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Capítulo 8. Doncellitas en los conventos teresianos

En algunos de los conventos fundados por santa Teresa entraron algunas niñas de pocos años: ocho o nueve años. En las Constituciones primitivas de sus monjas no se dice ni una palabra sobre este hecho. En las Constituciones del capítulo de Alcalá de 1581 se manda que no se dé el hábito a ninguna aspirante antes de los 17 años.

Por el epistolario de la Santa vemos que tenía que pedir permiso a los superiores para poder recibir a estas niñas. Escribe al padre Gracián, como visitador provincial: «Antonio Gaytán ha estado aquí: Viene a pedir se le reciba en Alba su niña, que debe de ser como la mi Isabelita de edad. Escríbenme las monjas que es en extremo bonita. Su padre le dará alimentos y después todo lo que tiene fuera del vínculo. Que dicen serán seis o setecientos ducados y aun más; y lo que hace por aquella casa y ha trabajado por la Orden no tiene precio» (Cta 205, 1).

El interés que tiene por alcanzar el permiso le hace decir: «Suplico a vuestra paternidad no me deje de enviar la licencia por caridad, y presto; que yo le digo que nos edifican estos ángeles y dan recreación. Como hubiese una en cada casa y no más, ningún inconveniente veo sino provecho». Así pensaba la Madre, pero en 1583, ya muerta ella, el Capítulo de los descalzos prohibió que se recibiesen niñas en sus conventos.

¿Cuántas fueron?

Las que la Santa había recibido en sus conventos fueron cuatro: Teresita, hija de su hermano Lorenzo de Cepeda, Isabel Gracián, hermana de Jerónimo Gracián, Casilda de Padilla y Mariana Gaytán.

Isabel Gracián

En la visita ya descrita que hizo doña Juana Dantisco a la Madre en Toledo, habla de Isabel Gracián, y dice «que está que no hay más que ver de bonita y gorda. La señora doña Juana no acaba de espantarse de verla [...]. Es toda la recreación que acá tengo» (Cta 124, 4). Y no hace más que elogiarla: «¡Oh, qué hermosita se va haciendo! ¡Cómo engorda y qué bonita es! Dios la haga santa» (Cta 124, 16).

A esta Isabel de Jesús (Dantisco) le cuelga como un collar de elogios, de alabanzas diciendo: «está muy bonita»; «la mi Isabel está buena y bien agradable», y «es toda nuestra recreación»; «la nuestra Isabel está hecha un ángel. Es para alabar a Dios la condición de esta criatura y el contento»; «mi Isabel está cada día mejor»; «mi Isabelita está muy buena»; «mi Isabel de Jesús me escribe ya, y todas no acaban de estar contentas con ella, y con razón»; «hallé a mi Isabel muy gordita, con unos colores que es para alabar a Dios»; «de la mi Isabel de Jesús me escriben cosas que es para alabar a Dios».

Ya se ve el afecto de la Madre para esta criatura, a la que llama unas veces «la mí» y otras «la nuestra» Isabel. Era su recreación, su juguete, si se nos permite.

En 1577 escribe todavía la Madre acerca de Isabel Dantisco, su «mi Bela»:

Es extraña la habilidad de esta criatura, que con unos pastorcillos malaventurados y unas monjillas y una imagen de nuestra Señora que tiene, no viene fiesta que no hace una invención de ello en su ermita o en la recreación, con alguna copla, a que ella da buen tono, y la hace, que nos tiene espantadas (Cta 175, 6).

En diciembre de 1576 escribe la fundadora a Gracián y le habla de su hermanilla:

Mi Isabel está cada día mejor. En entrando yo en la recreación, como no es muchas veces, deja su labor y comienza a cantar: “La Madre fundadora / viene a la recreación / bailemos y cantemos / y hagamos el son”. Esto es un momento: Y cuando no es hora de recreación, en su ermita tan embebida en su Niño Jesús y sus pastores y su labor, que es para alabar al Señor, y en lo que dice que piensa (Cta 169, 1).

Mariana Gaytán

Fue admitida en Alba de Tormes en 1577. Se cuenta que cuando entró de niña en Alba era tan pequeña que la metieron por el torno. «Cuando se ponía triste o hacía alguna travesura, la Santa la solía amenazar diciéndole cariñosamente que la iban a despachar las monjas. Y como ya iba creciendo bastante, ella replicaba con sus más o menos de gracia y de burla: “Sea muy enhorabuena, si me sacan por donde me metieron”».

Allí estaba cuando llegó la Santa en su último viaje a Alba; Mariana, la víspera de la muerte de la Santa, andaba «revolviendo entre sí, que si la Santa se moría, no le darían la profesión. La enferma, penetrando en su interior y acariciándole el rostro con la mano, le dijo: “No tenga pena, hija, que aquí ha de profesar”». Y de hecho profesó el 13 de diciembre de 1585. Murió en Tarazona, donde había ido a fundar. En 1612 fue nombrada priora de esa casa, muriendo allí el 13 de diciembre de 1615. Declara en el proceso de canonización de santa Teresa el 1 de abril de 1592.

Casilda de Padilla

De ella habla santa Teresa en el libro de Las Fundaciones, capítulos X y XI. Ingresó en Valladolid en 1573, todavía niña. Profesó en 1577. Por injerencias de su madre salió en 1581, retirándose, finalmente, a las concepcionistas de Madrid. Declaró en el proceso de la Santa de 1610. En su respuesta a la pregunta 51 declara que tuvo tan estrecho trato con la Santa, «que siendo de pequeña edad la abrigaba la Santa y dejaba adormecer en su regazo» (BMC 20, 416).

Teresa de Cepeda: Teresita

Hemos hablado de Isabel Dantisco, Mariana Gaytán y Casilda de Padilla, que tenían encantada a la Madre Teresa con la inocencia de su vida y la gracia cuasi infantil con que alegraban los conventos de Toledo, Alba de Tormes y Valladolid. No fueron las únicas, aunque a la Santa le hubiera gustado que hubiera una en cada convento. Nos queda por ver a una sobrina carnal de santa Teresa.

Se encuentra santa Teresa en Sevilla y el 12 de agosto de 1575 le llega la noticia del arribo de su hermano Lorenzo a Sanlúcar de Barrameda. Viene de Ecuador con tres hijos: Francisco, Lorenzo y Teresita. Enseguida les escribe y envía algunas cosillas. A los pocos días llegaron a Sevilla. Dando noticias a María Bautista, su sobrina, de la llegada de los suyos de las Américas, dos semanas después, ya se refiere nominalmente a Teresita, que tiene ocho o nueve años «harto bonita y hermosa» (Cta 88, 2).

Y ya comienza a pensar en meterla en el convento de Sevilla, y cuando escribe al padre Gracián el 27 de septiembre ya se encuentra la chiquilla en el convento. Antes ha consultado la Madre al doctor Enríquez, jesuita, y a un dominico llamado fray Baltasar. El jesuita le comunica que entre otras cosas que le enviaron del Concilio bien declaradas por una junta de cardenales estaba la siguiente: «Que no se puede dar hábito de menos de doce años, mas criarse en el monasterio sí» (Cta 89, 3). De igual parecer era el dominico consultado.

Aunque no se le pueda dar el hábito oficialmente ya como novicia, se lo dieron informalmente:

Ya ella está acá con su hábito, que parece duende de la casa, y su padre que no cabe de placer, y todas gustan mucho de ella; y tiene una condicioncita como un ángel, y sabe entretener bien en las recreaciones contando de los indios y de la mar mejor que yo lo contara. Holgádome he que no les dará pesadumbre. Ya deseo que vuestra paternidad la vea (Cta 89, 3).

Ha sido Gracián, en calidad de visitador de la Orden, quien ha dado el permiso para que la recibieran a sus nueve años. Y sigue diciendo: «Creo que se ha de servir (al Señor) de que esta alma no se críe en las cosas del mundo. Ya veo la caridad que vuestra paternidad me ha hecho, que, dejado de ser grande, el ser de manera que no quede con escrúpulo ha sido muy mayor» (ib).

En el viaje que emprende la Madre desde Sevilla a Malagón y Toledo lleva consigo a la sobrina ecuatoriana de la que dice: «Teresa ha venido dando recreación por el camino y sin ninguna pesadumbre» (Cta 108, 8). Y escribiendo a María de San José a Sevilla vuelve a hablar de la muchacha: «Teresa ha venido, especial el primer día, bien tristecilla; decía que de dejar a las hermanas» (Cta 109, 3). Ahora «no la escribe porque está ocupada; dice ella que es priora, y se le encomienda mucho». Ya podemos pulsar el cariño de la Madre, que se fija en todo lo que dice, lo que hace y lo que siente la sobrina.

Y Jerónimo Gracián en sus Escolias a la vida de santa Teresa, del P. Ribera, ofrece esta deliciosa estampa de Teresita:

Esta niña entretenía a la Madre y le daba recreación, porque le contaba de la mar del Sur y de las tormentas que habían pasado y hablaba la lengua india, con que la Madre estaba la boca abierta gustando mucho de oírla. Parécese mucho en el rostro a la Madre y mucho más en las obras, porque siendo de esta edad comenzó a dar muestras de tanta perfección y desasimiento de todas las cosas criadas, que habiéndola un día dado su padre unas sortijas de vidrio o azabache, diciendo yo que ¡buena cosa es tener curiosidades una monja descalza!, dióle un gran llanto, y tomó las sortijas e hízolas pedazos entre una piedra.

En otra carta dirá la Santa a María de San José que se queda por ahora en Toledo, «que antier se fue mi hermano e hícele llevar a Teresa, porque no sé si me mandarán que vaya con algún rodeo y no quiero ir cargada de muchacha» (Cta 114, 1).

En carta de septiembre a Sevilla vuelve a decir: «A Teresa le va muy bien. Es para alabar a Dios la perfección que llevó por el camino, que ha espantado. No quiso dormir noche fuera del monasterio. Yo le digo que si lo trabajaron con ella, que las honra bien. Nunca acabo de agradecerlas la buena crianza que la hicieron, ni su padre tampoco. Rompí una carta que me escribió que me ha hecho reír [...]. Escríbenme que todavía tiene de Sevilla soledad y las loa mucho» (Cta 122, 11).

En su correspondencia la Santa sigue dando noticias menudas de la sobrina y opiniones sobre su modo de ser, como se puede ver por estas simples frases: «Pues Teresica, ¡las cosas que dice y hace!»; y otra vez: «¡Oh, pues Teresa, lo que ha hecho y dicho!»; disfruta con las cartitas que le escribe: «La carta de Teresica me ha caído mucho en gracia».

La Santa, cuando partió para la fundación de Burgos, llevó consigo a Teresica, «que me dijeron que la querían poner en libertad sus parientes y no la osé dejar» (Cta 432, 4).

¿Quién es la princesa?

Volviendo ahora al caso de Isabel Dantisco, ya referido, sucedía que, como era natural, las monjas de los conventos que conocían un poco a las dos muchachas se inclinaban por una o por otra. Y la Santa que también andaba en la discusión, aunque trataba de disimular, como parte interesada, por aquello del parentesco con Teresita, pinta la cosa con una gracia extraordinaria. Contestando a una carta de María de San José le dice: «Donosa está en no querer que sea otra como Teresa». Y tratando de derribar esa pretensión, replica:

Pues, sepa, cierto, que si esta mi Bela tuviera la gracia natural que la otra y lo sobrenatural (que verdaderamente veíamos obraba Dios algunas cosas en ella), que el entendimiento y habilidad y blandura, de que se puede hacer de ella lo que quisieren, que lo tiene mejor. [...] Solo tengo un trabajo: que no sé cómo le poner la boca, porque la tiene frigidísima y se ríe muy fríamente, y siempre se anda riendo. Una vez la hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad. Quien ha visto la gracia de Teresa en cuerpo y en todo, echarlo ha más de ver, que así lo hacen acá, aunque yo no lo confieso, y a ella se lo digo en secreto. No lo diga nadie, que gustaría si viese la vida que traigo en ponerle la boca. Creo, como sea mayor, no será tan fría; al menos no lo es en los dichos (Cta 175, 6).

Y después de esta presentación tan deliciosa y aguda, dice a la destinataria de Sevilla: «Hela aquí pintadas sus muchachas, para que no piense que le miento en que hace ventaja a la otra. Por que se ría se lo he dicho».

Teresita fue novicia en San José de Ávila, donde profesó, ya muerta la Santa, en noviembre de 1582. Murió en Ávila el 10 de septiembre de 1610, a la edad de 43 años. Declaró en el proceso informativo de Ávila de santa Teresa en 1596 (BMC 18, 189-198). Son preciosas sus declaraciones, de las que recordamos algunas acerca de su santa tía:

Tenía una afabilidad extraña; en toda ella mostraba un ser más que humano y una sencillez y nobleza, que decía algo con aquella primera inocencia.

En la fe la hizo Dios tanta merced, que no solo la tuvo grande, sino que jamás tuvo tentaciones contra ella. Tenía la tan arraigada en su alma, que la parecía que contra todos los herejes se pudiera a hacerles entender iban errados. Decía que las cosas de la fe, mientras menos las entendía, más las creía y mayor devoción le hacían. Y aunque siempre estaba con letrados, nunca preguntaba, ni aún lo deseaba saber, cómo hizo Dios esto, o cómo pudo ser; porque para ella no había menester más de: hízolo Dios todo, y con esto no tenía que espantarse sino que le alabar.

Procuraba todo lo que podía encubrir sus ejercicios, sin dar muestras exteriores de santidad ni composturas fingidas; antes tenía un exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba por santa; pero tenía en toda ella un no sé qué tan de sustancia, que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la trataban, que lo era mucho sin diligencia suya. Nunca estaba ociosa, ni le faltaba en qué ejercitarse aun hasta las doce y la una de la noche.

Era lenguaje suyo muy ordinario: «o morir o padecer».

Los papiros de la madre Teresa de Jesús

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