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SUGERENCIAS FINALES

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Los problemas que denunciaba el doctor Murillo no eran los únicos por los que atravesaba la salud pública, ni mucho menos. Los más graves nacían, sin duda, de los exiguos logros conseguidos. Así se desprende de una conversación que el presidente Santa María habría tenido con el doctor Vicente Izquierdo, en la que le confidenció que se había dedicado

en cuerpo y alma, a mejorar la sanidad de nuestro país. He terminado las Casas de Expósitos de Providencia y Concepción, y una serie de hospitales en Valparaíso, Combarbalá, Lontué, Rancagua, Cauquenes, San Carlos, Cañete, Osorno y varios Lazaretos. Puedo decirte que ya tengo 51 hospitales y hemos atendido más de cincuenta mil pacientes en ellos [... Pero] todavía se muere demasiada gente de heridas, tuberculosis y disenterías […]. Dime, ¿qué saco con una red de ferrocarriles de más de mil [kilómetros], llevando toda suerte de mercaderías y pasajeros? […] ¿Qué sacamos teniendo una red de telégrafos con ciento cincuenta oficinas en todo el territorio? […] ¿Qué sacamos que la Pacific Steam, la Kosmos, la Trasatlántica Española y la Marítima Francesa mantengan un buque semanal con Europa [...]? [...]¿Para qué sirven las obras públicas y todo lo demás, si se nos sigue muriendo la gente de gangrena, disentería, tuberculosis y viruela? ¿Para qué todo eso si no hay salud pública? ¿Para qué?563

El presidente no estaba equivocado y la razón de ese descalabro obedecía no tanto a las malas condiciones de esos establecimientos o a la falta de médicos, sino más bien al hecho de que el origen de las enfermedades, al igual que en 1810, seguía siendo incierto y prácticamente no se conocían medios para combatirlas. A lo que se agregaba una cuestión más inmediata: las pésimas condiciones materiales en que vivía buena parte de los habitantes de las principales ciudades del país. De ahí que la mortalidad hacia fines de siglo fuera posiblemente tan elevada o incluso superior a la que se presentaba en 1810564, incidiendo ese flagelo en que la población no creciera de acuerdo a lo que se aguardaba, con esperanzas desmedidas, desde los comienzos del proceso de emancipación. Un extenso artículo publicado en la Aurora de Chile sobre la población en Chile subrayaba, sobre la base del proyecto de poblaciones del jesuita Joaquín de Villareal, de mediados del siglo XVIII, que el crecimiento demográfico chileno, comparado con el de los Estados Unidos, llevaba “una marcha muy lenta”. Tras unos enrevesados cálculos concluía el articulista que se necesitarían 101 años (1913) para que la población llegara a siete millones, cantidad que el país del norte había alcanzado en 35 años, “y que en fin nuestra población llegará a los doce millones el año de 1949”565. En 1913 Chile tenía tres millones 465 mil habitantes, y en 1949, cinco millones 962 mil566.

Esta suerte de frustración demográfica —por darle un nombre— dio alas a los médicos para insistir en la necesidad —cada vez más urgente, decían— de “medicalizar” a la sociedad. Y a otros, con una perspectiva más amplia, derivada de la vinculación que todavía parecían hacer entre población y prosperidad, les servía para ratificar que ese débil crecimiento alejaba a Chile de los “países jóvenes”, con quienes “estuvimos en una época nivelados”567. Al igual que lo sugería el radical Enrique Mac Iver, al aseverar que hoy se contabilizaban “algunos rieles más, algunas escuelas [y] algunos pocos miles de habitantes”; preguntándose en seguida

¿qué importancia tiene esto para juzgar nuestro adelanto, si esos centenares de rieles debieran ser millares, si esas docenas de escuelas debieran ser centenares y si esos pocos miles de habitantes debieran ser millones? […]. En el desarrollo humano el adelanto de cada pueblo se mide por el de los demás […]. ¿Qué éramos comparados con los países nuevos como el Brasil, la Argentina, Méjico, la Australia y el Canadá? Ninguno de ellos nos superaba; marchábamos delante de unos y a la par de los otros568.

La población, agregaba, al no “no aumentar [en] el grado que corresponde a un pueblo que prospera”, retardaba su “progreso”, comprobación que también le valía a dicho político para declarar, con marcado pesimismo, que el “presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”569.

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436Aurora de Chile, N° 5, Santiago, 4 de febrero de 1813.

437Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004, pp. 89-108.

438Ricardo Krebs, El pensamiento histórico, político y económico del Conde de Campomanes, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1960, pp. 216-217.

439Krebs, op. cit., p. 216.

440Ricardo Cruz-Coke, Historia de la medicina chilena, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1995, pp. 239-244.

441En el país, en realidad, se vacunaba desde 1805. El virrey Sobremonte, que había recibido la vacuna en Buenos Aires, la envió ese año a Chile, donde el gobernador Muñoz de Guzmán dio la autorización para que se realizaran las primeras inoculaciones, en Paula Caffarena Barcenilla, Salud Pública, vacuna y prevención. La difusión de la vacuna antivariólica en Chile, 1805-1830, en Historia, 49, vol. II, 2016, pp. 350-351.

442Citado por Claudio Costa-Casaretto, Los primeros becarios chilenos en Europa (1874), en RMeCh, 107, 1979, p. 432.

443Aurora de Chile, N° 11, 23 de abril de 1812.

444Luis Valencia Avaria, Anales de la República, I, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1986, p.72.

445Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento del Interior presenta al Congreso Nacional, 1859, p. 41.

446Los datos corresponden a 1814, en Enrique Laval, Historia del Hospital San Juan de Dios de Santiago, Asociación Chilena de Asistencia Social, Santiago, 1949, pp. 98-99.

447Pedro Fernández Niño, Cartilla del campo y otras curiosidades, dirigidas a la enseñanza y buen estilo de un hijo, 1817, en Rafael Sagredo, Nacer para morir o vivir para padecer. Los enfermos y sus patologías, en Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri (directores), Historia de la vida privada en Chile, II, Taurus, Santiago, 2005, pp. 13-15.

448Se calcula que no pasaban de siete en Santiago, en Cruz-Coke, op. cit., p. 239.

449A mediados de siglo los conocimientos de los médicos estaban lejos de los avances que había hecho la medicina en Europa. De ahí que aquéllos siguieran creyendo que “el estudio de los temperamentos y de los efectos cósmicos” era decisivo para entender la “producción y evolución de las enfermedades”, en Laval, op. cit., pp. 160-161.

450La relación entre culpa y enfermedad es muy anterior, ya se encuentra en la Antigüedad. Así, en La Ilíada y La Odisea la “enfermedad aparece como castigo sobrenatural”, en Susan Sontag, La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, Taurus, Buenos Aires, 2003, p. 49.

451Carlos Aguado Vázquez y Xóchitl Martínez Barbosa, “El concepto de caridad como fundamento de la atención médica en la Nueva España”, en Gonzalo Aguirre Beltrán y Roberto Moreno de los Arcos (coordinadores), Medicina novohispana. Siglo XVI, Historia General de la medicina en México, II, Academia Nacional de Medicina y Universidad Nacional Autónoma de México, México D.F., 1990, p. 274.

452Alvaro Góngora Escobedo, La prostitución en Santiago, 1813-1931. Visión de las elites, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 1994, p. 69.

453Carta de Adriana Montt a su nuera Mercedes, en Sergio Vergara (estudio, selección y notas), Cartas de mujeres en Chile, 1630-1885, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1987, p. 131.

454El Semanario, Santiago, 20 de octubre de 1842, en Obras de don José Joaquín Vallejo, Biblioteca de Escritores de Chile, VI, Imprenta Barcelona, Santiago, 1911, p. 147.

455Así en el original.

456Benjamín Vicuña Mackenna, Médicos de antaño, Editorial Difusión S.A., Santiago, 1947, p. 145.

457Circular sobre la necesidad de orar para que Dios nos libre del peligro del cólera, 1892, en Obras Pastorales del Ilmo. y Rmo. Señor Dr. Don Mariano Casanova, Friburgo de Brisgovia, Alemania, 1901, p. 267. Este planteamiento, con todo, no significaba desdeñar la acción de los médicos y sus proposiciones. Así puede verse en la Circular sobre higiene en los seminarios y colegios católicos, 1898, en Obras Pastorales, p. 404-421. Y, desde luego, en los esfuerzos para formar médicos católicos que se aprecian desde que en 1888 se fundó la Universidad Católica, en Juan Eduardo Vargas, Benedicto Chuaqui e Ignacio Duarte, Médicos de Ciencia y de Conciencia. La Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2005, pp. 14-41.

458Laval, Historia del Hospital, pp. 160 y 161.

459Laval, Historia del Hospital, p. 162.

460Sontag, op. cit., p. 49.

461María Josefina Cabrera, “¿Obligar a vivir o resignarse a morir? Viruela y vacuna: el debate sobre una enfermedad y su prevención a comienzos del siglo XX en Chile”, en María Soledad Zárate Campos (compiladora), Por la salud del cuerpo, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2008, p. 66.

462Se les podía acusar de que la enfermedad obedecía a “transgresiones sexuales” o a la prostitución, en Sontag, op. cit., p. 45.

463Góngora Escobedo, op. cit., pp. 90-91.

464Gonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973), vol. I, tomo II, Editorial Santillana, Santiago, 1981, p. 508.

465Alberto Poblete Garín, Siluetas de Santiago. El Mercado-La Trilla- El Artículo de Costumbres- La Carrera del Niño-El Domingo-Mi Amigo Antonio- Tiempo de la Guerra- El Cólera, Editorial Imprenta Victoria de H. Izquierdo, Santiago, 1887 p. 454, citado por Romero, op.cit., p. 149.

466Vial, Historia de Chile, p. 537.

467El cálculo es muy aproximado. Toma en cuenta que el 89,4 por ciento de los enfermos que ingresaron al Hospital San Juan de Dios en 1814 tenían edades que iban de ocho a 40 años; y que el 68 por ciento tenía edades que iban de 18 a 30 años. Los datos en Laval, Historia del Hospital, p. 97. En Francia se calcula que la esperanza de vida en 1818 era 31 años, en Puga Borne, op. cit., p. 28.

468De acuerdo al título del trabajo de Sagredo, op. cit.

469La “resignación” ante la muerte, según Sagredo, op. cit., pp. 51-53, “a veces era difícil” y hubo quienes incluso, ante el sufrimiento que provocaba la enfermedad, optaron por el suicidio.

470La “espantosa mortalidad” que azotaba a Chile afectaba de preferencia a los niños menores de siete años y constituía el 50 por ciento del total de fallecidos. En todo caso, ese porcentaje crecía en las ciudades, alcanzando a 78,5 por ciento en Santiago y a 70,5 por ciento en Valparaíso, en Jorge Rojas Flores, Historia de la infancia en el Chile republicano, 1810-2010, OchoLibros, Santiago, 2010, p. 108.

471Augusto Orrego Luco, La cuestión social en Chile, en Hernán Godoy Urzúa, Estructura social de Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 1971, p. 224.

472Hay que entender dicho concepto como “el proceso por medio del cual un número creciente de aspectos del comportamiento humano que eran previamente considerados normales o anormales por el público en general pasan a ser asignados al control médico y redefinidos como salud o enfermedad”, en Michel Foucault, La crisis de la medicina o la crisis de la antimedicina, en Educación Médica y Salud, Washington, 1976, 10 (2), pp. 152-169; y del mismo autor, Historia de la medicalización, en Educación Médica y Salud, Washington, 1977, 11 (1), pp. 3-25, citados por Diana Obregón Torres, Batallas contra la lepra: Estado, Medicina y Ciencia en Colombia, Banco de la República-Fondo Editorial Universidad EAFIT, Medellín, 2002, pp. 29-30.

473Informe de la Comisión de Policía y Beneficencia, 1823, en ANH, MI, v.35.

474Cruz-Coke, op. cit., p. 273.

475El estudio de los componentes de las Juntas de Beneficencia, entre 1822 y 1886, revela que “la gran mayoría eran vecinos prominentes de la ciudad […], reconocidos por sus grandes fortunas, por sus relaciones sociales y sus vínculos con los poderes del Estado”, en Macarena Ponce de León Atria, Gobernar la Pobreza, Prácticas de la caridad y la beneficencia en la ciudad de Santiago, 1830-1890, Editorial Universitaria-Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2011, p. 49.

476Aurora de Chile, N°11, 23 de abril de 1812; y Caffarena Barcenilla, op. cit., pp. 360-362.

477Aurora de Chile, N°11, 23 de abril de 1812. Sobre el sentido de la caridad, que no se trata en este capítulo, ver Ponce de León Atria, op. cit., pp. 276 y ss.

478Cruz-Coke, op. cit., pp. 272 y 273. Según Caffarena Barcenilla, op. cit., p. 363, no se tiene claridad acerca de su funcionamiento entre 1815 y 1816.

479Cruz-Coke, op. cit., p. 282.

480ANH, MI, v.45; también Cruz-Coke, op. cit., 282; Gonzalo Piwonka Figueroa, “Estado y salud en Chile: 1800-1832”, en Dimensión Histórica de Chile, 10,1995, p. 25; y Vicuña Mackenna, Médicos, pp. 216-217.

481Sobre los problemas de esa institución, puede verse ANH, MI, v. 45, f. 144-145

482Piwonka Figueroa, op. cit., p. 39 y ss.

483Valencia Avaria, op. cit., I, p. 186. La Ley Orgánica de Municipalidades, promulgada en 1854, indicó entre sus atribuciones “el cuidado y fomento de los establecimientos de beneficencia que existan en el departamento o territorio municipal”, en Anguita, op. cit., p. 640; y Enrique Laval, Origen de las Juntas de Beneficencia, en Revista Médico-Asistencial, 1, 1949, p. 46.

484Valencia Avaria, op. cit., I, pp. 167-169.

485Cruz-Coke, op. cit., p. 288. Sobre la Sociedad Médica y el Protomedicato, ver Piwonka Figueroa, op. cit., pp. 37-42.

486La Opinión, N°3, mayo de 1830, citado por Piwonka Figueroa, op. cit., p. 40.

487Piwonka Figueroa, op. cit., p. 41.

488Piwonka Figueroa, op. cit., p. 42; y Sol Serrano, Universidad y Nación, Editorial Universitaria, Santiago, 1994, p. 180.

489BLDG, 10 de noviembre de 1831, pp. 14-16.

490Laval, Historia del Hospital, p. 124.

491BLDG, Lib.5, N°5, p. 150 y ss.

492Laval, Historia del Hospital, pp. 124,125 y 138.

493Laval, Historia del Hospital, p. 138.

494El Ferrocarril, 8 de febrero de 1884. Serrano, op.cit., p. 179, sostiene un punto de vista similar.

495Cruz-Coke, op.cit., p. 265 y ss.

496Poeppig, op. cit. p. 205.

497Gonzalo Vial Correa, “Teoría y práctica de la igualdad en Indias”, en Historia, 3, 1964, pp. 145-148.

498Se afirma que en 1860 el gobierno pensó en designar al doctor José Joaquín Aguirre como diplomático en los Estados Unidos, descartándolo, porque “se le hizo el cargo de ser moreno subido”, en Enrique Laval Manrique, Historia del Hospital San Francisco de Borja de Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2011, p. 101.

499Cruz-Coke, op. cit., p. 222.

500Once eran los estudiantes matriculados en 1833 y 12 en 1841, en Cruz-Coke, op. cit., pp. 320-321; El Semanario de Santiago, N° 3, 28 de julio de 1842.

501El doctor Miguel Semir, que escribía en 1860, aseveraba que el prejuicio de que solo las leyes daban prestigio social lo desarraigaron el ministro Joaquín Tocornal y la familia Vicuña con su decisión de que ingresaran a ella, en 1833, Francisco Javier Tocornal y Juan Mackenna. En 1842, sin embargo, cuando dichos jóvenes concluyeron sus estudios, ese prejuicio no había desaparecido, no obstante lo cual ese hito se estimó como un hecho fundamental —o “mito fundacional”— en la valorización que experimentó la profesión, en Serrano, op. cit., p. 186.

502Andrés Bello, “Establecimiento de la Universidad de Chile”, en Obras Completas, vol. 8, Santiago, 1881-1893, pp. 28-29, citado por Serrano, op. cit., pp. 181-182.

503Citado por Miguel Luis Amunátegui, Vida de Don Andrés Bello, Impreso por Pedro G. Ramírez, Santiago, 1882, p. 498.

504Serrano, op. cit., p. 182.

505El programa que se estudiaba en el Instituto Nacional, de acuerdo a un decreto de marzo de 1833, debía durar seis años. De los 10 alumnos que ingresaron ese año, los primeros cuatro egresaron nueve años después. Algunas de las razones de esa demora obedecieron a que los profesores solían postergar la docencia por el ejercicio privado de la profesión. En 1842, el ingreso a la carrera se hacía cada tres años y dicho programa fue modificado, en Serrano, op. cit., p.181 y nota 100 y p. 182.

506Serrano, op. cit., p. 183.

507Juan Eduardo Vargas Cariola, “Rasgos de la autoimagen social y profesional de los médicos (1872-1925)”, en Ars Medica, vol. 3, N° 4, 2001, pp. 117-121.

508En 1867 fundaron la Sociedad Médica de Chile y publicaron, desde 1872, la Revista Médica de Chile, convirtiendo a ambas en expresiones de sus intereses científicos y profesionales. Un proceso parecido se vivió en Buenos Aires, en Ricardo González Leandri, “La profesión médica en Buenos Aires. 1852-1870”, en Mirta Zaida Lobato (ed.), Política, médicos y enfermedades, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1996, pp. 21 y ss.

509Sobre el prestigio del “espíritu científico”, Julio Heise, Historia de Chile, El periodo parlamentario, 1861-1925, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1974, p. 146 y ss.

510Con anterioridad hubo una cantidad importante de médicos en el Congreso Nacional. Así, fueron elegidos como diputados los médicos Ramón Allende Padín, José Arce, Adolfo Murillo, Federico Puga y Nicanor Rojas; en el Senado, en cambio, no figura ninguno. En el periodo que se inicia en 1882, dos médicos, Ramón Allende Padín y Adolfo Valderrama, resultaron elegidos como senadores, y 10 como diputados: los doctores Adolfo Murillo, José Joaquín Aguirre, Augusto Orrego Luco, Tomás Torres, Miguel Guzmán, Francisco Martínez, Francisco Puelma Tupper, Olegario Silva, Guillermo Puelma Tupper y Rafael Barazarte, en El Ferrocarril, 6 de abril de 1882; Luis Valencia Avaria, op. cit. II, 1986, p. 269 y ss., y Cruz-Coke, op. cit., p. 412. También figuran médicos en la convención de la Alianza Liberal, de noviembre de 1875, en La República, 28 y 29 de octubre, y 17, 20 y 25 de noviembre de 1875; y como candidatos a municipales por Santiago, en La República, 12 de mayo de 1876.

511Enrique Campos Menéndez, Una vida por la vida. Vicente Izquierdo Sanfuentes, Ediciones Universidad Católica, Santiago, 1996, pp. 128-129.

512En Pisagua, La Ligua, Buin, San Fernando, Linares, Bulnes, Florida, Collipulli y Temuco, en Cruz-Coke, op. cit., p. 413.

513Cruz-Coke, op. cit., pp. 409-417.

514Ponce de León Atria, op. cit., p. 76.

515“La influencia de la Higiene es fecunda; por los medios que pone en planta para lograr sus fines ella arregla la vida, forma los caracteres, despierta la energía, modera las fuerzas, alienta a los tímidos, fortifica a los débiles; patentiza el poder de la voluntad y el resultado de una buena dirección, comunica la convicción de la propia responsabilidad y de la mínima parte que en todo lo que nos ocurre corresponde al acaso; porque nada de lo que promete, nada de lo que ella es capaz de dar, nada se obtiene sin el concurso de una voluntad perseverante, de una tenacidad sostenida, de una acción incesante para seguir el camino elegido; de una moderación que lleva a la cordura y a la virtud por el mismo camino que conduce a la salud y a la felicidad”, en Federico Puga Borne, Elementos de Higiene, Imprenta Gutenberg, Santiago, 1891, p. 11; y Alejandro Kohl, Higienismo argentino. Historia de una utopía. Editorial Dunken, Buenos Aires, 2006, p. 52 y ss.

516Puga Borne, op. cit., p. 224 y ss. También puede verse Mauricio Folchi Donoso, “La higiene, la salubridad pública y el problema de la vivienda popular en Santiago de Chile, 1843-1925”, en Rosalva Loreto López (coordinadora), Perfiles, habitaciones y condiciones ambientales. Historia urbana de Latinoamérica, siglos XVII-XX, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 2007, pp. 361-368.

517Ponce de León Atria, op. cit., p. 120.

518Puga Borne, op. cit., p. 30.

519RMeCh, VI, 1877-78, p. 43.

520RMeCh, 15 de julio de 1883, pp. 1 y 2.

521María Angélica Illanes, En el nombre del pueblo, del Estado y de la Ciencia, Editado por el Colectivo de Atención Primaria, Santiago, 1993, p. 55.

522RMeCh, 1872, p. 33, citada por Luis Alberto Romero, ¿Qué hacer con los pobres?, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997, p. 153.

523La sesión de la Cámara de Diputados de 12 de septiembre de 1882, en Revista Chilena de Higiene, 1 de agosto de 1894, p. 13 y ss.

524El Independiente, Santiago, 15 de septiembre de 1882.

525El Independiente, Santiago, 18 de junio de 1884.

526BSCD, LO, 1877, p. 542.

527BSCD, LE, 1878, p. 349. La vacunación obligatoria era solo para las “escuelas primarias, escuelas especiales, colegios, liceos, universidades, pensionados y asilos sostenidos o subvencionados por el Estado, (y para) las tropas de mar y tierra”; y también en las “cárceles, presidios, penitenciarias, hospitales y hospicios civiles y militares”, en BSCD, LO, 1878, p. 331

528BSCD, LE, 1878, p. 338.

529 Ibídem.

530BSS, LO, 1882, p. 46.

531 Ibídem.

532BSS, LO, 1882, pp. 46-47.

533BSS, LO, 1882, pp. 47.

534Desde un punto de vista más general, Patricia Arancibia estudia la significación de dichas ideas en el debate político interno, en Patricia Arancibia Clavel, “El pensamiento radical frente al Estado y a la Iglesia, 1881-1884”, en Catolicismo y Laicismo, Ediciones Nueva Universidad, Santiago, 1981, p. 189 y ss.

535BSS, LO, 1882, p. 49.

536BSS, LO, 1882, p. 53.

537BSS, LO, 1886, p. 246.

538BSS, LO, 1886, p. 249.

539BSS, LO, 1886, 252.

540Arancibia, op. cit., p. 185.

541La Época, 7 de diciembre de 1886. Con anterioridad dicho periódico, que se consideraba portavoz del radicalismo, había defendido “que cuando el bien de la comunidad lo exige tiene el Estado el derecho para intervenir en aquellos que de ordinario se dejan a la libre administración de los individuos, de las familias o de los municipios”, en La Época, 27 de enero de 1882, citado por Patricia Arancibia Clavel, “El pensamiento radical”, en op. cit., p. 190.

542El Mercurio, 21 de julio de 1886.

543El Independiente, 21 de julio de1886.

544Laval, Historia del Hospital, pp. 200-202.

545Lo expuesto sobre los hospitales en Juan Eduardo Vargas Cariola y Felipe Vicencio Eyzaguirre, “Los pobres, entre las acciones de caridad y los esfuerzos del Estado, 1541-1928”, en AICh, vol. XXVIII, 2009, pp. 21-23; también puede verse, Ponce de León Atria, op. cit., p. 133 y ss.

546Laval, Historia del Hospital, pp. 18, 90 y 91.

547Laval, Historia del Hospital, p. 103.

548Laval, Historia del Hospital, pp. 99-101.

549Aurora de Chile, N° 41, Santiago, 19 de noviembre de 1812.

550El Observador Eclesiástico, N° 26, Santiago, 13 de diciembre de 1823.

551La Revista Católica, N° 57, Santiago, 13 de marzo de 1845.

552El Amigo del Pueblo, N° 36, Santiago, 13 de mayo de 1850.

553Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida, Ediciones Orbe, Santiago, 1942, pp. 34-35. También fue administrador de la Casa de Huérfanos, del Hospicio y de la “casa de locos”, ayudando de su “propio peculio a cubrir las necesidades más apremiantes de estas instituciones”, en Ibídem. Puede verse también sobre dicha persona, Laval, Historia del Hospital, p. 127.

554Ponce de León Atria, op. cit., p. 142; para 1864, ver Laval, Historia del Hospital, p. 192.

555Cruz-Coke, op. cit., p.431; y Laval, Historia del Hospital, p. 191.

556Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento del Interior presenta al Congreso Nacional, 1863, pp. 36-37. Los gobiernos fueron más lejos en materia de salud. A los hospitales, en efecto, se agregaron las llamadas dispensarías. Las primeras nacieron en Santiago. Funcionaban en una o dos habitaciones, eran atendidas por un médico y recibían a los enfermos crónicos que no tenían cabida en los hospitales; a los que padecían “males” que no eran graves y a los niños que presentaban diversas afecciones (disenterías, herpes, ulceras e inflamaciones a los ojos, entre otras). Esas instituciones eran financiadas por el Estado y comenzaron a extenderse en el país a partir de 1848. En 1876 habían atendido a 77 mil 615 personas y se calculaba que había 90 en 1885, repartidas entre Tacna y Chiloé, en ANH, MI, v. 35 s/f; Illanes, op. cit., p. 58, y Ponce de León Atria, op. cit., pp. 152 y ss. Se pueden agregar también los lazaretos, que Macarena Ponce de León define, en el caso de los llamados “provisorios”, como “galpones construidos de material ligero para poder cerrarlos fácilmente una vez superada la epidemia”, op. cit., pp. 164-165.

557Ponce de León Atria, op. cit., pp. 56-59

558Abdón Cifuentes, Memorias, I, Editorial Nascimento, Santiago, 1936, pp. 413-414.

559Cifuentes, op. cit., p. 415.

560Puede verse, a modo de ejemplo de las limitaciones con que funcionaban esos establecimientos, el artículo de Martín Lara, “Salud y caridad en una villa de Chile central: génesis del Hospital San José de Parral (1875-1885)”, en Anales de Historia de la Medicina, 20 (1), mayo, 2010, pp. 41-42.

561Laval, Historia del Hospital, p. 214.

562Hacia mediados del siglo XIX los pobres no eran los únicos pacientes de los hospitales. Así, el administrador del Hospital San Juan de Dios informaba en 1848 que se había establecido una “pequeña sala […] para recibir a personas decentes que por su escasez de medios para medicinarse quedan reducidas a un absoluto aislamiento en el periodo más crítico de su vida […] para ahorrarles el triste espectáculo de hallarse rodeadas de personas de una condición desigual, con las cuales no es posible tener expansiones morales que tanto rehabilitan al enfermo en medio de su dolor”, en ANH, MI, v. 161, s/f.

563Campos Menéndez, op. cit., p. 128.

564La afirmación se basa en las cifras que proporciona Vial Correa, op. cit., p. 537; y también Francisco Antonio Encina que estima, en Nuestra Inferioridad Económica, Editorial Universitaria, Santiago, 1955, que el aumento “decenal de la población, que había sido 2,61% entre 1843 y 1854, […] baja a 1,33% en el periodo comprendido entre 1875 y 1885 y a 1,11% en el periodo comprendido entre 1885 y 1907”, Encina, op. cit., p. 8.

565Aurora de Chile, 27 de febrero de 1812, N° 3, p. 11.

566Mamalakis, op. cit., 2, p. 4.

567Encina, Ibídem

568Enrique Mac Iver, Discurso sobre la crisis moral de la República, en Godoy, op. cit. p. 285.

569Mac Iver, op. cit., en Godoy, op. cit., p. 283.

Historia de la República de Chile

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