un “Boletín oficial de la Bukkyo Kai Internacional” o Newsletter.

En una de esas reuniones escuchó que un líder mencionó –en alusión a una orientación del maestro Yamamoto– que mientras que para las creencias occidentales clásicas, la idea de destino generaba en los creyentes el interrogante de “¿por qué a mí?” pero para el creyente budista que practicaba seria, habitual y normalmente invocando Ley Mística, la pregunta pasaba a ser “¿para qué?”.

Esa simple ejemplificación le dio a Hamilton la visión práctica que necesitaba de conceptos tan profundos, ya que estaba practicando a conciencia por la mañana y por la tarde y no se iba a permitir no extraer lo máximo de esa nueva experiencia y mucho menos quedarse en teorías abstractas.

El interés de Magdalena era que el joven Hamilton comience a interrelacionarse con sus pares de la División Juvenil, ya que notaba que Micaela era algo posesiva.

Sumado ello a la tendencia de Hamilton a no ser tan sociable y aislarse se daba una combinación que podría retrasar el desarrollo de la fe en ambos.

Para eso, fue vital que ambos comiencen a relacionarse con su pares y así empezaron a acercarse –principalmente– numerosas compañeras a Micaela.

Hamilton aun parecía un tanto aislado, tal vez con la excusa que quería comenzar de a poco este nuevo modo de vivir a través de la fe y que todavía no era miembro.

Aunque en verdad quería diversificarse más con las actividades de la facultad y su afición por el fútbol junto a alguno de sus primos y amigos. La realidad final era que en la Bukkyo de Argentina el setenta por ciento o más de los miembros estables son mujeres.

Además, íntimamente a Hamilton le preocupaba que la gran mayoría de integrantes de los integrantes de la División de Jóvenes que había conocido o bien eran homosexuales o no tenían todos los jugadores en línea, tal como se dice en Buenos Aires, al que no está bien estabilizado emocionalmente.

Si bien era muy respetuoso y abierto con la elección propia de cualquier ser humano respecto a su condición y elección sexual, no había podido entablar un vínculo con algún par en las reuniones a las que asistía en el barrio donde Micaela Goyén vivía con sus padres, en el Bajo Belgrano, cerca de la cancha de Excursionistas, donde tiempo atrás había habido una villa y aun se entremezclaban las casonas, los mega edificios y las mansiones de diplomáticos, con los conventillos derruidos. Obviamente que Micaela, sus padres y dos hermanos, habitaban este último tipo de propiedad.

Se realizaban reuniones en la que se invocaba la Ley Mística al Mandala y se dialogaba sobre algún tema, o bien algún miembro contaba su experiencia en la fe.

Micaela ya había ingresado a la Bukkyo y sus actividades crecían exponencialmente. Hamilton lo había notado y terminaba ayudando siempre en el armado de alguna actividad, máxime si la misma era en la Sede Central.

En una de ellas, solo por ser dotado muscularmente, Hamilton terminó calzándose unos títeres gigantes que solo podían ser soportados por hombres con cierta fuerza física, ya que eran muy difíciles de manipular. En una de esas actividades conoció a un señor japonés llamado Tadeo Kisamura y al final de cada reunión preparativa y de la actividad en misma, daba las palabras finales a modo de conclusión.

Si bien le pareció un personaje algo simpático, le llamaba la atención que todos escucharan lo que decía como si fuera una verdad revelada. Kisamura acotaba con mucho convencimiento e histrionismo acerca de diversos principios budistas, de los que tenía muchísimo conocimiento, el cual se ocupaba de demostrar.

A Hamilton esa actitud también le había parecido algo autoritaria y un poco ególatra, sobre todo a la hora de expresar su propio punto de vista en un español algo bien aprendido con los modismos de Buenos Aires, en una mezcla de ritualismo japonés con expresiones lunfardas simpáticamente pronunciadas como ser: “no samos boluro”, claramente en alusión a “no seamos boludos”.

Sin embargo, a veces Tadeo o se extendía un poco de más en sus alocuciones, de las que estaba vedado retirarse, lo que a Hamilton le comenzaba a inquietar hasta el punto de buscar una excusa para anticipar su partida antes del comienzo de la conclusión, lo que con Micaela era solo posible aludiendo una ganas irresistibles de ir al baño y tardar más de la cuenta.

No obstante que esa era una de sus primeras molestias inconfesables. Sobre todo ante Micaela y otros miembros a los que les encantaba escuchar las alocuciones del japonés.

Justamente Tadeo se había despedido hace poco de su cargo como máximo responsable de las Divisiones Juveniles, para pasar a un cargo directivo como directivo en la entidad.

El nuevo responsable de los jóvenes de la Argentina sería José Nakaki, ello ante la emoción principalmente de Magdalena, quien ya en numerosas ocasiones le había dicho a Hamilton que tenía que conocerlo y dialogar con él.

—Sí, cuando quiera –respondía Hamilton naturalmente. Magdalena sonreía, y le respondía:

—Sí, lo que pasa es que está muy ocupado. Ya se dará la oportunidad.

Magdalena y otros tantos designaban la función de Nakaki en japonés, lo que a Hamilton le provocaba una especie de fastidio, si decirlo en japonés le diera más jerarquía o relevancia, aunque debía comprender que la Bukkyo era una entidad japonesa y sin duda se estaban refiriendo a un cargo importante.

No obstante quería conocer a esa persona y a Víctor Rodríguez, el vice juvenil, que había tenido una alocución más que interesante al cierre de esa reunión y era probablemente esos pares que Hamilton tanto buscaba.

A los pocos meses y concurriendo Hamilton a las reuniones en el barrio de Micaela, ocurrió un suceso inesperado: la muerte –cuya noticia había sido algo repentina– del padre de Magdalena.

Las reuniones en las que había participado hasta ese entonces Hamilton no habían sido muy numerosas en participación. Solo alguna que otra reunión preparatoria para el ingreso de nuevos miembros de la que participaba Micaela y en la que él la acompañaba.

Allí había tenido la oportunidad de escuchar a Tadeo y a Rodríguez al cierre y unos días después había llegado justo para manejar el títere gigante en la reunión en sí, que si bien era más numerosa era solo para los aspirante al ingreso y algunos de sus familiares.

Pero ese día, al enterarse de la noticia del fallecimiento del padre de Magdalena fue al salón del barrio de Belgrano en donde era velado y para su sorpresa, el lugar estaba atestado de gente invocando la entonación del mantra (del jap. “título”), es decir la Gran Ley del Sutra del Loto al Mandala instalado al lado del féretro.

Nunca había visto tanta gente en un velorio, según sus cálculos más de cien, que sumado a la limitación de espacios del lugar provocaba que la entonación del mantra del conjunto de asistentes genere una vibración que nunca había presenciado en ninguna de las pocas reuniones a las que había concurrido.

Él llegó con su congoja occidental y cristiana típica a cuestas, que produce esa clase de sucesos vinculados al fin de la existencia de una persona, al menos en este plano. Pero inmediatamente notó un clima totalmente diferente a los velorios tradicionales o conocidos hasta entonces. Una total distensión.

El clima era respetuoso pero alegre y hasta podríamos decir festivo y el acompañamiento a la hija y esposa del muerto era el de contención anímica muy positiva, al punto tal que hasta circularon algunos “chistes” que generaron la carcajada de Magdalena y su madre, que no practicaba ni era miembro de la organización.

Allí Hamilton conoció a muchos quienes en el futuro serían sus compañeros directos y principales referentes de la División de Jóvenes de la Bukkyo, como Gustavo Loiácono, Leonardo Torreta, entre otros tantos.

Ese mismo día la propia Magdalena le presentó personalmente a Tadeo Kisamura, que recordaba el rostro de Hamilton y ató cabos en que era el novio de Micaela, con quien conversó brevemente y le dio algunas sugerencias para practicar seriamente.

Si bien entendió la buena voluntad, no entendió mucho a qué se refería, ya que notó que era muy tajante y visceral sobre las personas que practican y las que no practican, y aún más con los que practican y su práctica es “floja”, según sus propias palabras.

Ya le había explicado Micaela, que los tres pilares eran la fe, la práctica y el estudio de las cartas del Buda Nanjo y las orientaciones del Yamamoto sensei, como así notó Hamilton que muchos llamaban al presidente de la organización.

Siguió la explicación en que esos pilares son como las tres patas de una mesa. Si uno de esos lo sacamos, las otras dos patas no pueden sostener la mesa y se cae. No es mesa y no es una práctica seria del budismo Bukkyo.

Esa analogía se aplica a un prácticamente del budismo dentro de la Bukkyo. Sin la práctica y el estudio no se puede nutrir la fe. La práctica sin la fe no produce resultados y sin el estudio no puede mejorar la práctica. El estudio sin fe y sin práctica es solo teoría abstracta.

Algo de eso explicó Tadeo, pero de un modo más terminante, sobre todo al saber que si bien Hamilton invocaba y había leído mucho, aun no sabía leer los párrafos de la enseñanza que los miembros enunciaban en japonés, conocidos como recitación.

En verdad era una parte de la práctica que ya tenía aprendida pero aún le daba algo de vergüenza o pudor decir en voz alta, porque le generaba extrañeza, sobre todo cuando lo hacía en su habitación y pronunciaba esos pasajes en silencio para que no lo escuchen sus padres, que ya estaban sorprendidos de la ceremonia que Hamilton había comenzado a hacer a diario al costado de la cama y con un altar improvisado en su mesita de luz y en la que entonaba una frase algo extraña, pero que se ve que le hacía bien.

Siempre había sido un poco raro para su padre y brillante para su madre, aunque los dos coincidían que era mejor que ese chico haga algo que lo haga sentirse bien.

En ese velorio por fin Hamilton había encontrado a alguno de los pares con los que podría dialogar. Y si bien no era muy dado o sociable al principio, ya que le costaba iniciar un diálogo por su timidez, una vez que entraba en confianza allí comenzaba a conversar de algunos temas, generalmente de fútbol, alguna cuestión de actualidad o su interpretación de las guías del presidente Yamamoto que había tenido ocasión de leer. Notó que todos eran muy cálidos y amables.

Conoció a prácticamente toda la cúpula de la organización, al propio director general de ese entonces, vicedirector, responsables e integrantes de divisiones de damas, etc.

Allí mismo Leonardo Torreta y la propia Magdalena le presentaron a Víctor Rodríguez y a José Nakaki, con quienes Hamilton quedó particularmente impactado.

Víctor le pareció un tipo muy humilde y campechano, a la vez muy respetado por todos sus pares, que lo mencionaban como “nuestro” y luego un nombre en japonés que representaba como el líder de todos los integrantes de la División Juvenil Masculina.

Ahí tomó conocimiento que las divisiones estaban integradas por género y por edad. Las más jóvenes, División Juvenil Femenina y los muchachos División Juvenil Masculina y los adultos, División de Señores y la División de Señoras, que era con holgura la más numerosa.

Los jóvenes pasaban a señores al cumplir los 36 años de edad aproximadamente y las integrantes juveniles femeninas pasaban a la División de Damas si estaban casadas o convivían en pareja. Lo que encendió la primera alarma en Hamilton, aunque se lo justificaron con el hecho que había muchas más integrantes femeninas y que los muchachos eran necesarios dentro de las divisiones juveniles hasta adquirir cierta edad.

Con los años esa rigidez se fue dispersando, pero no luego de traer aparejadas algunas complicaciones a numerosas parejas, ya que el estado civil o la situación de convivencia generaba cambios en el modo de hacer actividades de ambos, por supuesto en una clásica pareja vincular entre dos heterosexuales.

En cambio, a José Nakaki le decían que era “nuestro” pero otro nombre en japonés, que simbolizaba que era el responsable juvenil de ambas divisiones: femenina y masculina a la vez.

—Raro por cierto, pero en fin, los japoneses son diferentes, pensaba Hamilton para auto-convencerse que lo formal no altere lo esencial, que era una práctica que le había comenzado a mostrar resultados concretos.

José, de rasgos orientales, parecía un diplomático imperial por su presencia impoluta.

De saco y corbata y con zapatos con un brillo especial, saludó muy cálida y respetuosamente a Hamilton aduciendo que Magdalena le había comentado mucho de él cuando trabajaban en la clínica y que mucho de los materiales me los había hecho llegar él mismo.

Conmovido por semejante gesto, Hamilton le agradeció profundamente, mientras José lo alentaba de un modo muy paternal a comenzar con la práctica, ya que la Bukkyo no era otra cosa que su propia familia, al menos ese era su deseo.

Era más fraternal que el teórico y vehemente Tadeo, aunque comenzó a ver claramente que ambos cumplían un rol, como en el trabajo práctico que le había dado el profesor, descubriendo que eso se emparentaba con otro término de las enseñanzas budistas.

Para Hamilton experimentar la posibilidad de tener la contención de una familia y un sentido de pertenencia –más allá de su equipo de fútbol– era algo que no iba a dejar pasar, ya que era demasiado valioso y tal vez nunca había experimentado por su propia historia familiar.

José le había ido al aspecto medular de la realidad actual y pasada del joven. Enseguida Hamilton lo vio como un buen consejero, un padre y por qué no un hermano mayor. Él era el menor de dos hermanas bastante mayores que él y con un padre semi ausente hasta la reconciliación con la madre de Hamilton, José cubría un hueco grande en su realidad existencial. Indudablemente se fue del velorio con la sensación en que algo nuevo comenzaba en su vida y que ya tendría numerosas personas en las cuales poder comenzar a identificarse y a confiar.

Al regresar le comunicó a Micaela que había decidido comenzar a participar de las actividades de la Bukkyo Kai activamente e ingresar a la organización como practicante.

Su boca roja le llenó a Hamilton sus ya colorados cachetes por tanta muestra de cariño de la joven y bella morena del bien adentrado Bajo Belgrano, que había comenzado a transitar un camino esencial en su vida al igual que él.

11 La psicología de la Gestalt (también psicología de la forma o psicología de la configuración) es una corriente de la psicología moderna, surgida en Alemania a principios del siglo XX, cuyos exponentes más reconocidos fueron los teóricos Max WerTheimer, y

El término Gestalt proviene del alemán, fue introducido por primera vez por Christian von Ehrenfels y puede traducirse, aquí, como “forma”, “figura”, “configuración” o “estructura”.

Fuente Wikipedia: https://es. wikipedia. org/wiki/Psicolog%C3%ADa–de–la–Gestalt

Los Hijos de Mil Budas

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