Читать книгу Agónico carmesí - Josep Játiva - Страница 8
I
ОглавлениеMis dedos resbalan distraídamente sobre la ajustada falda de cuero brillante que he elegido para nuestro encuentro prohibido, a juego con ese corpiño negro y bermellón tan intenso como el carmesí de mis labios, como el carmesí de la sangre. Esa prenda que hace que tus ojos ardan de deseo cada vez que me miras.
Mi corazón se acelera con solo pensarte. Tus robustas manos sobre mi cuello, ejerciendo la justa presión que me hace sentir más viva que nunca. Noto cómo mis venas bombean a una velocidad vertiginosa. Palpitan bajo esta piel que solo anhela tus caricias de fuego y la fusta que azota el final de mi espalda.
El reloj parece estar jugando conmigo, pues las horas no avanzan y no veo el momento de salir hacia nuestra habitación de hotel. Como la que reservamos la noche en la que todo cobró sentido. Aquella noche en la que juntos, destripamos a esa pareja que quiso invadir nuestro ritual de seducción y agónico placer. Qué tontos fueron al pensar que les dejaríamos compartirlo con nosotros, aunque sin pretenderlo fueron el comienzo de algo mucho más intenso.
Recuerdo cómo nos miraban desde el otro lado del club y cómo se entrometieron entre nuestras miradas cómplices, rompiendo la magia con verborrea estúpida y sin sentido. «Podríamos, ya sabéis, hacer intercambio de parejas. Me gusta tu chica. ¡Joder! ¡¡Qué buena estás!! Y a mi chica le gustas tú. ¿Qué os parece? ¿Lo hacemos? ¡Sería una pasada azotar ese culito mientras me arañas la espalda! Y tú, no sabes las ganas que tiene mi chica de pellizcarte esos pezones con las pinzas eléctricas...». Bla, bla, bla... No dejaban de hablar, de interrumpir, de apagar lo que llevábamos toda la noche avivando. Hasta que de pronto nuestros pensamientos se entrelazaron como nunca antes y los dos tuvimos la misma idea. «De acuerdo», dijiste muy serio. Mi cuerpo se estremeció de placer. «Vayamos a un hotel». Me agarraste del brazo, te acercaste a mi oído y susurraste: «comámonos sus corazones». Un escalofrío de satisfacción recorrió mi espalda y la más perversa de las sonrisas se dibujó en mi rostro, había encontrado a mi alma gemela. Eras tú, por fin lo confirmaba.
Recuerdo frases interminables de palabras estúpidas, manoseos torpes que asesinaban mi libido, a esa puta mordiendo tu oreja... Y tus ojos, que fueron lo único que me hizo aguantar hasta llegar al habitáculo donde todo cambió.
Tu látigo chasqueó sobre la piel de aquel miserable y una ráfaga de intenso carmesí salpicó mi boca, fue entonces cuando un torbellino de emociones se apoderó de nosotros y un éxtasis rojizo lo cubrió todo. Asestaste latigazos a diestro y siniestro. Rasgando tela y carne. Consiguiendo que aquella ridícula pareja perdiera el sentido entre agónicos sollozos. Fue todo tan repentino que no pudieron ni gritar. Tu maestría con la poderosa cuerda de cuero me maravilló tanto como la primera vez que la usaste sobre mi espalda, y mi excitación llegó a límites insospechados cuando pusiste el cuchillo en mi mano y juntos lo hundimos en el pecho de aquel desecho humano. Tus dedos pintaron mis labios con la sangre del condenado y entonces descubrí a través de tus ojos, que aquel y solo aquel, sería para siempre el color que mi boca llevaría como atuendo. El color de la agonía, el rojizo color de la muerte.
Embelesada por los dulces recuerdos, he perdido la noción del tiempo, el claxon de tu moto me devuelve a la realidad y ahora sí, es el momento de salir a tu encuentro. De dar comienzo a una nueva cacería... De sangre humana.