Читать книгу Agónico carmesí - Josep Játiva - Страница 9
II
ОглавлениеDesnuda desde la cama veo cómo te duchas y limpias el exceso carmesí de tu piel. Mi corazón todavía es presa de la excitación y me cuesta bastante más que a ti salir de aquel éxtasis de placer en el que nos hemos sumergido una noche más. No me canso de mirarte, de observar cada uno de tus fuertes músculos y recordar lo duro y severo que eres con los incautos que se atreven a retozar con nosotros. Esta noche ha sido mágica. Una orgía de agonía rica en tonalidades rojizas. Matices que ahora, y tras un ejercicio de reflexión, me han llevado a descubrir otro nivel de placer.
No puedo más que agradecer tu generosidad y tu muestra de afecto durante el acto. «Toma, cariño, presiónale el cuello con tu rodilla. Déjalo sin aire y bésame». Qué viva me siento a tu lado. Mis otros amantes no han sabido hacerme sentir ni la mitad de querida de lo que tú lo haces.
Hoy ha sido mágico, y quiero que lo sepas. Cuando me has dejado en la puerta del hotel y me has soltado ese enigmático «espera aquí, tengo una sorpresa», pensaba que repetiríamos lo mismo de ayer, pero al verte llegar con ese grupo de turistas ebrios, he comprendido que esta noche iba a ser diferente. Siempre enseñándome a ser mejor amante, a descubrir mi completa sexualidad carmesí.
Antes de entrar te he besado violentamente. «Tranquila, cariño. Reserva tu fuerza. Tenemos muchas horas de diversión», me has dicho al oído. Me he alejado de ti unos centímetros y he observado a los inocentes turistas que empezaban a tocar mis senos con la mirada perdida. Tres jóvenes fornidos y dos muchachas de larga cabellera y delgadas piernas. Uno de los chicos ha querido besarme en el cuello. Lo he empujado de forma lasciva contra la puerta y poniendo mi mano sobre su abultada entrepierna le he susurrado. «Oh, no querido. Hoy quiero experimentar», y tras soltarle, notando cómo se aceleraba su riego sanguíneo, me he abalanzado sobre la joven de pelo castaño.
La mujer me ha aceptado presionando sus pechos contra los míos. Juntas, nos hemos entregado al juego. Mientras, tú nos has dirigido al interior de la habitación donde hemos dado rienda suelta a nuestras perversiones más primitivas.
Todavía no se me van de la cabeza tus palabras: «Hazle sentir por qué es mujer» y me has ofrecido aquel bate de béisbol con tachuelas oxidadas. Ahora siento vergüenza. «¿Qué cara debo haber puesto?». Pues me lo has dado tras asestarle un severo golpe en la sien. «Tranquila, no está muerta. Podrá sentir todo lo que quieras hacerle».
En mi interior no cabía más excitación, así que la que no he podido retener internamente, la he manifestado sobre aquella joven que, bañada en sangre, me ofrecía su exuberante cuerpo.
El sonido del teléfono de la habitación interrumpe mis pensamientos y me obliga a tranquilizarme y a bloquear mis instintos. No quiero contestar, quiero volver a entregarme a ti como lo he hecho sobre los cuerpos sin vida de los turistas. Me deslizo sobre la cama recién teñida del mismo color que mis labios para alcanzar el auricular. Lo cojo.
—¿Qué haces? —me dices por detrás—. No contestes, seguramente quieran llamarnos la atención por el escándalo que hemos montado.
Pareces enojado, distinto.
—Tranquilo, no diré nada —te digo, mientras tapo el auricular con una mano y cuelgo—. Nos volveremos a escapar por las escaleras de incendios.
Intento calmarte mostrándote mi cuerpo, provocativamente.
El oscuro carmesí todavía me viste. Tú me coges, tan violento como siempre. No me extraña, pero a diferencia de otras veces optas por abrazarme con fuerza. Me abrazas sin deseo y eso me preocupa.
—¿Crees que soy un monstruo? —preguntas, sin más.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué te hace pensar eso?
—¡Mírate, mira esta habitación! —Me apartas con renovada violencia.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso no era este el placer que queríamos desde el principio? No lo entiendo. —Intento comprender lo que pasa por tu mente, el motivo de tu tormento. Pero te cierras a mí, no quieres abrirme tu alma.
Intento acercarme de nuevo, tranquilizarte entre mis brazos.
—Hay algo que no sabes... —comentas mirando por la ventana, con los ojos fijos en aquella prostituta que horas antes nos había ofrecido sus servicios.
—Sabes que puedes contarme lo que quieras. Te amo —susurro detrás de ti.
—¡Cállate! ¡No tienes ni idea! ¿Realmente estás enamorada de mí? ¡Mientes! —me acusas—. Tú estás enamorada de la situación. Enamorada del placer, del éxtasis agónico del carmesí.
—¡¿Tú qué sabrás cuáles son mis sentimientos?! ¿Acaso crees que no es verdad? —respondo molesta, desnuda y sucia.
—¡No me hables de sentimientos! —replicas.
Tu mirada fría como el hielo hiere mi fogoso corazón.
Te miro, sin contestar.
—Estaba cansado de disfrutar de esto en soledad noche tras noche. No buscaba nada más allá de la atracción física. Una mujer que se entregara a mis perversiones. Una compañera temporal, porque sabía que a los pocos días y tras subir el nivel de depravación me abandonaría presa del horror —te explicas al fin—. Y ahora, te veo y descubro en ti una auténtica fiera. Una fémina completa, una perfecta diosa carmesí.
—¿Qué problema hay? —pregunto confundida.
—Ahora ellos querrán saber de ti —comentas, volviendo tu mirada hacia la calle—. ¿Me convierte eso en un monstruo?
La sangre se ha secado sobre mi piel y pese a estar completamente cubierta con tonalidades cálidas, siento frío. «¿Quiénes son ellos? ¿Qué está pasando? ¿Dónde quedan nuestros sentimientos? ¿Realmente has jugado conmigo o en el fondo tú también sientes algo por mí?».
Y allí me quedo, inmóvil, sobre los cuerpos sin alma teñidos de rojo, esperando alguna aclaración más.