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LA SOCIABILIDAD POPULAR

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Los sectores populares tenían, como lugares muy propios de sociabilidad, las chinganas, especies de fondas establecidas en las áreas marginales de las ciudades, y, en el caso de Santiago, en el sector sur, donde los días festivos se reunían más de 10 mil individuos a cantar, bailar y beber427. Con ser espacios aparentemente públicos, tenían ciertos códigos de conducta que impedían la participación de grupos diferentes. Al alcohol, al canto, al baile y a la violencia se unían también el juego de cartas, la comida y el sexo428. Andrés Bello hacía en 1832 una tenebrosa descripción de las chinganas, en la que tenían especial fuerza los problemas de carácter moral que ellas originaban, lo que le ayudaba a reforzar sus argumentos en favor del teatro:

Se ha restablecido con tal entusiasmo el gusto por las chinganas, o más propiamente, burdeles autorizados, que parece que se intentase reducir la capital de Chile a una grande aldea. No se crea que pretendemos criticar el justo desahogo a que naturalmente se entrega el hombre para aliviar las fatigas del trabajo; nos dirigimos contra ese frenesí que se va difundiendo a gran prisa por placeres nada decentes. Cada cual sabe la clase de espectáculos que se ofrecen al público en esas reuniones nocturnas, en donde las sombras y la confusión de todo género de personas, estimulando la licencia, van poco a poco aflojando los vínculos de la moral, hasta que el hábito de presenciarlos abre la puerta a la insensibilidad y sucesivamente a la corrupción. Allí los movimientos voluptuosos, las canciones lascivas y los dicharachos insolentes hieren con vehemencia los sentidos de la tierna joven, a quien los escrúpulos de sus padres o las amonestaciones del confesor han prohibido el teatro429.

Sobre el funcionamiento de las chinganas y sus consecuencias se escribía en un periódico de Copiapó, que llamaba a prohibirlas:

En ellas se baila, se canta en un tablado por tres o cuatro personas a lo más, que son las que forman el espectáculo, estando el resto, que nunca baja de 200 personas, de espectadores, bebiendo, aplaudiendo a los que bailan y poniéndose cufifos, como vulgarmente se dice…430

El Ferrocarril calculaba en 1857 en 40 el número de chinganas existentes en la capital, que abrían los domingos y lunes de cada semana431. Muy próxima a Ovalle, la Chimba era una aldea a la que los mineros iban a divertirse, pues “cada casita es una chingana”432. Las chinganas no fueron solo lugares de esparcimiento popular urbanos, pues también existieron en las haciendas, a menudo vinculadas a ciertas faenas como la trilla, el rodeo o la matanza433.

Pero lo más interesante de estas críticas contra las chinganas radicó en el alcance político que le asignaron los liberales. Asombrado Rafael Valdés de los desórdenes en unas chinganas en Renca, adonde la gente decente iba a comer fresas y la plebe a divertirse —“noviembre: mes de las frutillas y de las jaranas de Renca”, según Vicuña Mackenna—, preguntó por qué razón el gobierno no abolía aquella costumbre, “germen de vicios, enfermedades, desmoralización y asesinatos”.

Y quedé aún más sorprendido cuando se me dijo que, lejos de eso, la Administración actual la fomentaba con el objeto, según se decía, de tener a la masa divertida y que no pensase en política; que aquellas chinganas eran una costumbre nacional, pero que en tiempos en que mandó el General Pinto había empezado a extinguirse por los esfuerzos del gobierno […], pero que el funesto triunfo del partido llamado estanquero había hecho que reviviese, por la razón ya dicha, que el primero que había establecido una chingana en esta última época era el Vicepresidente Dn. Diego Portales, a la que asistía personalmente dos veces por semana; que el gobierno tenía en cada una un espía que le daba parte de cuanto oía a los circunstantes referente a la política434.

Mucho después, en 1853, y como prueba de que esta modalidad de diversión obedecía a causas más profundas que las políticas, se dictó un reglamento para el departamento de Santiago que le dio una regulación legal a chinganas, canchas de bolos, reñideros de gallos y otras “casas de diversiones públicas”, con las disposiciones del caso en torno al pago de patentes y requisitos para instalar tales recintos. Normas similares se dictaron durante el año, en orden cronológico, para Valparaíso, San Felipe, Chillán, La Serena, Talcahuano, Los Andes, Petorca, Laja, Rere, Elqui, Coelemu, Ovalle, Ancud, Combarbalá. Freirina, Copiapó, Caldera, Lautaro, Illapel, Nacimiento-Arauco y San Fernando435.

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331Tornero, op. cit., p. 368.

332Tornero, op. cit., p. 373.

333Romero, “Rotos y gañanes”, cit., p. 46.

334Tornero, op. cit., pp. 203-204; Samuel J. Martland, Construir Valparaíso: tecnología, municipalidad y Estado, 1820-1920, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2017, pp. 89-99.

335ANH, MI, 1.385, s.f.

336ANH, MI, 1.835, s.f.

337ANH, MI, 1.836, s.f.

338ANH, MI, 1.382, s.f.

339ANH, MI, 1.835, s.f.

340Valenzuela Márquez, “Estructuración”, cit., pp. 259-260.

341ANH, MI, 1.837, s.f.

342ANH, MI, 1.838, s.f.

343ANH, MI, 1.388, s.f.

344Tornero, op. cit., p. 294.

345ANH, MI, 1.384, s.f.

346Martland, op. cit., pp. 144-145.

347ANH, MI, 1.835, s.f.

348Martland, op. cit., p. 84. El establecimiento del gas es examinado en pp. 72-87.

349De Ramón, Santiago, cit., p. 152.

350Ricardo Nazer Ahumada, José Tomás de Urmeneta. Un empresario del siglo XIX, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 1993, pp. 135-154, con especial énfasis en el manejo económico de la empresa. Abordó esta materia María Piedad Alliende Edwards en su tesis Los comienzos del alumbrado de gas en Chile y los orígenes de la Compañía de Consumidores de Gas de Santiago S.A. 1865-1900, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1990.

351ANH, MI, 1.384, s.f.

352ANH, MI, 1.382, s.f.

353De Ramón, Santiago, cit., p. 153.

354ANH, MI, 1.382, s.f.

355Marco Antonio León León, Encierro y corrección. La configuración de un sistema de prisiones en Chile, II, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Central de Chile, Santiago, 2003, p. 294 y ss.

356León León, Encierro y corrección, II, p. 322.

357León León, Encierro y corrección, I, p. 166.

358ANH, MI, 1.388, s.f. Para las dificultades experimentadas en el funcionamiento de esa penitenciaría, cfr. León León, Encierro y corrección, II, p. 491 y ss.

359ANH, MI, 1.386, s.f.

360ANH, MI, 1.382, s.f.; ANS. MI, 1.384, s.f.

361Poeppig, op. cit., p. 335.

362Poeppig, op. cit., pp. 86-87.

363Poeppig, op. cit., p. 89.

364Ignacio Domeyko, Mis viajes, I, p. 357.

365Una amena descripción de los cafés santiaguinos en los años iniciales de la república en José Zapiola, Recuerdos de treinta años (1810-1849), Editorial Francisco de Aguirre, S. A., Buenos Aires, 1974, pp. 25-31.

366Fernando Silva Vargas, “Los cafés en la primera mitad del siglo XIX”, en vv.aa., Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940, Fundación Mario Góngora, Santiago, 1992, pp. 324-326 y 328-334.

367C.E. Bladh, La República de Chile, pp. 45-46.

368Juan Eduardo Vargas Cariola, “Aspectos de la vida privada de la clase alta de Valparaíso: la casa, la familia y el hogar entre 1830 y 1880”, en Historia, 32, 1999, p. 639.

369Vargas Cariola, op. cit., pp. 641-644.

370Domeyko, op. cit., I, p. 367. Sobre las tapadas, Rolando Mellafe, “Las tapadas y los tapados”, en Formas de sociabilidad, cit., pp. 225-236, con una interpretación del fenómeno que no compartimos. Ha abordado el tema Marco Antonio León León, “Entre lo público y lo privado: acercamientos a las tapadas y cubiertas en España, Hispanoamérica y Chile, en BAChH, 103, 1993, pp. 273-311.

371Domeyko, op. cit., I, p. 368.

372León León, op. cit., pp. 304-305.

373Bladh, op. cit., p. 46.

374“Apuntes autobiográficos del general don Francisco Antonio Pinto”, en BAChH, 17, 1941, p. 87.

375Maria Graham, op. cit., p. 199.

376Sobre la obra musical de Isidora Zegers, concebida para ser ejecutada en el ámbito privado, y la de José Zapiola, en el espacio público, cfr., Luis Merino Montero, Rodrigo Torres Alvarado, Cristián Guerra Rojas y Guillermo Marchant Espinoza, Prácticas sociales de la música en Chile, 1810-1855: el advenimiento de la modernidad en la cultura del país, RIL Editores, Santiago, 2013, pp. 35-63.

377Guillermo Edwards Matte, El Club de la Unión en sus ochenta años (1864-1944), Santiago, 1944, p. 11.

378Manuel Vicuña, La Belle Époque chilena. Alta sociedad y mujeres de elite en el cambio de siglo, Editorial Sudamericana, Santiago, 2001, p. 89.

379Gabriel Lafond de Lurcy, Viaje a Chile, Imprenta Universitaria, Santiago, 1911, p. 125.

380Smith, op. cit., pp. 133-134.

381Sobre Ramón Elguero del Campo, médico en Chile en 1853, en 1861 médico exclusivo de la Casa de Orates de Santiago, primer profesor de la cátedra de Enfermedades Mentales en la Escuela de Medicina, y diputado suplente por Osorno, ver Claudia Elena Araya Ibacache, Profesionalización de la psiquiatría en Chile: saberes y práctica, 1826-1949, tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2015, pp. 149-152.

382Guarda, Nueva historia, pp. 623-624.

383Crescente Errázuriz, Algo de lo que he visto, Editorial Nascimento, Santiago, 1934, pp. 257-263.

384Poeppig, op. cit., pp. 90-91.

385Errázuriz, op. cit., p. 25.

386Hernán Godoy Urzúa, “Salones literarios y tertulias intelectuales en Chile. Trayectoria y significación sociológica”, en vv.aa., Formas de sociabilidad en Chile, cit., pp. 138-139.

387Francisco Javier González Errázuriz, Aquellos años franceses, 1870-1900. Chile en la huella de París, Aguilar Chilena de Ediciones S.A., Santiago, 2003, pp. 27-28.

388Godoy Urzúa, op. cit., p. 149; Vicuña, op. cit., p. 87.

389Joaquín Santa Cruz, “Recuerdos de la Picantería”, RChHG, 60, 1928, pp. 40-92.

390Walpole, op. cit., p.338.

391Ramón Subercaseaux Vicuña, Memorias de ochenta años, I, Editorial Nascimento, Santiago, 1936, p. 30.

392Su descripción en Francisco Ramón Undurraga Vicuña, Recuerdos de ochenta años, s.p.i. y s.a., pp. 57-65.

393Soléne Bergot, “Baile de fantasía ofrecido por don Víctor Echaurren Valero, 24 de septiembre de 1885, en Santiago de Chile”, BAChH, 116, julio-diciembre de 2007, pp. 362-364.

394Bergot, op. cit., p. 371.

395Bergot, op. cit., p. 372.

396Bladh, op. cit., pp. 49-50.

397Silva Vargas, “Formas de sociabilidad”, en op. cit., pp. 90-91.

398Vicente Pérez Rosales, Recuerdos del pasado, Imprenta Barcelona, Santiago, 1910, pp. 73-74; Eduardo Balmaceda Valdés, De mi tierra y de Francia, Ediciones Ercilla, Santiago, 1932, pp. 28-33.

399González Errázuriz, op. cit., p. 386.

400González Errázuriz, op. cit., p. 389 y ss.

401Blancpain, Francia, pp. 173-177.

402Ramón Subercaseaux, op. cit., I, p. 32.

403Domingo Amunátegui Solar, Mayorazgos y títulos de Castilla, Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, I, Santiago, 1901, pp. 43-46.

404Tornero, op. cit., pp. 35-36

405Tornero, op. cit., p. 37.

406Tornero, op. cit., p. 18.

407Luz María Méndez Beltrán, “Paisaje y costumbres recreativas en Chile. Valparaíso en el siglo XIX”, en Historia 22, 1987, pp. 170-171.

408Edwards Matte, op. cit., pp. 15-16.

409Tornero, op. cit., p. 95.

410Eugenio Pereira Salas, Historia de la música en Chile (1850-1900), Publicaciones de la Universidad de Chile, Editorial del Pacífico, S.A., Santiago, 1957, p. 13.

411Merino y otros, Prácticas sociales de la música, p. 99.

412Juan Eduardo Vargas Cariola, “El Teatro de la Victoria: un espacio de sociabilidad en Valparaíso durante el siglo XIX (1844-1878)”, en BAChH, 106, 1996, p. 260.

413Pereira Salas, Historia de la música, pp. 144-146.

414Merino y otros, Prácticas sociales de la música, p. 103.

415Pereira Salas, Historia de la música, p. 31 y ss.

416ANH, MI, 1.382, s.f.

417Pereira Salas, Historia de la música, pp. 23-24.

418Pereira Salas, Historia de la música, pp. 126-127.

419ANH, MI, 1.382, s.f.

420Pereira Salas, Historia de la música, p. 142; ANH, MI, 1.385, s.f.

421Pereira Salas, Historia de la música, p. 143.

422Vargas Cariola, “El Teatro”, cit., pp. 263-268, Julio Heise González, Historia de Chile. El periodo parlamentario, 1861-1925, I, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1974, p. 167 y ss.

423Pereira Salas, Historia de la música, pp. 17-18.

424Examina el desarrollo musical valdiviano Guarda en Nueva Historia, p. 625 y ss.

425Walpole, op. cit., pp. 337-338.

426Pereira Salas, Historia de la música, pp. 121-125.

427Tornero, op. cit., p. 95.

428Fernando Purcell Torretti, “La chingana como espacio privado de diversión popular. Colchagua, 1850-1880”, en Lo público y lo privado en la historia americana, Fundación Mario Góngora, Santiago, 2000, pp. 200-203.

429Merino y otros, Prácticas sociales de la música, p. 98.

430El Copiapino, 2 de julio de 1849, en Merino y otros, Prácticas sociales de la música, pp. 101-102.

431Merino y otros, Prácticas sociales de la música, p. 96; Zapiola, op. cit., pp. 31-33, quien afirma que el auge de las chinganas en la capital se debió a la llegada, en 1831, de las célebres Petorquinas.

432Chouteau, op. cit., p. 165.

433Purcell Torretti, op. cit., pp. 204-205.

434Merino y otros, Prácticas sociales de la música, p. 97. Zapiola alude al rumor difundido por los “maliciosos de entonces” en op. cit., p. 33.

435Purcell Torretti, op. cit., pp. 215-216.

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