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LAS CIUDADES DE CHILOÉ

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La sostenida tendencia de las autoridades de la monarquía a impulsar la fundación de ciudades en América, que en Chile alcanzó especial fuerza en el siglo XVIII, no se replicó en Chiloé, donde se fundaron seis pueblos durante todo el periodo indiano. De ellos solo uno, Castro, alcanzó el título de ciudad, y los cinco restantes, el de villa: San Miguel de Calbuco —originalmente un fuerte—, San Antonio de Chacao, San Antonio de Carelmapu, San Carlos de Chonchi y San Carlos de Ancud. Es posible que tal escaso desarrollo obedeciera a que después de la rebelión indígena de 1598-1604 el corte de las comunicaciones con el Chile continental supusiera la creación de lo que Urbina Burgos denomina “frontera cerrada”, es decir, la inexistencia de nuevos inmigrantes españoles y las restricciones a la salida de vecinos asimentados en la isla, lo que, entre otras cosas, produjo la supervivencias de formas culturales arcaicas305. No obstante haber sido fundados Castro y Chacao en el siglo XVI, Carelmapu y Calbuco a principios del siguiente, con los huidos de la destrucción de Osorno por los indios en 1602, y Chonchi y Ancud en la segunda mitad del siglo XVIII, estos pueblos prácticamente no exhibieron crecimiento. Sus habitantes prefirieron establecerse de manera muy dispersa en sus explotaciones agrícolas y en la proximidad de las numerosas capillas alzadas por los misioneros en el archipiélago. Por tal motivo Castro y las indicadas villas fueron, en rigor, centros de servicios y residencia ocasional de sus vecinos. En cambio, en torno a las capillas se consolidaron numerosos caseríos, como Quemchi, Quicaví, Tenaún, Dalcahue, Llau Llao, Quilquico, Achao, Curaco de Vélez —con 32 casas en el borde costero en 1850306—, Rilán, Quetalco, Nercón y muchos más307. Estos villorrios, situados en la costa y de reducidísima población permanente, se comunicaban tanto por el borde del mar, utilizado en calidad de camino entre localidades cercanas durante la baja marea, como fundamentalmente por la vía marítima. Esto explica el inexistente desarrollo vial en el boscoso interior, cruzado solo por un sendero “planchado”, el Caicumeo, que desde el siglo XVIII unió a San Carlos de Ancud con Castro, y que en enero de 1835 fue recorrido por Darwin:

La ruta en sí misma es muy curiosa; consiste en toda su longitud, a excepción de algunas partes muy espaciadas, en grandes trozos de madera que, o bien son anchos y se hallan dispuestos en forma longitudinal, o bien son estrechos y están colocados transversalmente. En verano ese camino no es muy malo; pero en invierno, cuando la lluvia ha puesto resbaladiza la madera, se hace muy difícil viajar por él. En esa época del año reina el lodo a ambos lados del camino, que a menudo queda cubierto por las aguas; se está, pues, obligado a consolidar los largueros longitudinales amarrándolos a postes hundidos en el suelo a cada lado del camino308.

Todavía al concluir el siglo XIX Ancud seguía unida a Castro por el Caicumeo, “camino de herradura que no acepta ninguna clase de rodados”, del que salían ramales a Dalcahue, Quicaví y Tenaún. Este camino era “áspero en general, pantanoso en partes y con numerosos puentes de madera”309. Existió, asimismo, una senda desde Castro hasta el lago Huillinco, que, a pesar de ser muy mala, permitía llegar a Cucao, pequeño poblado en la costa del Pacífico, donde Darwin encontró 30 o 40 familias indígenas.

El predominio de la vida agrícola tuvo como una de sus consecuencias que en Chiloé no existiera una diferenciación marcada entre la vivienda rural y la urbana, como podía comprobarse incluso a principios del siglo XX310. En ellas, de madera y de un volumen sencillo a dos aguas, con techo pajizo o de tablones de alerce —después de tejuelas—, el punto central era la cocina, donde se desarrollaba buena parte de la vida familiar. Salvo en las casas de las familias pudientes, la pobreza material, el hacinamiento de humanos y de animales y la suciedad imperaban en las de los sectores más modestos. La descripción hecha por Francisco J. Cavada al concluir el siglo XIX de una casa campesina chilota bien podía aplicarse a una vivienda urbana:

[El] interior de las casas, generalmente sin pintar ni empapelar, ofrece un aspecto ahumado y renegrido por efecto de la acción constante del humo sobre el cielo, paredes y puertas. El exterior de las viviendas corresponde al interior311.

La ley de 30 de agosto de 1826, que creó la provincia de Chiloé, le dio a Castro el título de capital, y lo fue hasta 1834. Al llegar Darwin a fines de ese año a Castro, encontró a la ciudad “triste y desierta”, con las calles y la plaza cubiertas de pasto donde ramoneaban los ovinos. Le llamó la atención la iglesia, completamente construida de madera y que no carecía “ni de aspecto pintoresco ni de majestad”. Y dio algunas informaciones sobre la situación económica de sus habitantes, de quienes subrayó su cortesía:

El hecho de que uno de nuestros hombres no pudo lograr adquirir en Castro ni una libra de azúcar ni un cuchillo ordinario dará una débil idea de la pobreza de esa ciudad, aunque vivan aún en ella algunos centenares de personas. Ninguno de ellos posee ni reloj de bolsillo ni péndulo, y un anciano, que tiene fama de calcular bien el tiempo, da la hora con la campana de la iglesia en absoluto cuando a él le place312.

Una impresión algo mejor tuvo al concluir el siglo el capitán de fragata Roberto Maldonado, al comprobar la existencia del gran edificio del convento franciscano, de un hotel con regulares comodidades, “propias para los pocos viajeros que visitan la ciudad”, y de un comercio de cierta importancia, “muy poco inferior al de Ancud”. Anotó el marino el abundante trigo que se sacaba de los alrededores de Castro, así como papas, cebada y cebadilla. “El pueblo —anotó— es esencialmente agricultor y politiquero. Esta última es, puede decirse, la nota dominante de esa sociedad”313.

San Carlos de Ancud, de plano irregular y caprichoso, con “altibajos que aparecen en sucesión interminable”, solo en la parte baja tenía calles rectas. Situada próxima a la desembocadura del río Pudeto y al borde de la bahía, se convirtió después de la ocupación de la isla en 1826 en el primer centro de abastecimiento con el que se encontraban las naves que venían desde el Atlántico. Igual papel cumplió para los buques balleneros, lo que permitió algún desarrollo del comercio vinculado a la provisión de las naves. En 1834 se le dio la calidad de ciudad, con el nombre de Ancud, y de capital de la provincia. Ese mismo año se creó el obispado. Sus casas estaban construidas mayoritariamente de maderas, y fue víctima de grandes incendios en 1844 y 1859. Con el desarrollo de la navegación de vapor, el puerto alcanzó cierto movimiento, no obstante el embancamiento de la bahía. Y del comercio de la madera provino el impulso económico: desde los denominados “astilleros”, es decir, los campamentos donde trabajaban los hacheros, los tablones eran transportados a grandes depósitos en Balcacura, Nal y Punta Arenas, para su embarque en las naves de alto bordo que en gran número fondeaban en la bahía314. Entre 1850 y 1870, como consecuencia de ese desarrollo, la población subió a seis mil habitantes, para comenzar a disminuir al concluir el siglo315. Incluso en 1858 había un vicecónsul de los Estados Unidos en Ancud316. El establecimiento de Puerto Montt le aseguró una constante relación mediante lanchas, en especial en los años iniciales de la inmigración alemana a Llanquihue. Más adelante los buques que hacían el cabotaje desde Valparaíso hacia el sur fondeaban en Ancud antes de dirigirse a Puerto Montt. No puede sorprender, por consiguiente, que en ese puerto, al igual que en Valparaíso, fuera habitual la presencia de extranjeros, en especial de desertores. Por 1878 se veía en sus calles marineros chinos, japoneses e ingleses317. La ciudad tenía hacia 1870 el edificio de la municipalidad, la residencia del obispo, cuartel, cárcel, iglesia parroquial, un par de capillas, un liceo, un seminario y cinco escuelas públicas que funcionaban en casas particulares318. En 1879 un incendio destruyó el comercio y alrededor de 500 casas, la catedral y los edificios públicos.

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