Читать книгу Atrapamiento y recuperación del alma - José Luis Cabouli - Страница 15

Capítulo III
Gladiador

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A continuación veremos en forma práctica cómo se llega a la experiencia traumática que está excluida de la conciencia a partir del síntoma. Para hacerlo todavía más interesante examinaremos una situación en la que inicialmente no había un síntoma claro y preciso. En un caso así el terapeuta debe descubrir cuál será la puerta de acceso a la experiencia responsable del síntoma.

Cuando Nicolás (52) me consultó se encontraba viviendo una contradicción en pleno proceso de divorcio. Por un lado advertía la destrucción de todo lo construido durante su matrimonio. Por el otro, se sentía en paz consigo mismo. Nicolás vivenciaba dos realidades diferentes. Conocedor del tarot, la realidad exterior le mostraba la escena de la tierra devastada que corresponde al arcano XVI, La Torre. Experimentaba la pérdida de amigos y de afectos muy queridos, además de atravesar el proceso de divorcio que era devastador en sí mismo. Pero al mismo tiempo, la realidad interior de Nicolás era de calma y serenidad y él deseaba conectarse con su interior y su espiritualidad sin caer en la insensibilidad.

Mientras Nicolás me relataba esta situación se encontraba en calma y sin ninguna emoción o sensación aparente. Entonces le pregunté a Nicolás:

Y todo esto, la calma interna por un lado y la tierra devastada por el otro, ¿qué te hace a vos?

—Me hace sentir palpitaciones, el corazón late aceleradamente. Es como la ansiedad por salir al combate —contestó.

Inmediatamente tomé la frase de Nicolás “es como la ansiedad por salir al combate” como la expresión literal de una escena que se desarrollaba en otra realidad. Para mí no había necesidad de preguntar o decir nada más. El síntoma de Nicolás era la ansiedad por salir al combate. Ahora solo había que profundizar esta ansiedad para que Nicolás hiciera contacto con la experiencia que estaba excluida de su conciencia.

Jueves 24 de noviembre de 2005

Terapeuta: Muy bien, Nicolás. Sentí la ansiedad por salir al combate. ¿Qué más estás sintiendo?

Nicolás: Sí, quiero salir al ruedo. Estoy por salir al ruedo.

T: Repetí eso más fuerte.

N: ¡Estoy por salir al ruedo! —con vehemencia.

T: ¿Y dónde estás cuando estás por salir al ruedo? (Aquí está la pregunta clave para desplazar la conciencia del aquí y ahora y enfocarla en la realidad en la cual está atrapada.)

N: Estoy en una habitación oscura, de piedra; hay una reja, como si fuera una puerta reja y por ahí se filtra la luz y se escucha el griterío de la gente. Un griterío casi ensordecedor, es como el clamor del combate. (Como pueden apreciar, Nicolás ya está en otro lado y yo doy por seguro que esto es así.)

T: Eso es, sentí el clamor del combate, el griterío ensordecedor.

N: Yo estoy ahí y sé que esa reja se va a levantar como tantas otras veces se ha levantado y yo voy a atravesar ese túnel.

T: Y fijate, ¿cómo es tu cuerpo cuando estás por atravesar ese túnel?

N: Soy alto y robusto. Tengo un cuerpo musculoso, un cuerpo trabajado. Llevo brazaletes, muñequeras, sandalias, un casco en la cabeza y en la mano tengo una espada.

T: ¿Qué sentís cuando tenés la espada en la mano?

N: Es la sensación de entrar en acción —con un dejo de placer y excitación.

T: ¿Y qué sentís cuando vas a entrar en acción?

N: Sentís que te toma todo; el estómago se hunde, se prepara para el combate. Sabés que todo está jugado, ya nada importa. Una vez más vas a matar o morir y, a pesar de que ya lo he hecho tantas veces, no puedo evitar ese nerviosismo, ese temblor.

T: Sentí ese temblor, ese nerviosismo. ¿Qué pasa con la respiración?

N: La respiración se angosta, entonces…. ¡Tenés que salir corriendo!

T: ¿Quién tiene que salir corriendo?

N: Yo tengo que salir corriendo. Te tiembla todo —gritando, jadeando y sacudiéndose—. El temblor te impulsa, y salgo y… ¡ahí está!

T: ¿Quién está?

N: ¡Yo estoy! Veo las gradas. Todos me miran a mí, todos gritan y me miran a mí. ¡Ahhh! Empiezo a caminar hacia el centro, esa plaza llena de arena con gradas. Llego al centro y ahí me quedo, y la gente grita.

T: ¿Qué es lo que grita la gente?

N: ¡Cle-món! ¡Cle-món! ¡Cle-món! Y yo levanto la espada y la agito gritando ¡Ehhhhhhh! Y la gente grita lo mismo ¡Ehhhhhhhhhh! —imitando el vocerío de la multitud en un estadio.

T: ¿Y qué sentís en esos momentos?

N: Siento que la energía de la gente entra en mí y me da ínfulas, fuerza, ¡Cle-món! ¡Cle-món! Es como si la espada fuera una antena que recibe toda esa energía y esa energía te traspasa todo el cuerpo, como si fuera una descarga. ¡Ehhhhhhhhh! —su cuerpo se estremece mientras grita con éxtasis.

T: Y entonces, ¿qué ocurre?

N: Yo pongo el escudo en el piso y lo sujeto y se abre otra puerta reja y ahí aparece mi contrincante. Es negro, también es musculoso, está vestido con ropa de leopardo y viene armado con un tridente y una red. Y ahí pienso: lo tengo que matar.

T: Eso es, seguí.

N: La gente también grita y me doy cuenta de que son estúpidos, gritan por cualquiera, gritan por mí, gritan por el otro. No les interesa nada, solo quieren el combate. Y eso me tranquiliza. El otro se sitúa enfrente de mí, a una buena distancia. En este combate no hay reglas, es a matar o morir. Alguien da una señal, un silbato o un pitido y empezamos.

T: Eso es, seguí, ¿qué más?

N: Comenzamos a movernos, a estudiarnos. Lo miro; él es un veterano, sabe de las guerras, su cuerpo tiene cicatrices. Encuentro su mirada, no hay odio. Él sabe como yo que esto es matar o morir. Puedo ser yo, puede ser él. Y seguimos mirándonos.

T: Seguí.

N: Me tengo que cuidar de la red. Tengo que adivinar si es zurdo o diestro porque tiene el tridente en la mano izquierda y la red en la derecha. Hago una movida con el escudo y él retrocede. ¡Es zurdo! Su primer movimiento fue hacia la izquierda. Sigo, nos estamos acercando un poco. Avanzo dos pasos, él retrocede para un costado. Es hábil, así que no me tengo que acercar mucho, y lo sigo rodeando y la gente grita. Es un griterío ensordecedor, ellos quieren que la lucha comience enseguida, pero yo no. Yo quiero estudiar al contrincante, es peligroso.

T: Sí, seguí.

N: Él amaga con la red; yo pongo mi escudo por encima de mí, pero no le pierdo la visión. Tengo que tenerlo bajo mi mirada, necesito saber dónde está permanentemente. No puedo perder de vista sus pies y su mano izquierda. Amaga con el tridente, yo me cubro y ahí me tira la red y yo me corro. El primer amague pasó, seguimos y yo sigo estudiándolo. Miro dónde se apoya. Yo estoy tratando de encontrar su punto débil y él sabe que lo estoy buscando. Trata de no mostrar su debilidad.

T: Eso es, seguí.

N: Yo me tengo confianza; he pasado muchas de estas, pero nunca se sabe cuál es la última. ¡Nunca se sabe! Siempre tenés que estar atento —jadeando—. Pero tengo experiencia, sé cómo es. Miro, miro; tenés que ser paciente. Aquí, la prisa te puede jugar en contra. Tiro con la espada así y veo para dónde retrocede —haciendo el gesto del lance con la espada.

T: Eso es.

N: Hasta ahora, siempre retrocede sobre la izquierda. Entonces pienso: dos veces sobre la izquierda. Sigo avanzando hacia un costado y hacia el otro. Él sigue con la red, la red es peligrosa. Tira la red de nuevo y yo la esquivo con el escudo. Sé que lo va a intentar de nuevo y ahí voy a aprovechar. Nuevamente la tira y simulo que me agarra como si ése fuera mi punto débil. Seguimos rodeándonos. De nuevo tiro una estocada. ¡Siempre hace lo mismo! ¡Retrocede sobre la izquierda! —cada vez con mayor excitación.

T: Eso es, seguí.

N: Él amaga de nuevo con esa red y ahora… ¡me voy sobre él! Pero no doy un paso solo sino que doy dos y ahí… ¡casi le acierto! Sobre el costado, algo le herí sobre el costado. Ahí su mirada ya tiene un poco de miedo. Sigo entonces y ahora me acerco un poco, ahora me acerco un poco —jadeando.

T: Seguí.

N: Él está con el tridente y yo tengo que destruir el tridente. Tira la red y yo… ¡corto! ¡Corté el tridente! Lo desarmé con el tridente. La gente grita “¡ehhhhhhh!”; ellos quieren ver una buena pelea, quieren ver sangre y él tiene un poco de miedo, ya lo pesqué en su mirada. De nuevo él tira la red y yo… ¡le clavo la espada! ¡Paaa! Le clavé la espada —estremeciéndose—. Él se desploma y yo, ¡le clavo la espada en el corazón! No hay que darle oportunidad. Nunca sabés cómo son.

T: Eso es.

N: Y ahí muere. La gente grita “¡Cle-món! ¡Cle-món!”. Pero yo estoy lejos.

T: ¿Dónde estás?

N: Ya no escucho. Ya hice lo que tenía que hacer. Levanto la espada manchada con sangre. ¡Cle-món! ¡Cle-món! —apaciguándose.

T: Muy bien. Ahora contaré hasta tres y avanzarás al próximo hecho marcante en esa vida después de haber matado a ese contrincante. Uno, dos, tres. ¿Qué está pasando?

N: Estoy con un chico, es mi hijo. Él está a mi lado, jugando. Yo soy mayor, no soy viejo, pero tengo mis años. Estoy como en una campiña sentado sobre un asiento de piedra. Me gusta ver jugar a mi hijo. He sobrevivido por él. Pero hay malas noticias. Hay invasores, ejércitos enemigos que vienen y no nos vamos a poder defender. Están avanzando y son muy rápidos y sé que pronto van a venir. Es difícil escapar, casi inútil, y estoy cansado de escapar. Escucho los cascos de los caballos, sé que están viniendo.

T: Sí.

N: Me pongo de pie. Me pongo el casco, tomo el escudo y tomo mi espada. Pero es para morir en combate, nada más. Son muchos, son buenos, no hay escapatoria. De nuevo enarbolo mi escudo. No tengo miedo, empuño mi espada y… otra vez esa sensación.

T: ¿Cómo es esa sensación?

N: Como si toda una energía me atravesara de la cabeza a los pies —una vez más su cuerpo tiembla y se estremece—. Es como si fuera la energía de Marte, de la guerra. ¡Fffffffffffff! ¡Ahí está, te toma! ¡Ffffffff!

T: Eso es. Sentí cómo te toma esa energía.

N: Y ahí vienen, a caballo. Son muchos, con lanzas. Alcanzo a herir a uno que viene pasando. Son muchos, pero no importa. No voy a permitirles que les sea fácil. Algunos me voy a llevar conmigo. Siguen viniendo, empieza el combate; ¡fá!, ¡pá!... ¡Ah!, ¡la pierna!

T: ¿Dónde te dieron?

N: En la cabeza, y me clavan una lanza, ¡ahhhh! —gimiendo y llorando.

T: ¿Qué está pasando?

N: Viene mi hijito gritando “¡padre, padre, padre!” —llorando—. Trato de hablarle, pero no puedo.

T: Seguí.

N: No puedo hablarle, ¡no puedo! —sigue gimiendo y llorando—. Ya me estoy yendo de mi cuerpo y le pido al Padre que me reciba.

T: Y ahora fijate, hasta aquí, ¿cuál es el momento más terrible de esta experiencia?

N: Son dos momentos; uno, cuando siento que me clavan la lanza y sé que es el final, y el otro, cuando no le puedo decir a mi hijo todo lo que lo quiero.

T: Fijate en el momento cuando te clavan la lanza. ¿Cuáles son tus reacciones físicas en ese momento?

N: Se me hunde el estómago. ¡Ahhh! Como que me clavan contra el piso, se me parte el estómago.

T: ¿Y cuáles son tus reacciones emocionales cuando sentís que te clavan contra el piso?

N: ¡Ahhh! No hay nada que hacer, es el final.

T: ¿Y cuáles son tus reacciones mentales cuando te clavan contra el piso y ya no hay nada que hacer?

N: Yo quiero ver a mi hijo, quiero ver a mi hijo.

T: Y ahora fijate, ¿de qué manera todo esto está afectando tu vida como Nicolás? Esto de “estoy clavado contra el piso”, “se me hunde el estómago”, “no hay nada que hacer” y “quiero ver a mi hijo”. Todo esto, ¿qué te hace hacer en tu vida como Nicolás?

N: Quiero ver a mi hijo.

T: Y esto, ¿qué te hace hacer?(A veces es necesario repreguntar para que surja el resultado final de las reacciones inconscientes.)

N: Me hace depender de él, no ser yo para estar con él. No seguir mi percepción, mis intuiciones.

T: Y todo esto, ¿qué te impide hacer?

N: Me impide ser definitivamente yo mismo, como si estuviera colgado de él y él de mí. No podemos ser libres.

T: Muy bien, ahora fijate en ese otro momento, cuando no le podés decir a tu hijo todo lo que lo querés. ¿Cuáles son tus reacciones físicas en ese momento?

N: Se me hace un nudo en la garganta, se me corta la voz. Todo mi cuerpo se aprieta así, quiere y no puede.

T: Y en ese momento, cuando se te corta la voz, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?

N: Impotencia, bronca, desdicha, quiero hablar y no puedo, quiero decir y no puedo. No es justo.

T: Y en ese momento, cuando sentís la impotencia y querés hablar y no podés, ¿cuáles son tus reacciones mentales?

N: No es justo, no es justo, no es justo —llorando—. Yo quiero hablar con mi hijo, quiero decirle todo lo que lo quiero, lo importante que era para mí.

T: Eso es, y ahora fijate. ¿De qué manera, todas estas sensaciones están afectando tu vida como Nicolás? Esto de “se me hace un nudo en la garganta”, “se me corta la voz”, “quiero hablar y no puedo”, “no es justo”. Todo esto, ¿qué te hace hacer en tu vida como Nicolás?

N: Me cuesta decir las cosas que para mí son injustas. No me animo a decir las cosas que son injustas.

T: Y todo esto, ¿qué te impide hacer?

N: Me impide quejarme de cosas injustas, me somete, me impide ser plenamente yo.

Nicolás acaba de hacer consciente todas las reacciones que estaban afectando su vida actual. Ahora es el momento de hacer la abreacción para que Nicolás pueda hacer todo lo que no pudo hacer en el momento en que tuvo lugar la experiencia original, y de esa manera terminar definitivamente con el atrapamiento.

T: Ahora contaré hasta tres y te permitirás hacer esta experiencia más profundamente. Al contar hasta tres retrocederás un instante antes de que te claven la lanza y dejarás que tu cuerpo haga todo lo que tenga que hacer para terminar con estas sensaciones para siempre. Uno, dos, tres. ¿Qué está pasando?

N: ¡Ahhh! ¡Otra vez! ¡Le doy a una cabeza! ¡Táaa! ¡Veo una pierna! ¡Páaa! ¡Páaa! —dando mandobles a diestra y siniestra como si tuviera una espada en la mano.

T: Eso es, muy bien. Contaré hasta tres e irás al momento del impacto de la lanza en tu cuerpo. A la cuenta de tres tocaré tu cuerpo y sentirás más profundamente el impacto de la lanza. Uno, dos, tres. (Con mi dedo índice simulo en el cuerpo de Nicolás el impacto de la lanza.)

N: ¡Aaahhh! ¡Aaahhh! —retorciéndose de dolor.

T: Eso es, sentí cuando entra la lanza, ¿hasta dónde llega la lanza?

N: Hasta el fondo, ¡ahhh!

T: ¿Qué sienten los músculos cuando entra la lanza?

N: Que se van cortando, ¡trac! ¡trac! ¡ahhh!

T: ¿Qué sienten tus órganos internos?

N: Que se van cortando uno tras otro, ¡trac! ¡trac! ¡trac! ¡Ahhh! ¡Qué dolor!

T: ¿Qué le pasa a la columna vertebral?

N: La columna se rompe, ¡crack! ¡Ahhh!

T: ¿Qué pasa con la sangre?

N: Sale, sale y se llena todo de sangre —su voz se va apagando lentamente.

T: ¿Qué sienten las piernas?

N: Se aflojan, se aflojan… ahhh.

T: ¿Qué pasa cuando llega tu hijo?

N: ¡Ayyy! Escucho “¡padre, padre, padre!” —llorando—. Me acaricia y me abraza.

T: ¿Qué está pasando con tu cuerpo mientras tu hijo te acaricia?

N: Mi cuerpo se va abandonando.

T: ¿Qué pasa en la garganta?

N: Todo se va juntando en la garganta; la energía de las piernas, de las rodillas, el estómago roto… Todo eso se va juntando aquí, en la garganta.

T: ¿Y qué te está diciendo tu hijo?

N: Me dice “¡padre, padre! ¿Qué pasa, padre? ¿Dónde estás?” —llorando.

T: ¿Y qué es lo último que alcanzás a pensar en ese cuerpo?

N: ¡Qué inútil todo! ¡Qué inútil! Solo el amor sirve. Mi hijo me acaricia con sus manitas. Siento que mi hijo me quería a mí por mí mismo. No me quería por combatir. Me quería por mí mismo; era un amor puro, espontáneo, amoroso.

T: Muy bien, ahora le vas a hablar a ese hijo y le vas a decir todo lo que no pudiste decirle en ese momento.

Éste es el momento para decir lo que no se pudo decir en el hecho original. Es una forma más de cerrar y terminar lo que quedó pendiente o inconcluso. De alguna manera, todo lo que no se pudo decir se le queda atragantado al alma. Esto vale tanto para circunstancias extremas, como cuando uno no puede defenderse de una agresión o no puede hablar ante una acusación injusta, como para despedirse de un ser querido cuando no pudo hacerlo. Al expresar lo que no se pudo decir en el momento original el alma queda en paz.

N: “Querido Héctor —llorando—, me voy a ir a la casa de nuestro Padre. Gracias por el amor que me diste, porque en esa vida era lo único que a mí me gustaba y me hacía bien. Me hacías sentir un ser humano. Cuidate mucho, hijito. Te quiero mucho, hijito.”

T: Fijate en la mirada de ese hijo. ¿Cómo es su mirada?

N: A pesar de ser un chico es una mirada fuerte, como si fuera un ser mayor, profundo.

T: ¿Y dónde más has visto esa mirada?

N: …en mi hermana.

T: Muy bien, ahora vas a desprenderte de ese cuerpo y vas a retirar toda tu energía de ese cuerpo, tomando consciencia de que ese cuerpo se murió, y al morir ese cuerpo terminó esa experiencia. Ya nada de eso te pertenece.

N: (Hace el gesto de recoger su energía.)

T: Eso es, ahora comenzarás a alejarte de ese cuerpo recogiendo toda tu energía y llevarás esa parte de tu alma a la Luz. Ya no hay nada que hacer allí, ya nada de eso te pertenece. Llevarás esa parte de tu alma a la Luz y avisame cuando estés allí, en la Luz.

N: Ahí estoy entrando. Sí, estoy ahí, en la Luz.

T: Eso es, tomando consciencia de que todo eso se acabó.

N: Sí, voy a descansar —hablando en un susurro y suspirando.

T: Muy bien, respirá profundamente, y al contar hasta tres irás a la siguiente experiencia que tu alma necesita trabajar. No importa lo que sea o dónde sea.

N: Necesito descansar. Estoy muy cansado.

¡Atención con esta expresión! El terapeuta puede interpretar que el paciente no quiere seguir trabajando. Pero ya hemos dicho que no debe haber interpretación por parte del terapeuta. Hay que definir dónde está el paciente cuando dice que está cansado o que no quiere seguir. Todo lo que el paciente diga puede provenir de otra realidad, de modo que a menos que el paciente diga claramente “no quiero seguir con esta sesión”, yo debo asumir en primera instancia que la persona está en otra experiencia.

T: ¿Dónde estás cuando estás cansado?

N: Estoy sentado en una colina rocosa. Clavo la espada en el suelo. Miro hacia abajo; hay como un poblado y sale humo de algunas casas. Estoy cansado, tanto pelear…

T: Eso es, seguí.

N: Tanta muerte, tanta muerte… Miro alrededor de mí y ahí hay otros guerreros también. Estamos acechando el poblado. Lo vamos a saquear.

T: Seguí.

N: Tenemos armas de hierro, hachas, escudos, espadas… Los guerreros son de barba roja y el pelo es rubio. Parecemos vikingos.

T: Seguí.

N: Los guerreros están esperando que yo dé la orden. Me levanto, me pongo de pie. Se me acerca un guerrero barbudo y me increpa. Me dice algo así como “¿qué estamos esperando?”. Yo sé que me va a matar. Estoy esperando que me mate.

T: ¿A qué se debe que estés esperando que te mate?

N: Porque nuestra razón de vivir es ésa, saquear, matar, y yo me cansé. Yo soy uno de los jefes de ahí, entonces no puedo retroceder, no puedo dar marcha atrás. Esto es como una traición, por eso el otro saca un cuchillo y me lo clava, ¡zac!

T: Eso es, seguí.

N: Lo que pasa es que de esa manera me libera, ya no voy a matar más. El cuchillo corta hacia abajo, ¡ahhh!

T: Muy bien, ahora fijate, ¿cuál es el momento más terrible de esta experiencia?

N: Cuando se me acerca y leo en sus ojos la traición y que me va a matar.

T: Y en ese momento, cuando se te acerca y ves la traición en sus ojos, ¿cuáles son tus reacciones físicas?

N: Mi cuerpo se pone tenso.

T: Y en ese momento, cuando ves la traición en sus ojos y tu cuerpo se pone tenso, ¿cuáles son tus reacciones emocionales?

N: Al fin voy a sentir alivio.

T: Y en ese momento, cuando tu cuerpo se pone tenso y al fin vas a sentir alivio, ¿cuáles son tus reacciones mentales?

N: Quiero estar en paz, quiero descansar.

T: Y ahora fijate, ¿de qué manera todas estas sensaciones están afectando tu vida como Nicolás? Esto de que el cuerpo se pone tenso, “quiero estar en paz”, “quiero descansar” y “ veo la traición en su ojos”, todo esto, ¿qué te hace hacer en tu vida como Nicolás?

N: Que para estar en paz tengo que estar solo, no puedo esperar que estén conmigo. Estar en paz conmigo mismo es estar solo. Estar con otros es estar cansado, tenso, a la espera de la traición.

T: Y todo esto, ¿qué te hace hacer?

N: Si quiero estar en paz, tengo que estar solo. Si estoy con otro, espero la traición.

T: Y entonces, ¿qué te hace hacer?

N: Estar en dos mundos, con los otros o conmigo, conmigo o con los otros.

T: Y todo esto, ¿qué te impide hacer?

N: No puedo estar en paz con otros. Me cuesta confiar en el otro, puede venir la traición como un cuchillo.

T: Muy bien, contaré hasta tres y volverás al momento del impacto del cuchillo. Al contar hasta tres tocaré tu cuerpo y sentirás más profundamente el impacto del cuchillo. Dejarás que tu cuerpo haga todo lo que necesite hacer para terminar con todas estas sensaciones para siempre. Uno, dos, tres.

N: ¡Ugh! ¡Hijo de puta! ¡Sabía que eras vos!

T: Eso es, dejá salir todo eso, ¿hasta dónde llega el cuchillo?

N: ¡Hasta adentro! ¡Ahhh!

T: ¿Qué siente el cuerpo cuando entra el cuchillo?

N: Se corta todo, el cuerpo, la panza, el estómago, los intestinos, ¡ahhh!

T: ¿Qué sienten los músculos cuando entra el cuchillo?

N: Se contraen y después se revientan… ¡ahhh!

T: ¿Y qué le pasa al resto del cuerpo? ¿Qué pasa con las piernas y los brazos?

N: Se contrae todo, ¡ahhh!

T: Eso es, sentí los pulmones, el corazón…

N: ¡Uhhh!

T: Y fijate en la mirada de ese hombre, ¿qué te dice con la mirada?

N: “Yo te puedo, yo te puedo.”

T: Y fijate, ¿cómo es la mirada de ese hombre?

N: Es como la de mi exesposa.

T: Y esto de “yo te puedo”, ¿cómo te está afectando en tu vida como Nicolás? ¿Qué te hace hacer?

N: Es como si no tuviera derecho a defenderme, pero es otra la situación.

T: Y esto de “yo te puedo”, ¿qué te impide hacer?

N: Me impide defenderme. Pero no necesito renunciar a mí para defenderme. No soy culpable, no soy culpable.

T: Muy bien, ahora le vas a decir a ese ser que te mató a traición todo lo que no pudiste decirle en ese momento. (Aquí está el otro ejemplo de manifestar lo que no se pudo decir en el momento original.)

N: ¡No soy culpable! ¡Estoy harto de matar y de morir, de saquear y de violar! ¡Estoy harto de reventar y de destruir! ¡Hay otro mundo! Hay otro cielo, hay otras cosas. ¡Basta ya! ¡Matar y morir! ¡Matar y morir! ¿Hasta cuándo? Los dioses, los dioses, ¿qué saben los dioses? ¡Qué dioses ni qué ocho cuartos! ¡Estúpido! ¡No creas en los dioses! Solo creé en vos; ya basta de violencia, ya basta de matar y de morir. ¡Basta!

T: Eso es.

N: ¡Y no tenés derecho a matarme! ¡Yo no combato! ¡Nada más! No los traiciono. Me voy yo, por mí, a mí (sic). Simplemente no combato. Hacé lo que quieras. ¿Querés ser el líder? ¡Sé el líder! No me preocupa. Yo me voy, quiero encontrar otro cielo.

T: ¡Y quiero que me devuelvas la energía que me robaste!

N: ¡Y quiero que me devuelvas la energía que me robaste! ¡La energía que me robaste con ese cuchillo de mierda que yo te regalé, hijo de puta! ¡Ese mismo cuchillo que yo te di cuando te inicié como guerrero! ¡Ese mismo cuchillo me lo devolvés con toda la energía que me sacaste! ¡Y vos no podés nada! ¡Inútil! ¿No te das cuenta? Sos como todos los demás guerreros, solo se reflejan unos con otros. Buscan la violencia unos con otros, se alimentan unos con otros y buscan matar y morir, y se tiene que terminar eso. Alguien tiene que empezar, hay otro cielo, hay otra tierra.

T: Muy bien. ¡Quiero mi energía ya, ahora mismo!

N: ¡Quiero mi energía ya, ahora mismo! ¡Yo tomo lo que es mío, lo que me corresponde! ¡Me la devolvés! ¡Ahhh!

T: Muy bien. Asegurate de recoger toda tu energía de ese cuerpo y vas a sacar a tu alma de ese cuerpo, tomando consciencia de que ese otro cuerpo también se murió y de que ya nada de eso te pertenece. Comenzarás a alejarte de allí y llevarás esa parte de tu alma a la Luz.

N: Era un buen cuerpo —susurrando—. Mmm…

T: Alejate de allí; ya nada de eso te pertenece. Avisame cuando estés en la Luz.

N: Me está esperando un sacerdote druida. Me dice que vaya con él. Me está esperando para entrar al Cielo. Me recibe, me abraza… Vamos como entre nubes hacia una luz brillante, amarilla. Ahí está todo bien.

T: Muy bien, ¿hay algo más que quieras agregar?

N: No, siempre es la Luz, hay que buscar la Luz. Siempre está la Luz, tenemos que buscarla y encontrarla.

T: Muy bien, dejarás que tu alma descanse allí, en la Luz y elegirás un color para traer una nueva vibración a tu vida como Nicolás. ¿Qué color necesitarías?

N: Rosa, ¡qué color raro! —sorprendido.

T: Muy bien. Comenzarás a respirar el color rosa tomando consciencia de que ahora estás vivo respirando en tu cuerpo como Nicolás. Éste es otro cuerpo, es otra experiencia y es una nueva oportunidad para tu alma. Lentamente, en cada latido, en cada respiración, el color rosa se va procesando en tu interior, en cada átomo, en cada partícula y en cada célula de tu ser. A medida que el color rosa se va procesando en todo tu ser yo voy a suturar las heridas del pasado. Sintiendo el color rosa que va recorriendo todo tu ser; la cabeza, el corazón, los pulmones, los brazos, las piernas, tus órganos abdominales, la columna, los músculos. Ahora todo tu ser está vibrando en la frecuencia del color rosa y lentamente, a tu tiempo, cuando vos lo decidas, abrirás los ojos y eso hará que regreses aquí, a tu conciencia física como Nicolás a este día jueves 24 de noviembre del año 2005.

N: ¡Ahhh! ¡Qué lindo el color rosa! Es la primera vez que siento el color rosa.

Para cerrar el trabajo terapéutico siempre hacemos una armonización sobre la base de un color elegido por el paciente. Esta armonización es necesaria para situar en la conciencia del aquí y ahora a la persona que ha estado trabajando en una realidad no ordinaria. Por el mismo motivo mencionamos la fecha, para terminar de ubicar al paciente en su conciencia física habitual. En el resto de las experiencias que veremos en este libro he suprimido la armonización para abreviar el texto.

La sutura de las heridas del pasado se debe a que, a nivel del alma, queda la impronta del corte como una interrupción del flujo de la energía. Esto es más evidente cuando hay cortes con armas blancas, como cuchillos, espadas, etc., incluyendo las heridas de intervenciones quirúrgicas. También ocurre en heridas por armas de fuego. El caso más dramático es en la decapitación, ya que en este caso el corte es total y secciona la médula espinal. Esta sección puede manifestarse clínicamente como una sensación de desconexión o de estar dividido entre la mente y el corazón. No sé cómo ocurre esto, pero lo cierto es que después de hacer la sutura, esta sensación desaparece. La sutura restablece el flujo de la energía. De manera que siempre que haya heridas cortantes, tanto en experiencias de vidas pasadas como en la vida actual, al momento de realizar la armonización se debe efectuar la sutura de la herida, simulando el cierre de una herida quirúrgica.

Inmediatamente luego de terminada esta sesión, Nicolás sacaba sus conclusiones.

El rol de líder te obliga a hacer determinadas cosas, pues los demás esperan algo de vos, y lo tremendo ocurre cuando ya no querés seguir más en ese rol y el otro no lo quiere aceptar. Vos querés terminar con el rol de líder y los otros no te dejan. Es un entramado del cual no hay escapatoria. Irte del rol o de las expectativas de los otros puede tener la sensación de tierra devastada, y puede costarte la vida o la traición, pero yo no soy culpable de querer otra cosa, es mi derecho. Bueno, eso es lo que estoy ejerciendo ahora. Estoy ejerciendo mi derecho a querer otra cosa. Entonces, por un lado puede existir la sensación de tierra devastada y de la traición y, al mismo tiempo, tener la convicción de seguir adelante.

Luego de seguir el desarrollo de esta sesión, ¿queda alguna duda de que Nicolás era un gladiador? Se puede pensar que Nicolás pudo haberse inspirado en imágenes de películas, pero vivirlo y sentirlo es una cosa totalmente diferente. La vivencia de Nicolás cuando describe sus movimientos y los de su contrincante durante el combate provienen de alguien que yo llamaría un profesional en ese arte y doy fe de que Nicolás en esta vida no tiene nada que ver con un gladiador. Por otra parte, mientras revivía la experiencia del combate, Nicolás sentía una ansiedad y una excitación impresionantes acompañados por un jadeo constante.

Aquí hemos visto cómo, a partir de una frase, se puede acceder en forma inmediata a la experiencia excluida de la conciencia en la cual el alma está atrapada y de donde provienen los síntomas que se manifiestan en la vida cotidiana. Una vez que comprendemos que el tiempo no existe, que el alma o la conciencia están atrapadas en una experiencia que aún no terminó y que el síntoma que presenta la persona es la síntesis de dicha experiencia, todo se simplifica. Solo hay que estar atentos a los dichos del paciente ya que, mientras la persona está relatando su problema, hay frases que provienen de otra realidad y que no pertenecen al aquí y ahora. Cada vez que el paciente dice “es como si fuera…” tengo que pensar que muy probablemente se esté refiriendo a una experiencia que está sucediendo en otra dimensión o en otra realidad. Así fue cómo comenzó Nicolás, a partir de la frase “es como la ansiedad por salir al combate” y lo confirma cuando dice “estoy por salir al ruedo”. Observen que al decir esto último cambia la forma de expresarlo. No dice “es como si fuera a salir al ruedo” sino que afirma “estoy por salir al ruedo”. Al decir esto último Nicolás ya estaba en otro lado y, a partir de allí, solo había que acompañarlo para que pudiera desarrollar su experiencia.

Otras frases o expresiones a las cuales es necesario prestar atención son aquellas que comienzan con los vocablos “siempre” o “nunca”, como por ejemplo “nunca me puedo defender” o “haga lo que haga, siempre me siento culpable”. Frases de este estilo nos están indicando una acción que se continúa indefinidamente en el tiempo y por lo tanto están aludiendo a una experiencia que está sucediendo en otro lugar que no es el aquí y ahora. En el lenguaje coloquial cotidiano solemos emplear expresiones de este tenor sin tener consciencia de cuán cerca estamos de pasar a otra realidad.

Hay un detalle importante que a mí se me pasó por alto durante la sesión de Nicolás. En el momento en que Nicolás se está muriendo en la primera experiencia y su hijo lo está acompañando, yo le pregunto a Nicolás qué es lo último que alcanza a pensar en ese cuerpo de gladiador y él me dice “¡Qué inútil todo! ¡Qué inútil! Solo el amor sirve”.

En ese momento, yo debí haberle preguntado a Nicolás de qué manera ese pensamiento estaba afectando su vida actual ya que, como regla general, lo último que se alcanza a pensar en una vida pasada puede convertirse en un mandato que condiciona nuestro accionar en la vida presente. Por supuesto que esto no es un axioma absoluto, pero en el caso de Nicolás sí lo era y yo debí haberle preguntado a continuación “esto, ¡qué inútil todo!, ¿qué te hace hacer y qué te impide hacer en tu vida como Nicolás?”. Tampoco se lo pregunté en la segunda muerte lo cual constituye un error de mi parte.

Siete años después de esta experiencia Nicolás me escribió lo siguiente:

Con la regresión de Clemón tuve claro que no era necesario morir para seguir mi propio camino. Me di cuenta de que podía ir a una tierra nueva y dejar la devastada. Como dice el Apocalipsis (21:1) “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron …”. Y sigue (21:4) “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”.

Atrapamiento y recuperación del alma

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