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Tres meses antes

El hombre caminó lentamente hacia el escarpado barranco. Un sudor frío le recorrió las mejillas sin que la suave brisa mañanera pudiera hacer nada por impedirlo. Fue a pocos pasos del borde cuando supo que ellos también estaban allí.

Se preguntó cómo pudo haberlo hecho, cómo pudo haber escapado. Tembló al adivinar que en ese preciso instante lo observaban desde la distancia, al acecho, esperando un movimiento en falso para darse el gusto de acabar la tarea por sí mismos. Notaba cómo los oscuros y acuosos ojos de ella, enmarcados por profundas arrugas, se le clavaban en la nuca, arrastrándolo hacia un destino del que ya no podía escapar.

Dio un par de pasos más y, una vez en el filo, se sintió tentado de mirar atrás una última vez. Había imaginado con anterioridad esa escena muchas veces, por lo que, antes de dar el último paso, tenía que cerciorarse de que todo se mostraba tal y como suponía. Entonces la vio. Vestida totalmente de negro, sus largas canas bañadas por la fría claridad del amanecer se mecían al viento. Su enorme boca mostraba una maquiavélica sonrisa. Se sorprendió al descubrir un arma de fuego en su mano derecha, aunque no lo apuntaba con ella. Ambos sabían que no haría falta llegar a ese punto.

El hombre tragó saliva con aquella macabra imagen clavada en su retina y volvió la vista hacia el precipicio. De pronto, un grito desgarrador, de esos que se guardan para siempre en la memoria, irrumpió a sus espaldas. Al poco, vino otro aullido. Y luego otro, resonando cada vez más cerca.

La estampa que acababa de entrever junto con aquellos sórdidos alaridos nubló lo poco que restaba de sus sentidos. Un inmenso pánico se apoderó de él. Tomó una última bocanada de aire.

Entonces saltó.

Senderos tras la niebla

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