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AFORISMOS SOBRE CRÍTICA

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LA BELLEZA tiene el don de la ubicuidad; pero es más difícil de asir que una pastilla de jabón dentro del baño.

Que el crítico tome ejemplo del buen cazador. Aun apuntando derechamente al corazón, corre el riesgo de herir tan sólo el ala.

Hermoso, bello, pero no bonito. Lo lindo, lo bonito, es, casi siempre, lo pobre, lo fácil, lo vacío.

La intención no basta, pero vale. Una buena intención no lograda vale más que una obra lograda sin intención. La intención suele saltar siempre más allá de la meta.

No es necesario decir: es bueno, es malo. Basta con afirmar «es», «no es». En arte, la existencia es un valor. Lo que no vale, no existe.

Desconfiad de las imitaciones. Cuidado con la pintura. En arte, la imitación se llama pastiche. En arte literaria, la pintura es maquillaje.

No por ahuecar la voz se es más hombre. Generalmente, la voz recia y hueca resulta voz de payaso.

Una mano con el índice tendido. Indicar, señalar, subrayar. A veces, es la más noble tarea del crítico.

La liebre salta por donde más se piensa. Si no se piensa, ni hay liebre ni salto. Decir sin pensar es hablar a tontas. Porque hablar a locas ya es un modo de pensamiento: Nietzsche, Gerardo Nerval, Rousseau a veces, hablaban a locas.

Si un escritor tiene altibajos, medid bien la distancia de los altos a los bajos. Si esa distancia es grande, si los altos son bien altos, lo menos que podéis decir en su elogio es que es un buen saltarín. Lo cierto, que es escritor de antología.

Un madrigal puede inmortalizar a un poeta. De acuerdo. Pero que una página de prosa como Dios manda pueda también inmortalizar a un escritor. El buen crítico es el que sabe buscar esa página entre varios volúmenes.

Atención a los clásicos olvidados. Si no son verdaderamente clásicos, bien olvidados están.

No hay clásicos ni modernos. En arte, lo clásico, lo verdaderamente clásico, es moderno siempre. Vivo. Y lo vivo, clásico y moderno. Paul Valéry es tan clásico como Ronsard. Juan Ramón Jiménez, tan clásico como fray Luis de León.

No olvidemos nunca que se escribe con palabras. El escritor que no inventa su palabra será un cronista, un novelista, un ensayista, pero no un escritor.

Cuando os digan de un poeta: es oscuro, pensad: es difícil. La oscuridad de un poeta suele ser siempre pereza o miopía de sus críticos.

No olvidemos nunca que la inteligencia tiene pasiones y que se piensa con el corazón. Generalmente es un mal crítico el que censura a un poeta llamándole frío porque piensa con un corazón apasionado de inteligencia. Cuando Quevedo era más frío era un verdadero poeta apasionado.

La sencillez, la simplicidad, son, únicamente, virtudes que estructuran lo difícil, lo complejo. La espontaneidad, resultado perfecto de una larga paciencia. Lo otro no es sencillez, ni simplicidad, ni espontaneidad. Es simpleza.

En arte, la realidad, la verdad, puede ser mentira. Pero será siempre verdad si se inventó verdaderamente, si no fue un falso invento. Si un poeta inventa —realmente en su verso— un pañuelo de cinco picos —el zorcico es un pañuelo de cinco picos, ha dicho Gerardo Diego—, el verdadero pañuelo tendrá cinco picos bordados por un paso de danza.

Contad las estrellas. Si falta una, la robó un poeta. Si sobra, el poeta es quien la cuenta de más.

Testigo de excepción

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