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Francisco de Vitoria y su legado

La vida de Francisco de Vitoria (1483-1546) discurre en paralelo a los importantes procesos históricos que marcan el comienzo de la Edad Moderna. El descubrimiento de América y la posterior asunción de la responsabilidad imperial (1520) hicieron de España centro mundial de la acción política y militar, así como observatorio privilegiado de las nuevas realidades religiosas, históricas e intelectuales que se estaban abriendo paso. El mundo al que Vitoria pertenece, que es el universitario, conoce en España a lo largo del siglo XVI un notable auge, ya que crecen en número e influencia universidades3 y universitarios, lo que respondía a la necesidad de cubrir las necesidades crecientes tanto de la Corona como de la Iglesia, que debía evangelizar inmensos territorios. Por su parte, la Iglesia española se encontraba inmersa en un profundo proceso de reforma auspiciado por la Corona a través de la acción del cardenal Cisneros, pero que venía alimentado desde su base. Baste recordar, si bien se localizan en fechas posteriores, la reforma del Carmelo por santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, o la fundación de la Compañía de Jesús. Por otro lado, el auge del erasmismo4 ponía de manifiesto una renovada inquietud espiritual, no plenamente ajustada a la ortodoxia, en ambientes aristocráticos y de la nueva burguesía. A este ambiente se suma el reto doctrinal, pero también militar y político, que supone la reforma protestante. Miembros dominicos de la escuela de Salamanca, de la que Vitoria es considerado fundador, participaron en el Concilio de Trento (1545-1563): Domingo de Soto, Melchor Cano o Diego de Covarrubias; y en su seno tendrá lugar la polémica De auxiliis, en torno al auxilio de la gracia para la salvación, motivada por la postura protestante sobre la predestinación, que enfrentará a dominicos y jesuitas, representados respectivamente por las figuras de Domingo Báñez (Apologia fratrum praedicatorum, Madrid, 1595) y Luis de Molina (Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, Lisboa, 1588).

Francisco de Vitoria nació en Burgos5 en 1483, si bien, como era costumbre entre los religiosos, tomó el nombre de la ciudad de origen de su padre. Provenía de familia acomodada, era hijo del mercader Pedro Arcaya y de Catalina de Compludo, burgalesa y probablemente de ascendencia judía. Francisco ingresó en el convento de San Pablo, que la Orden de Santo Domingo tenía en Burgos, en 1505. Se trataba de un convento reformado de estricta observancia y Estudio General de la orden, en el cual Vitoria estudió humanidades y artes (filosofía) hasta 1508, cuando su prometedora valía fue decisiva para enviarlo como colegial al colegio dominicano de Saint-Jacques, en París, donde acudían los estudiantes más selectos de la orden. De 1509 es la licencia para ordenarse presbítero. En el curso 1508-09, finalizó Artes en el colegio Coqueret, agregado a la universidad, estudios que incluían las sumula y la lógica aristotélica, física, ética, metafísica y matemáticas. En él, tuvo como maestro al nominalista Juan de Celaya, discípulo del también nominalista John Mair.6 En Saint-Jacques, de 1509 a 1513, realizó los estudios de bachiller en Teología, con profesores como el tomista Pierre Crockaert Bruselensis, también discípulo de John Mair, y Juan Fenario, posteriormente general de los dominicos cuya elocuencia será modelo de método docente para Vitoria. Crockaert comenzó la implantación de la Suma de teología de Santo Tomás en París en sustitución de las Sentencias (Libri quattuor sententiarum, ca. 1150), de Pedro Lombardo. Vitoria prologó y participó junto con otros compañeros en la edición de Crockaert de la Secunda secundae de la Suma de 1512.7

Tras la obtención del bachiller en Teología, Vitoria, antes de acceder a la licenciatura y el doctorado, precisaba ejercer la docencia en Artes, lo que llevó a cabo de 1513 a 1516 en Saint-Jacques. A partir del curso 1516-17, explica las Sentencias, para lo cual recibió el nombramiento de bachiller sentenciario por parte del capítulo de la Orden en 1515. Conforme al plan de estudios, de 1516 a 1521 estudia en la Facultad de Teología, donde obtiene el grado de bachalaureus formatus. Desde 1517 hasta 1523, enseña Teología en la cátedra para extranjeros de Saint-Jacques. En marzo de 1522, obtiene la licencia en Sagrada Teología, quedando el sexto de treinta y cinco candidatos. Tras los actos académicos preceptivos (Vesperias, Aulica y Resumpta), en junio obtiene la laurea o doctorado.

Solicitado por su provincia, Vitoria se trasladó en 1523 al colegio de San Gregorio, en Valladolid, Estudio General dominicano, donde ejerció en la Cátedra de Teología. Allí es promocionado en 1525 a maestro en Sagrada Teología, máximo mérito dentro de la orden. Tras la muerte de su anterior titular, Pedro de León O. P., Francisco de Vitoria fue propuesto8 para la Cátedra de Prima de Teología en Salamanca, la más importante de España, que venía siendo titularidad de dominicos desde 1416. El rival de Vitoria en la oposición fue el portugués Pedro Margallo, catedrático de Teología Moral en Salamanca y admirado por los estudiantes, que eran quienes resolvían los concursos con sus votos (no individualmente, sino representando los distintos cursos). Del 2 al 7 de septiembre de 1526, se realizaron los ejercicios, que ganó Vitoria con gran diferencia de votos, y el 21 juró la Cátedra de Prima de Teología, que ejerció durante veinte años.

En Salamanca, Vitoria residió en el convento de San Esteban, incorporado al movimiento de observancia de Castilla, que vivía entonces un momento de gran esplendor. De este convento partió un gran número de misioneros para tierras americanas, de donde se deduce que la información concerniente a la conquista y evangelización de América llegaba con fluidez, y era conocida y valorada por los frailes de San Esteban, incluido Vitoria. Por su parte, la Universidad de Salamanca, a imitación de la de Alcalá, había implantado en las cátedras menores las tres vías teológicas particulares (tomista, escotista y nominalista), al tiempo que incorporaba como docentes a humanistas dedicados a la filosofía y las lenguas clásicas. En ambientes tan favorables, y partiendo de su muy destacada formación en París y enorme capacidad docente, Vitoria procedió a renovar los estudios de Teología mediante sus clases, a las que asistía un gran número de alumnos, incluidos extranjeros, los cuales luego desempeñarían a su vez puestos docentes o cargos eclesiásticos, también en América.

En efecto, Francisco de Vitoria es reconocido como maestro y fundador de la escuela teológica de Salamanca9 y renovador de su enseñanza, al fijar, como Crockaert hiciera en París, la Suma de teología como referencia fundamental con preferencia sobre las Sentencias. Por las Constituciones de la Universidad, en las cátedras mayores (Prima y Visperas) habían de seguirse las Sentencias, mientras que las cátedras menores se destinaban a las vías teológicas particulares. Vitoria alternó en sus lecciones ordinarias las Sentencias con la Suma, lo que fue aceptado de hecho.10 Hasta la reforma de Diego de Covarrubias en 1561, no se alteraron dichas Constituciones para imponer la enseñanza de santo Tomás en las cátedras mayores. Como innovación pedagógica, Vitoria dictaba sus clases permitiendo que los alumnos tomaran notas de unas lecciones originales, cuidadosamente preparadas y que redactaba con antelación. Prefería la claridad a las sutilezas nominalistas. Mediante su exposición en un latín sencillo, facilitaba que los alumnos pudieran tomar apuntes de unas lecciones que ha sido posible recuperar a partir de los manuscritos que circulaban entre los estudiantes.

Además de las lecciones ordinarias, la Universidad establecía en sus Constituciones la obligación de los profesores de impartir una serie de conferencias, o relecciones,11 en los principales festivos del año, a las que acudían profesores y alumnos, las cuales desarrollaban con mayor extensión algún aspecto considerado en las lecciones ordinarias. Las relecciones cuentan con el precedente medieval de las cuestiones quodlibetales, si bien estas versaban sobre un tema propuesto por alguien del auditorio con ánimo polémico, y no libremente por el profesor. De las quince relecciones pronunciadas por Vitoria, las trece que se conservan y las fechas de su lectura son las siguientes:12 De potestate civili (1528), De homicidio (1530), De matrimonio (1531), De potestate Ecclesiae prior (1532), De potestate Ecclesiae posterior (1533), De potestate papae et concilii (1534), De augmento caritatis (1535), De eo ad quod tenetur veniens ad usum rationis (1535), De simonia (1536), De temperantia (1538), De indis recenter inventis (1539), De iure belli Hispanorum in barbaros (1539), De magia (1540). De iure belli también es conocida como De indis posterior; en ella, analiza Vitoria la legitimidad o justos títulos de la guerra. No se han encontrado De silentii obligatione (1527) ni De magia posterior (1543), la última relección.

Vitoria respondió en sus relecciones de modo innovador a cuestiones jurídicas, políticas o eclesiales del momento. De estas relecciones, De indis y De iure belli han llegado a constituirse en textos fundacionales del derecho internacional y del derecho de guerra, mientras que otras tratan temas clásicos de la escuela de Salamanca, como la legitimidad del soberano o la distinción entre los poderes eclesiástico y civil. Las posiciones defendidas por Vitoria no pasaron desapercibidas fuera de la universidad. Como muestra, valga señalar que la relección De indis llamó la atención del emperador Carlos V por cuestionar la legitimidad de la conquista, que, conforme a lo expuesto por Vitoria, se podría haber producido sin mediar título legítimo.13 O también que, a finales de siglo, el papa Sixto V ordenase poner las Relecciones (junto con las Controversias de Bellarmino) en el índice de libros prohibidos debido a las tesis conciliaristas contenidas en De potestate papae et concilii, lo que no pudo llevarse a cabo al morir antes el pontífice.

La salud de Vitoria empeoró a partir de 1539, según se deduce de los Libros de Claustros de la Universidad. En los cursos siguientes, hubo de ser sustituido en sus lecciones y en ocasiones fue llevado al aula por sus alumnos sobre una silla. Tampoco pudo asistir al Concilio de Trento, al que había sido propuesto por Carlos V y el príncipe Felipe en 1545. Falleció el 12 de agosto de 1546 a los sesenta y tres años. Actualmente, se encuentra enterrado en el Panteón de los Teólogos del convento de San Esteban, junto con Domingo de Soto, Mancio de Corpus Christi o Bartolomé de Medina, entre otros destacados dominicos. Para Melchor Cano, discípulo suyo, Vitoria fue el «sumo preceptor de la teología que España recibió por singular don de Dios».14 Para Martín de Azpilcueta, «varón ciertamente piadosísimo y muy esclarecido doctor que ilustró las Españas con aquella extraordinaria erudición teológica, más que sus antecesores, sobre todo en materia sacramental y moral».15 Para Domingo Báñez, Vitoria era el Sócrates español.16 El buen hacer con sus alumnos se resume en lo afirmado por el bachiller Francisco Trigo, autor de unos de los mejores apuntes de sus lecciones: «El maestro Vitoria tanto brilla y resplandece entre los otros profesores cuanto el áureo sol sobre los demás astros».17

La escuela de Salamanca constituye el legado inmediato de Francisco de Vitoria, aunque no existe unanimidad sobre el ámbito temporal y sobre los autores que pueden considerarse pertenecientes a esta escuela.18 Adoptando un criterio estricto, teólogos de inspiración tomista radicados en la Universidad de Salamanca y que tienen como referente a Francisco de Vitoria, Barrientos cifra en diez el número de miembros de la escuela,19 y en ochenta y seis los de su proyección. La vigencia de la escuela iría desde 1526, año en que Vitoria obtiene la Cátedra de Prima, hasta 1629. En ese año, el Consejo Real de Castilla y el papa rechazan aprobar el Estatuto y Juramento de la Universidad, por el cual se explicarían en exclusiva en la Facultad de Teología las doctrinas de san Agustín y de santo Tomás.20 Otros criterios de delimitación menos restrictivos tienen en cuenta aspectos doctrinales o núcleos temáticos. Así, Pereña21 ofrece una lista de cincuenta y siete autores en su Corpus Hispanorum de Pace, cuyo nexo es la relevancia que otorgan al descubrimiento de América y sus consecuencias en todos los órdenes.

Debido a su extensísima influencia, se ha terminado por aplicar la denominación de escuela de Salamanca a autores que no eran teólogos (como los canonistas Martín de Azpilcueta y Diego de Covarrubias), no estaban directamente relacionados con esta universidad o no pertenecían a la Orden de Santo Domingo. Entendida en sentido amplio, se suele incluir a miembros de la recién fundada Compañía de Jesús, como Francisco Suárez, Luis de Molina o Juan de Mariana, y de otras órdenes (así Azpilcueta, agustino), además de a laicos que siguen de cerca los modos y enfoque de la escuela. En cualquier caso, procede diferenciar el origen de la escuela, que es Francisco de Vitoria y su entorno dominicano, de su influencia, que, además de a las universidades españolas, llegó a Portugal, dando lugar a la escuela jesuita de los conimbricenses. La unidad dinástica peninsular (1580-1640) contribuyó a fortalecer los lazos entre las universidades de Salamanca, Coímbra y Évora, lo que permite hablar, desde la perspectiva actual, de una escuela ibérica de la paz.22 La mutua influencia de estas universidades cuenta con nombres de la relevancia de Azpilcueta, Juan de Santo Tomás, Luis de Molina o Francisco Suárez. La influencia de la escuela de Salamanca alcanzó también al Colegio Romano de la Compañía de Jesús, donde impartieron clase Francisco Suárez, Juan de Mariana o Juan de Lugo, así como a las nuevas universidades americanas. Desde la perspectiva del pensamiento europeo, esta escuela —española, portuguesa e hispanoamericana— es parte fundamental de la segunda escolástica, continuación y renovación de la primera y puerta del pensamiento de la modernidad.

Además de la proyección de Francisco de Vitoria en la escolástica hispánica, es preciso señalar su influencia en el iusnaturalismo europeo y en los orígenes del derecho internacional. El redescubrimiento contemporáneo de Vitoria vino de la mano de internacionalistas del derecho que no pudieron pasar por alto la mención a Vitoria en la obra de Hugo Grocio. Francisco de Vitoria dio una respuesta satisfactoria al reto intelectual que suponía el descubrimiento de los pueblos americanos, respondiendo a la controvertida cuestión sobre qué se debía a los indios en justicia. Con ello proporcionó una proyección renovada al tradicional derecho de gentes (ius gentium).23 Vitoria ocuparía un lugar preeminente sobre Grocio, que, con toda propiedad, podría considerarse a este respecto discípulo suyo. Tanto en el Mare liberum (Leiden, 1609, capítulo XII del De iure praedae) como en el De iure belli ac pacis (París, 1625), Grocio cita con frecuencia a Vitoria, Vázquez de Menchaca y Covarrubias, entre otros escolásticos españoles.24 En el Mare liberum se defienden derechos de origen vitoriano, como el de comunicarse y comerciar con otros pueblos y el de toda nación a la navegación marítima. Al reconocer Vitoria como sujeto de derechos (en expresión actual) al indio americano, se deduce, como paso lógico subsiguiente, la existencia de una comunidad política universal que incluye todos los pueblos (communitas totius orbis) y del correspondiente bien común universal.

Fallecido Vitoria, en torno al Colegio de San Gregorio, en 1550 y 1551, tuvo lugar la polémica sobre los naturales, que, entre otros miembros de la escuela, enfrentó a Ginés de Sepúlveda (De iustis belli causis apud indios, 1545) y Las Casas (Treinta proposiciones muy jurídicas, Sevilla, 1552).25 La duda indiana era una pregunta sobre la legitimidad de la conquista y de la evangelización que cuestionaba no solo los procedimientos, sino sobre todo el hecho de someter a los pueblos descubiertos a la jurisdicción de un príncipe foráneo, cuando era evidente que estos disponían de dominio para autogobernarse y eran dueños legítimos de sus bienes, como afirma Vitoria en De indis.26 Es en este contexto donde surge la pregunta vitoriana sobre el derecho a la propiedad (esto es, al dominio sobre las cosas), si bien, como vemos más adelante, esa pregunta ya ocupaba desde el Medievo un lugar central en el pensamiento cristiano en otro ámbito, el relativo al significado y alcance de la pobreza evangélica.

Francisco de Vitoria sobre justicia, dominio y economía

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