Читать книгу Persona, pastor y mártir - José María Baena Acebal - Страница 9

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INTRODUCCIÓN

 Explicación del título.

 Un oficio ejercido en soledad.

El título de este libro parece estar sobrecargado de dramatismo, sobre todo por el término final de mártir, pero les aseguro que, siendo ya de por sí dramática la vida, y mucho más la de un pastor o una pastora, el uso de esa palabra tiene su porqué, no siendo mi objetivo al emplearlo el de dramatizar en exceso. En primer lugar, mártir significa en su origen griego testigo, y posteriormente, debido a las persecuciones cruentas que sufrieron los cristianos —testigos de la fe de Cristo— adquirió el significado que hoy tiene, referido a alguien que da su vida por una causa cualquiera, no necesariamente de carácter religioso. Aquí, en este título, tiene mucho de su significado original y bastante del segundo, pues quien se dedica al ministerio pastoral, como quien se dedica a otros ministerios cristianos, ofrece su vida al servicio de las almas, de sus feligreses, de su iglesia, como si fuera al Señor; al menos así debe ser.

Aunque la historia nos ofrece multitud de casos en los que ese ofrecimiento fue total, en el sentido que, debido a su condición de dirigentes y responsables de sus iglesias, muchos pastores pagaron literalmente con su vida frente a la persecución de las autoridades civiles —y en ocasiones, también religiosas— de los países en los que desempeñaban sus ministerios. No está tan lejana la persecución sufrida en los países comunistas, ni tampoco la sufrida en España durante y después de la guerra civil. En la actualidad esa persecución se vive en determinados países islámicos y en otros donde la libertad de pensamiento, y por ende la religiosa, no existen. Con todo, el objetivo de este libro es subrayar la entrega y el precio que los llamados al ministerio pastoral y sus familias han de pagar por cumplir el propósito de sus vidas, que no es otro que servir a su Señor, a la vez que sirven a sus prójimos, sean estos miembros de sus iglesias o no. Jesús declaró a sus discípulos cuál era el propósito de su vida: “Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos”. (Mr 10:45). Y así es también con quienes hemos escogido dedicarnos al ministerio cristiano. En el caso de Jesús, debido a su naturaleza divina perfectamente entroncada con la humana, su sacrificio servía para rescatar a la raza humana de su condición pecadora y deshacer la ruptura entre el ser humano y Dios. Nosotros somos llamados a dar la vida, quizá no en forma cruenta, pero sí en entrega total y sacrificada a favor de las almas —entiéndase personas en el sentido integral. De ahí la palabra mártir, porque tal dedicación requiere pagar un alto precio, tema que iremos desgranando a lo largo del libro. Recordemos, no obstante, el testimonio personal del mismo apóstol Pablo, quien escribía a los corintios en su segunda carta, acerca de su ministerio apostólico-pastoral:

En trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno? (2 Co 11.23–29).

He enfatizado las palabras que ponen de manifiesto las dificultades que el propio Pablo tuvo que enfrentar para llevar adelante su ministerio siendo apóstol y pastor. Bien se diría por las veces que repite la palabra peligros, que el ministerio pastoral es un oficio peligroso. Creo, pues, que el calificativo del título está plenamente justificado, siendo verdad que busco con él un cierto efecto en el lector. Pero sigamos adelante.

En la antigüedad clásica, el oficio de pastor gozaba de cierto aura de prestigio o añoranza «romántica»1, dando lugar a un tipo de literatura, sobre todo lírica, llamada pastoril o bucólica, Una muestra de esa literatura es el gran poeta latino Virgilio y sus Églogas. La cuarta es para algunos cristianos, especialmente en el campo católico romano, una profecía del Mesías:

Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro

termina y surge en todo el mundo la nueva dorada,

se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolos.

Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,

¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,

tú conduciendo. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,

nulos a perpetuidad los harán por miedo las naciones.

Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá

mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;

con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.

Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,

la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,

y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.

Henchidas de leche las ubres volverán al redil por sí solas

las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.

Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.

Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba

morirá; por doquier nacerá al amomo asirio.2

Pero, por mucho que algunos de los padres de la iglesia, en tiempos de valoración de lo que los clásicos nos habían legado, y tratando de cristianizarlos en alguna manera, quisieran ver en Virgilio un “profeta”, él era tan solo un poeta pagano. Sus mejores exégetas entienden que hablaba de un futuro emperador romano.

Las Escrituras hebreas también tienen su muestra de esta literatura pastoril, con un ejemplar inigualado e inigualable, como es el Salmo 23, cuyo autor es David, pastor él mismo antes que rey y profeta:

Jehová es mi pastor, nada me faltará.

En lugares de delicados pastos me hará descansar;

junto a aguas de reposo me pastoreará.

Confortará mi alma.

Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.

Aunque ande en valle de sombra de muerte,

no temeré mal alguno,

porque tú estarás conmigo;

tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Aderezas mesa delante de mí

en presencia de mis angustiadores;

unges mi cabeza con aceite;

mi copa está rebosando.

Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,

y en la casa de Jehová moraré por largos días.3

La belleza de este salmo no tiene parangón en la literatura universal. ¡Cuántas veces ha servido de consuelo a millones de creyentes en momentos, tanto de tribulación o angustia, como de sosiego! El príncipe de los predicadores, Spurgeon, lo comenta en su Tesoro de David, editado por CLIE, que hoy tenemos el privilegio de poder leer los hablantes del idioma de Cervantes gracias al trabajo de toda una vida de dedicación de mi buen amigo Eliseo Vila, que lo ha traducido y lo ha enriquecido con comentarios propios.

Ante el rey Saúl, David cuenta su experiencia pastoril: “Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre. Cuando venía un león o un oso, y se llevaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, lo hería y se lo arrancaba de la boca; y si se revolvía contra mí, le echaba mano a la quijada, lo hería y lo mataba. Ya fuera león o fuera oso, tu siervo lo mataba…” (1 Sm 17:34-36). Su relato desvela los peligros de su profesión, pero también un detalle importante: su soledad ante sus responsabilidades de cuidar el rebaño y el peligro. Los pastores trabajan solos en el monte. David tenía que valerse por sí mismo, aunque dada su trayectoria posterior y la valentía con que se enfrentó al gigante Goliat, podemos asegurar que había aprendido a confiar en su Dios, pues él mismo declara: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de manos de este filisteo”. (1 Sm 17:37). En pleno enfrentamiento, siendo objeto del más absoluto menosprecio por parte del gigante, David le contesta: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza”. (1 Sm 17:45-46).

En una entrevista publicada por el periódico El Mundo4 a uno de los todavía restantes pastores de Galicia, los periodistas Marcos Sueiro y Román Nóvoa, recogen el testimonio de Francisco Quintas:

La rutina es siempre la misma pero no deja de ser apasionante porque siempre pasan cosas” dice Francisco. Y es que los peligros que acechan a los animales no solo son naturales, sino que tienen que ver con la rentabilidad de una actividad sacrificada y no especialmente bien remunerada”.

A continuación, explican:

«Hoy en día, en la zona de Allariz, ya solo quedan tres [pastores]. Francisco relata que uno de los últimos que llegó ya se marchó». Y es interesante lo que siguen diciendo: «Francisco pasa prácticamente el día en el monte, desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde, aunque puede haber variaciones dependiendo de la estación del año. Su compañía son los perros adiestrados para cuidar a los animales y algún turista o deportista que se deje ver por la zona de Guimarás. No echa de menos la presencia humana pero sus quejas tienen que ver con lo sacrificado del trabajo y lo poco reconocido que está».

¡Es increíble la similitud que el oficio de Francisco tiene con el de los pastores de almas! Duras y arduas horas de trabajo en soledad, sacrificio, mala remuneración, escaso reconocimiento… Algunos renuncian y se van.

La conclusión de la entrevista es animadora:

Los pastores [se refiere a Francisco y su ayudante Antonio] tienen la piel curtida y las manos endurecidas, su rostro refleja el cansancio. Los dos saben que «hoy por hoy no van dejar la profesión». Saben que desde el monte no les escucha mucha gente, pero también saben que tienen razones, y que el asunto del pastoreo debe tomarse en serio y por el bien de todos. (El énfasis es del autor de la entrevista).

Los dirigentes de las iglesias, entre otros títulos, como obispo o anciano, son llamados pastores, porque su labor espiritual es similar a la de los pastores del monte. En mi libro Pastores para el Siglo XXI dedico un capítulo a comentar la alegoría de Jesús como “el Buen Pastor”, referida por el evangelista San Juan, a la vez que también se le identifica con “la Puerta del aprisco”. Así que este libro de ahora va sobre la realidad de la vida de quienes en la iglesia de Dios son llamados a ejercer este precioso ministerio, por mucho que tenga sus desafíos y sus riesgos, pero como dice Francisco, el pastor de Allariz, también es una labor apasionante.

Nos fijaremos en primer lugar en el hecho que el pastor o la pastora son personas, seres humanos comunes y corrientes. En segundo lugar, son pastores. Ya sé que muchos no aceptarán este planteamiento de pastores y pastoras y puede que se sientan tentados a dejar de seguir leyendo este libro, pero me apresuro a recordarles, como lo hacía en mi libro anteriormente citado que, como mínimo, habitualmente los pastores están casados y tienen una esposa que, aunque no en todas las culturas, en muchos sitios son llamadas “la pastora”. Por último, ya nos hemos referido al calificativo de mártir, que no necesita más justificación.

El libro consta, pues, de tres partes, con sus correspondientes capítulos. Anticipo que es más un libro testimonial, de reconocimiento a la labor esforzada y sacrificada de hombres y mujeres —sin olvidar sus hijos— que han consagrado sus vidas a servir a Dios y al prójimo, y que además de la soledad que muchas veces experimentan, padecen la incomprensión generalizada y la falta de reconocimiento y de apoyo. Sé que hay quienes, siendo pastores, no saben nada de esto; que todo les va bien, que conocen el éxito, son famosos y las gentes los idolatra, que sus hijos estudian en los mejores colegios y universidades y no saben nada de penurias ni de conflictos internos. Estos son una minoría si los comparamos con los miles de pastores que trabajan casi anónimamente, que se esfuerzan por llevar adelante sus congregaciones, luchando contra toda clase de adversidades. No juzgaré ni a los primeros por su éxito y bienestar, ni a los segundos por su situación, muchas veces triste. Mi deseo es que este libro pueda servir de ánimo y de inspiración al lector, cualquiera que sea su situación en la obra de Dios.

Mi convicción es, junto con el apóstol Pedro, que “cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros [nosotros todos, los que nos dedicamos a este hermoso ministerio] recibiréis [recibiremos] la corona incorruptible de gloria” (1 P 5:4).


1. Soy consciente de que el uso de este término aquí es un anacronismo absoluto, puesto que lo romántico es producto de un movimiento artístico, filosófico y sentimental del siglo XIX, llamado por eso romanticismo, que viene de la palabra roman, novela, y que promueve el gusto por lo novelesco, la recuperación de lo clásico, con toda su carga de añoranza por una época desaparecida y sus valores.

2. http://www.iesjaumei.es/depts/cas/lit-univ/tema1/bucolica4.pdf

3. RVR95, de las Sociedades Bíblicas Unidas.

4. http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/17/galicia/1303039492.html

Persona, pastor y mártir

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