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Capítulo I
El atrapamiento del alma.
Las claves de la terapia de vidas pasadas LA ATEMPORALIDAD DEL ALMA

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Lo primero que hay que saber para comprender cómo y por qué funciona la TVP es que para el alma el tiempo no existe. La clave de la TVP está en la condición atemporal del alma o de la conciencia que, a mi criterio, es lo mismo. La encarnación en el cuerpo físico obliga a la conciencia a experimentar eso que hemos denominado tiempo. Pero el concepto de tiempo es una construcción de la mente humana. Hemos acordado una convención universal para manejarnos en forma práctica con los sucesos de la vida cotidiana, para poder relacionar y situar ciertos acontecimientos respecto de otros, y para saber que tal día a tal hora hemos de encontrarnos. Pero cuando el 31 de diciembre, a las doce de la noche, estamos celebrando la llegada de un año nuevo, al Universo no se le mueve una sola estrella. Somos nosotros quienes hemos acordado que ese día, 31 de diciembre, cambia el año, y a ese día le hemos dado un significado especial, pero para la Tierra, la Luna, el Sol, la Vía Láctea y el resto de las galaxias todo sigue igual que antes y no se dan por enterados.

El tiempo es un concepto asociado a la experiencia del cuerpo físico. La percepción interna de que algo cambia nos da una sensación que denominamos paso del tiempo, y vemos esa experiencia en términos de una línea recta. Por eso hablamos de tiempo lineal. El cuerpo envejece y eso afirma la sensación del paso del tiempo. A esta sensación interna se la llama tiempo subjetivo, y el tiempo que medimos con los relojes y los calendarios se denomina tiempo objetivo. Pero creer que realmente podemos medir el tiempo es una ilusión. Podemos medir una distancia o un objeto material, pero al medir el tiempo no sabemos lo que estamos midiendo. Nadie ha tenido en su mano o bajo un microscopio un segundo de tiempo como para poder medirlo, compararlo y conocer sus propiedades. En el instante en que pretendemos medir el tiempo en nuestro reloj pulsera ese tiempo se desvanece súbitamente. Hablamos de algo que en realidad no puede ser medido y, sin embargo, hemos quedado atrapados en ese concepto del tiempo.

En la dimensión del alma, el tiempo no existe. En su estado primigenio, antes de unirse al cuerpo físico, el alma se desenvuelve en una dimensión atemporal donde tiempo y espacio son una sola cosa, que denominamos espacio-tiempo. El concepto no es novedoso, ya que fue presentado por Hermann Minkowski en 1908 durante una conferencia.1 Entender esto es fundamental para comprender cómo funciona la TVP. Si pensamos en un evento que ocurrió hace mil años, lo que desde nuestra concepción del tiempo lineal parece remoto e inalcanzable, para el alma recién acaba de ocurrir, y hasta es posible que todavía esté sucediendo. A fin de comprender mejor las implicancias que este fenómeno tiene para nosotros en la vida cotidiana, vamos a suponer por un momento –vaya ironía– que para el alma existe un tiempo, solo que ese tiempo transcurre en el alma de manera diferente que en el cuerpo físico.

Consideremos arbitrariamente que un segundo del alma equivaliese a un año de vida en el cuerpo. Si así fuese, para una hora del alma habrán transcurrido tres mil seiscientos años en el cuerpo físico. Imaginemos ahora que una persona fue ahorcada hace seiscientos años de nuestro tiempo. Para el alma apenas habrán pasado diez minutos. Si una persona se ahogó en el hundimiento del Titanic cien años atrás, para el alma apenas ha pasado poco más de un minuto y medio, y para una persona que murió en una cámara de gas en un campo de concentración, han devenido escasamente sesenta o setenta segundos, y eso significa que aún se está asfixiando. Sin embargo todo esto es relativo, ya que no sabemos exactamente cómo es el tiempo para el alma; por añadidura, seguimos utilizando como referencia el tiempo medido con los relojes. Solo estamos haciendo suposiciones, porque si en lugar de ser un año por segundo fuesen cien años de nuestro tiempo por cada segundo del alma, apenas habrá pasado un segundo desde la tragedia del Titanic o dos segundos y fracción desde la muerte en la guillotina durante la Revolución Francesa o poco más de un minuto y medio del hundimiento de la Atlántida. Si así fuese, en veinticuatro horas del alma habrán pasado 8.640.000 años del tiempo terrestre o tiempo lineal.

Para los aborígenes australianos y para los mayas, el tiempo es circular y se cuenta por repeticiones de ciclos. Fred Alan Wolf2 imagina el tiempo aborigen como un aro que puede representarse rodando por la línea del tiempo lineal a cada instante. Así, la dirección del tiempo se vuelve inmaterial. No importa lo que sea pasado, presente y futuro. Lo importante es la presencia del aro tocando a cada momento la vida indicada por la línea del tiempo. Si pensamos en el tiempo del alma como un aro que va rodando a lo largo del tiempo lineal, vemos que el tiempo del alma está siempre presente: fue en el pasado, es en el presente y será en el futuro. Así es la naturaleza del tiempo mítico o del tiempo del sueño. Todos los acontecimientos del pasado se hallan igualmente presentes.

Muchas personas han experimentado en algún momento un instante atemporal. Se conocen innumerables relatos de personas que, en una instancia dramática, vieron desfilar toda su vida ante sus ojos en un segundo. ¿Es posible que una vida entera quepa en un segundo? ¿Es posible que el tiempo se detenga en circunstancias especiales? Aparentemente sí, ya que la física moderna ha demostrado que el tiempo no funciona del mismo modo para un objeto en movimiento que para uno quieto. Los objetos en movimiento experimentan un enlentecimiento del tiempo y desplazarse a la velocidad de la luz resulta ser nada de tiempo en absoluto. Yo mismo, cuando era adolescente, he experimentado un instante atemporal o de suspensión del tiempo. Ocurrió de forma totalmente espontánea e inesperada.

Tendría yo alrededor de quince años. Me encontraba tomando una ducha en la casa de mis padres. Una rutina cotidiana, automática, desprovista de cualquier connotación mística. Supongo que, mientras me duchaba, mi mente estaría ocupada con pensamientos banales o mundanos, propios de un adolescente. De repente, sin saber cómo, sentí que penetraba en el misterio del Universo. Mientras mi cuerpo se quedaba estático, tuve la sensación nítida de zambullirme a gran velocidad con mi mente o mi conciencia en dirección a un punto lejano. Era como estar lejos y cerca al mismo tiempo; como si hubiera llegado al centro mismo del Universo. Por un instante tuve la clara conciencia de entender el origen del Universo y el sentido de todas las vidas y de esta vida. Es muy difícil poder describir y transmitir esta sensación. Fue como si por un instante hubiese penetrado en el misterio de la Creación y hubiese comprendido todo, absolutamente todo.

La experiencia fue muy efímera. En cuanto me di cuenta de lo que ocurría la sensación desapareció instantáneamente y ya no pude recuperarla ni reproducirla. Fue como si el darme cuenta me trajese de regreso a la consciencia de mi cuerpo, al tiempo del aquí y ahora. Todo ocurrió en una fracción de segundo. Me ha llevado más tiempo describirla que vivirla. Pero tengo la certeza interior de haber vivido la eternidad por un instante y de haber comprendido el misterio de la Creación, aunque ahora no pueda explicarlo y, de alguna manera, esa certeza se manifiesta en el trabajo con la TVP. Hoy no puedo repetir esa vivencia, pero sé positivamente que existe una realidad atemporal donde el tiempo no puede medirse con relojes y que tal vez sea eso que llamamos eternidad.

Si para el alma el tiempo no existe, tampoco es exacto hablar de vidas pasadas o de vidas sucesivas, aunque así es como lo entendemos. Cuando hablamos de vidas pasadas, lo hacemos desde la visión del cuerpo físico; como hemos asociado el concepto de vida al cuerpo físico y le hemos dado un nombre a ese cuerpo para identificarlo, cuando un cuerpo se muere decimos que eso fue una vida o que una vida terminó. Pero para el alma no se trata de vidas pasadas ni de vidas sucesivas ni de vidas futuras, sino de una sola vida que por momentos transcurre en el plano atemporal y por momentos lo hace en el cuerpo físico.

Cuando desaparece el tiempo lineal, las vidas ya no son ni pasadas ni sucesivas: las vidas son simultáneas. Todo está ocurriendo aquí y ahora al mismo tiempo, y todo está junto. Lo que sucede es que para vivir una experiencia en el plano físico se requiere un tiempo, pero mientras estamos viviendo esa experiencia, el resto de las experiencias vividas por el alma, e incluso aquellas que todavía no han sido vivenciadas están todo el tiempo aquí y ahora, coexistiendo al mismo tiempo. Todo es simultáneo.

Podremos comprender mejor esta singularidad del alma con el siguiente ejemplo. Imaginemos a las experiencias del alma como si fuesen los libros de una biblioteca. Todos los libros están allí, en los estantes, al mismo tiempo. Todos los libros contienen su información al mismo tiempo. Mientras están en la estantería, los libros se encuentran en la dimensión atemporal. Pero cuando yo tomo un libro del estante para leerlo, ese libro entra en el tiempo físico, en el tiempo lineal. Ahora necesito un tiempo para leer ese libro. Mientras tengo el libro en mis manos, mientras lo estoy leyendo, ese libro se encuentra en lo que denominamos tiempo presente. Al mismo tiempo, el resto de los libros de la biblioteca están allí, coexistiendo en forma simultánea con el libro que estoy leyendo. Cuando lo devuelvo a su lugar en la biblioteca, puedo decir que ese libro ahora pertenece al pasado, y los libros que faltan por leer se encuentran en el futuro, porque todavía no he llegado a ellos. Pero todos los libros siguen estando allí, en los estantes, todo el tiempo y al mismo tiempo; los libros que he leído, el que estoy leyendo y aquellos que aún no alcancé a leer. Pasado, presente y futuro coexisten al mismo tiempo, con la salvedad de que el futuro se encuentra como una probabilidad en forma potencial de ser vivida, ya que nada me obliga a leer todos los libros de la biblioteca ni a seguir un orden correlativo. Yo puedo elegir en cualquier momento cuál es el próximo libro que me dispongo a leer. Esto me ayuda a comprender mejor el concepto de futuro, pues todas las experiencias potencialmente pasibles de ser vividas por el alma están allí, en el espacio-tiempo, pero en el momento en que elijo vivir una experiencia determinada todas las demás desaparecen. El futuro ya está allí desde el primer momento, pero solo como una probabilidad contingente de ser. Einstein decía que la distinción entre pasado, presente y futuro es solo una terca y persistente ilusión.

Todas las experiencias de esta vida –de la infancia, la adolescencia y la vida adulta– coexisten al mismo tiempo, y si quiero evocar algo que sucedió cuando yo tenía cinco años, no necesito viajar a ese momento. No necesito pasar por cada evento en forma sucesiva hacia atrás para llegar a los cinco años. Ya estoy ahí, y estoy ahí todo el tiempo, aunque no tenga consciencia de ello.

Con las vidas pasadas sucede lo mismo. Todas las experiencias de vidas pasadas están conmigo aquí y ahora al mismo tiempo, solo que están excluidas de la conciencia física. Es como si yo fuese la biblioteca de mi alma. Por eso, cuando trabajo con la TVP, las vidas pasadas no aparecen en orden cronológico ni sucesivo, sino que surge la experiencia relacionada con la problemática en la cual trabajo en ese momento. Para el alma es como si viviera varias vidas al mismo tiempo. Ocurre que algunas experiencias me afectan más que otras, porque hay situaciones que no pudieron ser resueltas emocionalmente, por eso todavía no han concluido.

La inexistencia del tiempo nos conduce al siguiente concepto clave: el atrapamiento del alma.

Atrapamiento y recuperación del alma

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