Читать книгу Agónico carmesí - Josep Játiva - Страница 7
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ОглавлениеLos otros colores no me interesan. Para mí no existe ninguno más.
Me da igual que la dependienta de la tienda de cosmética, a la que acudo cada vez que me quedo sin pintalabios, me recomiende los tonos que mejor combinan con mis ojos, con mi tono de piel o las nuevas tendencias en colores.
—Ahora lo que se lleva es el tono escarlata.
«Siempre igual…». Al principio le sonreía educadamente, comentándole que no me interesaba lo que me ofrecía, que tenía una idea muy clara del tono que deseaba, pero a ella no le importaba y seguía con alguna oferta superflua.
—Me da igual, señorita. A mí solo me interesa el color carmesí —le digo tajante y severa—. ¿Me puedes sacar uno, por favor?
—¿Ha mirado en aquella estantería? —me pregunta sin mostrar cambios en su expresión, con anodina sonrisa.
Me entran ganas de contestarle alguna barbaridad. Es obvio que, si hubiera mirado y finalmente lo encontrara, no estaría aquí preguntando.
La dependienta sigue con su mirada y sonrisa vacía. Observándome. Esperando una respuesta con cara amigable. Me altera, me desconcierta. ¿Acaso necesita una contestación a tal interrogante?
Le contesto afirmativamente con la cabeza y me regaño a mí misma por seguir acudiendo a esta tienda. «Nunca más. ¡Nunca más!». Pero al final, aquí estoy reprimiendo mi carácter por conseguir una barra de labios. En el fondo me gusta, lo sé. Este deseo de violencia, esta ansia de dominación me excita y sé que esta noche volveremos a sentirnos compenetrados. Lo deseo tanto.
—Si no hay ahí, no quedan —contesta amistosamente.
—¿Por qué siempre que vengo nunca os queda? No lo entiendo —pregunto y la miro directa a los ojos—. Sabes que lo suelo comprar de forma regular. Es más, estoy cansada de expresarte mi interés en adquirir más de una unidad, pero siempre los pides con cuentagotas y me haces volver a por él, otro día.
—Bueno, es que el color carmesí dejó de ser tendencia hace varios años. Puede llevarse el tono escarlata. —Y me vuelve a enseñar tal vulgaridad—. A efectos prácticos es lo mismo.
La miro indignada.
—Da igual. Déjalo. Voy a volver a mirar en la estantería —le comento, emprendiendo la marcha.
Aquella situación me agita por dentro y tengo miedo de perder el control.
Tranquilo, me contendré hasta esta noche, solo para ti.
—Si lo desea, puedo mirar si nos queda en el almacén. —Escucho su aclaración, sin interés.
—Haz lo que quieras —susurro.
Aprovechando que la dependienta no me quita ojo, me agacho provocativamente para acceder al estante a ras de suelo.
«¿Ves estas nalgas? Ni naciendo dos veces conseguirías unas como estas, guapa», sentencio para mis adentros. Mientras, voy desordenando el expositor con inocente coqueteo, pero sin pausa.
Pasados unos minutos, la dependienta me pregunta si deseo alguna marca en particular. Tiene que pedir la barra labial al proveedor. «¡Vaya novedad!». Le vuelvo a explicar que el fabricante no es importante siempre que el tono sea el que me gusta, el único que me hace sentir mujer. El rojo carmesí.
Salgo de la tienda fogosa, impaciente por perderme entre tus brazos de nuevo.
Acabo comprando el lápiz labial en unos grandes almacenes como una mujer contemporánea más a la que poco le importa el comercio local y la precariedad laboral. Este hecho nutre el deseo de maldad que me mantiene encendida y ansiosa por estar a tu lado, y acariciar un cuerpo que sé que castigaré sin remordimientos.
Una vez en casa, como cada noche, deslizo mi barra de labios sobre el contorno de mi boca y me esfuerzo en conseguir un tono sensual. Ese que tanto te gusta, ese tono ardiente.
Antes de conocerte era una mujer común, una de esas que compraba pintalabios según el precio de la etiqueta. Unas veces color fantasía, otras, colores brillantes con reflejos de metal, pero ahora soy otra mujer. Una mujer, muy mujer. Soy dueña de mí misma. Yo decido lo que quiero y cómo. Y hoy te deseo, otra vez. Quiero seguir notando tu cuerpo, tu fuerte abrazo sobre mí. Me entrego al amor, a tu pasión brusca e intensa. Tranquilo, esta noche vuelvo a estar preparada. Observarás de nuevo mis labios carmesí antes de azotarme con tu látigo y cubrirme del placer de la agonía. Mi dulce placer de tonalidades rojizas y agónico carmesí.