Читать книгу Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola - Страница 32
LUGARES DE SOCIABILIDAD
ОглавлениеLas ciudades chilenas contaron desde el periodo monárquico con espacios públicos de sociabilidad claramente delimitados. El principal de ellos había sido la plaza, centro en torno al cual se desplegaban las grandes construcciones públicas: la catedral, el palacio de gobierno y la municipalidad, en el caso de Santiago, a lo que se había agregado desde antiguo un sector comercial que encontró su mejor expresión en el Portal de Sierra Bella y en la Galería de San Carlos. Propiedad el primero de los condes de ese título, fue arrendado en 1826 por Ambrosio Aldunate y Carvajal, quien, con acuerdo de la propietaria, construyó un gran edificio de cal y ladrillo de tres pisos. Incendiado en 1848, tras la exvinculación de los mayorazgos el portal fue adquirido en 1869 por Domingo Fernández Concha, quien lo reconstruyó con gran magnificencia403. Una doble galería en cruz, el pasaje Bulnes, se construyó en la misma manzana en que estaba el Portal Fernández Concha, una de las cuales desembocaba en este. Esa galería fue comprada más adelante por Domingo Matte a la sucesión del general Manuel Bulnes, y fue conocida como Pasaje Matte404. En el costado oriente de la plaza se construyó el portal Mac-Clure, concluido en 1864405.
En torno a la Plaza de Armas de La Serena existió primero la parroquia, y después en ese lugar la catedral, la intendencia, los tribunales y la municipalidad. Quedaron inmediatos a la plaza edificios como el ocupado por el liceo femenino, por el teatro y por el correo. Otro tanto puede decirse de las plazas de Copiapó y de La Serena, en el norte, y de Concepción, en el sur, así como las diseñadas en las ciudades del valle central, todas las cuales exhibieron un esquema similar.
Estas plazas, que siempre fueron duras, de acuerdo a la tradición peninsular, empezaron a experimentar modificaciones hacia mediados del siglo XIX, en concordancia con las pautas inglesas o francesas. El amplio y liso espacio que había servido indistintamente en otro tiempo para corridas de toros, representaciones teatrales, evoluciones militares o procesiones religiosas, sin olvidar la presencia del pequeño y activo comercio ambulante, empezó a recibir árboles, arbustos ornamentales, estatuas, fuentes, quiosco de música y bancos. La plaza se convirtió así en un lugar abierto que invitaba al paseo, al descanso y al intercambio. La Plaza de Armas de Santiago, o de la Independencia, como se la llamó, tenía en su centro un jardín circular rodeado de una reja de fierro, en el medio del cual destacaba una pila de mármol con un grupo alegórico, la por entonces llamada “pila de Rosales”, por haber sido adquirida en Francia por el encargado de negocios de Chile en ese país, Francisco Javier Rosales. En la parte externa, árboles, fuentes y bancos se ofrecían a los paseantes406. En las restantes ciudades de Chile se advierte un proceso similar, cuyos resultados finales tuvieron más o menos éxito. En todo caso, parece indudable que las plazas fueron, durante largos decenios, los más destacados lugares abiertos de sociabilidad urbana.
En competencia con la Plaza de Armas de Santiago deben mencionarse el Tajamar y, más adelante, la Cañada que, como Alameda de las Delicias, se convirtió en un apreciado lugar para pasear, ver y ser visto.
La aparición en Valparaíso de otro género de jardines públicos, con acceso limitado y a menudo cerrado durante la noche, parece algo peculiar del puerto, y está probablemente ligado a la presencia de extranjeros. El Jardín Polanco, en el Almendral, con amplios salones donde se interpretaba música, se bailaba y se vendían refrescos, era también el lugar en que los extranjeros se reunían en grandes banquetes para celebrar sus aniversarios patrios. Más exclusivo y característico de la elite porteña fue el Jardín Abadie, cuyas refinadas actividades sociales, como los paseos musicales, tenían como telón de fondo un espléndido jardín que fue, además, un importante centro difusor de la flora exótica407.
Creciente importancia en el periodo examinado tuvieron los clubes, creados por la influencia de los extranjeros residentes en Valparaíso y después, en las ciudades australes. En el puerto fueron numerosos y variados, y constituidos para ser utilizados por empresarios y empleados de compañías extranjeras, ofrecieron numerosos servicios a sus usuarios, que iban desde la alimentación y las bebidas hasta los libros y, especialmente, los diarios en los idiomas de sus lectores. Desde el decenio de 1850 las compañías de bomberos, si bien estaban destinadas al específico propósito de combatir los incendios, también exhibieron el carácter de centros de sociabilidad, consecuencia, con seguridad, de la creación de fuertes vínculos entre los bomberos por la arriesgada, gratuita y voluntaria labor que realizaban. En Valparaíso y en Copiapó fueron interesantes centros de sociabilidades las logias masónicas, que crecieron con fuerza durante la segunda mitad del siglo. Una vez más, la presencia de extranjeros, en particular en el puerto, con ingleses, franceses y alemanes, le dio a dichas logias una vida muy activa.
Pero la institución que habría de servir de modelo en esta forma de sociabilidad fue el Club de la Unión de Santiago. Fundado el 8 de julio de 1864, pretendió estar por encima de las diferencias políticas de sus socios y convertirse en un lugar de conversación, de cultivo de la amistad, de intercambio civilizado, respetuoso de las personas y en que se aplicaba especial cuidado a las maneras. Las características personales de su primer presidente, Manuel José Irarrázabal Larraín, facilitaron la consolidación del espíritu de convivencia perseguido por la institución408. Era, por cierto, el lugar de reunión de los hombres de la elite santiaguina, que eran, al mismo tiempo, quienes desempeñaban los principales papeles políticos en el gobierno del país. Existieron en Santiago, además, otros clubes, como el de Septiembre, el de la Reforma, claramente político, al congregar a los miembros del montt-varismo, y el de Amigos del País, de los conservadores409. Este modelo fue replicado en buena parte de las ciudades chilenas, como La Serena, Valparaíso, Viña del Mar, Talca o Concepción, y también en ellas los clubes sirvieron de lugar de reunión de las respectivas elites locales. Los clubes, por su calidad de centros de reunión de hombres solos, contribuyeron a la progresiva desaparición de las tertulias.
Otro espacio de sociabilidad que adquirió especial preeminencia en esta época fue el teatro. No obstante que en el decenio de 1830 Andrés Bello, en las páginas de El Araucano, advertía que la “poca concurrencia inutiliza los esfuerzos del empresario, y quita el estímulo a los actores”, de manera bastante coincidente en el tiempo ciudades como Copiapó, La Serena y Valparaíso procuraron contar con teatros de cierta calidad, en tanto que en Santiago se pretendió establecer otro en reemplazo del de la Universidad —al fondo del patio de la clausurada Universidad de San Felipe— o del más popular de la Cañada Sur y de la República, en la calle del Puente410.
En el debate, que se arrastró hasta el decenio de 1850, sobre el alejamiento de las familias principales de Santiago de las representaciones teatrales, se culpó a las chinganas de esa desafección, y también, según Bello, que ejerció la crítica teatral en El Araucano, a “la guerra que muchos individuos del clero hacen al teatro en el púlpito y en el confesionario”411. Con todo, Valparaíso vio la inauguración, en 1844, del Teatro de la Victoria, incendiado en 1878412. Se trató, en general, de iniciativas individuales que recogieron e hicieron suyas las municipalidades, las que a menudo debieron recurrir a empréstitos para abordar la construcción de los edificios.
Tal vez lo más interesante de los teatros del periodo examinado, al menos hasta el decenio de 1850, fue la amplitud del repertorio presentado. A las obras teatrales de Hartzenbuch, Zorrilla, Ventura de la Vega, Bretón, Scribe, Hugo, Dumas, Sué y otros, se agregaron danzas populares, como la zamacueca, música vocal, arias de óperas, operetas —el éxito de las obras de Offenbach era siempre seguro—413, zarzuelas, música instrumental y, desde el decenio de 1840, óperas completas, en su mayoría italianas414. Incluso en 1850 se conoció en Chile el ballet romántico415. Como ya se indicó, para los empresarios del Teatro Victoria de Valparaíso los bailes constituyeron una fuente de financiamiento, en especial aquellos programados para determinadas celebraciones.
El municipio de Copiapó, cargado de deudas por créditos solicitados a bancos, al hospital y a particulares, declaraba con satisfacción, al concluir el pago de la edificación del teatro, construido por el ingeniero Vicente Cumplido e inaugurado en 1847, que contaba “con un coliseo de nuestra exclusiva propiedad, uno de los mejores de la República y de los más ricos en decoraciones y útiles de escena”416. Allí, al igual que en la capital, Valparaíso y otras ciudades chilenas, el predominio de la ópera era absoluto, con la participación de los más destacados intérpretes que llegaban al país. Concurrían a ella tanto los elegantes como los mineros afortunados, que, cubiertos con sus ponchos, expresaban sus opiniones en forma ruidosa417.
También en La Serena la vida cultural estuvo dirigida fundamentalmente hacia la música, y mantuvo salas ocasionales hasta enero de 1851, cuando los vecinos José Monreal y Félix Marín inauguraron un defectuoso y estrecho teatro, ampliado años después por el arquitecto alemán Guillermo Schemberg. Allí se desarrollaba una activa vida musical, que se reproducía en las casas de las familias de la elite por numerosos grupos de aficionados, muchos de ellos discípulos del profesor de piano Enrique Manfredi418. En 1886 el municipio autorizó al intendente Emilio Gana para levantar un empréstito de 60 mil pesos a fin de construir uno nuevo en el lugar entonces ocupado por el cuartel de policía419. Ese mismo año la Municipalidad de Quillota contrató un préstamo para adquirir y arreglar un teatro alzado allí en 1852 por una sociedad anónima420. Talca tenía un teatro hacia 1850; en 1860 se construyó otro que, demolido en 1872, fue reemplazado por uno de gran calidad421.
Los teatros, aunque en general eran de proporciones reducidas, contaban con las comodidades propias de esos locales, y facilitaron complejos procesos de diferenciación social vinculados al vestuario femenino y masculino y, en especial, al costo de los asientos preferentes y de los palcos422. Desde este punto de vista, el Teatro Municipal de Santiago construido en 1857 sobre el solar en que había estado la Universidad de San Felipe, destruido por un incendio en 1870, y reconstruido en el mismo lugar y entregado al público en 1873, se convirtió para la elite en un indicador de la importancia relativa de sus integrantes.
Es interesante destacar la situación de Valdivia, ciudad en la que según el pintor Simon le subrayó a su cónyuge, “ante todo se ama la música”423. Esto fue, sin duda, consecuencia de la influencia de los colonos alemanes, que si bien no alzaron un teatro como en otras ciudades chilenas, fueron capaces de organizar conjuntos vocales e instrumentales de calidad. Así, el mismo Simon, obligado por sus vecinos, debía cantar lieder acompañado de una guitarra. La interpretación de música vocal o instrumental en las casas o en las asociaciones musicales, en que, al contrario que en el resto del país, no imperaba la ópera italiana sino los conciertos y la música de cámara, fue, sin duda, un elemento fundamental de la sociabilidad valdiviana. Pero no se satisfacía con eso la vertiente melómana de sus habitantes. Llama la atención, en efecto, la sostenida actividad creadora de obras para piano, canto y orquesta. Así, por ejemplo, del polifacético Guillermo Frick se cuentan más de 150 composiciones, desde lieder hasta una opereta424.
El predominio de la ópera, que supuso la actuación de cantantes extranjeros y el tránsito de los gustos musicales desde Rossini a Bellini y Donizzeti y de estos a Verdi, dio origen a otra actividad, la crítica musical, tempranamente ejercida desde la prensa. En el Teatro de la Victoria las funciones de ópera constituían el gran atractivo de Valparaíso, con representaciones ofrecidas dos veces por semana en la temporada que iba de octubre a marzo. Pero los viajeros coincidían en que no era el gusto por la música el principal atractivo de la temporada. Refiriéndose a las mujeres, un extranjero estimaba que “a ellas les gusta ver y ser vistas, pues a nadie le agrada más la multitud que a mis bellas amigas chilenas”425.
También la música instrumental tuvo entusiastas adherentes, y a su difusión contribuyó poderosamente la gira que en 1866 hizo al país el pianista y compositor norteamericano Louis Moreau Gottschalk, quien incluso dirigió una orquesta de 350 músicos en el Teatro Municipal santiaguino426.