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Patulo

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Cuando me estaba haciendo peronista, a principios del 73, iba con Joaquín a todos los actos. Todavía no existía la UES, la Unión de Estudiantes Secundarios, que recuperó para si un nombre muy desprestigiado por la Revolución Libertadora. La UES primitiva se había fundado en tiempos de Perón y tenía un carácter oficialista, pero ese no era su lastre la principal. Los gorilas aseguraban que el General, muerta Evita, echaba mano de las colegialas para satisfacer sus apetitos. Nunca hubo la menor prueba que corroborara esa teoría, nunca una denuncia formal, ni un testimonio, pero el rumor se convirtió en leyenda. En una negra leyenda que pesó sobre Perón y sobre los mismos secundarios peronistas.

En la década del 70 los tiempos eran otros; los secundarios éramos muy distintos a los del 50; si de algo no se nos podía acusar era de conformistas y complacientes. Mucho antes de que la UES se creara en marzo o abril del 73, la Tendencia Revolucionaria del peronismo tenía varias agrupaciones entre los alumnos de ese nivel. En La Plata la primera fue el MAS, Movimiento de Acción Secundaria, que fundaron Mario Noriega, el Pato; Dardo Benavidez, la Negra, y mi amigo Joaquín Areta, la Rubia. Lo paradójico es que el Pato y la Negra venían de la Escuela Naval, y tras decidir abandonar la carrera dieron un giro sustancial en sus vidas. Se volcaron al peronismo y se hicieron militantes. En la militancia pusieron el mismo rigor que habían aprendido en su paso por la institución naval.

Así el MAS pasó, de ser una agrupación minúscula y desconocida en la primavera del 72, a ser una casi una organización de masas en el verano. Se le incorporaron militantes de distintas escuelas y de distintas características. Pero había uno que era algo así como el emblema del MAS, y luego de la UES. Porque era difícil concebir el MAS sin pensar en Patulo.

Justo en el medio de una familia numerosísima y muy católica, Patulo había crecido bajo el influjo de sus cuatro hermanos mayores, todos varones y todos militantes, y, excepto el mayor, todos peronistas. No fue, por lo tanto, una casualidad ni una excepción que él empezara a militar apenas entrado a la secundaria, a pesar de ir a una escuela religiosa. En el colegio Virgen del Pilar lo conoció Claudio, cuando el MAS estaba haciendo sus primeros palotes organizativos, y fue él quien le despertó el bichito de la política.

Por su edad y por su carácter, Patulo asumía la militancia de una manera distinta a la de sus hermanos, todos ellos verdaderos cuadros revolucionarios. Aunque estaba totalmente comprometido, para él la militancia era una joda permanente, una prolongación de la tribuna futbolística. Según dicen, todos eran fanáticos de Quilmes y formaban parte de lo que ahora llamaríamos la “barra brava”. Pero la familia se tuvo que mudar a La Plata y entonces se hicieron todos hinchas de Gimnasia, pasando a convivir en la tribuna con muchos de los fascistas del CNU. En realidad el término más justo no sería “convivir”, porque la enemistad política se hizo cada vez más profunda y terminaron como enemigos acérrimos.

Si algo hay que reconocerle a las hinchadas de fútbol es el ingenio. Y Patulo era el líder de la “barra brava” del MAS. Eran un grupito de alrededor de diez pendejos, ninguno llegaba a los dieciocho años, y se la pasaban inventando cantitos durante todo el viaje, cada vez que íbamos a un acto. Hacían reír a todos, en especial a los militantes del FAEP, del cual el MAS era una especie de extensión. Como la consigna del peronismo en las elecciones del 11 de marzo del 73 fue “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, ellos cantaban “FAEP al gobierno, el MAS al poder” y todos nos cagábamos de risa.

Su humor y su alegría no decrecieron con el endurecimiento de la represión, pero cada vez fue teniendo menos oportunidades de compartirlos. La guerra lo estaba obligando a crecer muy rápido, demasiado. Demasiado.

Por algo habrá sido

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