Читать книгу Los papiros de la madre Teresa de Jesús - José Vicente Rodríguez Rodríguez - Страница 6

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Capítulo 1. Santa Teresa de Jesús, una voz para nuestro tiempo

Bien entendía que era Dios, mas no podía entender cómo obraba aquí (V 16, 2).

Santa Teresa siempre estaba asombrada por la acción de Dios en su persona, en la historia de su vida. Ella, tan poca cosa como sentía que era; tantas veces enferma, débil de verdad, físicamente. Hasta nuestros días llega su poderosísima voz y su Palabra. Voz que se llenó de Dios y que vivía de ella, porque la fuente de la que bebía era hermosa y quería que todos la conocieran; la fuente, no a ella. Muy a pesar suyo (se sentía indigna), ella, la mujer Teresa de Jesús, quedó vestida de la hermosura de Dios. Sus ojos nos llevan a mirar la vida de hoy, con sus retos y desafíos; como ella lo hizo en su tiempo, poniendo sus ojos en la vida, nos enseña a mirar a Dios. Teresa habla con Dios y con nosotros, siempre, desde la vida.

¿Cómo construyó Teresa esta fecunda relación con Dios, cómo bebía de esta fuente?

La gran lección que nos deja es que el tesoro de Dios no es solo para unos pocos, es para todos. Por eso nos dejó su vida y sus obras. Teresa quiso vivir y vivió, con sentido propio y singularidad de mujer, su oración, su experiencia con Jesús. Entendía que la relación personal con Jesús no podía estar solo en manos de clérigos y varones: las mujeres también podían, y debían. Quería que ellas pudiesen rezar en libertad, según su amor y su conciencia; desde sus deseos y, a solas ellas mismas, con Dios. Lo llamó oración mental, que estaba entonces más bien prohibida para ellas. Quiso también que las mujeres de sus conventos se formaran leyendo y que fueran cultas. Les dio voz, y ella impregnó nuestra historia con su palabra. Todo ello era un desafío para la Iglesia de entonces. También para la de hoy, que se rinde ante ella, en celebraciones, ¿pero alcanzarán a la mujer Teresa de Jesús que habló con Dios?

Entabló con Jesús de Nazaret una particular y extraordinaria relación. Teresa dejó que el Evangelio moldeara su vida. Así se convirtió en Teresa de Jesús. Ella nos devuelve el Evangelio a los cristianos en el siglo XXI, y lo pone delante de todos como forma de vida y relación con Dios. Se lo brinda también a los no cristianos. Tantos que buscan saber quiénes son y conocerse mejor, ahora que tanto se prodigan los cursos de autoconocimiento. Teresa de Jesús hace casi 500 años ya explicaba la riqueza del conocimiento interior, fundamental para unas relaciones cordiales con los hombres y las mujeres y para el encuentro con Dios. Conocimiento al que llama a sus monjas y frailes continuamente si quieren vivir de verdad la vida. Para ello les enseña, nos enseña, su método de oración, de relación con Dios, y su experiencia con el evangelio; y cómo debían tratarse entre sí sus monjas. Para orar, recomendaba como muy importante, mirar y saber «quiénes somos y ante quién estamos». Todo un ejercicio de interiorización, autoconocimiento y entrada en la realidad que somos cada uno y por tanto en la realidad de Dios.

Realismo de santa Teresa

Santa Teresa era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo, con sus arrobamientos. Conocía bien a los humanos y sus necesidades. Ella no quería una relación íntima con Dios, única y personal al margen de los hermanos. Siempre recordaba que «la calidad de la relación con Dios se medía por el amor a los hermanos». Y no era amor abstracto, universal. Era amor bien concreto. No podemos ir solos al encuentro con Dios, sin dejarnos acompañar del sufrimiento y de las necesidades actuales de tantos hombres y mujeres. Para orar, Teresa de Jesús nos invita a situarnos en la realidad que somos, no en la que queremos ser fuera de propósito; y, desde esa realidad precaria o no, hablarle a Dios, con el Evangelio delante, Jesús te va enseñando quién eres, con suavidad y dulzura te señala tus heridas y también por dónde herimos cada uno. Ella entiende que «sin ruido de palabras te va enseñando este divino Maestro» (CV 25, 2).

En el Evangelio va descubriendo cómo Dios ama la debilidad. Ella sentía profundamente esa debilidad, quizá sus enfermedades y dolencias contribuyeron mucho más a su encuentro con Jesús. No en vano el primer interés de Jesús por los humanos en el Evangelio es la salud.

Santa Teresa de Jesús se sentía débil y poco segura, como tantos de nosotros. Le decía a Dios «no pongáis tesoro semejante adonde no está perdida del todo la codicia de las consolaciones de la vida» (V 18, 4). Con el Evangelio y los avatares de su vida labró su humildad. En su relación con Dios aprendía de Dios y de sí misma. Pero a diferencia de los cursos exprés de autoconocimiento, esta experiencia plenífica, porque no es algo puramente intelectual y teórico, ya que incluye una relación existencial, una experiencia de vida: el encuentro con Jesús y, con él, con todos los seres humanos.

Lo que nos cuenta Teresa con su vida es que Jesús es una posibilidad real de rehacer la propia historia, y que Jesús no debe ser teorizado, sino descubierto, experimentado y celebrado. Este misterio así contemplado tiene toda la fuerza transformadora de la vida. Por eso enseñó a sus monjas esta manera de vivir la oración y su camino espiritual. Orar con Dios en libertad y comunicarse la experiencia entre ellas. Aprender unas de otras. Algo difícil de aceptar entonces, pues estaba prohibido que las mujeres enseñaran; experiencia que introdujo en la Iglesia de entonces. Quería las más altas cotas espirituales, culturales y personales; «conviene no apocar los deseos» (V 13, 2), decía a sus monjas.

Voz para la Iglesia y el mundo actual

La experiencia de Teresa de Jesús es todo un reto para la Iglesia actual y para la pastoral actual. Santa Teresa de Jesús experimentó a Dios con todo su cuerpo, con toda su inteligencia, con todo su ser, y así quiso que lo hicieran sus monjas. Le gustaba afrontar los problemas, discutir con libertad, hablar con parresia, como veremos en uno de los capítulos de este libro. Recomendaba «aceptar con razonamiento», todo un reto para la sociedad y la Iglesia de nuestros días. Amaba la libertad, la amistad, la autonomía de la mujer, la inteligencia, la cultura, el amor: realidades que se resienten en la actualidad. «Poned inteligencia y corazón en lo que decís». No quería que las mujeres estuvieran relegadas a sus labores; ella detestaba frases como «mejor será que hilen» (CV 21, 2), en referencia a la oposición de clérigos y varones religiosos al avance y autonomía de las mujeres. No eran féminas. Vivió una relación apasionada con Dios y con la vida. Sabía que su fuerza venía de Dios, «entierras tus talentos en tierra astrosa» (V 18, 4), decía, en referencia a la abundancia que sabía que recibía de Dios. Ella se reconoce en Dios y a Dios le reconoce en su debilidad.

Doctora de la Iglesia

A base de mucho diálogo y lucha profunda con los varones creó un espacio de vida nuevo a las mujeres, para encontrarse con Dios y con la vida donde la diversidad y las relaciones inclusivas y no excluyentes eran muy importantes. Dios invita a todos.

Cuando Pablo VI la nombró doctora de la Iglesia, se quedó como suspenso un minuto y exclamó: «Qué grande, única, humana y atrayente es esta figura». Y a continuación explicaba el significado de la proclamación doctoral diciendo que se trataba de «un hecho que grabamos en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios».

Y en la audiencia de Pablo VI a la misión española decía el 27 de septiembre de 1970: «La espiritualidad de santa Teresa, su clarividente impulso renovador, su fidelidad a la Iglesia y su profundo humanismo no deben ser solamente una singular gloria del pasado, sino un mensaje actual y vivo, que se proyecte sobre este mundo nuestro, tan lleno a la vez de turbación y de esperanzas»[1].

El famoso jesuita Karl Rahner escribía poco después de la declaración pontificia: «Santa Teresa es declarada doctora de la Iglesia. Este acontecimiento tiene, naturalmente, su significado de cara al puesto y función de la mujer en la Iglesia. El carisma del magisterio, y precisamente dirigido a la Iglesia en cuanto tal, no es un privilegio del hombre, del varón. Queda así rechazada la idea de que la mujer, en el aspecto espiritual y religioso, sea inferior al hombre. Y el hecho de que también la mujer estudie teología queda con esto expresamente reconocido [...]. Su declaración como doctora de la Iglesia demuestra que si antes no se reconoció este título a las mujeres no fue debido a la falta de mujeres dignas de tal título, sino a la actitud de no conferirlo por razones nacidas precisamente de una valoración histórica y cultural de la mujer»[2].

Al proponer nosotros a Teresa como una voz para nuestro tiempo, nos hacemos eco múltiple de lo que dejó dicho Pablo VI en la última frase de su homilía de aquel 27 de septiembre: «Debemos ver una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en lema de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!». Y entendemos que ella quiere que bebamos de la fuente de donde ella bebía, y que, como ella escuchemos a Dios que sembró en ella unas semillas poderosas de vida y de verdad. Por ello creo que es una voz fuerte y fértil para nuestro tiempo. El mejor homenaje será, pues, que la escuchemos muy atentos con los oídos del alma y nos dejemos adoctrinar por tan esclarecida Maestra.

Los papiros de la madre Teresa de Jesús

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