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Introducción

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Ante todo dejamos claro que cuando tratamos de la historia argentina y las divisiones antagónicas y secundarias que en ella se desplegaron, el escenario geográfico está constituido por su actual territorio y extensiones limítrofes cuando era parte principal de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y por sobre todo que constituirá esencialmente la relación de hechos y sucesos del país de los blancos, que creció en lucha para la dominación de los pueblos originarios, sobre cuyo papel —enfrentado siempre y aliado a veces— en relación con la culturización blanca, trataremos de no eludir cuando la colecta de elementos documentales, sepultados por desprecio u olvido, hayan dejado huellas levantables significativas. No olvidemos, por tanto, que la siguiente relación se refiere a sólo uno de los lados de la primera y profunda grieta cavada entre los conquistadores y su descendencia y los pueblos originarios.

La historia de la Argentina blanca es la de sus luchas de clases con las particularidades propias de un país rico en recursos naturales pero marginal en extremo geográficamente, dependiente de las grandes potencias económicas y con dirigentes influidos cultural e ideológicamente por los intelectuales, políticos y filósofos que sucesivamente fueron brotando en los países asiento de aquellas fuerzas productivas dominantes en el mundo occidental del que procedemos.

Cuando decimos Argentina sucede entonces que nos estamos refiriendo a la asociación de los habitantes blancos —y luego mayoritariamente mestizos— de su suelo, que llevan pujando por más de doscientos años procurando construir una sociedad que se gobierne con independencia de esa sujeción material y cultural a los poderes extranjeros, públicos y privados, en pos de lograr una nación que privilegie el buen progreso y la buena vida de los miembros de su pueblo.

Ello significa que esa asociación, como toda sociedad contemporánea, contiene dentro de sí plurales sectores con objetivos específicos que pueden ser paralelos, convergentes desde distintas fuentes, coincidentes sólo en tramos, y hasta antagónicos siempre. La amalgama, influida en su composición por un constante movimiento interno, la construye un claro sentido de libertad de acción como colectivo singular dentro de la multiplicidad del mundo, con el fin de lograr la insoslayable independencia económica de aquellas usinas de poder que le permita asegurar, a un tiempo, el objetivo final de todas sus aspiraciones, que no son otras que el desarrollo pleno de las posibilidades existenciales como seres humanos de todos y cada uno de sus miembros.

Esa masa que hoy incluye —meros ejemplos extremos— pueblos aborígenes, peones hacheros esclavos en las devastaciones forestales, exquisitos científicos, obreros, intelectuales y artistas aplaudidos internacionalmente, técnicos, operarios y empresarios de producciones diversas, han tenido como pegamento objetivo aquel interés nacional y de organización democrática igualitaria en el que coinciden, porque con hartos motivos lo conciben o intuyen como paso ineludible para sus concepciones de mejor vida y progreso.

En formulación esquemática —sucinta pero medular— esa masa nacional, popular y democrática lleva dos siglos y diez años enfrentada a quienes, también nacidos en esta tierra, han tenido posiciones extranjerizantes, elitistas y aristocráticas. Ha sido la lucha por la independencia política y económica, la democracia y la igualdad social, contra sus enemigos abiertos o solapados, propios o ajenos. Habiéndose dado todos los matices y mezclas imaginables, fugaces y no tanto, pero ubicándose esencial y realmente a un lado o el otro. Esa es la grieta que divide la sociedad argentina y que no debemos cerrar, porque su desaparición por sutura sólo significaría —inevitablemente por potencia objetiva y cultural— la completa victoria del lado oscuro, el de los poderosos por explotación y latrocinio, los que desprecian toda manifestación de igualdad entre los humanos, los cipayos que se alían o se aceptan como administradores locales de las corporaciones internacionales y los gobiernos imperiales.

La brecha sólo puede desaparecer —y con ello el advenimiento de la paz social— por la independencia de nuestro pueblo para manejar sus intereses y la concreción de plena y buena vida de todos sus miembros, que conlleva por necesidad la hegemonía rotunda y extensa en el tiempo del campo democrático, popular y nacional.

La grieta, como fenómeno político, social y económico, reconoce una larga historia, tanto que puede hallarse en el período histórico de la humanidad que nos plazca, en las distintas civilizaciones.

Pero aquí nos ocuparemos de la nuestra como país, en lucha por su independencia desde 1810 hasta el presente, en guerra que no ha cesado. Nunca.

Rosas estadista

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