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La figura y la idea de Fernando de Magallanes
ОглавлениеMás de la mitad de los relatos de la primera vuelta al mundo son intencionalmente biografías de Magallanes. Es natural que dediquen buena parte de sus relatos a contar los orígenes, la formación y la vida del marino portugués. En este libro no parece necesario repetir una vez más todo lo sabido, que es mucho y muy prolijo, y ocupa buena parte de los textos. Basta ahora conocer tan solo en grado suficiente los aspectos más notables de la personalidad de aquel hombre notable, y los motivos que le llevaron a ponerse al servicio del rey de España para realizar una de las más grandes hazañas en la historia de los descubrimientos del mundo.
Fernando de Magallanes nació en 1480, en Sabrosa, una población del interior de Portugal, pero pronto se trasladó a la costa y vivió el fragor aventurero de las grandes expediciones navales que entonces se estaban realizando para descubrir nuevas tierras. Joven todavía, consiguió embarcar en una de las 22 naves que en 1505 llevaba Francisco de Almeida, tripuladas por más de 1500 hombres, todos «gentes de guerra» —jamás se había visto empresa semejante— nada menos que con la pretensión casi cósmica de «conquistar la India». Magallanes tuvo ocasión de combatir en Mombasa, durante el costeo de África, y luego participó en encuentros guerreros de toda suerte en distintos puertos de la India, donde fue herido varias veces. Era un hombre arrojado, valeroso, hambriento de hazañas y dueño de una voluntad indomable. José de Arteche ve en él un hombre «impetuoso e irascible», lleno de «vitalidad y reciedumbre» y de una «inquebrantable tenacidad». Por sus hazañas de juventud diríamos que fue más guerrero que marino, pero la experiencia de repetidas navegaciones acabó haciendo de él uno de los mejores navegantes de su tiempo.
En 1511 participó en la expedición organizada por el virrey Alburquerque destinada a la conquista de Malaca. Desde los tiempos de Marco Polo, ningún europeo había llegado tan lejos. Pero Marco Polo era un simple comerciante y aventurero, en tanto la expedición de Alburquerque —que no dejaba de tener una finalidad comercial— era oficial, militar y conquistadora. Magallanes se portó como un hombre arrojado y fue herido varias veces. Puede decirse que en su carrera militar no hubo acción de armas en que no resultase herido, un hecho que tal vez puede explicar su final. En Malaca encontraron los portugueses un excelente mercado de especias, que los navegantes transportaban desde las islas del Maluco o Molucas, situadas todavía más allá. Fernando de Magallanes pretendió alcanzar aquellas fabulosas islas, acompañando a un grupo de audaces aventureros en que figuraba también su amigo Francisco Serrano. La expedición fracasó, aunque Serrano después de varios naufragios consiguió llegar a Ternate, una de aquellas islas tan buscadas. Desde allí pudo mantener una interesante correspondencia con Magallanes. Las Molucas estaban muy lejos; en sí eran muy pobres, pues producían malas cosechas... excepto las maravillosas especias, que los naturales vendían a buen precio a cambio de los artículos que necesitaban. La zona era peligrosa por sus tempestades, pero valía la pena llegar a ellas.
Magallanes nunca pudo reunirse con Serrano, pero conservó siempre el sueño de llegar un día a aquellas islas remotas, peligrosas, donde se producían las famosas especias. Nunca lo consiguió, ¡ni cuando mandó una escuadra española destinada a conquistar las Molucas! En la India se dedicó a los negocios, y se arruinó. Regresó a Portugal. Ansioso de aventuras, participó en una expedición a Marruecos, y fue gravemente herido en la batalla de Azamor. Quedaría cojo para toda la vida. Acusado de vender artículos para el enemigo, perdió la confianza del rey don Manuel el Afortunado. Pidió una recompensa por sus hazañas, que le fue denegada. Caído en desgracia, decidió correr mejor suerte en España.
Como Colón, fue un hombre que, desengañado en Portugal, cambió de fidelidad para cumplir sus propósitos. Su idea estaba clara: pedir autorización y ayuda para llegar a las Molucas, la tierra de la especiería. Las cartas de Serrano y las distancias exageradas por los portugueses le permitían suponer, o conjeturar al menos, que aquellas islas caían en el hemisferio español. No se conocía exactamente el tamaño del mundo, y justamente su viaje sería el primero que pudiera precisarlo. Bartolomé de Las Casas dice que Magallanes «trajo un globo bien pintado en que toda la tierra estaba, y el camino que había de llevar, salvo el Estrecho, que dejó de industria [a propósito] en blanco, para que nadie se lo saltase». Quizá demasiado parecido con el famoso mapa de Colón —al que también fray Bartolomé se refiere— para que sea cierto. La polémica sobre el famoso globo o mapa de Magallanes, que ha hecho correr ríos de tinta, más nos desorienta que otra cosa, y muchas veces roza el ridículo. No podía ser el globo de Martín Behaim, trazado en 1491, y basado probablemente en el de Toscanelli, sencillamente porque desconocía la existencia de América. Si más tarde hizo otro globo, no podía saber más que Vespucci, que solo conoció algo de la costa sudamericana, nada de un estrecho. Otra versión: el mapa de Magallanes no era el de Behaim, sino del de Waldseemüller, el primero que escribe «América». Es el que pinta una América muy estrecha, pero que termina, sin escotadura alguna, en el marco del dibujo. Nada permite adivinar.
Pedro Reinel fue el primero que dibujó, en 1504, un mapa con escala de latitudes: qué gran avance; pero de nada pudo servir a Magallanes, porque no representa la punta de Sudamérica, la única que hubiera podido interesarle. Llama a engaño de muchos historiadores una carta de Sebastián Alvarez, agente de Manuel I en Sevilla, que cuenta a su rey que Magallanes pretende navegar «de Sanlúcar a Cabo Frío, dejando Brasil a la derecha, hasta pasar la línea de partición; y de ahí navegar al oeste y oestenoroeste, derecho a las islas del Maluco, cual están asentadas en la carta que hizo Reinel...». Alvarez adelanta la ruta que va a seguir Magallanes, pero no dice en modo alguno por dónde va a atravesar América, si es que América es atravesable; sino que va a navegar más allá del continente hasta las islas Molucas, allí donde las representa el mapa de Reinel. Reinel había hecho efectivamente un mapa de África y Asia, y coloca las Molucas más allá de Malasia, pero no sabe si hay un estrecho que corte América ni dónde se encuentra... Total, una versión inútil, como todas. Tampoco nos sirve, como se ha dicho, el mapa de Johannes Schoner, discípulo de Waldseemüller, trazado en 1515, que presenta un estrecho... ¡por Panamá!, precisamente donde ya se sabe que no existe. También se habla de la carta mundial de Lopo Homem, dibujada en 1519, al tiempo que Magallanes salía de Sanlúcar. En aquel mapamundi, Brasil enlaza con la Terra Australis, que parece cortada en la costa del Atlántico, pero no se ve ni asomo de la cortadura en la parte correspondiente del Índico, donde la Terra Australis enlaza sin solución de continuidad con Catay, China. Nada de un estrecho continuado de un océano a otro. Lopo Homem, todavía en 1519 no concibe más que dos océanos: el Atlántico y el Índico, solo comunicados por el cabo de Buena Esperanza. Magallanes, que no tuvo tiempo siquiera de ver el mapa, no hubiera sacado nada en limpio.
Y es que los geógrafos conocían el mundo peor que los navegantes. Estos descubrían todos los años nuevas islas y tierras, pero la información de los eruditos marchaba con varios años de retraso. Qué disparate que Colón se hubiese dejado engañar por Toscanelli o Magallanes por Reinel o Lopo Homem. Que Magallanes, como Colón, estuviese movido por una intuición irracional e inconmovible es otra cosa. Ambos se equivocaron y acertaron a un tiempo. Y con sus conocimientos sí que obligaron a cambiar los mapas del mundo.
En España reinaba ya Carlos I, muy pronto emperador, el primer y único emperador europeo-americano de la historia, que dice Menéndez Pidal: un joven de 17 años, que soñaba aventuras caballerescas y destinos maravillosos, como su abuelo Carlos el Temerario. Magallanes consiguió entrevistarse con él, y el monarca se entusiasmó con la idea: ¡prolongar sus dominios hasta más allá del Nuevo Mundo! Muy pronto, el 22 de marzo de 1518, se firmaron en Valladolid las capitulaciones. Magallanes quedaba autorizado a mandar una flota de cinco naves, que buscarían un estrecho por la parte sur de las Indias y a través del nuevo mar habrían de dirigirse a las islas del Maluco. Tendrían sumo cuidado de no penetrar en la zona reservada al rey de Portugal. El jefe de la expedición tendría el título de capitán general, aunque habría de dar cuenta de sus decisiones a los demás capitanes y conferenciar con ellos. Se le concedía derecho a descubrir en la zona durante diez años, sin competidor alguno, obteniendo el beneficio de sus descubrimientos. Si encontraba más de seis islas, podría considerarse señor de dos de ellas, por supuesto, bajo la teórica soberanía superior del monarca español, y percibir sus rentas. Puente y Olea comenta que Fernando el Católico, siempre prudente y sabiamente desconfiado, no hubiera firmado una capitulación así. Carlos I era en 1518 un joven de 18 años, inexperto y soñador, y pudo permitirse un texto concesivo y ambiguo.
Ahora bien, y aquí está la primera contradicción: Magallanes no sería el único director de la operación. Había traído con él a un astrónomo sabio y según algunos medio loco, Ruy Faleiro, con el cual habría de compartir el mando y las responsabilidades. Es un hecho extraño en un hombre tan ambicioso y tan autoritario como Magallanes, y era evidente que Faleiro no poseía sus mismas dotes de mando ni su experiencia como navegante. Apenas se explica semejante dualidad, como no sea por una razón fundamental: Faleiro era un extraordinario calculista, que decía haber descubierto un medio infalible para medir las longitudes geográficas; y esta facultad era imprescindible para conocer si las islas que se descubrieran correspondían a la demarcación española o a la portuguesa. Entonces no existía un método seguro para determinar la longitud, como sí en cambio podía calcularse bastante bien la latitud. Este método no se encontraría hasta el siglo XVIII, y más aún en el XIX, cuando fuera posible llevar relojes precisos a bordo (relojes de volante, no de péndulo, que no soportaban los balanceos y cabeceos del barco). Parece ser que el método descubierto por Faleiro se basaba en medida de la variación de la brújula, que no apunta al norte geográfico, sino al norte magnético, y esta desviación es distinta según la longitud del lugar. Realmente, no conocemos el método de Faleiro, ni lo sabremos nunca, porque no llegó a embarcar; parece que se volvió loco o así se dijo, y acabaría llevándose su secreto a la tumba: si es que realmente tenía un método secreto, que eso tampoco lo sabemos, y hasta no parece muy probable. Faleiro es el primer misterio de la aventura de Magallanes.