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Capítulo 10. El realismo de santa Teresa

Santa Teresa es una de esas personas realistas de veras. Ella, como los santos auténticos, suelen ser muy realistas, es decir, brillan por su realismo humano y cristiano.

Servir en lo posible al Señor

Comenzó a escribir en Toledo el 2 de junio de 1577 su gran libro Castillo interior o Las Moradas y lo terminó en Ávila el 29 de noviembre de ese mismo año. Ya al final del libro, después de haber hablado de cosas tan altas y sublimes, da la impresión de que quiere aterrizar. Bajando a las aplicaciones prácticas más esenciales fundamenta lo que andamos llamando realismo cristiano y espiritual. Y lo hace amonestando a quien quiera seguirla que tenga cuidado con los deseos grandes que algunas veces nos pone el demonio o nuestra imaginación «para que no echemos mano de lo que tenemos a mano para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentos con haber deseado las imposibles» (7M 4, 14). Aquí está la clave para vivir auténticamente el realismo espiritual.

Aconsejando a su hermano Lorenzo

Desde esta observación aconseja también a su hermano Lorenzo, vuelto de las Indias, en lo temporal y espiritual. Entre los consejos que le da le dice en carta de 1576, y en otras: «vuestra merced es inclinado y aun mostrado a mucha honra»; es decir, acostumbrado a aparentar nobleza, hidalguía, a gastar lo que no se tiene para que le consideren a uno. La Santa le va a la mano y le dice que recorte todo ese boato, todos esos gastos inútiles y que «ganará más en tener para hacer limosnas con Dios y aun con el mundo, que ganarán sus hijos» (Cta 113, 3). Y va más allá: «Por ahora no querría comprase mula, sino un cuartago que aproveche para caminos y servicio». «Cuartago» significa caballo de mediano cuerpo, no le hace falta un percherón. Así la hermana monja de clausura sabe aconsejar con realismo de este mundo. Pero no termina aquí la cosa. Don Lorenzo, el «indiano», comenzó a querer imitar a su santa hermana, en el modo de hacer la oración, y otros ejercicios espirituales. Le había dicho Teresa que ella oraba también durante la noche. Lorenzo se creyó que había que levantarse, dormir menos y orar más a esas altas horas de la noche. Y ella le contesta: «en el dormir vuestra merced, digo y aun mando que no sean menos de seis horas [...]. Y le larga último golpe: «¡Qué bobo es, que piensa que es esa oración como la que a mí no me dejaba dormir! No tiene que ver, que harto más hacía yo para dormir que por estar despierta» (Cta 182, 7).

Había comprado Lorenzo una buena finca cerca de Ávila llamada la Serna. Después le empezaron a entrar escrúpulos de tal compra. Su hermana le dice que se deje de tonterías, que son tentaciones, que lo que ha gastado en esa finca está bien gastado y para que no ande con más pamplinas le dice: «No dejaba de ser santo Jacob por entender en sus ganados, ni Abrahán, ni san Joaquín, que, como queremos huir del trabajo, todo nos cansa...; que hemos de servir a Dios como Él quiere y no como nosotros queremos» (Cta 172, 11).

Con esto le está diciendo que sirva a Dios con y en sus negocios y le añade: «Desengáñese de eso, de que tiempo bien empleado, como es mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración. En un momento da Dios más, hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos». Al enterarse de que Lorenzo ha hecho alguna promesa espiritual muy comprometida, se lo reprende: primero porque no le ha dicho nada antes de hacerlo; y segundo, porque hacer promesa firme de no cometer ni el más pequeño pecado venial, le parece cosa peligrosa. Y le confiesa: «Eso no lo osara yo prometer, porque sé que los apóstoles tuvieron pecados veniales. Solo nuestra Señora no los tuvo. Bien creo yo que habrá tomado Dios su intención. [...] y no le acaezca más cosa de promesa, que es peligrosa cosa» (Cta 172, 9). Le aconseja también que ponga en orden todas sus escrituras, «y póngalas como han de estar. Y lo que gastare en la Serna es bien gastado, y cuando venga el verano gustará de ir allá algún día» (Cta 172, 11).

Oración y virtudes

Otro ámbito para ver el realismo que enseña la Madre Teresa está en lo siguiente: «Torno a decir que para esto (para construir la propia vida con buenos cimientos) es menester no poner vuestro fundamento solo en rezar y contemplar; porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas siempre, os quedaréis enanas; y aun plega a Dios que sea solo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece descrece, porque el amor tengo por imposible contentar de estar en un ser, adonde le hay» (7M 4, 9).

En la Santa se da este fenómeno estupendo: enseña a caminar desde lo más sencillo a lo más alto, a lo más sublime y después hace retomar tierra a sus lectores, a sus discípulos para que vuelvan a lo simple, a lo transparente, a lo de cada día, pero con ojos nuevos, con corazón enriquecido. Así, por ejemplo, explica lo que ya hemos dicho más arriba hablando de lo posible y lo imposible y enseña a posarse en la vida de cada día, en la pista de las virtudes caseras, intracomunitarias, intrafamiliares que hay que vivir como semilla y como fruto de todas aquellas sublimidades descritas anteriormente. Quien no se hace santo en el ambiente en que le toca vivir, despídase de esas fantasías de ser santo en algún otro rincón de la tierra, en el país de las maravillas, pues ese país no existe más que en la fantasía. Para no quedarse enanos enseña que hay que practicar las que llamamos virtudes humanas que hoy nos gusta más bien llamar valores humanos, aunque el valor es más amplio que la virtud. La doctrina de la Santa acerca de estos valores tiene una ventaja sobre las enseñanzas de los tratadistas de moral o espiritualidad, por ser hija de su experiencia, de su vida, de sus observaciones, y ser ella ejemplar y espejo en tales valores y virtudes. Vivir esos valores y virtudes es vivir en la realidad tal como debe ser, y echar mano de lo posible para ser persona auténtica.

Puestos a escoger esos valores humanos, puestos a hacer una verdadera antología y a escuchar la catequesis de la Santa sobre ellos con sus palabras y ejemplos, yo engarzaría como en un collar las siguientes que me parecen muy significativas y aleccionadoras: la llaneza, la alegría, la laboriosidad, la sinceridad, la verdad, el agradecimiento o gratitud, la afabilidad, la bondad, el ánimo, la confianza, la conversabilidad, el buen humor, la cortesía, la educación, la limpieza, la nobleza, la sencillez, la magnanimidad, la suavidad, la humildad, la perseverancia, la paciencia, la amabilidad, la comprensión, la ternura y la determinación como actitud decidida.

Nos bastará ya con estas 26, que he puesto a modo de letanía. Si a estas virtudes o valores se yuxtaponen los que pueden ser antivalores o antivirtud o vicios a evitar, a extirpar del huerto del alma como malas yerbas, su magisterio se ensancha y enriquece viendo lo que según ella hay que evitar y corregir. Y aquí vendrían: la murmuración, la codicia, el amor propio, la inconstancia, el celo indiscreto, la envidia, la pusilanimidad, la vanidad, la tristeza, el egoísmo...

Ya dijo ella con gracia: en esto de virtudes «es más fácil de escribir que de obrar; y aun a esto no atinara, porque algunas veces consiste en experiencia el saberlo decir, y debo atinar por el contrario de estas virtudes que he tenido» (CV 8, 1).

Siendo tan importante este mundo de las virtudes en el magisterio integral de santa Teresa, en otro momento se podría hablar más abundantemente de esos valores y virtudes; y por la unión que hay entre todas las virtudes hablar de una es, en cierto modo, hablar de todas las demás. Ahora nos basta con haber presentado ese collar de virtudes, entre las que descuella el agradecimiento o la gratitud. Era una de las virtudes más características de la Santa. Ser agradecida era en ella algo connatural, algo tan natural como respirar. Tiene conciencia clara de ello y así lo dice: «con ser yo de mi condición tan agradecida» (V 35, 11).

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