Читать книгу Rosas estadista - José Massoni - Страница 10

El escenario internacional

Оглавление

Cuando se juzga la conducta de los gobernantes del Río de la Plata por esos años se olvida de modo sistemático la situación internacional en la que se hallaba nuestro naciente país. En apretada síntesis, sus dirigentes convocaron y organizaron la Asamblea del año XIII que dio inequívocas señales de liberación y progreso social, pero no declaró la independencia, ni dictó la Constitución y cerró instaurando como gobierno el Directorio, un ejecutivo unipersonal que tras vaivenes terminó en manos del ambiguo, aunque en alternativa preferible, Juan Martín de Pueyrredón. Se convocó al Congreso de Tucumán —con ausencia de las provincias Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones ya independientes bajo la dirección de Artigas— que trabajosamente y bajo la insistente presión de San Martín desde Mendoza, logró arribar a su momento estelar de la declaración de la independencia el 9 de julio de 1816. Pero el Congreso culminó sus trabajos con el dictado de la Constitución de 1819, claramente unitaria y, cuando menos, poco democrática.

Pero es excepcional se recuerde que, para entonces, cuando San Martín entre 1815 y 1817 —con medios que se procuraba del Cuyo que gobernaba y salteadas ayudas que exigía a Buenos Aires y lograba parcialmente merced a impulsos de Pueyrredón— preparaba su expedición libertadora a Chile y Perú, la relación de fuerzas en occidente se había volcado nítidamente a favor de España y los realistas de América. Derrotado Napoleón en Waterloo, la Santa Alianza reunida en el Congreso de Viena, en el marco de su propósito de sepultar la Revolución Francesa definitivamente con el retorno a los regímenes absolutistas para siempre, restableció la dinastía de los borbones en España, cuya vuelta al poder se manifestó en América con la recuperación y pacificación total de Perú y Chile por el virrey Abascal, la captura y muerte de José María Morelos en noviembre de 1815 en México y el avance imparable del cuerpo expedicionario español en Venezuela y Nueva Granada, haciendo que el único territorio libre de España de todo el continente fueran las solitarias Provincias Unidas del Río de la Plata, hacia donde la metrópoli restauradora decidió enviar una gran expedición armada, a finales de 1815.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata eran el único territorio libre y republicano del continente, tenían dificultades económicas ímprobas, desavenencias y luchas internas, estaban rodeadas de enemigos por todos los costados y bajo la amenaza de una fuerza militar enorme que preparaba la derecha reaccionaria en Europa. Tenía, también, un pueblo y una dirigencia con vocación de libertad inquebrantable. En ese marco debe juzgarse la inmensidad del valor político del libertador San Martín, verdadero padre de la patria. En esos momentos límite pugnó incansablemente para que el renuente Congreso de Tucumán hiciera la formal declaración de independencia y tras una colosal labor de reclutamiento, entrenamiento, logística de transportes y armamentos y estrategias políticas de alianzas con los indios y patriotas chilenos e inteligentes maniobras de distracción, condujo a su ejército a un cruce de la cordillera de los Andes realmente épico, para caer sobre el Chile realista, recuperarlo para la libertad y continuar la gesta hasta la liberación del Perú para culminar en el encuentro con Bolívar que, después que el Ejército de los Andes, había comenzado su trayectoria liberadora desde Caracas.

La situación era harto difícil, en rigor, dramática. El declive del imperio español era muy incipiente y el retorno de Femando VII al trono de España con la ayuda del ejército inglés conducido por Wellington, como pieza del triunfal movimiento de restauración absolutista realista para el continente europeo y sus colonias que condujo la Santa Alianza, había fortalecido las fuerzas que se proponían aplastar la liberación en los países de América. El repuesto rey era partidario de una pronta y fuerte Gran Expedición contra Buenos Aires, a un costo de unos 100 millones de reales.

El crecimiento de Inglaterra como potencia estaba aún en ciernes, tanto más el de Estados Unidos. Este contexto implicaba a la vez serios riesgos y nuevas posibilidades para el movimiento separatista hispanoamericano. Posibilidades, sobretodo, a través de la creciente aunque discreta ayuda británica, en provisiones y armas a los ejércitos patriotas al debilitarse la alianza que tuviera con España. Los Estados Unidos, por su lado, habían firmado la paz con Inglaterra (Gante, 1814) y se interesaban en dar paso a una política más favorable a los patriotas del sur del continente(16). Las condiciones en España, además, no eran estables. Hubo una revolución liberal en la que se concibió a las colonias americanas integrando una comunidad hispánica renovada, donde gozarían, «de una representación y libertad que los hace iguales a nosotros y los libera de toda diferenciación odiosa(17)». Restablecido otra vez el absolutismo en España en 1823, por decisión de la Santa Alianza y ejecución de Francia de Luis XVIII, llegó demasiado tarde para que aquélla pudiera recuperar sus colonias. Por el contrario, este regreso al absolutismo español provocó una actitud más decidida de Inglaterra en favor de los insurgentes hispanoamericanos, mientras que en Estados Unidos, en ese 1823, el presidente Monroe decía a la Europa de la restauración su hostilidad a toda empresa que buscase la reconquista de América. Recuerdo que llama a calificar los hechos y sus doctrinas de arreglo su momento histórico, pues entonces fue concebida por sus autores, en especial el ministro John Quincy Adams, como proclamación de respuesta a la amenaza que suponía la factible instauración en territorio americano de la restauración monárquica de Europa y la Santa Alianza.

En el transcurso de esos años las amenazas para nuestra patria provenientes del mundo europeo, cuando se hallaba completamente sola y en labores de parto, fueron de origen tan amplio como que incluía a todas las potencias que no eran España. En la conferencia de Aquisgrán en 1818 entre Austria, Prusia, Rusia y Reino Unido, como uno de los muchos asuntos allí tratados se propuso a finales de octubre la pacificación de las colonias españolas y se consideró presionar a los «insurgentes» americanos con medidas de fuerza, boicot comercial y amenazas de intervención armada, postura que al final no prosperó por la oposición de Gran Bretaña. Obvio que esas maniobras eran conocidas por los patriotas del Río de la Plata, y por ejemplo Rivadavia operaba en Londres —centro de las negociaciones— para establecer contactos entre los realistas españoles y los «insurgentes» para la formalización de un armisticio, previo al establecimiento de negociaciones entre plenipotenciarios españoles y americanos(18).

En síntesis, reiteramos, la posición nacional era harto complicada y riesgosa. La grieta que es centro de nuestra observación mantuvo su esencia de hendidura entre revolucionarios continuadores de Mayo y quienes objetivamente jugaron papeles quietistas o retrógrados, pero en punto a la valoración de los hombres por su ubicación al frente de las fuerzas políticas que actuaron en uno u otro lado de la línea de separación cabe ser cautos y considerar la amenazante situación de contexto internacional que envolvía a casi todos.

Rosas estadista

Подняться наверх