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CON VERSOS Y PROSAS DE VANGUARDIA

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Solía vérsele algunas mañanas en el Ateneo madrileño, los atardeceres en cenáculos, comensal en días de celebraciones y homenajes en Lhardy y en El Oro del Rhin, contertulio en cafés desde los que se vociferaba la última moda literaria (Lyon, cervecería de Correos…), pero sobre todo en los divanes rojos del café Colonial donde Rafael Cansinos-Asséns se rodeaba de jóvenes alientos, o, menos asiduamente, encaramado a las noches de los sábados en la vieja botellería y café de Pombo, «cubículo juvenil y alegre, casi una boîte literaria», que bullía en la calle Carretas y en la que Ramón Gómez de la Serna oficiaba de mentor de aspiraciones vanguardistas y no cesaba de organizar banquetes que consagrados a alguien tenían «un valor de aviso y toque de atención para subrayar una tarea literaria digna» (véase «Greguerías y banquetes»). O se le reconocían sus andares por el paseo del Prado, alfombrado de sol sobre las aceras que trajinaban señores solos, caminando con Rafael Barradas hacia los libros desconsoladamente viejos de los puestos de la verja del Botánico, mientras elogiaba al uruguayo sus decorados para Martínez Sierra y las portadas de la revista Ultra. O le veían yendo hacia Las Ventas en discusión vehemente acerca de las facultades taurinas de sus admirados Ignacio Sánchez Mejías o Marcial Lalanda.

A finales de la segunda década del siglo XX Madrid deseaba sentir propia la gesticulación iconoclasta de la Vanguardia poética europea, pero lo hacía imitando, aprovechando materiales de derribo y acrisolando voluntades estéticas para estatuir un credo, el del Ultra, carente de originalidad, es cierto, y, desde luego, distante a muchas leguas de la sobresaliente singularidad del Creacionismo. Chabás decidió acercarse con oído atento a aquel bullicio maquinista y urbanero del Ultra y logró publicar en 1921, entre tanta orfandad editorial para la poesía del momento, un librito de título Espejos, salido de los talleres de Alejandro Pueyo, pulcro, bello en su sencillez y reducido formato, con una cubierta sobria de color blanco hueso, gemela de la de Poemas puros, poemillas de la ciudad, de Dámaso Alonso, publicado al mismo tiempo con distinto pie de imprenta e igualmente saldado a real, meses después, en las librerías de lance de la Cuesta de Moyano. Algunos de los poemas eran conocidos por los lectores de las revistas literarias de la primera hora vanguardista —entre 1921 y 1923 publicará en España, Horizonte (revista que él mismo fundó con Pedro Garfias y José Rivas Panedas), Índice, Ultra y Tableros—, pero el libro, en su conjunto, difícilmente podía adscribirse a la supuesta ortodoxia ultraísta —Guillermo de Torre se lo recordó con reproche— más allá de determinadas convergencias tropológicas de ascendencia cubista y greguerísticas u otras léxicas al socaire de las novedades en boga. Espejos era un poemario primerizo, heteróclito en su contenido, falto de la audacia tipográfica propia de otras vanguardias, e incapaz de desprenderse, por carecer de una orientación definida, de cierto sentimentalismo romántico-simbolista y del influjo penetrante del purismo juanramoniano; en suma, respondía a ciertas vaguedades líricas de adolescencia y, estéticamente, a un hibridismo sustentado en concepciones de tradición y de vanguardia. Pero el joven Chabás percibió a tiempo que la incapacidad teórica y la práctica ultraístas conducían, cuando menos, a la mediocridad, de ahí que subsumiera el popularismo de sesgo culto y, renegando de excesos vanguardistas y de purismos estéticos, contuviera su verso en los moldes del neotradicionalismo, sujeto a las estructuras clasicistas en consonancia con el giro que iba adoptando la poesía de la época. Entonces aparecen poemas suyos en la coruñesa Alfar, en las murcianas Verso y Prosa y en el suplemento literario de La Verdad, en la vallisoletana Meseta y en la burgalesa Parábola. Poemas breves, de cierta mediocridad, todos presumiblemente destinados a un nuevo poemario, Ondas, que nunca llegó a editarse después de haberse anunciado en la colección lírica de Horizonte. Con todo, quiso emprender Chabás el camino hacia una madurez poética en la que lograse escuchar —en palabras que él mismo reservó para Luis Cernuda (vaya el lector a la crítica de Perfil del aire) su íntima voz, con mayor ahínco, para crear su poesía verdadera, más propia y original, pero que, en verdad, nunca alcanzaría en su caso la excelencia. De ahí que se desinteresara del género y sólo más tarde, ya en tiempos de exilio, volviera a frecuentarlo muy de trecho en trecho. Poco tiempo después de morir, su viuda reunió aquellos poemas en el volumen Árbol de ti nacido (1956).

Había abandonado el verso buscando mejor fortuna literaria por los caminos de la prosa. Lo comenzó con Sin velas, desvelada (1927), ceñido por el corsé de la novela posmodernista, trabando dentro de una frágil trama la descripción subjetiva y el impresionismo sensorial del paisaje de su tierra natal alicantina con el lastre poemático que le proporcionó el esmerado estilo de su maestro y paisano Gabriel Miró. Muy distinto propósito reservó para Puerto de sombra (1928), narración ciertamente mucho más ambiciosa, publicada cuando algunas empresas editoriales apostaban por los «nova novorum» y los «valores actuales» de la novela nueva al dictado de Ortega y Gasset. Ambientada en la Riviera italiana, su sesgo memorialístico de ascendencia proustiana, sustancialmente poético e introspectivo, propiciaba el discurso descriptivo de extrema morosidad y la creación de personajes al trasluz de la psicología imaginaria en detrimento de la acción novelesca. Así fue tejiendo la historia, la imposibilidad del amor de su protagonista, reconstruida mediante los requiebros de la memoria en la villa marinera de Portofino. El resto de la fábula lo conformaban episodios colaterales anclados en ambientes aburguesados y escenarios marcados por la impronta de la modernidad. En definitiva, el autor había llevado a término una de las novelas paradigmáticas del nuevo arte. Dos años después volvía al género con Agor sin fin (1930) completando evolucionadamente su ejercicio novelístico, esta vez desde la perspectiva rehumanizadora del «nuevo romanticismo»: la de la organicidad textual donde la acción predominaba, los personajes aparecían sujetos a su destino y la finalidad estética, antes esencial, pasaría a ser subsidiaria.

La guerra civil truncó cualquier continuidad. Sólo en tiempos posteriores de exilio, en Venezuela o en Cuba, retomará Chabás la escritura de creación con siete cuentos agavillados póstumamente bajo el título Fábula y vida (1955). Su muerte excesivamente madrugadora en La Habana nos privó del escritor en su madurez creativa y redujo a mera voluntad su proyecto de emprender una gran novela, según dejó dicho a sus amigos. Otro escritor valenciano asimismo de retardada celebridad, Max Aub, llevado ciertamente por el afecto, no dudó en señalar a Chabás como el «mejor dotado» de los narradores que mediados los años veinte se impusieron renovar la prosa española, distanciándose de manera distintiva de las estéticas finiseculares y novecentistas precedentes.

Testigo de excepción

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