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DE LA CRÍTICA PERIÓDICA AL ENSAYO

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Mediando los años veinte, para la juventud universitaria española llegó la hora de asomarse a Europa con fervor viajero. No se insistirá suficientemente acerca del nuevo caudal de experiencia e intensas ventajas formativas de aquellas giras de aprendizaje de vida europea que unos cuantos jóvenes escritores de entonces emprendieron en su más propicia época de maduración intelectual, toda una generación que, en palabras del propio Chabás, nació literariamente del 18 al 20 (véase el artículo «Viajes», de La Libertad). La oficina cultural de exportación de juventud estudiosa que fue la Junta para Ampliación de Estudios, además del Centro de Estudios Históricos, propició la salida hacia los caminos del mundo a Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Claudio de la Torre, y Ernesto Giménez Caballero, entre otros. Juan Chabás fue becado en Italia para desempeñar en Génova un lectorado adscrito a la cátedra del hispanista Antonio Restori. En una carta con membrete del Hotel de Gênes, sin fecha pero probablemente de octubre de 1924, refirió a Gabriel Miró la buena acogida que le había reservado el claustro universitario de la Università degli Studi di Genova, La Superba, y su excelente impresión de Italia. Tenía unas pocas clases semanales y un tiempo ancho para horas únicamente suyas. Los dos cursos académicos en tierras italianas llegarían a ser muy propicios para el contacto directo con la sociedad, la política y la cultura de un país fascistamente mussoliniano, para su formación europeísta y para su producción literaria. Aquel otoño paseó los vicoli genoveses y la plaza porticada del Caricamento, se acercó a Portofino, a Santa Margherita, a Bellagio, al lago Como, a las avenidas doradas del Pincio romano…, siempre con el andar pausado de los cantantes de ópera, disimulando las razones para estar contraído ante tanta vida nueva.

Según consta en un expediente administrativo, fue expulsado del claustro universitario debido a varios artículos enviados desde Génova al periódico madrileño La Libertad, colaboraciones algunas abiertamente en contra del régimen de Mussolini, desde luego carentes de la mínima diplomacia que debe el extranjero al país que le invita, pero también juzgadas impropiamente más que inoportunas por un Gobierno incómodo a la crítica e inclinado a los métodos expeditivos totalitarios. Pero al joven Chabás estos artículos y otros sobre literatura italiana publicados seguidamente en Revista de Occidente y en La Gaceta Literaria le sirvieron de sustrato para un volumen sobresaliente en su género. La editorial barcelonesa Mentora publicaría tiempo después, en 1928, su documentado volumen Italia fascista. Política y cultura, un trabajo de escritor cauteloso, alejado de cualquier sospecha filofascista aunque a veces sorprendido ante un mundo con todas sus contradicciones y arrastrado con cierto entusiasmo por los últimos flujos de la modernidad futurista de Marinetti. El libro prolongaba relevantemente la tradición de los estudios sobre el fascismo —Camillo Pelizzi, Vicente Clavel, Francesc Cambó…—, centrándose en sus aspectos sociopolíticos y efectuando una revisión histórica a fin de establecer un balance de la cultura fascista italiana, concretamente de la producción literaria de los años veinte.

La breve estancia en tierras italianas fue para el dianense cumplidamente fecunda. Dictó conferencias en la Societá di Studi Romanici, entabló una relación cordial con Arturo Farinelli en Milán, durante unas vacaciones pascuales reconoció a Máximo Gorki en una playa de Capri y con él se entretuvo en charla amena… Logró compaginar su labor periodística con la de traductor del italiano y del francés —que ya había ensayado con obras de Benedetto Croce y Luigi Pirandello en 1924 (Historia de Europa en el siglo XIX y Tercetos, respectivamente) y de Gérard de Nerval (Aurelia y Noches de octubre, ambas en 1923, y Silvia y La mano encantada un año después)—, lo cual le facilitó la subsistencia: el ensayo jurídico Sobre la legítima defensa de Julio Fioretti y Adolfo Zerboglio (1926), Un divorcio (1928) de Paul Bourget y, más tarde, probablemente a partir de la versión francesa, Street scene (1930) de Elmer L. Rice.

De vuelta a España después de su juvenil experiencia italiana, muy pronto se granjeará nombradía y respeto por su habilidad literaria de buen oficio, más por su actividad periodística, especializado en temas literarios, por ensayista y crítico teatral en los diarios y revistas de la época que como el poeta que fue en las primeras horas fracasadamente innovadoras del Ultraísmo y bajo su filiación juanramoniana, antes de recuperar los moldes del popularismo y de la poesía neotradicional. Como colaborador de la prensa diaria y de revistas literarias tuvo también, sin duda alguna, mucho mayor reconocimiento entre las gentes de su propio oficio y los lectores que como autor de aquellas tres novelas sin mayor fortuna, pese al mérito de calidad que le atribuyó la crítica en su día.

Su trayectoria ensayística fue perfilándose y asentándose con firmeza merced a sus frecuentes colaboraciones en Revista de Occidente, Alfar, La Gaceta Literaria, La Libertad y Diario de Barcelona, junto a otras circunstanciales en diarios como Heraldo de Madrid o El Sol.

Fue Chabás un articulista y ensayista laborioso, de muy buen hacer y gran curiosidad intelectual, ágil de pluma y con extrema pulcritud en su escritura, jamás irascible o siervo de la indulgencia inmerecida, orientado por una especial agudeza en sus juicios de valor, capaz de adecuar coherentemente el más exigente paso erudito con el coloquial que requiere el lector apresurado y necesitado de guía crítica, de avisos y gacetillas. Se sirvió de la crónica periodística y de la reseña más por sus fines divulgativos que por intereses de especialista en el objeto de estudio, sin contravenir por ello el rigor científico intrínseco a la labor crítica. Y frecuentó asimismo el artículo de diversa extensión sobre asuntos y sucesos artísticos, de la crítica teatral, del ensayo literario, de la biografía novelada y de la historiografía literaria. Su formación intelectual y el magisterio de Menéndez Pidal le facilitaron los fundamentos necesarios para el trabajo ensayístico dentro de los postulados de la Estilística. Su prosa, rica en matices pero también ligera y apropiada para la narración periodística, alcanza el paradigma del escritor alumbrado por la indagación constante, por la virtud de la objetividad y por el compromiso ante su época. Perteneció por edad al desigual elenco de ensayistas y articulistas que comienza un fecundo ejercicio crítico —los orteguianos Fernando Vela y Antonio Espina; Guillermo de Torre y Melchor Fernández Almagro, teóricos de las manifestaciones de Vanguardia; José Bergamín, Ernesto Giménez Caballero, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Benjamín Jarnés…— al mismo tiempo que adquiere una decisiva notoriedad la llamada por razones distintas a las del rigor periodológico «Generación poética del Veintisiete», relegando la novela y el ensayo a lugares menores. La posición ideológica posterior de Juan Chabás, radicalizada durante la guerra y el exilio, afín al Partido Comunista, le condujo hacia otro tipo de crítica, de orientación marxista. A su muy lograda factura, según veremos, contribuiría decididamente aquella dilatada práctica del autor en el artículo periodístico y en el ensayismo desde edad muy temprana.

En Juan Chabás se diluyen ciertas fronteras entre el ensayismo —en tanto que práctica de un género de dilatada tradición, prestigio y grandes autores— y el artículo de periódico en su modalidad de crónica, de reseña literaria, de reflexión estética. Acude con su nombre y destrezas de buen crítico a las revistas literarias que parecen acaparar cualquier rincón geográfico, que son soporte material para manifiestos, proclamas, programas estéticos o juicios de muy distinto pelaje —el mismo Chabás se suma a este conjunto textual de teoría explícita con «Orientaciones de la posguerra», difundido por la revista Cervantes una vez incorporada a la primera hora vanguardista—, o de reposados análisis en Revista de Occidente y en la gallega Alfar, por ejemplo, y mediante los artículos de mayor vuelo, a modo de ensayo compendiado, redactados para la prensa diaria, especialmente para La Libertad y Diario de Barcelona. Pero en las columnas periodísticas de los diarios frecuentados por Chabás cupieron asimismo la noticia breve o la anotación de circunstancia. Entiéndanse así los abundantes avisos sobre alguna revista literaria, española o extranjera, de reciente aparición o cuyo contenido se le antoja al autor reseñable, o incluso una sucinta información sobre un suceso cultural o una acotación sujeta a la transitoriedad, a la fugacidad. En esto estriba igualmente el carácter testimonial de este periodismo menor, subsidiario del ensayismo en su modalidad de crítica literaria en la prensa. Revistas del Sur: desde Málaga, con «título lleno de luz mediterránea», Litoral; la onubense Papel de Aleluyas; la lorquiana Gallo, «con un cacareo rojo de cresta sana y orgullosa, con vida breve», tan granadina; Mediodía; el Boletín de la joven literatura al que, en Murcia, Jorge Guillén y Juan Guerrero llamaron Verso y Prosa… Revistas castellanas: al frente, La Gaceta Literaria, dirigida por Giménez Caballero con pretensiones de equipararse a la francesa Les Nouvelles Littéraires; desde Burgos, Parábola, a modo de hojas sueltas de literatura; Meseta en Valladolid y Manantial en Segovia… Revistas catalanas: La Revista y su «ágil inquietud para recoger en notas breves el movimiento intelectual de Europa»; L’Amic de les Arts, cuna de surrealismos, Helix… Revistas juanramonianas (Índice, , Ley), siempre limpias, esmeradas. Las revistas Carmen y Lola, creadas por Gerardo Diego, imprescindibles, entre otras, de las que fue dejando constancia en sus columnas (vaya el lector a «Elegía a las revistas», por ejemplo).

En el primer «Resumen literario» de La Libertad, fechado el 5 de noviembre de 1926, Chabás centra su atención en el teatro y el cinematógrafo, columna que le suscitó una encuesta realizada por La Fiera Letteraria acerca del futuro del teatro en prosa. Fue el comienzo de una dilatada colaboración con el diario madrileño. Allí ensayó por vez primera el carácter misceláneo de la sección: al mismo tiempo saludaba la iniciativa de Juan Ramón Jiménez —«que es ciertamente nuestro poeta lírico más puro (a la minoría siempre), es también el más inquieto por hallar el modo de crear una revista pulida y exacta, donde pueden publicar sus trabajos los artistas jóvenes que como él hacen de su arte poesía»—, y lo hace con motivo de la aparición de Índice; o adelanta la bienvenida a la quincenal La Gaceta Literaria y asimismo de la revista Mediodía —creada en Sevilla «por otro grupo juvenil, con buenos propósitos y gran entusiasmo»—; o daba cuenta del estreno en la Comédie des Champs-Elysées de Le dictateur, avalado por la autoría de Jules Romains; u ofrece una concisa y sagaz reseña a El profesor inútil, de Benjamín Jarnés. En este primer «resumen literario», el crítico dejaba ya perfectamente definida la orientación de sus futuras colaboraciones.

La singularidad de la producción de Chabás en La Libertad y del mismo modo más tarde en otros periódicos y especialmente en Diario de Barcelona radica fundamentalmente en un propósito de reconstrucción de la historia literario-cultural de su tiempo. De ahí que conceda atención preferente a cuanto contribuya a reflejar el panorama de las artes del momento y de las tendencias que en los distintos géneros irrumpen con decidido protagonismo bajo el marbete de «joven literatura».

Después de los escritos de tema principalmente italiano, la firma de Chabás comenzó a aparecer en La Libertad con asiduidad desde 1926 y se prolongó hasta 1929. En la página semanal «El libro», compartida inicialmente con Rafael Cansinos-Asséns, después titulada «Resumen literario» —por lo general incluida en el diario los viernes—, no sólo entregaba una crónica puntual y detallada de los actos sobresalientes del mundo artístico hispano, desarrollados en distintos lugares de España, sino que también, a modo de «aviso crítico», se hacía eco de noticias y de las publicaciones periódicas aparecidas en el país o en el extranjero —así las frecuentes alusiones o comentarios al sumario de revistas literarias francesas e italianas—, y principalmente levantaba acta de la producción literaria del momento: apuntes críticos, reseñas de variada amplitud sobre los libros, españoles y circunstancialmente franceses o italianos, que conformaban la actualidad literaria en sus distintos géneros. Esta sección de La Libertad guardaba bastante semejanza con las de Marcel Brion y Giacomo Prampolini en Les Nouvelles Littéraires y La Fiera Letteraria respectivamente; también la tuvieron otros periódicos, especialmente la página literaria del Diario de Barcelona de la que más adelante, ya lo adelantábamos, Chabás será asimismo habitual colaborador.

La especificidad de no pocos de sus artículos en La Libertad reside en la inmediatez existente entre la publicación de la obra y la glosa crítica que merece su autor. Los trabajos recién publicados de los escritores de reconocida solvencia —llámense Azorín, Miró, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Unamuno o Gómez de la Serna—, bien porque con cierta amplitud, y en muchas ocasiones por vez primera, presenta críticamente a los entonces jóvenes escritores; bien para resaltar algunas de las características —perfiles generacionales, en su decir— que les son comunes o, cuando menos, que les identifican aun en su heterogeneidad estética; bien para detener su mirada en sus producciones literarias, con elogio ciertamente la mayor parte de las veces, pero elogio nunca desmesurado, coyuntural e inmerecido desde la óptica artística con pretensiones de objetividad de quien las juzga. Obrar de otro modo habría puesto frente al muro, a su modo de ver, los valores de una amistad ofendida por el ditirambo y la desmesura.

Desde tal voluntad, el crítico en diferentes resúmenes fue desgranando las particularidades que, a su entender, cohesionaban los por entonces juveniles esfuerzos de renovación artística y literaria, los de unos escritores obsesionados por reclamar protagonismo y un destacado relieve en el frontispicio de la actualidad, declarándose garantes de una calidad novedosa, de una producción que, en verdad, el paso de las horas de la historia vino a situar en un lugar preeminente de la historiografía literaria. El lector dudará muy probablemente sobre el hecho de atribuir a las relaciones de amistad que supuestamente se tributaron los miembros de la generación un rango de perfil diferenciador. Desde luego Chabás, en la nota titulada precisamente «Amistad», advierte la muy marcada tendencia española al enfado entre compañeros y de solitarios para afirmar seguidamente que entre los nuevos se muestra «un abierto ademán de compañerismo». Esta apreciación, susceptible de incorporarse a una historia menor que eleve en exceso lo anecdótico y lo circunstancial, no cabe generalizarse, pues conocidas son las enemistades que existieron entre algunos miembros de aquella «generación», pero al mismo tiempo es incuestionable que por amistad aquel grupo de jóvenes escritores llevaron a término importantes proyectos y sus integrantes se ayudaron literariamente con frecuencia. Y a esos sentimientos amigos coadyuvó la formación universitaria —catedráticos, exlectores de universidades extranjeras, filólogos…, «todos un poco devotos de la crítica»— de la gran mayoría de ellos o, si se quiere, contribuyó sobremanera su «especial conocimiento erudito». En la nómina se incluye ahora el crítico y sorprende su claridad de juicio suponiendo la proyección literaria de esos jóvenes:

«Todos hemos empezado sin chalina, sin capa, sin chambergo. Todos poco castizos y algo más castos —literariamente—. He aquí las razones de la buena amistad. Comer juntos, sentarnos a la misma mesa, es, pues, una consecuencia de buena crianza. No creo que, con el tiempo, sea escasa la obra de esta generación. Sobrepasado el límite de la anhelada pulcritud, aparecerá seguramente la obra conseguida. Tampoco creo que este afinamiento sea refinamiento de decadencia. Pero lo que sí puede tenerse por seguro es que de esta actitud de cordialidad y cortesía se deriven muchas ventajas en la vida literaria».

Y llegó el año 1927. Pese a lo exiguo del desarrollo de sus urgentes «resúmenes», Chabás logra cumplidamente reconstruir a modo de crónica y con exquisito detalle y apreciación crítica acontecimientos importantes de la actualidad literaria y cultural. Permitirá quien esto lee que me apresure a subrayar el hecho de que algunos de esos sucesos los había vivido él mismo en persona desde un lugar preferencial. Esta circunstancia le convierte en espectador activo, testigo y notario, conviene reiterarlo, de unos hechos, bien fueran de indiscutible importancia y significación, bien ancilares y subalternos dentro de los procesos de la literatura contemporánea, así como de determinados sucesos que, más allá de la mera crónica periodística, provocan la reflexión del crítico, rayana a veces con la teoría poética. El ejemplo tal vez más significativo, que recordará sin demasiado esfuerzo el lector, es el considerado acto afirmativo de la generación del Veintisiete, coincidente con la conmemoración del tricentenario de la muerte del poeta barroco Luis de Góngora.

A finales del verano de 1927 Rafael Alberti llamó a varios amigos, entre ellos a Chabás, para decirles que el torero Ignacio Sánchez Mejías les invitaba al homenaje a Góngora en Sevilla con motivo del tricentenario de su muerte. Con voz confidencial confesó que era inmejorable ocasión para promocionarse como autores de la nueva literatura. Parece ser que habían confirmado su asistencia Gerardo Diego, Mauricio Bacarisse, Federico García Lorca, Pepín Bello, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y el mismo Alberti. Antonio Espina, Melchor Fernández Almagro y Antonio Marichalar excusaron su ausencia. Pues bien, no existe mejor testimonio de lo ocurrido en aquel diciembre sevillano que el de las columnas de Chabás en La Libertad. Acúdase a los artículos de este volumen agrupados en la parte «Tricentenario gongorino», especialmente a «Una jira». Nadie, ni siquiera Gerardo Diego a través de varios comentarios aparecidos en su revista Lola, consigue una crónica descriptiva y reconstruida con pormenor y cuidado como la que hace Chabás logradamente en su sección del periódico. Más todavía, a Chabás debemos el más completo y ecuánime balance del centenario gongorino. Y lo hace quejoso, descubriéndonos —para sorpresa de algunos críticos de hoy— que, pese a la notoriedad del poeta cordobés, apenas fue notado y reducido a «algunos actos íntimos» de un grupo de devotos escritores jóvenes (véase «Centenario de Góngora»).

De inmediato se asoció la imagen y producción de Góngora con la juventud del Veintisiete. De ahí que el crítico abunde en la reivindicación que debió el poeta cordobés a la juventud literaria y significación que tuvo su obra en horas de la Modernidad. En el titulado «Góngora, Mallarmé y nuestros poetas jóvenes» abunda Chabás en la analogía de comprensión estética entre el autor de las Soledades y el francés, lo cual le permite explayarse en torno a su común creación metafórica y, al mismo tiempo, sobre sus diferencias muy sutiles por sustentarse la del español en la erudición y la mitología, en sinestesias y cromatismos, frente a la de Mallarmé que «casi nunca nace de alusiones, sino de elusiones». El extenso párrafo final es un extraordinario breviario informativo acerca del amor de los jóvenes por Góngora —como el sentido por Mallarmé y Valéry— y sobre los distintos proyectos —«homenaje de estudio y de ofrenda lírica»— mediante los cuales queríase reivindicar al poeta barroco cordobés y que pretendían llegar a la madurez de su ordenación: concursos nacionales, ediciones de sus obras en Revista de Occidente —véanse el artículo sobre las Soledades editadas al cuidado de Dámaso Alonso y la amplia reseña sobre Antología poética en honor de Góngora, preparada por Gerardo Diego— y la semana a él consagrada en Sevilla, que vendría a ser no sólo el arranque del resurgimiento gongorino sino también la cita pública de la joven generación y, sobre todo, una óptima ocasión para argüir la influencia de Góngora en la nueva poesía: así la distinción plausible entre la metáfora gongorina y la más moderna o entre el «sentido ornamental» gongorino y el de la lírica contemporánea. El influjo gongorino lo acotaba Chabás a Guillén y a Alberti. Dicho esto y desde la perspectiva de hoy, corrijamos al crítico cuando declara una «desinteresada amistad» hacia Góngora por parte de los jóvenes escritores. Es fácilmente demostrable que, desde su misma génesis, los actos desarrollados en Sevilla al abrigo de los honores gongorinos sirvieron fundamentalmente de propia promoción de los escritores organizadores, etiquetados pronto con el marbete de Generación del Veintisiete.

Si el encuentro sevillano de diciembre de 1927 adquiere un valor de acta fundacional para la generación acuñada con el guarismo del tricentenario gongorino, establecido por la crítica posterior como principio de su existencia —Chabás empleará en distintos escritos también otros términos: «generación del 20», «generación del 21», «generación perdida entre dos guerras»—, será la extensa producción literaria desarrollada por quienes la conformaron la que dará sentido a la nueva estética. En La Libertad fueron apareciendo con la firma de Chabás las obras más emblemáticas de la «generación», ahora aquí reproducidas, con la particularidad de ser reseñadas muchas de ellas por vez primera. Y esto se debe a que el crítico gozaba de una posición privilegiada en los ámbitos culturales. Trataba muy de cerca a gran parte de los protagonistas de sus escritos críticos. De ahí que alguna vez sepa del libro del amigo o compañero con antelación y adelante su comentario para subrayar su relevancia, incluso fechas antes de haber sido entregado a la imprenta el original que él conocía parcial o íntegramente. Este es el caso de la primera reflexión acerca de Ámbito, de Vicente Aleixandre, reproducida en estas páginas, que luego publicará con ligeras modificaciones en Revista de Occidente; y el hecho no menos significativo de que demuestre ser lector madrugador de la poesía de Jorge Guillén, y no sólo de aquella publicada en revistas literarias antes de ser reunida en el primer Cántico. Alguna otra vez, sabiendo próxima la publicación de la obra, pudo reseñarla con bastante precedencia respecto de otros críticos. El ejemplo más representativo es sin duda la nota crítica que el 29 de abril de 1927 dedicó a Perfil del aire, de Luis Cernuda, reproducida asimismo en las páginas que siguen: fue la primera pues apareció pocos días después de la edición del libro como cuarto suplemento de la revista Litoral que contrarió sobremanera al autor entendiéndola poco indulgente, ofensiva. En realidad la recensión no fue tan reprobatoria hacia un libro de «bello título», de «extraña perfección en autor tan mozo», de discípulo «formado en la admiración y el estudio devotos del maestro» Jorge Guillén, si bien en detrimento del logro de su voz más personal. Podrían añadirse otros juicios no menos adelantados que propició la proximidad de trato entre Chabás y el escritor reseñado, con cierto entusiasmo contenido, si se quiere —acúdase a la extensa y muy temprana glosa de Canciones, de Romancero gitano y de la «Oda al santísimo sacramento», de Federico García Lorca—, o con especial énfasis como el puesto en la columna dedicada a La amante, de Rafael Alberti, o en la glosa a las narraciones de Gabriel Miró (El obispo leproso) y Benjamín Jarnés (El profesor inútil, Paula y Paulita, Viviana y Merlín, El convidado de papel). Vistas en su conjunto, sorprende gratamente que en las reseñas de Chabás queden debidamente comentadas las obras de quienes con el tiempo serán los autores más representativos del verso y la prosa del Veintisiete, junto a los ya mencionados: Manuel Altolaguirre (Ejemplo), Emilio Prados (Vuelta), Pedro Salinas (Seguro azar), José María Hinojosa (La rosa de los vientos), Josefina de la Torre (Versos y estampas), José María Souvirón (Conjunto), Dámaso Alonso (Cédula de identidad), José Bergamín (Caracteres), Rosa Chacel (Estación, ida y vuelta), Juan José Domenchina (La túnica de Neso), José Díaz Fernández (El blocao), José López Rubio (Roque Six), etc.

Apenas inaugurado el año 1929 Juan Chabás se incorpora a la nómina de colaboradores de Diario de Barcelona y, consiguientemente, traslada su residencia a la capital catalana. Para entonces ya se ha alejado del grupo madrileño de la Revista de Occidente, auspiciado por Ortega y Fernando Vela, siente su aliento fatigado por tanta maraña en el Madrid resacoso por los ismos y se ve incapaz de fijar un rumbo coherente a la nueva narrativa, en el que, ya vimos, él mismo intentó dejar huellas. Allí acostumbrará a rellenar espacios del día charlando en los bares del Ensanche con poetas urbaneros, disfrutando en las terrazas, aquellas playas íntimas y quietas de la Barcelona alejada del mar, según dejó escrito. De vez en cuando, a media mañana, se detenía en las Ramblas de las flores al lado de López Picó para hacerse cómplices en aromas, se citaba en el Ateneo con Tomás Garcés… El 24 de enero de 1929 remitió su primera entrega a Diario de Barcelona y desde entonces hasta el 1 de octubre de 1930, con periodicidad generalmente semanal, asoció su nombre a la sección literaria del periódico, que con muy desigual frecuencia se rotulaba «Arte y letras».

Con cierta evolución respecto de sus colaboraciones periodísticas anteriores, en estas puede advertirse cómo consigue logradamente modular un estilo más personal, ajeno a los dejes característicos del periodismo de la época, reconocible por la coherente construcción global del texto, por el correcto fluir del discurso, por una prosa pulcra y refinada mediante la cual su autor prolongaba la seriedad crítica y la hechura prosística de sus predecesores noventayochistas. La voluntad y maneras críticas no se diferenciaban excesivamente de los artículos de La Libertad o de los de la sección «Gaceta catalana» que fueron apareciendo en La Gaceta Literaria por las mismas fechas. Obviamente, por el propio ámbito y la naturaleza del diario, abundan los artículos en torno a escritores catalanes de producción muy definida: Manuel de Montoliu, Santiago Rusiñol, Santiago Vinardell… Unidos a las recensiones que fueron apareciendo por esas mismas fechas en La Gaceta Literaria —a propósito de Josep López Picó, Carles Riba, Josep María Sagarra, Caries Soldevila…—, conforman un conjunto de considerable significación. Tampoco podían faltar las columnas dedicadas a la literatura europea, principalmente a autores franceses: Baudelaire, Georges Roux, Colette…

Pero además, al igual que en el corpus de La Libertad puede documentarse un número relevante de artículos en torno a la creación literaria y sus distintas modalidades, basados en una reflexión especulativa, de contenido teórico-histórico, en Diario de Barcelona alcanzan, si cabe, mayor frecuencia las colaboraciones de contenido teórico y de valores prescriptivos. Entiéndanse de este modo las extensas notas acerca de diversos asuntos de actualidad y preocupación estética. Lugar destacado vuelve a reservar a la «joven literatura» y al arte nuevo, temas tan recurrentemente tratados en los resúmenes de La Libertad. Acuda el lector, por ejemplo, al largo apunte titulado «La sensibilidad literaria», la del artista moderno, que para él no es otra que «la verdadera novedad del arte joven: el concebir la vida de un modo distinto, el contemplar con miradas insólitas hechos, formas, aspectos también insólitos que la vida moderna nos ofrece».

Un artículo, revelador desde su título, «La generación VABUM, la generación MAJO y los nuevos», ciertamente modélico por su brevedad y precisión teórica, resume perfectamente las razones que centran su interés en las distintas manifestaciones de los escritores jóvenes. Difícilmente puede contradecírsele el hecho de que, subrayada la «intensa y honda revolución» de la generación del noventa y ocho —aquella que Corpus Barga, atendiendo a las iniciales de sus autores que la caracterizaron (Valle, Azorín, Baroja, Unamuno y Maeztu) denominó Vabum— y la de sus «epígonos» —generación Majo con las iniciales de Miró, Ayala, Jiménez y Ortega—, precise que «la inestabilidad de los gustos artísticos» determinaron las modas literarias más o menos pasajeras, la de grupos de escritores con «una nerviosa inquietud, un febril anhelar de modos y de ideales estéticos diferentes que mudan y se olvidan tan pronto como son apenas conseguidos». Se refería a los grupúsculos de la primera Vanguardia, no sin antes mencionar la muy meritoria precedencia e incuestionable calidad estética de Ramón Gómez de la Serna. Por su ardida posición acerca de la producción de quienes fueron compañeros suyos en el viaje ultraísta —recuérdense los empréstitos de su libro Espejos al Ultra—, por lo novedoso del juicio en un tiempo aún muy próximo a los hechos y por la correcta lectura periodológica, sorprende la temprana conclusión del crítico, sin duda alguna suscrita hoy día por los especialistas de la Vanguardia histórica. En sí misma justifica la extensa cita:

«Los poetas del Ultra solían carecer de preparación técnica, ignoraban casi toda nuestra historia literaria y creían, con una generosidad juvenil admirable pero vana, que podían conseguirlo todo sin más que entregar a su afán estético —un afán que no podía llamarse doctrina ni siquiera propósito porque nada en ellos era meditado ni estaba definido— toda la intuición y valentía que poseían. Pero si ellos no realizaron obra duradera, demolieron, en cambio, mucho y cavaron amplios cimientos para edificar seriamente.

No nos extraña, pues, que mientras este grupo se iba disolviendo se estuviese ya formando otra generación nueva, también joven y ardida, pero más documentada, de propósitos más concretos y por tanto más conscientemente orientada. A esta nueva generación es a la que hoy suele llamarse joven literatura».

A Chabás volverán a interesarle las características de esa joven literatura, —cuño referido impropiamente sólo a las aportaciones en verso y prosa—, pues, completando aquellas otras estatuidas en los resúmenes de La Libertad, las enuncia y evalúa sumariamente en artículos posteriores (por ejemplo, los titulados «Joven poesía» y «Sobre la joven literatura»): el magisterio que los jóvenes escritores debían a Juan Ramón Jiménez y a Antonio Machado, el hecho de que su «preocupación esteticista» sea anterior a la producción de los autores, la «sólida cultura literaria» y «nacimiento excéntrico» —no centralista como la del 98— o «litoralizada» con matices de esa juventud literaria.

El crítico escribe con alto tono, niega de inmediato que ese arte joven en su labor tan humana parezca una deshumanización cuando en realidad entiende que es una «superhumanización» y en breves apuntes seguidamente se afana en subrayar «la alegría del sport» en su dimensión lúdica, maquinística y moderna para ceñir bien las nuevas sensibilidades y la voluntad filosófica de la joven literatura: «conocer al hombre más íntimamente cada vez». Chabás se afana en desgranar los signos externos de la juventud artística que por entonces tenía veinticinco años y que «con ímpetu alegre de salto y danza y salud, envanecida de su mocería» sintió una especial atracción por el cine, conforme destaca al principio de la hermosa nota sobre Indagación del cinema, de Francisco Ayala, para seguidamente abundar en sus relaciones con la literatura.

En otra ocasión se abalanza contra quienes, a su propio parecer, atacan aguerridamente ciertas intemperancias mozas como las del grupo surrealista de la revista catalana L’Amic de les Arts (Montanyà, Carbonell, Gasch, Dalí, Casanyes), iconoclasta y bromista, pero que dio «aire europeo, libre, ancho a nuestra vida literaria», internacionalismo innegable pero que en su mismo gesto, precisa sagazmente Chabás, «si se exageraba demasiado, tomaba un cierto aire provinciano». Y de la anécdota pasa en otro momento a la especulación más exigente y meditada mostrándose capaz de realizar una síntesis, excelente donde las haya, a propósito de posturas poéticas que tuvieron muy relevante protagonismo en su momento; por ejemplo, sobre la significación del «Superrealismo». La crítica adquiere entonces visos de demoledora evidencia en la pluma de quien conoció desde una atalaya con visión privilegiada los valores literarios y trascendencia de aquel movimiento de Vanguardia y ahora, ayudado por el tiempo transcurrido y a modo de balance tras leer un artículo de César Vallejo, levanta acta de su entidad y significativa evolución: reconocido el valor incuestionable por el ímpetu asolador de esta escuela literaria, sentencia que «fue nula casi su aportación constructiva». Hoy, con matices al margen, resulta difícil contradecir lo que Chabás advirtió tan madrugadoramente del movimiento que Breton, «acróbata de la inteligencia», encaminó hacia el comunismo. En su artículo titulado «Superrealismo», haciéndose eco de los seguidores y detractores de la escuela bretoniana, el crítico invita a reconocer su balance, del cual podría concluirse que, si bien fue incapaz de «suscitar una crisis de conciencia, al menos se ha conseguido dar a la conciencia más libertad, más resolución, mayor ímpetu de independencia y de creación».

De no menor calado son las sucesivas entregas acerca de la actualidad y futuro de la novela, en aquel tiempo —según criterio de Chabás en un artículo dedicado a la todavía desconocida Maruja Mallo—, sumida en el más grave conflicto planteado a la literatura moderna por muchas y complejísimas causas, entre otras la carencia en los escritores jóvenes de imaginación, de fantasía creadora, de renovada imaginación que laborara con inteligencia y sensibilidad actuales el pulso y compás de la modernidad. Sabido es que los jóvenes novelistas del momento, incapaces de encontrar el verdadero camino de la renovación que reclamaba el género, sufrieron el protagonismo acaparador de una poesía que homenajeaba a Luis de Góngora en 1927. Precisamente fue Chabás quien durante el acto público sevillano con ocasión del tricentenario de la muerte del poeta barroco, según dejó escrito en su crónica titulada «Una jira» de La Libertad, se encargó de saludar los logros de los prosistas jóvenes y establecer una primera nómina con las correspondientes apreciaciones, nómina en la que él no se incluyó por modestia. En hora temprana Chabás comprendió que el golpe de timón mediante técnicas innovadoras era exigencia urgente. Mauricio Bacarisse, Antonio Espina, Benjamín Jarnés, Antonio Marichalar, Pedro Salinas, Mario Verdaguer y el propio Juan Chabás, por citar algunos de los más notorios, emprendieron una labor importante con muy estimables aportaciones individuales dentro de las heterogéneas opciones narrativas que oscilaban desde el experimentalismo al discurso sustancialmente poético. La ruptura con los modelos estatuidos pasaba por la necesidad de adecuar la nueva estética a los tiempos de la modernidad vanguardista con la mirada puesta en Europa (Marcel Proust, André Gide, Jean Giraudoux, Virginia Woolf, James Joyce…), y a ello contribuyeron las reflexiones teóricas que desde la tribuna de su prestigio e influencia formulara el filósofo José Ortega y Gasset, o en las que abundaron los propios novelistas a través de sus declaraciones de intenciones, las revistas literarias del momento y algunas empresas editoriales que crearon colecciones ad hoc para el género.

En Diario de Barcelona el crítico abunda en las meditaciones acerca de los problemas del género narrativo. Destaquemos las entregas sucesivas «Sobre la novela» y el artículo «Horizonte de novela», publicado en Heraldo de Madrid. En este saluda el buen augurio del final de la crisis de la novela al irse imponiendo «una nueva manera de novelar» que ha rejuvenecido al género y que, con referencias a modelos europeos (Proust, Svevo, Joyce, Delteil…), se afanan por lograr un equilibrio.

«Han tendido a establecer nuevas leyes de equilibrio entre la acción y la introspección; entre los elementos dinámicos y anecdóticos, indispensables a toda narración, y los elementos de reposo, que están constituidos por un amplio conjunto de observaciones psicológicas, que han de realizarse —o desrealizarse— a través del estrecho e íntimo sendero que nos conduce hacia la vida interior de los personajes creados.»

Un artículo de Rafael Marquina «sobre las tendencias y posibilidades de la novela nueva», publicado en la revista Mirador, sirve al crítico para recordar de nuevo en Diario de Barcelona cómo la supuesta crisis del género fundamenta trabajos de Ortega, Maurois, Mauriac o Larbaud, antes de sentenciar la inexistencia de una novela nueva. Advierte nubarrones sobre su futuro, aun después de renegar de Ortega, maestro de lides preceptivas sobre la narrativa deshumanizada, hasta llegar a declarar que «nada más triste podría hallarse hoy en literatura que una novela pensada según el criterio que Ortega o cualquier otro tengan sobre el género» («Posibilidades de la novela nueva»).

Por otra parte prodigan los artículos dedicados al análisis de un volumen recientemente publicado, no por el hecho de firmarlo un escritor adscrito a la «joven literatura» que apuntaba buenas formas, sino para subrayar ahora la singularidad de un autor cuya obra ha adquirido cierta entidad dentro del panorama literario del momento o cuyos indiscutibles méritos en términos de calidad artística justifican ampliamente la glosa. La serie de cuatro entregas a raíz de la aparición de Sobre los ángeles o la reseña a Cal y canto, de un Rafael Alberti ya con líneas poéticas bien trazadas, son en sí mismas reveladoras en este sentido. Léalas el lector aquí reunidas. Como no podía ser de otro modo, el interés del crítico por las revistas literarias es igualmente manifiesto; a través de sus notas podemos recomponer la trayectoria y trascendencia de estas publicaciones periódicas.

Al igual que en La Libertad, los comentarios sobre las revistas literarias ocupan un espacio importante en el conjunto de las colaboraciones de Chabás en el periódico barcelonés. Desde sus columnas aprovecha cualquier ocasión para impulsar el esfuerzo y trayectoria de cuantas, a iniciativas jóvenes, aparecieron con prodigalidad y diferente fortuna. Lo recuerda en el artículo «Sobre la joven literatura»:

«En muchas provincias de España surgieron hacia el año 1920 diversas publicaciones juveniles que respondían al movimiento de la joven literatura concentrada en Madrid. Esas revistas provincianas se nutrían de un grupo local de escritores y de las del grupo que en Madrid residía. Tuvieron revistas juveniles Murcia, Huelva, Granada, Málaga, Sevilla, Valladolid, Burgos, Gijón, Las Palmas, Palma de Mallorca, Valencia; en Cataluña, también surgieron revistas varias en Barcelona, en Sitges, en Gerona, en Villanueva y Geltrú; y estas revistas catalanas prestaban también atención a la literatura juvenil de lengua española».

Más interesante que este recorrido por la topografía de las revistas literarias es, si cabe, la explicación de tan significativa proliferación: «Ese múltiple florecimiento de revistas está indicándonos que las inquietudes de la juventud literaria no eran momentáneo capricho de unos cuantos literatos sino que eran bien profundas y, por ello, porque obedecían a un estado de ánimo especial y se armonizaban con el general sosiego de nuestro tiempo, era tan fácil el contagio».

Testigo de excepción

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