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IV

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Qué divertido resulta salir a escondidas del hotel contigo, como dos adolescentes saltándose las clases. Me haces sentir tan viva que mi excitación nunca cesa, un placer que recorre mi cuerpo y eriza el poco bello púbico que tengo. En todo momento te transmito mis emociones a través de mis manos. Sé que me entiendes, pues me devuelves tu respuesta del mismo modo. Nuestras manos se funden en un único elemento hasta llegar a tu motocicleta. Allí, sobre el capó del vehículo mal aparcado que tuvimos que empujar para dejar vía libre a nuestro transporte, me posees. Me abrazas y besas violentamente. Presionas tu cadera sobre la mía y juntos abollamos el coche del propietario desconocido que mañana se preguntará el motivo por el cual alguien decidió darle un nuevo aspecto. Me excito al pensar que nos está observando y abro los ojos para buscarlo en la penumbra nocturna, pero la calle está desierta. Ni las prostitutas ni los yonquis quieren pasearse por la ciudad a estas horas. Presionas mis senos hasta causarme dolor, una punzada eléctrica me recorre hasta el cerebro, lo nubla. Te golpeo en la espalda sin control varias veces hasta que me coges y con la violencia que te caracteriza me elevas para dejarme caer sobre la luna delantera del vehículo, agrietándola. Entonces, me abro a ti esperando recibir tu poderoso miembro.

Nuestro intenso jugueteo ha sido rápido y vuelves a mostrarte preocupado porque sabes que ha llegado el momento de separarnos.

—No quiero que me acerques a casa como haces siempre... —comento, mientras me subo la cremallera de la chaqueta y aparto el pelo de mi rostro para introducirme en el interior del casco que, tan caballeroso como siempre, me has cedido a pesar de quedarte sin protección.

—Lo sé, podrían estar esperándote allí... —contestas, mirándome los glúteos.

Llevo las manos a mi trasero y mirándote severamente te respondo:

—Hoy ya has tenido suficiente, cariño. Vámonos de aquí, este lugar empieza a irritarme. —Ajusto la correa del protector craneal—. Por cierto, habrá que ir pensando en comprar otro casco, no puede ser que vayas sin protección cuando estás conmigo...

Me bajas la visera, juguetonamente.

—No te preocupes, nena. Tengo la cabeza muy dura. —Sueltas una carcajada contagiosa—. Pero tienes razón, no quiero quedarme sin puntos en el carné.

Mientras dices esto, metes tu mano en el bolsillo, sacas las llaves y subes encima de la motocicleta. Con un gesto de cabeza me indicas que te acompañe. Subo y te rodeo la cintura con mis manos. El motor hace un extraño ruido al arrancar, debimos haberle hecho caso al joven de la gasolinera donde repostamos y revisar los filtros, pero estábamos tan impacientes por llegar que pasamos olímpicamente de su consejo y ahora tengo miedo de que nos quedemos tirados en medio de la carretera a la espera de una grúa que tardará más de lo deseado. Aunque sé que, si eso sucede, tú estarás conmigo. Fantaseo con ello mientras conduces la moto con agresividad.

En el segundo cruce te detienes e interrumpes mis pensamientos. Abro los ojos y me doy cuenta de que algo no va bien. Lo noto por la forma en la que tensas los músculos de tu abdomen. Llevo la vista al frente y entonces lo veo. «¿Quién demonios es esa persona que se interpone en nuestro camino? ¿Es uno de ellos?». Me aferro a ti asustada. Le das gas a la moto para indicarle que despeje el camino y el ser, ataviado con una túnica negra con ribetes carmesí que lo cubre por completo, aprovecha el estruendo para sacar de su interior una pistola y disparar.

Un grito ahogado sale de mi garganta mientras perdemos el equilibrio y caemos de la motocicleta. Me aferro todavía más fuerte a ti hasta llegar al suelo y notar todo el peso del vehículo sobre mi pierna.

Me maldigo por llevar el casco en tu lugar. Este evita que me golpee la cabeza y me imposibilita escuchar cualquier palabra procedente de tu boca.

Me aterra descubrir el porqué de tu repentina torpeza. Mi respiración se vuelve agitada e intento saber de ti a través de mis manos. «¡Joder! ¡Dime algo!».

El sujeto se acerca a nosotros, vuelve a mostrar su pistola y dispara en tu cabeza sin rastros de compasión. La visera del casco queda manchada por completo de sangre y trozos de cerebro. Grito enloquecida, e intento liberarme de la trampa en la que se ha convertido nuestro vehículo, pero mis manos resbalan torpemente sobre la sangre que me rodea.

Enloquezco por completo. Esa cosa de extrañas facciones, que no puedo ver con claridad, golpea con sus botas sadomasoquistas de plataforma tu delicado cuello incontables veces hasta conseguir separarte la cabeza del cuerpo. Yo cierro mis ojos para evadirme de tal horror, pero la vibración del suelo producida por cada impacto me hace imposible bloquear tanto dolor. Grito, grito sin descanso dejándome la voz. Desesperada y enajenada, golpeo los hierros de la motocicleta. El ser patea tu cabeza perforada y la aparta de ti. Se arrodilla y empieza a succionar la sangre que brota de tu cuello, convertido ahora en una fuente de agua carmesí.

Al fin consigo liberarme. Arrastro mi cuerpo lubricado con sangre sobre el asfalto, pero siento cómo el engendro me oprime el tobillo y se gira violentamente hacia mí. Consigo verle la cara, pero soy incapaz de discernir si es hombre o mujer, no parece humano. Pese al dolor que experimento consigo clavarle el tacón de mi zapato en un ojo. Me regodeo en su dolor y aprovecho para liberar mi dolorida pierna de sus garras. El ser reacciona destrozando mi calzado y salta sobre mí. Acerca su boca a mi oído y susurra: «Ozark. Dea Vermiculus». Su voz susurrante y totalmente asexual, penetra en mis oídos nublando mi mente.

Noto cómo recorre su lengua por mi cuello, mis hombros, mis pechos. Una fuerza extraña me mantiene presa. Quedo completamente en sus manos, expuesta a él, esperando a recibir su diabólico aliento. Lloro. Me derrumbo al contemplarte allí, separado, convertido en un puzle siniestro. Nunca más volveré a sentirte, a amarte, a divertirme contigo. Mis piernas se separan aún, ofreciendo poderosa resistencia. Roces extraños experimento en mis muslos y gotas de sudor caen por mi frente. Me falta el aliento, encerrada en el interior del casco protector. Puedo verle a través de la visera, pese a las manchas sangrientas que no desaparecen. Estas, me recuerdan una vez más que no volverás a poseerme, no volverás a mostrarme tu látigo, tu severidad, tu talento en el arte de la amatoria y me preparo para recibir una muerte sádica y sexual a manos de este ser desconocido.

De repente, me siento liberada y una gran cantidad de líquido cálido me rocía, mojando pecho y estómago. Seguidamente el sujeto se desploma sobre mí. Lo aparto angustiada y me doy cuenta de que ha muerto.

—Tranquila, este demonio ya no puede hacerte nada —comenta un joven con vestimenta ajustada mientras sostiene la katana con la que acaba de rebanar al ser que casi consigue violarme. El cuerpo sin vida se desintegra ante nuestros ojos.

Me extiende su mano y yo la acepto.

—Así que eres tú a quien buscan... —dice con su masculina voz y sonrisa angelical.

Sus ojos grises, su aspecto musculado, sin excesos, y su pelo largo y rubio hubieran enamorado a cualquier mujer, pero no a mí. Quizás sea porque todavía estoy aturdida por lo ocurrido, o porque ese tipo de hombre tan inocente no me excita, pero mi mente por una vez no piensa en él como un objeto sexual. Simplemente me dejo llevar presa de su aura benevolente y protectora.

Agónico carmesí

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