Читать книгу Agónico carmesí - Josep Játiva - Страница 12

V

Оглавление

—¿Qué hacéis ahí parados? No tenemos tiempo. Los están reteniendo, pero cada vez llegan más y ya nos superan en número. ¡¿Qué coño tienes que los vuelve tan locos?! —Una chica, que viste el mismo atuendo que mi rescatador, de cuerpo fibrado y pocas curvas, nos grita a ambos desde mitad de la calzada. Ha aparecido por la esquina derecha del cruce agitando una espada que brilla con tonos rojizos.

Yo aprovecho los pocos segundos de calma para quitarme el casco y recuperar el oxígeno que este me robaba.

—¿Cuántos hay? —pregunta el misterioso joven emocionado.

—No, ni de coña. No vamos a enfrentarnos a ellos, ya sabes cuál es nuestra misión, así que centrémonos en ella... —La mujer suspira mientras guarda su katana llena de sangre—. Hay que salvar a «la diosa carmesí» —añade, creando unas comillas con los dedos. Tiene los ojos de un verde intenso y su cabello negro azulado, corto y desgreñado, le enmarca la cara en un óvalo perfecto.

La decepción se dibuja en el rostro del guerrero y la mujer lo regaña con la mirada, como una leona a su cachorro cuando ha hecho alguna travesura. Mi cara de completa perplejidad no pasa inadvertida para la extraña pareja que me mira interrogante. Él, a unos pocos pasos de mí, y ella acercándose rápidamente a nosotros.

—Pues... no sé qué te ven de especial, pareces una chica del montón... —La muchacha me estudia con la mirada mientras nos alcanza—. Vamos, luego hablaremos de todo esto, ahora tenemos que ponerte a salvo —añade, mientras me agarra del brazo—. No sé por qué, pero esas cosas te quieren a toda costa. ¡Nunca había visto tantos de ellos juntos! —Me arrastra por la calle en dirección opuesta al cruce por el que ha aparecido, me aleja de ti, de los restos inertes de tu precioso cuerpo.

—¡NOOOO! —grito de repente—. ¡No quiero alejarme de él! ¡No podéis separarnos así!

Y sin que logren retenerme, me abalanzo sobre tu cabeza. Tu cara permanece intacta. La sujeto con ambas manos y tras mirar tus ojos sin vida, te beso apasionadamente tiñendo mis labios con el perfecto carmesí de tu sangre. Nuestro último beso, amor mío.

Unos sonidos extraños, como el chirriar de una bicicleta oxidada, se escuchan a lo lejos. Abro los ojos y poco a poco separo nuestros labios. Por la esquina del cruce, atino a ver unas siluetas humanas que se mueven de forma rara y amorfa.

—¡Mierda, son más de los que esperábamos, parece que han superado al batallón! —grita la mujer más para ella que para nosotros—. ¡Vámonos, vámonos ya!

Me pone en pie de un tirón de brazo y empieza a arrastrarme sin que pueda, siquiera, pensar en llevarle la contraria. Tu cabeza resbala, inevitablemente, de entre mis manos.

—¡Id hacia el coche! Yo me encargo de ellos... —El hombre prepara su espada y adopta una pose desafiante. Una sonrisa se dibuja en su cara. Antes de que me de cuenta, ha echado a correr en dirección a los monstruos. Parece volar.

Con gran maestría, blande su espada en perfectos cortes que cercenan cuellos, brazos y piernas a una velocidad pasmosa. Sin dejar de cortar con la mano derecha, desenfunda otra espada con la izquierda y empieza un baile sincronizado con ambas katanas y las extremidades y cabezas de los engendros malignos.

—¡Será chulo! No puede evitarlo, tiene que lucirse continuamente... «Yo llevo más muertos que tú». Siempre con la misma cantinela —farfulla la muchacha, malhumorada—. Le acabarán matando por su puto orgullo o me tocará salvarle a mí, como si lo viera... —sigue diciendo a nadie en particular.

Aceleramos el paso y doblamos una esquina, entramos en un callejón sin salida; al final de este hay un coche oscuro, no tiene matrícula, ni signos distintivos, es totalmente negro incluyendo los cristales. La mujer, que por fin me ha soltado, se aprieta la parte interior de la muñeca con dos dedos. El coche hace un sonido y las luces parpadean. «Qué sistema más curioso», pienso.

—Rápido, entra en la parte de atrás —me dice, mientras ella misma se introduce en el lado del conductor—. A ver qué está haciendo el loco este... Como le maten... ¡Lo remato!—. Y suelta un gruñido.

Arranca el motor y acelera quemando rueda, salimos disparadas del callejón hacia la maldita calle donde todo ha terminado entre nosotros. Por la ventanilla veo en una rafaga lo que queda de ti y unas lágrimas amargas se deslizan por mis pálidas mejillas.

El automóvil gira en el cruce y frena en seco a pocos centímetros de la batalla. Veo un par de monovolúmenes de idénticas características al deportivo en el que me encuentro y a unos cuantos hombres de similar vestimenta a la de mis salvadores luchando contra esas bestias. El batallón que decía la chica.

—¡Para ya, Leo! ¡Venga, métete en el coche! ¡Ahora! —El chico, que está en pleno frenesí destructor, cercena la cabeza de uno de esos engendros, atraviesa el estómago de otro en un solo movimiento y, acto seguido, enfunda las katanas con cara de desaprobación y se aposenta en el asiento del copiloto pringándolo todo de sangre.

—Con lo bien que me lo estaba pasando... Aguafiestas... —declara decepcionado.

La mujer hace un mohín y pone los ojos en blanco.

No puedo evitar que me vuelva a la mente tu cráneo estallando delante de mí. Tu néctar de la vida salpicando la visera del casco. Tus ojos, carentes del brillo que me hacía temblar, mirándome sin verme...

El coche quema el asfalto y llevándose a unos cuantos de esos monstruos por delante, acelera hasta que los perdemos de vista carretera atrás. Lloro sin parar. Mi alma está muriendo contigo. Estoy perdiendo mi humanidad. Solo quiero venganza. Esas criaturas desaparecerán entre mis manos, las mataré...

—¡Los mataré a todos! —sin darme cuenta las palabras salen de mi boca en un profundo grito y retumban por todo el coche.

—Bueno, Lilith, ya ves que está de nuestra parte... —Ríe abiertamente el joven—. Tan poca fe que tenías en ella, pues ya ves. ¡Quiere matarlos a todos! ¡Como nosotros! —Sigue riendo, esta vez con más ganas.

—Ya vale, Leo, muestra un poco de respeto, su amigo acaba de morir...

—¡No es mi amigo! Es... Era... mi amante, mi alma gemela, mi… —la voz se me quiebra al pensar en ti y las lágrimas vuelven a caer como cataratas sobre mi cara—. Ya nada tiene sentido, excepto la muerte de esas cosas... De esos odiosos monstruos o lo que demonios sean... —añado sin entusiasmo, con un profundo rencor en mi voz.

—¿Qué sabes de todo esto? ¿Miguel te llegó a explicar algo? —pregunta curioso el chico.

—¡¿Cómo sabes su nombre?! ¡¿Le conocíais?! —levanto la voz sin darme cuenta, pero se me quiebra por un momento. Esta pareja cada vez me tiene más intrigada. Me salvan la vida. Matan con pericia a esos seres y ahora resulta que también te conocían—. ¡¿Qué demonios está pasando?!

Perdiendo los nervios, vuelvo a gritar, esto es demasiado surrealista, aún no me puedo creer que ya no estés aquí, conmigo.

—Tranquilizate, mujer, ahora estás a salvo. En cuanto lleguemos a casa te lo explicaremos todo. Descansa un poco si quieres, llegaremos en una media hora —dice Lilith, mientras mira su reloj de pulsera.

El agotamiento emocional, mental y físico de todo lo acontecido termina por vencerme y caigo en un sueño profundo pero inquieto, lleno de pesadillas que llevan tu nombre.

Me despierto en una cama blanda y mullida, te busco entre las sábanas y de repente, soy consciente de que ya no estás en este mundo. Las lágrimas caen de nuevo por mi piel. La pena que me envuelve es demasiado poderosa. Lloro en silencio durante un rato hasta que me doy cuenta de que no estoy donde me dormí. Alguien me ha lavado y cambiado de ropa. Llevo un bonito camisón de seda que remarca mi perfecta figura en tonos rosados.

Aunque intente negarlo, me siento reconfortada y a salvo, pero sin ti... Una repentina rabia aflora de mis entrañas y empiezo a golpear la cama y las paredes. Destripo las almohadas, me vuelvo totalmente loca. La furia me desquicia, arranco las sábanas y destrozo todo lo que está a mi alcance. Grito, grito como nunca antes, sacando todas las emociones que hay en mi interior.

—¡¿Pero qué pasa?! ¡¿Estás bien, Olympia?! —La mujer salvadora irrumpe en la habitación, exaltada. «¿Esta gente quién es? Saben hasta mi nombre»—. ¡Joder! ¡Qué susto me has dado! Pensaba que te estaban atacando o algo... —interrumpe sus palabras al verme, sudorosa, con la respiración agitada, el pelo revuelto y el tirante del camisón caído mostrando casi por entero mi prominente pecho—. Eeeesto... Veo que solo te estás desahogando, perdona por irrumpir así... Pensaba que... —repite nerviosa.

Sus ojos se centran en mi cuerpo y su cara se sonroja descaradamente.

Al advertir que la observo fijamente, aparta la mirada, inquieta, mientras se rasca la cabeza. Qué inocencia más pura. Le gusto, pero lo disimula. Lástima que las mujeres seráficas no me atraigan lo más mínimo.

—Lo... siento... —digo sin emoción—. No quería... Yo solo...

Ahora me siento ridícula con las telas rasgadas y restos de plumas por todas partes.

—No te preocupes, demasiado has soportado. Tenemos chocolate caliente y si tienes hambre, creo que queda algún bollo... —Se ruboriza nuevamente al decir estas palabras y desvía la mirada hacia el lado opuesto de la habitación, evitándome—. Te... te hemos dejado algo de ropa limpia en esa silla. Cuando estés lista, puedes salir y hablaremos de todo esto... No tengas prisa, sé que ha sido duro y las cosas no van a ser fáciles a partir de ahora, pero quiero que sepas que puedes contar con nosotros... —Aparta con la mano su flequillo despeinado y respira profundamente—. Eres más importante de lo que crees, Olympia... —dicho esto, da media vuelta y desaparece en la penumbra del pasillo sin darme oportunidad para pronunciar palabra.

Estas dos personas, con sus caras angelicales y sus inocentes miradas carentes de todo lo que me excita, están aquí para protegerme. ¿Tendrán las respuestas que tú y yo buscábamos? ¿Quiénes son y qué quieren de mí? No entiendo por qué soy tan importante, sobre todo ahora que ya no estás conmigo. En este momento, ¿qué puedo tener que les siga pareciendo tan interesante? Sin ti ya no soy esa mujer que ellos querían... ¿O sí? Mientras pienso en todo ello, me tranquilizo y más calmada, me visto. Unos tejanos oscuros y una camiseta blanca, con lencería de lo más vulgar. Es todo lo que han dejado para mí.

Una vez vestida, me calzo unas zapatillas de deporte blancas que, sorprendentemente, son de mi talla. En cambio, la ropa me queda holgada.

No parezco yo sin el carmín carmesí que tanto te gustaba, sin lencería cara y de diseño exclusivo, sin mis exuberantes vestidos, ni mis botas de tacón de aguja... Y sin ti... Que le dabas sentido a todo ello...

Arrastrando los pies, con la tristeza a flor de piel, salgo de la habitación. Solo hay una dirección por la que ir. Un pasillo corto sin puertas y a oscuras que desemboca en lo que parece un comedor. Me asomo por el marco de la puerta y allí están mis salvadores, sentados en un sofá y hablando en susurros, esperándome. Me acerco y reposo mis nalgas en un sillón, frente a ellos.

Es el chico de exquisita y aniñada belleza, el que habla calmado intentando transmitir seguridad.

—Buenas tardes, Olympia, deja que nos presentemos formalmente. Ella es Lilith de La Rosa y yo soy Leonardo Ballester...

Desconecto de su presentación e inconscientemente me viene a la cabeza ese actor tan famoso con el que fantaseaba en mis sueños adolescentes. ¿Por qué pienso en algo así en un momento como este? Se me escapa una risa involuntaria.

—¿De qué te ríes? —pregunta con cara de indignación.

Vuelvo a la realidad, rápidamente.

—Que yo sepa el apellido Ballester es de lo más normal —añade.

Lilith me sonríe disimuladamente.

—Lo... lo siento, en realidad me ha hecho gracia tu nombre... —intento disculparme sin saber qué decir exactamente. Lilith revienta en una sonora carcajada.

—¡Pero bueno! ¡Esto es el colmo! ¿Qué tiene de gracioso? —Al observar la repentina indignación de Leo, la muchacha vuelve a reír escandalosamente. Acto seguido, motivada por una fuerza ajena en mí, empiezo a carcajear de manera histérica. Mientras, de mis ojos brotan lágrimas incontroladas. Toda la tensión acumulada escapa de mi cuerpo a borbotones—. Como tu nombre es tan corriente... —refunfuña, sarcástico, pero termina contagiándose y los tres acabamos riendo.

Tras unos minutos, nos serenamos. No quiero aceptarlo, pero este momento de desconexión mental y liberación de endorfinas, me hace sentir mejor.

—En fin, como iba diciendo, y no pienso repetir mi nombre... —dice, mirando severamente a Lilith, aunque acaba sonriendo—. Nosotros hemos sido entrenados por nuestros padres en el arte de cazar demonios o, bueno, seres extraños que amenazan la existencia de la humanidad... —Mi cara se muestra incrédula, pero él continúa su discurso—: Lo sé, suena estúpido, pero es la verdad y supongo que después de todo lo que has visto no nos tomarás por unos locos. Incluso, hasta te parecerá lógico.

Lilith asiente con la cabeza mientras me mira concentrada en el asunto.

Leo prosigue su monólogo:

—Hace unos días nos enteramos de que esas cosas te buscaban. Lo que aún desconocemos es el por qué... ¿Tú tienes alguna idea? ¿Llegó Miguel...? —interrumpe bruscamente la pregunta al advertir la mirada exaltada de su compañera.

—No os preocupéis, no hace falta que evitéis su nombre. No volveré a llorar como una niña desvalida. Eso es algo que a Miguel no le hubiese gustado. Si es necesario hablar de él para averiguar el porqué de todo esto, podré soportarlo. Nosotros no sabíamos nada de esas criaturas. Tampoco llegó a contarme demasiado. ¡No le dio tiempo! Y ahora con Miguel muerto, quién sabe qué sentido tienen sus palabras... —Intento contener las ganas de llorar y lo consigo. Me muestro serena—. ¿Qué sabéis vosotros de esas cosas y del maldito círculo de Ozark? —me atrevo a preguntar.

Esta vez es ella quien habla, el profundo verde de sus ojos centellea al responder:

—Que son el mal materializado... Según hemos podido averiguar, se alimentan de la maldad del ser humano, es decir, cuanto más depravada y perversa es la persona a la que se comen, más poderosos se vuelven. Según sus creencias, beberse la sangre y comerse a los humanos corrompidos por la más pura vileza, les proporciona poderes y control sobre el resto de los mortales. Pretenden, hasta donde sabemos, reclutar y comerse al mayor número de humanos posibles...

Enarco las cejas.

—¿Reclutar? ¿Estás diciendo que esos seres eran personas?

—Sospechamos que sí, aunque de humanidad ya no les queda nada, pero tenemos dudas con respecto a los líderes del círculo, nunca los hemos visto, no sabemos nada de ellos, ni tampoco sabemos si nuestras teorías son verdaderamente ciertas, tenemos alguna suposición, pero nada concreto... Hay una leyenda que...

—Entonces, si Miguel y yo no nos hubiésemos conocido, él... —interrumpo abruptamente a Lilith, pero me da miedo formular la pregunta.

—Seguramente hubiera acabado siendo una de esas cosas sin corazón, ni humanidad.

Me llevo las manos a la boca involuntariamente

—Pero el destino os conectó y ahora tenemos una oportunidad de desmantelar el círculo y erradicar a estos seres. Te necesitan. Eres una pieza clave en este puzle sangriento... Aún no sabemos exactamente cuál, pero... ¿Nos ayudarás?

Tú has muerto y estos chicos quieren usarme para acabar con tus asesinos. Quiero venganza. Quiero ver las entrañas de esos desgraciados entre mis manos y no me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo, ya nada es relevante en mi vida salvo ajustar cuentas con esos malnacidos. Si no puedo tenerte junto a mí, acabaré con esa escoria de un modo kamikaze para que podamos reunirnos al otro lado.

—Si se trata de destruirles, os ayudaré. No tengo nada que perder, el sentido de mi vida se ha esfumado con la muerte de Miguel... —Los dos me miran con renovada esperanza—. Pero, con una condición... —empiezo a decir mirándolos alternativamente— cuando encontremos a quien maneja los hilos, yo y solo yo, lo mataré.

Mi venganza será solo mía, cariño. Y después me reuniré contigo en la eternidad.

Leo y Lilith se miran pensativos, sin decir una sola palabra, asienten con la cabeza a la vez.

—Está bien, le arrebatarás la vida como más te plazca, no hay problema —dice el chico, enlazando un mechón de pelo tras su oreja.

—Y vosotros... ¿pertenecéis a una familia que se dedica a cazar demonios? ¡Suena ridículo! Aunque, por otra parte, si esas criaturas existen, porque no puede ser cierta vuestra historia —digo mientras los contemplo atentamente—. Me gustaría conocer más acerca de vosotros.

Ellos me observan, intercambian un par de miradas y finalmente Leo se levanta, se acerca hasta la única estantería de la habitación y selecciona un libro de tapas duras con aspecto antiguo.

—Esta es nuestra historia —dice, mientras lo posa sobre mis rodillas.

Después de inspeccionarlo por fuera y advertir que no tiene título ni nada parecido, lo abro sin saber muy bien qué es lo que voy a encontrar.

Agónico carmesí

Подняться наверх