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LAS CIUDADES DE CHILE CENTRAL
ОглавлениеLas vías férreas, al permitir una unión fácil y rápida con Santiago y Valparaíso, le dieron un impulso sostenido a ciudades que, como Rancagua, San Fernando, Curicó, Talca y Linares, habían llevado una vida de extrema languidez durante la primera mitad del siglo XIX. La existencia de solares sin construir en el sector más central de esas ciudades hasta muy entrada la segunda mitad de ese siglo, la inexistencia o la mala calidad de sus servicios más esenciales, como el abastecimiento de agua y, en especial, la tendencia de los terratenientes a vivir en sus propiedades o, en el extremo, en la capital, fueron elementos que contribuyeron a mantener la inercia de las urbes de provincia.
Esos centros siguieron un esquema de desarrollo no muy diferente al de Santiago. A la ciudad formal, “civilizada”, con la plaza, la iglesia parroquial, la municipalidad, las principales dependencias de la administración, los colegios, el teatro, el hospital y el comercio de más calidad en el centro, sector donde tenían sus casas los integrantes de la elite, se oponían las barriadas de las áreas exteriores, miserables, carentes de los servicios básicos y a menudo, próximas a cementerios o a pequeños establecimientos fabriles.
Las dificultades en el desarrollo de Curicó nacidas del desinterés de los propietarios agrícolas por la vida urbana experimentaron un cambio con la llegada, en 1868, de la vía férrea a la ciudad. Esta no solo dio un fuerte impulso al intercambio comercial y al envío de los productos del agro a Santiago, sino que facilitó el movimiento de las personas, en especial de los peones, que pudieron buscar mejores expectativas en la capital, en Valparaíso o en la emigración. Conocemos con cierto detalle el caso de Curicó en lo relativo a los sectores modestos. Si bien ellos vivían dentro de la ciudad, alzando sus rancheríos en los sitios eriazos —lo que indujo a la dictación de una ordenanza de policía en 1873 que obligaba a los propietarios a cerrarlos con paredes de ladrillo o adobe—, también lo hicieron en la calle Nueva, paralela a la línea férrea, y en la falda del cerro Buena Vista o Condell, donde la Municipalidad daba en arriendo retazos de terrenos para que los pobres construyeran sus ranchos de paja, reproduciendo el hábitat rural245.
Las trabas experimentadas por Talca en su propósito de adquirir una cabal estructura urbana surgieron en buena parte, como en Curicó, del desinterés de los terratenientes por abandonar sus haciendas, tendencia contra la cual habían luchado infructuosamente las autoridades durante la monarquía. Se entiende, sin embargo, esa actitud, tanto por las dificultades para trasladarse ante las manifiestas deficiencias de los caminos, como por la inseguridad de los viajes y por la necesidad de defensa de los predios. Pero no solo los bandidos amenazaban a los fundos y a sus dueños. También bandas como la de los Pincheira, que decían luchar por el rey, aliadas con los indios, hicieron, con sus inesperados ataques, muy difícil la vida en las zonas rurales hasta el decenio de 1830. Conocido es el caso del asalto al fundo “Astillero” en Talca, en 1826, con la captura de la joven Trinidad Salcedo Opazo, hecho que produjo enorme impresión y que fue motivo de inspiración de los pintores Rugendas y Monvoisin. En todo caso, poco a poco las principales familias terratenientes de la zona, como Silva, Donoso, Vergara, Maturana, Concha, Cienfuegos, Ramírez, Opazo, Cruz y otras decidieron radicarse en las ciudades de Talca, Curicó o San Fernando. Ya en 1844 Talca contaba con un liceo, que funcionó como establecimiento de alumnos externos hasta 1845, año en que se creó el internado. Desde 1849 el establecimiento tuvo una biblioteca246. En todo caso, el progreso de Talca fue especialmente notable a partir de la segunda mitad del siglo XIX: iluminación de parafina en 1855 y de gas en 1875; agua potable mediante pilones en varios puntos de la ciudad a partir de 1872; fundación del Club de Talca el 18 de septiembre de 1868; creación del Seminario, por iniciativa del cura y vicario de Talca Miguel Rafael Prado, que abrió sus puertas en 1870; cuerpo de bomberos ese mismo año; inauguración, en 1874, del teatro, construido según los planos del de Quillota. Sin duda que a ese notable desarrollo contribuyó la continuación de los trabajos de construcción del ferrocarril central, que permitieron la recepción en esa ciudad del primer convoy el 15 de septiembre de 1875247. Hacia 1877 la mayor parte de sus calles principales estaban pavimentadas con adoquines y sus veredas, con asfalto. Y desde 1869 esas calles estaban numeradas, según acuerdo de la municipalidad que aceptó la idea del regidor Daniel Barros Grez, para, con ello, “hacer de la ciudad de Talca la única de Sud América que tuviera este sistema propio de los Estados Unidos”248.
Linares contaba en 1840 con 80 manzanas y 21 calles, todas sin pavimentar, aunque las aceras tenían piedras de huevillo y lozas. Había 270 casas con techos de tejas, y ranchos en los suburbios, y en 1843 sus habitantes sumaban poco más de dos mil249. En torno a su única plaza estaba el edificio del cabildo y la cárcel, y a dos cuadras de ella, la Alameda, paseo de cuatro cuadras de oriente a poniente, ornada con cuatro hileras de árboles frondosos. Había solo una escuela pública, sostenida por el municipio, al igual que la cárcel. Dos vigilantes para el servicio diurno y dos serenos para el nocturno eran los cortos elementos destinados a la seguridad pública. Solo a partir de 1872 se iniciaron las obras de mejoramiento en la plaza y en algunas calles, y al año siguiente, con la conversión de la ciudad en capital de provincia, se constituyó la municipalidad. A esta le correspondió aplicar un programa de mejoramiento urbano250.