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DOS PALABRAS

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El volumen que el lector tiene en sus manos tardó casi cinco años en concluirse. Nuestra intención, al entregar el anterior, era hacerlo en no más de tres. Pronto, sin embargo, nos dimos cuenta de que ese plazo era estrecho, sobre todo por la intención de que se elaboraran textos cuyo contenido correspondiera a lo que entendemos como narración histórica. Desde nuestro punto de vista esa opción historiográfica era la manera pertinente de acercarse al pasado, al ser la que ofrece más posibilidades para reconstituir la vida, que es en definitiva la meta que persigue el historiador.

Dada la necesidad de darle coherencia a la exposición, ese propósito exigía consultar la mayor cantidad posible de fuentes, y examinar la abundante bibliografía nacional y extranjera que existe sobre los temas que se seleccionaron. Un camino que habría disminuido esa ardua tarea, acortando el tiempo dedicado a esta obra, hubiera sido constituir equipos de trabajo. Esto fue desechado, convencidos de la necesidad de que los autores tuvieran una relación directa con las fuentes. Solo así se evitaría la distorsión que suele producirse cuando ese cometido, al encargarse a otros, responde a inquietudes historiográficas que no son necesariamente las propias de cada investigador. La decisión indicada, discutible, como cualquier otra, importó dedicar muchas horas a la revisión de periódicos, revistas, sesiones del Congreso, archivos públicos y privados. El resultado, como era de esperar, se tradujo en el acopio de gran cantidad de material, al punto de que fue necesario distribuir el periodo que se estudia —1826-1881— en dos volúmenes.

El paso siguiente, en una suerte de segunda etapa, consistió en el análisis de esa abundante documentación, hasta conseguir sistematizarla de tal manera que permitiera organizar “una exposición ordenada y sistemática…, en vista a convertirla en una historia… en forma de relato”, en el cual se le dio una función esencial a la cronología*. Al adoptar ese camino se tuvo en cuenta que el producto final, esto es, la narración, se acercara a la época estudiada, si bien nunca se perdió de vista que los datos seleccionados y la “mente del historiador” provocan, muchas veces de manera involuntaria, graves distorsiones del pasado. Se procuró mitigar ese peligro cotejando con especial cuidado los antecedentes y discutiendo las interpretaciones que se formulaban, hasta que los autores, concluido ese ejercicio, tuvieran cierta seguridad de que sus textos no deformaban la esquiva realidad.

Quienes los escribieron tenían claro que ese objetivo solo sería posible en la medida en que los protagonistas de sus monografías fueran los diferentes grupos sociales que formaban nuestra sociedad, los hombres y mujeres, en suma, que la integraban. De lo contrario, el trabajo solo contendría información ordenada e interesante, pero carente de vida. La intención indicada explica que se escogiera describir en este tomo, a través del hábitat, la vida en el campo y en las ciudades, la evolución demográfica, la vida cotidiana, la sociabilidad, la salud y el mundo indígena, la conducta pública y privada de dichos grupos. Y que se optara, a través de la política, el derecho, la diplomacia, la iglesia y las fuerzas armadas, por mirar al país desde el horizonte de la participación que le cupo a los sectores dirigentes en su conducción, con la precaución de eludir cualquier asomo que apuntara a entender su intervención como una suerte de enfrentamiento entre “buenos” y “malos”, o como una pugna entre quienes defendían soluciones adecuadas a las circunstancias y quienes sostenían postulados equivocados. Ese esquema, que suele caracterizar las obras que tratan la historia política, fue descartado, adoptándose en cambio el principio de presentar la patria como fruto del empeño de todos, dando por sentado de que los actores —individuales o colectivos, y de cualquier condición social— defendían los ideales que consideraban más apropiados para que Chile “progresara”, sin estar del todo conscientes de que esa meta no dependía solo del tesón de cada uno, sino también de factores que no dominaban y, desde luego, del imponderable azar.

Ese es el juego de fuerzas que generan nuestro pasado y que, entrelazándose, se constituyen, a través de la narración, en parte de la trama de este libro.

Los editores

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*Jaume Aurell, Tendencias historiográficas del siglo XX, Globo Editores, Santiago, 2008, p. 114 y 116.

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