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Noviembre de 1918. En el Seminario de Logroño

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¿Sacerdote? ¿Quieres ser sacerdote?

Sus conocidos se asombraban al oírselo decir, porque Josemaría no había hablado nunca de esa posibilidad; y desde entonces algunos compañeros de instituto –que soñaban con ser médicos o ingenieros– comenzaron a «mirarle por encima del hombro»49.

¡Si al menos hubiese decidido formar parte de «una Orden de prestigio»! Pero, ¿cura? ¿Simple cura? Aquello no tenía brillo social. Además, la mayoría de los que deseaban ingresar en el Seminario no habían hecho siquiera el bachiller y se contaban con los dedos de las manos los que aspiraban a cursar una carrera universitaria. La mayoría procedían de modestas familias campesinas.

El 29 de noviembre de 1918, a los dieciséis años, ingresó en el Seminario Diocesano de Logroño. Lo hizo en calidad de alumno externo, posiblemente por razones económicas50. Por otra parte, ser externo era lo habitual para los chicos que residían en la ciudad51. Aquel año el comienzo de curso se retrasó hasta el 29 de noviembre, a causa de la epidemia de gripe que afectó a gran parte de Europa.

El Seminario estaba cerca de su casa, en la calle Sagasta, y ocupaba un caserón destartalado que había albergado en la planta baja, hasta el año anterior, una sección de Artillería con las caballerizas correspondientes. Allí estudió Escrivá durante dos años. Su confesor fue, muy probablemente, el Director de Disciplina, Gregorio Fernández Anguiano, al que denominaría, años después, aquel sacerdote santo52.

Los profesores le describieron como un chico «comunicativo», «de temperamento fuerte», que influía positivamente en los demás53. Uno de sus compañeros recordaba su modo de ser, franco y directo. Tenía un carácter vivo y despierto, que –genio y figura– conservaría hasta su muerte: «iba enseguida al grano»54.

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