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EL CASO DE SANTIAGO
ОглавлениеLa capital mantuvo su estructura social casi sin variaciones después de la traumática experiencia revolucionaria. Los viejos núcleos de la nobleza colonial, que habían experimentado notorias modificaciones desde finales del siglo XVII como consecuencia de la llegada de migrantes procedentes de la cornisa cantábrica, de Navarra y del País Vasco, con vinculaciones familiares en numerosos puntos del territorio americano y con una fuerte presencia en el sector mercantil, incorporaron a personas que se destacaron en el servicio de las armas durante la guerra de la Independencia, tanto chilenas como extranjeras y que formaron familias que, por su fácil ingreso a las estructuras de poder, exhibieron una presencia determinante en el país tanto en el campo político como en el social: Ramón Freire, Manuel Blanco, Manuel Bulnes, Joaquín Prieto, Luis José de Pereira, Juan Mackenna, Benjamín Viel, Jorge Beauchef, Vicente Claro y Guillermo de Vic Tupper, entre otros. Las secuelas de esa guerra, que significó para muchos la pérdida de sus bienes, secuestrados y después rematados, permitió el surgimiento de riquezas inmobiliarias de nueva data. Pero también se incorporaron a la elite santiaguina, y muy pronto, los mineros y los comerciantes que habían hecho su fortuna en el norte. Algo similar ocurrió con quienes, a partir del decenio de 1850, encontraron en la agricultura, y concretamente en el cultivo del trigo, una fuente de considerables ingresos. Se suele emplear el término burguesía para referirse a estos hombres nuevos —que no siempre lo eran—, pero no parece adecuada la aplicación a Chile de un modelo social propio de los países europeos y, más específicamente, de Francia. La burguesía y los burgueses son categorías que, difundidas por la historiografía marxista y convertidas en herramientas de uso obligado tras la aparición, en 1913, de la difundidísima obra de Werner Sombart, muestran una marcada ambigüedad al tratar de aplicarlas al sector social alto chileno209. No está de más subrayar que esta supuesta burguesía no aspiraba a oponerse ni a desplazar a las familias provenientes de la nobleza colonial: según los criterios de diferenciación social imperantes durante la monarquía, en general sus miembros no se diferenciaban de los de aquellas. En algunos casos se trataba de familias con pocas generaciones en Chile; en otros, de familias que eran santiaguinas pero habían hecho su fortuna en la provincia; en otros, de extranjeros o hijos de extranjeros avecindados y enriquecidos en provincia; en otros, de integrantes de familias de escaso caudal que, gracias a un afortunado hallazgo minero, habían modificado su situación patrimonial.
Es digno de destacarse el hecho de que durante los decenios iniciales del siglo XIX se sumaron a la elite, sin mayores dificultades, numerosos inmigrantes peninsulares, con el expediente ya indicado de contraer matrimonio con hijas de familias distinguidas. Algunos que participaron activamente como militares en las guerras de la emancipación y se habían casado con chilenas, concluido el conflicto retornaron al país; otros, retenidos como prisioneros, decidieron quedarse en Chile. Fueron los casos, entre muchos, del comandante del regimiento Talavera, Rafael Maroto, casado en 1815 con Antonia Cortés García, de la familia de los marqueses de la Cañada Hermosa, vuelto a Chile en 1847, después de una destacada y criticada actuación en la península, al igual que uno de sus ayudantes, Antonio García y Aro, llegado el mismo año, que se había casado en 1816 con Tadea Reyes Saravia210; del teniente Vicente Fornés, subordinado de García y Aro en Chile y después en España, y casado en 1844 con Isabel García Reyes, hija de su jefe211. Muy llamativo es el caso de algunos tripulantes de la fragata María Isabel, hechos prisioneros al ser capturada esa nave en 1818 por Manuel Blanco Encalada. Varios de ellos se radicaron en Chile y dieron origen a familias extensas y vinculadas a las elites de Santiago y de las provincias. Fue el caso del oficial de la real hacienda Victorino Garrido, casado con Rosa Falcón Ramírez; del médico Juan Miquel, casado en 1823 con Ignacia Rodríguez Zorrilla y Fernández de Leiva, sobrina del obispo de Santiago212; del catalán Francisco Rivas Besa, casado con Nieves Cruz Canales de la Cerda213; del andaluz Manuel Alfonso, natural de Carmona y casado en La Serena con Agustina Cavada y con larga sucesión en La Serena, Ovalle y Santiago214; de Francisco Domínguez Heras, casado primero con Dolores San Roque y después con Tomasa Valenzuela Morán, con dilatadísima sucesión, y de Manuel Valledor Blanco, casado con Josefa Pinto Díaz, hermana del presidente Francisco Antonio Pinto.
Aunque no se perciben cortes en las estructuras sociales como consecuencia de la emancipación, no faltaron quienes, por su condición de realistas —chilenos y españoles— y por las malas experiencias vividas durante la confrontación bélica, abandonaron Chile y se negaron a retornar. Fueron, entre otros, los casos de Ignacia Villota y Pérez Cotapos, cónyuge del peninsular Santiago de Ascasíbar y Murube; de su hermana Isabel Villota y de su marido el rico comerciante Pedro Nolasco de Chopitea —quien en forma novelesca salvó su vida de la pena de muerte dictada por los patriotas—, radicados con sus hijos en Barcelona215, y de Luis de Urrejola y Leclerc de Bicourt, quien, enviado en 1815 a una comisión a España, jamás volvió y formó allí su familia216.
Tampoco faltaron los peninsulares realistas que, tras abandonaron Chile debido al triunfo patriota, optaron por regresar una vez consolidado el nuevo régimen, como lo hicieron en 1826 el vasco Domingo de Amunátegui y Aldecoa, comerciante de Chillán; el también vasco Francisco de Echazarreta y Osinalde, regidor de Santiago en 1815 y huido a Lima después de la batalla de Chacabuco217, o el doctor Félix Francisco Bazo y Berry, oidor de la Real Audiencia, cónyuge de María del Tránsito Riesco, pasado a Lima en 1811, reincorporado a su plaza en 1815 hasta la extinción del tribunal en 1817, retornado a España en 1822 y en Chile dos años más tarde218. Pero el contingente mayor estuvo representado por inmigrantes espontáneos que probablemente buscaban un mejor destino en América ante las turbulencias políticas —como ocurrió con Juan Francisco de Zegers y con José Joaquín de Mora— y la mala situación económica en la península. Los matrimonios de muchos de ellos con mujeres de la elite les permitieron su rápida incorporación a esta. Cabe indicar entre otros al gaditano José Montes Orihuela, casado con María Loreto Rosales y Mercado y con una abundante descendencia marcada por la endogamia; al vasco Francisco de Bernales y Trucíos, casado con Dolores Urmeneta Astaburuaga; al también vasco Agustín Llona Beláustegui, casado en 1835 con la limeña Josefina Alvizu Reynals; a los hermanos Joaquín y Ramón Noguera, oriundos de Cataluña, casados en el decenio de 1840 con dos hermanas Opazo Silva; a Antonio Besa y Barba, casado en la primera mitad del siglo con Antonia de las Infantas; al navarro Vicente de Cruchaga y Amigot, casado en 1820 con Josefa Montt Armaza; a los riojanos Braulio Fernández y Fernández, en Chile en 1849 por su pretensión al vínculo de Bucalemu, casado en 1855 con Amalia Vicuña Guerrero y retornado a su país en 1861219; Valentín Fernández Beltrán, agricultor y fundador en 1854 de la Sociedad de Beneficencia Española, llamado por su tío el comerciante riojano Rafael Beltrán Íñiguez220; Manuel Fernández Cereceda, casado en 1849 con Ana María Íñiguez Ovalle, con larga sucesión221; Domingo Fernández de la Mata, en Chile en 1850, casado con Enriqueta Jaraquemada Vargas, también con numerosa descendencia222, y el catalán José Cerveró y Moxó, casado con su parienta chilena Mercedes Larraín Moxó. Es necesario tener en cuenta que esta inmigración, pequeña en número, parece haber obedecido, al menos en parte, al denominado traslado por requerimiento, es decir, al llamado de parientes ya radicados en Chile. Solo a partir de 1888, y estando en funciones la Agencia General de Colonización, la emigración española adquirió un mayor volumen223.
Los ingleses y alemanes desempeñaron un papel destacado en el reforzamiento de la elite santiaguina, no obstante que numéricamente no tuvieron la preponderancia que exhibieron en Valparaíso. Se debe tener presente, sin embargo, que muchas de las familias fundadas por extranjeros en Valparaíso y en La Serena se establecieron finalmente en la capital. Al médico inglés Nataniel Cox (en Chile en 1814) y al médico irlandés Guillermo Blest (en Chile en 1827), se deben agregar el médico Tomás Armstrong, procedente de las Canarias, aunque de origen escocés, casado en 1839 con Micaela Gana López; Eduardo Mac Clure, comerciante en Santiago en 1830, y casado con Manuela Matte Messía; el alemán Jorge Huneeus, natural de Bremen, radicado en Inglaterra, y en Chile en 1829, en representación de la firma Huth, Grünning & Co., casado en 1835 con la española Isidora Zegers Montenegro, viuda del coronel Guillermo de Vic Tupper, con una extensísima descendencia224; el hamburgués Enrique Teodoro Moller, casado en Santiago en 1847 con Carolina García de la Huerta Ramírez, y el médico austriaco Pedro Pablo Herzl, casado en 1849 con Irene Lecaros Valdés. A estos debe agregarse a inmigrantes americanos, como el boliviano Javier Gumucio Echichipea, llegado antes de 1850, y el ecuatoriano José Gregorio Benítez, casado en La Serena en 1823, como ya se indicó.
El incremento del comercio, las actividades mineras en el norte y en la zona de Concepción, el sostenido desarrollo de la agricultura, en especial del cultivo del trigo, el ejercicio profesional, los servicios financieros y las inversiones en países como Perú y Bolivia no solo incrementaron la riqueza pública y privada, sino también la importancia de Santiago como centro de decisiones políticas y económicas. El crecimiento de la capital y, sobre todo, su indiscutible preeminencia política y social sobre las demás ciudades de Chile, tuvieron expresiones visibles en la renovación urbana que se aceleró en la segunda mitad del siglo XIX. La construcción de viviendas, tanto para los miembros de la elite como para los sectores medios, que se examina en otro capítulo, fue la parte visible del desarrollo de la ciudad.
La creación de nuevos servicios, las obras públicas, la construcción, que tomó gran fuerza desde el decenio de 1860, y el desenvolvimiento de la actividad comercial representaron una sostenida demanda de trabajadores, desde el gañán, en general proveniente del campo, hasta el artesano, el cochero o el sirviente. Hasta el término de la primera mitad del siglo se conservaron las antiguas modalidades de servicio doméstico características del Chile indiano, marcadas por el paternalismo. Así, en las casas de los miembros de la elite los esclavos emancipados continuaron sirviendo a sus antiguos amos, al igual que lo hacían las “chinitas” e “indiecitos” comprados a los indígenas a través de intermediarios, o los hijos del personal dependiente entregados a sus patrones para que los “crecieran”. Sin embargo, la regulación de los contratos de trabajo con la vigencia del Código Civil fijó un nuevo marco en las relaciones laborales y, aunque intentó limitar la movilidad de los trabajadores, en la práctica no lo logró225. Pero no solo hubo desplazamiento de hombres hacia la capital; también las mujeres migraron desde el mundo rural, para encontrar en el servicio doméstico santiaguino una fuente de ingresos económicos periódicos que no les proporcionaba el agro. La demanda de mano de obra desde Santiago explica, pues, la sostenida recepción de personal no calificado desde ciudades menores y desde el campo, en especial del aledaño a la capital, como Colina y Lampa. Estima Luis Alberto Romero que a partir de 1875 Santiago comenzó a absorber población proveniente de lugares más distantes del valle central226. Domingo Faustino Sarmiento, testigo atento del fenómeno, calculaba en 1842 que en la capital había unos 10 mil desocupados, muchos de los cuales vendían en las calles mote, huesillos, frutas y zapatos227. Otros sectores en crecimiento, como el transporte, el abasto y el artesanal-manufacturero, también requirieron, en forma estable o temporal, a trabajadores no calificados228. Y fue precisamente la temporalidad de algunos trabajos, tanto agrícolas como urbanos la que empujó al gañán a retornar al campo, a otras ciudades, e, incluso, a las minas del Norte Chico, de acuerdo a las demandas estacionales.
Estos migrantes, carentes de raíces en la capital, estaban también desprovistos del más primordial de los elementos para radicarse de manera aceptable: la casa. Asentados precariamente como allegados, al decidirse por una radicación definitiva lo hacían generalmente en las áreas más marginales, es decir, en los bordes de la ciudad229. Marcadas por la miseria, las áreas situadas tanto al sur de la Alameda como al poniente de la actual avenida Brasil y al norte del río Mapocho congregaron a los pobres de la urbe. La segregación residencial así producida no significaba que en los sectores centrales de Santiago no existieran conventillos, “piezas redondas”, es decir, desprovistas de ventanas, y sitios eriazos en que se instalaban malamente los más desposeídos.
El crecimiento demográfico de Santiago, imparable desde el decenio de 1880, supuso, por una parte, el diseño de nuevos barrios para los sectores altos y, también, el desarrollo de barrios más modestos para los grupos medios. Pero no se supo enfrentar la situación de los pobres desde el punto de vista urbano sino hasta comienzos del siglo XX. El dinámico avance de la periferia de Santiago se hizo tanto con la inclusión de antiguos caseríos como con la construcción de nuevos núcleos residenciales, que fueron conocidos con el nombre de “poblaciones”. Pero hubo dos determinaciones del gobierno que influyeron en el desenvolvimiento futuro de la capital. Uno fue la creación de la Quinta Normal de Agricultura, institución destinada a la realización de trabajos científicos y de fomento agrícola y que se instaló en un predio de 31 cuadras adquirido por el Fisco a la familia Portales entre 1841 y 1850. El otro fue la adquisición entre 1842 y 1843, también por el Fisco, de terrenos agrícolas situados al sur de la Alameda con el objeto de establecer en ellos algunos regimientos que se encontraban en el sector central, y crear una extensa elipse en la que los soldados pudieran realizar sus ejercicios. En ambos casos se originaron límites al oriente y al sur de Santiago, los que, al poner un freno a la expansión de la ciudad, sirvieron de estímulo a una intensa actividad inmobiliaria, con subdivisión de predios, compra de los mismos a elevados precios, apertura de nuevas calles y construcción de casas230. La Quinta Meiggs —“una de las más hermosas y ricas de Sud-América por la extensión, hermosura, elegancia y riqueza de sus edificios, y por el arte y delicado gusto que domina en todas sus plantaciones, paseos, caballerizas, etc.”, según la describió un contemporáneo231— dio nacimiento, a partir de 1869, a las avenidas República y España. La subdivisión de la quinta que fue de José Antonio Ugarte Castelblanco, en 1871, significó delinear dos vías perpendiculares a la Alameda, la Avenida del Ejército Libertador y la calle Vergara232. El barrio creado entre la Alameda y el nuevo Campo de Marte se vio favorecido por la construcción de la lujosa residencia de Luis Cousiño Squella, quien, entre 1870 y 1873 financió la creación de un gran parque en las inmediaciones. A ello se agregó la adquisición, en 1870 y en ese mismo sector, de los terrenos de la chacra Padura para construir un Club Hípico233.
Detrás del nombre de “poblaciones” subsistieron realidades muy diferentes: desde una simple acumulación de miserables ranchos construidos por quienes arrendaban un retazo al propietario de los terrenos, que veía en ese negocio una segura fuente de rentas, hasta modelos más regulares, con casas mejor construidas y destinadas a ser arrendadas a los sectores medios. Entre las primeras debe recordarse la paupérrima y extensa población, ya existente en 1840, surgida en la antigua chacra de “El Conventillo”, desde la actual Avenida Matta hasta el Zanjón de la Aguada, y entre las calles Santa Rosa y San Ignacio, de unas 110 hectáreas, y que Benjamín Vicuña Mackenna denominó el “Potrero de la Muerte”234. En 1860, coincidiendo con la construcción de la Estación Central del Ferrocarril, en el sector occidental de la Alameda, surgió una peligrosa población en sus vecindades, en Chuchunco235. Al norte del río Mapocho, entre Independencia, la antigua Cañadilla, y Vivaceta, se desarrollaron dos zonas de extrema pobreza, El Arenal y Ovalle236.
Los conventillos y los “cuartos redondos” en que vivían los pobres estimularon el surgimiento de lugares de expendio de alcohol, que a menudo eran almacenes o, incluso, un rancho cualquiera. Y junto a ellos prosperaban los prostíbulos y las casas de empeño237.
Entre los proyectos de mejor calidad, con casas destinadas a familias de los sectores medios, cabe recordar la Población Ugarte, situada al sur de la Alameda e iniciada en 1862238. El barrio de Yungay, constituido a partir de la subdivisión de la chacra de Portales, inducida con gran fuerza, como se ha dicho, por el diseño de la Quinta Normal de Agricultura, careció, en cambio, de homogeneidad, tanto por la gran extensión de aquella, como por el hecho de que los loteos fueron realizados por diversas empresas y en momentos diferentes239. Incluso en la parte norte de ese mismo sector, pero al sur del río Mapocho, se generó un núcleo de extrema miseria240. Otra razón de la falta de homogeneidad de estos barrios radicó en las reducidas facultades de la Municipalidad de Santiago respecto de los proyectos de subdivisión, no obstante las sucesivas modificaciones introducidas a la normativa correspondiente241.
Con la designación del multifacético Benjamín Vicuña Mackenna en la Intendencia de Santiago por el Presidente Federico Errázuriz Zañartu en 1872 la capital vio la creación de un límite claramente discernible mediante el camino de Cintura. Este separaba a la “ciudad propia”, es decir, la civilizada, según lo entendía el intendente y la elite santiaguina, de los suburbios, donde vivía el bajo pueblo. De ese camino se construyeron solo su trazado oriente, hoy Avenida Vicuña Mackenna, y sur, hoy Avenida Matta242. El proyecto, además de proponer una segregación residencial, comprendía una modificación del plano urbano con la apertura de las nuevas avenidas Ejército Libertador, hacia el sur de la Alameda, y de la Paz, hacia el Cementerio General, y el despeje de calles tapadas, como era el caso de la de Moneda; la construcción de nuevas plazas, como la de Gamero (Ercilla), al final de la Avenida Ejército, y el rescate de los barrios situados al sur de la Alameda. Los trabajos de transformación del cerro de Santa Lucía, lugar de refugio de vagabundos y delincuentes, y por mucho tiempo utilizado como cementerio de disidentes, en un lugar bien forestado y con jardines y caminos de adecuada traza, también tuvieron en Benjamín Vicuña al principal impulsor. La ampliación del abastecimiento de agua potable, la habilitación de mataderos y mercados, la renovación del pavimento y el abovedamiento de canales fueron otras tantas preocupaciones del activo intendente de Santiago243.
Desde el punto de vista social esta nueva forma de vivir, que significó la sustitución del austero mobiliario colonial y los sencillos elementos de decoración por muebles franceses Regencia, Luis Felipe y Segundo Imperio, cuadros, espejos, lámparas de lágrimas, finas alfombras, grandes jarrones de porcelana, relojes, candelabros, estatuas, adornos de bronce y muros cubiertos con géneros, llevó a crear manifiestas diferencias incluso dentro de la elite. Y estas se expresaron también en la vida en el campo, donde los dueños de recientes fortunas mercantiles y mineras hicieron inversiones de magnitud. Estas no solo se tradujeron en el impulso a actividades como la vitivinicultura, la molinería o la lechería, sino también en la construcción de grandes casas rurales cuyos diseños e interiores contrastaban con las casonas de raíz colonial, sencillas y no muy diferentes de las de los inquilinos, salvo por su extensión244. Estas estaban, además, rodeadas de bodegas, patios de matanza y corrales, y generalmente frente a su ingreso se alzaban los ranchos de los inquilinos y peones. A partir de la segunda mitad del siglo, en cambio, se reprodujo en los fundos el mecanismo urbano de separación residencial, que también en ellos tenían un motivo de seguridad frente al bandidaje rural: las casas patronales fueron rodeadas de grandes parques y estos, a su vez, fueron cercados por muros y rejas.