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LAS CIUDADES DEL CHILE MERIDIONAL
ОглавлениеUna ley de 30 de agosto de 1826 dividió al Chile meridional en dos provincias, Valdivia y Chiloé. Esta última comprendía no solo el archipiélago, sino el territorio continental desde el grado 47 sur hasta las tierras magallánicas. Castro permaneció como capital de esta última provincia hasta 1834, no obstante las recomendaciones del intendente Aldunate, hechas en marzo de 1826, de que se prefiriera a San Carlos de Ancud, por su mejor situación geográfica271.
La carencia de cifras confiables hace difícil determinar la magnitud del despoblamiento de la ciudad de Valdivia, que sufrió la ocupación por las armas patriotas y sus consecuencias, pero en 1850 Bernhard Eunom Philippi calculaba la población de Valdivia en mil 500 a dos mil habitantes272. En 1854, el censo dispuesto por el intendente Juan Astorga arrojó dos mil 506 habitantes para el núcleo urbano de Valdivia, 981 habitantes para Osorno y 249 para La Unión. Las confiscaciones de dineros, alhajas y ganados y la imposición de contribuciones forzosas a las familias realistas de la elite originaron un manifiesto empobrecimiento de ellas. Ramona Henríquez de Agüero, la mujer más rica del Chile austral, tenía en el primer decenio del siglo XIX una fortuna estimada en 100 mil pesos. El inventario de sus bienes hecho después de su fallecimiento en 1828 arrojó un capital de poco más de 14 mil pesos. Suerte parecida sufrieron las familias patriotas. El hacendado Antonio Manrique de Lara, el más rico propietario de Los Llanos, fue víctima de los abusos protagonizados tanto por las tropas patriotas como por las realistas, que se apoderaron de sus caballos para el servicio de las armas y de su ganado para la alimentación de los contingentes. Cuando Rodulfo Amando Philippi lo conoció, ya anciano, estaba tan empobrecido que, según anotó el científico alemán, quedó “feliz cuando yo después de una visita le rogué que llevara un poco de yerba mate y azúcar”273. Las amenazas de invasión procedentes de Chiloé, más las revueltas locales y la anarquía del ejército patriota no hicieron sino acentuar el mal. Las actividades industriales, como los hilados de Osorno, los aserraderos, la construcción naval, la molinería y las curtiembres, también experimentaron una sensible decadencia. Parecido descenso se advierte en las actividades comerciales, con la quiebra de importantes mercaderes y el traslado de otros a la zona central del país274. Tan grave como lo anterior fue la emigración de muchos miembros de la elite: 42 al menos a Lima; tres a España; 26 a Santiago y cuatro a Valparaíso275. Todos los informes de los intendentes subrayan el estado de miseria de la provincia y de la ciudad, incrementado por los terremotos de 1835 y 1837, imagen que coincide con las impresiones de los viajeros y de los primeros alemanes que llegaron a la región, como Bernhard Eunom Philippi. A Rodulfo Amando Philippi, quien viajó a Valdivia en 1852, cuando ya se estaban incorporando los inmigrantes alemanes, la imagen de decadencia no le resultó menor276. Con todo, entre 1820 y 1850 habían llegado 145 extranjeros, alemanes, españoles, italianos, franceses e ingleses, entre otros, muchos de los cuales, como ocurría en el resto del país, contrajeron matrimonio con mujeres de la localidad277.
El hombre decisivo en interesar a los posibles inmigrantes para viajar a Chile fue Bernardo Eunom Philippi, quien había estado en Chile en 1831 y más tarde, en 1836, para volver después de un viaje al Perú y dedicarse a la exploración de Chiloé y del archipiélago de los Chonos. El propósito original de Bernardo Philippi fue hacer la colonización como iniciativa privada, con el apoyo económico de empresarios de Valparaíso. Su hermano Rodulfo se ocupó de seleccionar a un pequeño número de artesanos con conocimientos agrícolas, para asentar a los cuales adquirió la hacienda San José de Bellavista, cerca de La Unión. En 1848 el gobierno de Bulnes nombró a Bernardo Philippi agente de colonización de Chile en Alemania, y, a pesar de las numerosas trabas que encontró, logró dar a conocer las ventajas del lejano país americano para la emigración278. En 66 buques arribados hasta 1875 llegaron los colonos alemanes que se instalaron preferentemente en Valdivia, Osorno y Puerto Montt. En ellos cabe distinguir a los venidos por cuenta del Estado o de particulares, en general pertenecientes a los sectores populares, y a los espontáneos, integrantes de la burguesía movidos por razones políticas —la revolución de 1848—, pero también, y en no poca entidad, por posturas románticas y utópicas279. Un caso, no único, pero tal vez extremo, fue el del pintor Carl Alexander Simon, quien en carta a su cónyuge manifestó bien el espíritu que movía a varios inmigrantes:
Si hablo de las bellezas de este país se trata de una obligación justa que debo a la verdad. ¡Oh! En la paz de este hermoso país, en las noches poéticas de estos maravillosos bosques, a la vista de las tranquilas cabañas, donde vive despreocupadamente gente feliz que goza livianamente de la vida modesta280.
Y Domeyko dejó un sabroso retrato de un amigo alemán llegado a Chile impulsado por la fiebre minera, que, cansado de los secos parajes del norte, optó, impulsado “por su fértil imaginación”, por los bosques húmedos del sur, y se instaló en la Isla del Rey:
Por su aspecto, vestimenta y ademán sombrío, en este islote deshabitado parecía un Robinson en la isla de Juan Fernández. Era doctor en derecho y en ciencias naturales de la Universidad de Berlín, conocía a fondo varios idiomas y la literatura antigua; era, además, buen químico, físico, carpintero, ensayador y músico. Trajo consigo bastante capital, un montón de libros griegos y latinos, obras de filosofía de Kant y Schleiermacher, un buen gabinete de química, un valioso piano y herramientas de diversa clase. […] Le cayó en gracia la Isla del Rey por sus bosques y porque estaba deshabitada. Se construyó allí una casita, taló un trozo del bosque […] Tenía allí también un jardincito, porque estaba igualmente fuerte en jardinería281.
Se ha calculado la estructura profesional de los inmigrantes de Valdivia del periodo 1850-1875, que arroja un 45,1 por ciento de artesanos; un 28,5 por ciento de agricultores; un 13,4 por ciento de comerciantes, un 8,3 por ciento de funcionario e intelectuales, y un 4,7 por ciento de otros sin precisar282.
El proceso colonizador, que originó variadas proposiciones sobre la mejor forma de llevarlo a cabo, fue, desde el punto de vista administrativo, un modelo de improvisación. El gobierno desconocía algo tan obvio como la localización y la extensión de las tierras fiscales en que aspiraba a establecer a los inmigrantes. Y lo que suponía que eran tierras de esa naturaleza eran de propiedad de particulares. Esto, como era evidente, debía entorpecer el establecimiento de los colonos, lo que en efecto ocurrió. Pero la historiografía, sobre la base de las afirmaciones de Vicente Pérez Rosales contenidas en sus amenísimos y poco confiables Recuerdos del Pasado, adoptó el punto de vista de este:
Los especuladores, que solo buscan la más ventajosa colocación de sus caudales, solo vieron en la futura inmigración la feliz oportunidad de acrecerlos, y sin perder momentos, comenzaron a hacerse de cuantos terrenos aparentes para colocar colonos se encontraban en la provincia.
Siguiendo el ejemplo de estos caballeros, muchos vecinos, más o menos acaudalados de la provincia, hicieron otro tanto, sin acordarse de que esta ansia de lucro mal entendido y prematuro, cavaba, al lado de los cimientos que la ley había echado para alzar sobre ellos el asilo de los inmigrantes, una fosa que debía desplomar por completo el edificio y las risueñas esperanzas que el buen sentido fundaba en ella283.
Sin embargo, un examen detenido del problema permite llegar a la conclusión ya anticipada: fueron la desidia burocrática y la absoluta ignorancia que existía en Santiago sobre la zona austral las que dificultaron los primeros pasos de la colonización germana284. El propio Pérez Rosales confirmó esa ignorancia con inigualable candor:
Ni yo ni los hijos del norte sabíamos a punto fijo lo que era entonces la dichosa provincia de Valdivia, salvo la vulgar creencia de que era grande, en extremo despoblada y que llovía en ella 370 días de los 365 de que consta el año; y tanto era así, que en los momentos de emprender el viaje acababa de recibir del señor Ministro don Jerónimo Urmeneta un oficio en el que me decía que habiendo sabido con sentimiento que en la provincia no se daba el trigo, creía llegado el caso de decirme que le parecía conveniente comenzar a tomar medidas prudenciales para la traslación de los inmigrados al territorio de Arauco285.
A los 245 alemanes llegados en 1851 se agregaron en los años siguientes nuevos grupos, de manera que en 1857 sumaban dos mil 519. No obstante los comprensibles desencuentros entre los inmigrantes y los valdivianos, producto de las profundas diferencias culturales entre unos y otros, las consecuencias del proceso fueron notables. La ciudad, construida en el codo formado por el río Calle Calle, estaba rodeada de lagunas que, convertidas más adelante en humedales, comenzaron a ser rellenadas a partir de 1846. Por tener la calidad de terrenos fiscales, fueron rematados, admitiendo viviendas de particulares286.
Un informe de Pérez Rosales, intendente de Valdivia y encargado de la colonización en Llanquihue, elevado al ministro del Interior el 10 de diciembre de 1852 se refiere a los progresos de la ciudad: arreglo de calles, cierre de solares, reforma de la “parte que miraba al río”, que estaba “cubierta de ranchos andrajosos e inmundos”, con el trazado de una “hermosa calle, que será en un año más la más interesante de Valdivia”; remate de los médanos al censo de cuatro por ciento, con la obligación del nuevo propietario de desecarlo en el plazo de cuatro años; iluminación de las calles con faroles, arreglo del cuartel de artillería y de la botica de la ciudad. Advirtió que por falta de recursos poco se había podido hacer en materia de educación, salvo la “inesperada adquisición” para el colegio de Rodulfo Amando Philippi, “antiguo director de la Escuela Politécnica de Cassel”. Observó Pérez Rosales en su informe que durante el invierno se había trabajado en los caminos a Osorno y a Reloncaví, haciendo notar que en el último “han figurado hasta 500 hachas a un mismo tiempo”. Le anunció al ministro su pronta partida a la “naciente Colonia de Llanquihue”, y concluyó así su informe:
Antes de regresar dejaré fundadas las tres ciudades necesarias de que he hablado a US. en mis notas anteriores. La primera al norte de la Laguna [de Llanquihue] y en el acabo del camino de Osorno, con el nombre de “Muñoz Gamero”; la segunda en el sur, donde parte el camino a Reloncaví, con el nombre de “Varas”; y la tercera en el remate de este en el seno, y que debe ser el puerto de la Colonia y la principal salida de los puertos [productos] de Osorno, con el de S.E. el señor Presidente de la República. Espero que estos nombres no serán alterados287.
Ya en 1854 se contaron en Valdivia 208 edificios nuevos y más de 300 refaccionados, así como fábricas de ginebra, cerveza —Carlos Anwandter la estableció en su propia casa en 1851 y a partir de 1858, y ya en manos de sus hijos, inició un sostenido desarrollo, con la venta del producto en el centro y norte del país288—, ladrillos, lozas, curtiembres, molinos de harina, aceite y sidra, y sierras de agua. En 1867 Vidal Gormaz aludía a la existencia en Valdivia, de “seductora belleza”, de hoteles, paseos públicos, un liceo, varios colegios, biblioteca, hospital y dos clubes. Del Club Alemán, fundado en 1853 por Carlos Anwandter, que pronto llegó a contar con 140 miembros, dependían una escuela, una sociedad gimnástica y una sociedad de música289. Las casas particulares, aunque eran de madera, presentaban “un aspecto elegante y alegre: en el techo se emplea una teja especial de forma triangular y [de] hierro galvanizado en vez del alerce, de que solo se hace uso en los trabajos interiores”290. La sostenida renovación urbana de Valdivia, que alcanzó a las plazas, a los edificios públicos y a las iglesias, y a la que obligaron incendios, huracanes e incluso un tornado en 1881 —que arrasó el centro de la ciudad, con casas particulares, la iglesia mayor y la intendencia—, fue en gran parte obra de constructores y artesanos alemanes altamente calificados291. Hacia 1870 se daba cuenta de la existencia en Valdivia de una imprenta que publicaba el periódico Eco del Sur dos veces a la semana, cuatro hoteles y dos cafés292. La integración de los recién llegados fue bastante rápida, como lo pudo comprobar un viajero alemán en 1859:
A pesar de que procedían de diversos países de Alemania, los germanos se comportaban muy solidarios en la vida pública y en la sociedad, y jamás tuve oportunidad de conocer en la América del Sur una ciudad donde predominara la concordia como en Valdivia293.
No puede extrañar, por tanto, el juicio que se formó un chileno de la ciudad, cuando la visitó tal vez a mediados del decenio de 1870:
Llegué en seguida a Valdivia, que me produjo la sensación de un lugar extranjero, no tanto por los alemanes que la poblaban en gran parte, como por la diferencia de todo lo que se veía respecto a lo conocido en las provincias del centro. Corrían sobre el río alegres vaporcitos y en su tersa superficie se reflejaban casitas de madera y fábricas más grandes, de cervecerías y otras industrias, todas de estilo simple pero denotando nuevas disposiciones que correspondían a la gente también nueva que las ocupaba.
Esos buenos colonos alemanes habían prosperado poco a poco, y sin saberlo habían dado a la ciudad su cierto aire de antiguo villorrio del Rin o del Elba294.
Aunque parte importante de los inmigrantes se radicó en Valdivia, otros se dirigieron al interior, a los pueblos de Osorno y La Unión. El primero tenía, hacia 1840, cinco calles que corría de oriente a poniente, con siete cuadras de extensión, y siete calles de norte a sur, con cinco cuadras de extensión. Ninguna de las calles estaba empedrada. Se contaban 320 casas y 256 sitios abiertos y sin edificar, además de 32 ranchos de paja. Los únicos edificios públicos eran la iglesia parroquial, construida de piedra cancagua, y la municipalidad, del mismo material, con dos dependencias anexas, la escuela y la cárcel295. Ambas se encontraban en la plaza de armas, dibujada por Rodulfo A. Philippi en 1852. Los alemanes construyeron sus casas, también de madera, sobre las ruinas de la antigua ciudad según Paul Treutler, con jardines y huertos provistos de árboles frutales, y pronto la ciudad vio alzarse curtiembres, un molino de trigo y otro de aceite, una botica y varios hoteles, con el infaltable Club Alemán, como lo pudo apreciar el ya referido Treutler al iniciarse el decenio de 1860296.
La villa de La Unión o de Los Llanos tenía en 1846, de acuerdo a la memoria del intendente Salvador Sanfuentes, ocho calles, una plaza principal y 35 casas, más iglesia, casa de cabildo y cárcel. Era, en verdad, un pueblo en formación, y para estimular tal proceso el municipio cedió sitios a los interesados en radicarse. Es posible que el interés de algunos inmigrantes en instalarse en esa villa obedeciera al hecho de que a 20 kilómetros de ella los hermanos Bernardo y Rodulfo Amando Philippi habían comprado el fundo “San Juan de Bellavista”, del que el segundo tomó posesión en 1852. Al contrario de lo ocurrido en Osorno, los alemanes que se instalaron en La Unión no se dedicaron en un primer momento, salvo contadas excepciones, a las actividades agrícolas, prefiriendo la molinería, como fue el caso de Friedrich Grob, las curtiembres, las destilerías de alcohol de grano y la fabricación de cerveza, iniciada en 1852 por Julio Boettcher297. La escasa construcción de casas llamó la atención a Treutler, quien estimó la población de La Unión en 400 habitantes, de los cuales 50 eran alemanes298. En la pampa de Negrón, en Río Bueno, y en las proximidades de la misión de Cudico, al poniente de La Unión, el gobierno radicó a 62 colonos con sus familias.
En 1850 Pérez Rosales salió de Valdivia en compañía de Guillermo Frick para dirigirse a La Unión y Osorno. Desde allí, dejando atrás Los Llanos y siguiendo rumbo sureste, los viajeros se internaron en “un bosque tan espeso, que ni las cartas podía leerse a su sombra”, hasta llegar al lago Llanquihue. Pérez Rosales encargó a un indígena que rozara el bosque, que ardió durante tres meses299. Los terrenos así desbrozados, planos y de gran calidad, se prestaban especialmente para la agricultura, por lo que numerosos colonos pudieron radicarse en la margen norte del lago. La construcción de un camino hasta la ribera norte del lago Llanquihue fue muy dificultosa, por lo pantanoso del terreno, por lo que fue necesario “plancharlo”, es decir, cubrir los sectores más peligrosos con troncos de árboles tendidos transversalmente y con la parte superior canteada. La ocupación de las márgenes del lago debía resultar más fácil desde el mar, y más concretamente desde el lugar denominado Melipulli, excelente rada y varadero en el seno de Reloncaví. En 1852 se construyó allí un galpón y pronto llegaron 44 matrimonios de alemanes, con 212 personas. En 1853 se fundó en ese lugar Puerto Montt, y allí comenzaron a arribar los buques con inmigrantes. El ímprobo y sostenido trabajo de estos, en un sector cubierto de espesos bosques, pronto comenzó a dar frutos. Ya hacia 1870 el pueblo tenía 800 casas, todas de madera y de solo un piso, alumbrado de faroles de parafina, una plaza donde estaba la Intendencia y la parroquia, y otra con el hospital y la capilla protestante, una plaza de abastos, dos paseos públicos y tres calles principales paralelas al mar, rectas, anchas y bien niveladas, y con sus aceras cubiertas con tablones de alerce300. Así describió Pérez Rosales la forma de vida de los inmigrantes, una vez consolidado Puerto Montt:
Cada casa, por modesta que sea la fortuna de quien la habita, posee, aunque en pequeña escala, todas las comodidades de que sabe proporcionarse el europeo; en todas reina el más prolijo aseo, y, a falta de mejor ornato, no hay una que no exhiba, tras las limpias vidrieras de sus ventanas a la calle, grandes macetas de flores escogidas. Sus amueblados, hechos todos con maderas del país y por ebanistas de primer orden, son cómodos y lucidos al mismo tiempo. En Puerto Montt no se comprende que pueda nadie edificar sin designar ante todas cosas el lugar que puede ocupar el jardín. En todos ellos, alternando con las flores y las legumbres tempraneras, se ven árboles cargados de frutos cuya posibilidad de cultivo solo ahora comienzan a creer realizable los envejecidos moradores de los contornos. Molinos, curtidurías, cervecerías, fábricas de espíritus, excelentes panaderías, artesanos para todos los oficios y, en general, cuantos recursos y comodidades tienen asiento en las grandes ciudades, salvo el teatro y la imprenta, existen en aquella población modelo que, por un rasgo que le es característico, persigue como crimen la mendicidad301.
No resultó fácil la construcción del camino de Puerto Montt al lago Llanquihue, por la densidad del “tupido bosque de árboles corpulentos” y por los humedales que hacían muy fatigoso el tránsito de las cabalgaduras. Fue preciso, entonces, “planchar” la senda. Ya en 1859 se le pudo dar un ancho de 10 a 15 metros, y se concluyó de plancharla en toda su extensión de 36 kilómetros. A Mariano Sánchez Fontecilla, intendente de Llanquihue desde 1865, le correspondió la tarea de reformar la vía y convertirla en un camino ripiado302. De esta manera, pocos años después unas 80 carretas de cuatro ruedas permitían transportar los productos de los colonos del lago hacia Puerto Montt, que en 1869 recibió 54 buques. A partir de 1851 se fueron instalando algunos inmigrantes en el seno suroeste del lago, que aumentaron en los años siguientes y formaron un pequeño caserío, que tomó el nombre de Puerto Varas, dado a uno de los tres distritos en que en 1859 fue dividida la subdelegación de Llanquihue303. Con la construcción de un vapor en 1872 para el servicio de carga y pasajeros se logró establecer un sistema de comunicación entre Osorno y Puerto Montt, gracias a la construcción del camino, a partir de 1851, desde la primera de esas ciudades hasta Puerto Octay, que debió haberse llamado Muñoz Gamero304.