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[Ciudad de México] enero de 1941
Más que en ninguna otra parte del mundo, en esta América de promisión fácil al ejercicio poético se plantea hoy imperiosamente el problema existencial de la poesía. Son miles los versos que se escriben de sol a sol en este venturoso continente. Muchos los libros de versos que salen todos los meses de las prensas. Si la tinta de los cálamos poéticos fluyera en un[a] sola bocanada, pareceríamos el relámpago deshuesado y gigantesco del calamar de la noche. Palabras, versos, estrofas, imágenes, metáforas, en enjambre aguerrido zumban por entre los intersticios de la luz, nos envuelven en una trama placentaria de desazón o dulzura, al tiempo que los poetas, suntuosos o lamentables, se van colocando escalonadamente en los [añadido a mano: graderíos] tendidos de la fama, repartiéndose los puestos que la sociedad tiene previstos para las gargantas canoras. ¿A quién no gusta tener junto a su ventana en una jaula un [añadido a mano: ave] pájaro armonioso? ¿No es este el mejor modo de atraerse las finezas del cielo azul que ha de venir a consolar a sus auratenientes? Vuelan los versos por los salones particulares o de las embajadas, por los mentideros de los cafés, por las alcobas de provincias, tramitan fervores lozanos o marchitos, prolongan adolescencias, vehiculan vanidades [añadido a mano: ambiciones], canalizando los sentimientos singulares de las almas delicadas cuando no hacen guiños estudiados a la muerte, cuyo manto apolillan dispuestos a explotar el azúcar de sus huesos. Los hay emolientes, exquisitos, untuosamente descompuestos como los buenos quesos que levantan en el paladar otoñales remolinos de tornasoles. Los hay quijarudos, apedernalados, como anárquicos molinos de aliento en que gime, se desangra, un robinsón crucificado [añadido a mano: yo]. Todos los objetos de la naturaleza, todas las imágenes pudieran servirnos para enumerar metafóricamente las variedades de este cultivo que el hombre americano hace de sus sentimientos con la esperanza de que un día su palabra acierte en el sésamo de la noche.
Sin embargo, si a todos los poetas se les reuniera en un valle de invocaciones y suspiros, en un rumoroso valle de Josafat con voz negra de erectos cactus imprecadores, si se les reuniera como yo en este instante los reúno en una marea ascendente formando la prodigiosa cauda de un cometa que no existe, la cauda que retorciéndose en forma de caracol donde resuenan las celestes esferas trata de ocultar su profunda, su definitiva realidad de un nudo en la garganta, y se oyera de improviso un gran silencio, un silencio de niágara paralizado como si sus carnes y sus fibras fueran de repente acariciadas por abiertas manos de sepulcro, si al rumor antiguo sucediera una precipitación de letras de epitafio, para mí tendría que en un rincón cualquiera de ese valle una voz ingenua y desvalida había preguntado: Hermanos, ¿queréis decirme qué es la poesía, adónde va, de dónde viene —si es que va y viene—, a qué realidades responde, qué oficio desempeña entre los pliegues de la sociedad el poeta?
Y a mí también entonces me tocaría preguntar: ¿cuál es vuestro oficio? ¿Estáis hechos acaso para apaciguar al hombre, para hacerle llevadera su tarea dolorosa como los cantos de los forzados que escanden el trabajo de los picos y las palas, cantos que sugieren bienestares lejanos, que acallan la rebeldía de los esclavos que [añadido a mano: penan], o vuestro destino es abrir puertas, romper cadenas, abrir los ojos a los raudales de la luz, desatrancar los horizontes?
Porque aquí, junto a la cabecera de este mundo que expira, tenemos necesidad de saber qué es lo que está muriendo, cuáles de vuestras voces pertenecen a aquello que vuelve su cerviz hacia la madre tierra y qué en cambio la saeta que se clava en el corazón del alba. Y tenemos derecho a saber si vuestro rumor es el de las hojas secas que el viento arremolina de labios afuera.