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Aproximación y rechazo iniciales: choques con comunistas y exiliados
ОглавлениеGabo tenía noticias concretas de Castro y la Revolución desde 1956, en sus años de hambre parisinos, cuando los latinoamericanos en el exilio vivían pendientes de la caída de los dictadores que gobernaban sus países: Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), en Colombia; José Manuel Odría (1948-1956), en Perú; la familia Somoza (1934-1979), en Nicaragua; Rafael Leónidas Trujillo (1920-1961), en República Dominicana; Fulgencio Batista (1952-1959), en Cuba, y Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), en Venezuela. Por esa época, el poeta de vuelo popular Nicolás Guillén le habló de un abogado, joven y loco, en quien los cubanos tenían fincadas sus esperanzas de libertad y, desde entonces, García Márquez comenzó a seguirle la pista al líder revolucionario.
En enero de 1958, al redactar un balance de lo ocurrido el año anterior, al que denominó «El año más famoso del mundo», García Márquez le dedicó un apartado a la inminente partida de Batista del poder, en el que se refirió también al joven abogado cubano que «conoce la estrategia mejor que los códigos» (García Márquez, 2015a, p. 543). Y el 18 de abril, García Márquez, a partir de una entrevista a Emma Castro, hermana del comandante cubano, publicó en la revista venezolana Momento el reportaje «Mi hermano Fidel», en el que destacaba sus habilidades como cocinero de espaguetis, sus dotes de deportista, su familiaridad con las armas de fuego, su afición por la cacería, su puntería de buen tirador, su disposición a la escucha y el paso paulatino del «bigotillo lineal y un poco afectado de los enamorados antillanos» a su «barba mesiánica» (p. 594).
El 31 de diciembre de 1958, al subir las escaleras hacia su apartamento en Caracas, García Márquez y Mercedes escucharon, antes de la hora del fin de año, un alboroto de bocinas de automóviles, campanas de iglesia y sirenas de fábrica y taller y, al recordar que no disponían de un radio para informarse, incrédulos ante la posibilidad de un nuevo golpe militar en Venezuela, debieron devolverse y bajar para averiguar qué ocurría. Se enteraron entonces, por la portera portuguesa del edificio, que en Cuba había caído Batista. Al día siguiente, cuando se produjo la entrada triunfal de Castro y su cortejo en La Habana, Gabo y su compadre y jefe Plinio Apuleyo Mendoza celebraron esa esperanzadora victoria con cervezas vestidas de novia.
El 18 de enero del 59, le avisaron a García Márquez del vuelo nocturno de un avión cubano que llevaría a La Habana a los periodistas interesados en asistir como observadores internacionales de los juicios públicos contra los partidarios de la dictadura de Batista, implicados en crímenes de guerra, la denominada «Operación Verdad», una estrategia de Fidel Castro para desmentir las alarmas de la prensa norteamericana acerca del baño de sangre que estaba ocurriendo en Cuba y contrarrestar la imagen negativa de la revolución, a raíz de los casi seiscientos fusilamientos de los esbirros batistianos, casi siempre sin juicio previo, en ese célebre –y celebrado– enero. García Márquez aceptó sin dudar y viajó el 19, por la mañana, incluso sin documentos –se identificó con un recibo de lavandería caraqueña donde figuraba su nombre–, en un avión con sobrepeso que debido a una tormenta tropical debió aterrizar de emergencia en Camagüey. Allí García Márquez, de pie, pudo ver de cerca, por primera vez, y a solo tres personas de distancia, al comandante Castro, quien acababa de descender de un helicóptero para explicar la operación. Esa noche, García Márquez se llevó el susto de su vida al sentirse encañonado por la espalda, pues lo habían confundido con un infiltrado, pero pronto se aclararon las cosas. Al periodista lo impresionó la preocupación puntual del comandante por detalles de la vida cotidiana como la falta de pollo para la alimentación de los visitantes en el aeropuerto. Al día siguiente asistió, junto a Plinio Mendoza, al juicio de Jesús Sosa Blanco, en la Ciudad Deportiva. Ese viaje, de solo cuatro días, selló su adhesión a la revolución.
De vuelta a Venezuela, tanto Plinio como García Márquez, contagiados de la euforia revolucionaria cubana, comenzaron a pensar en vincularse de manera activa a ese proyecto histórico. La ocasión propicia se presentó cuando el Che Guevara encargó al periodista argentino José Ricardo Masetti de la dirección de Prensa Latina, una agencia de noticias creada para neutralizar la desinformación de las agencias norteamericanas e internacionales sobre los sucesos de la revolución.
García Márquez trabaja para Prensa Latina, en Bogotá, en 1959 y, en 1960, durante tres meses, en La Habana. A comienzos de 1961, Masetti le encomendó la apertura de la agencia en Canadá y, con ese fin, viaja a Nueva York, a la espera de la visa que no recibe nunca y debe entonces encargarse de la oficina en esa ciudad. El 3 de enero, los Estados Unidos rompen relaciones con Cuba y, el 20 del mismo mes, John F. Kennedy asume como presidente de los Estados Unidos. El 11 de abril, Massetti renuncia a Prensa Latina, debido a las presiones de una facción de comunistas sectarios que querían apoderarse de la agencia, y el 16 del mismo mes, Castro proclama el carácter socialista de la revolución. García Márquez, en solidaridad con su jefe, piensa dimitir también de la agencia, pero la invasión de mercenarios cubanos a Bahía Cochinos, el 18, lo obliga a aplazar su decisión. En carta del 26 de abril, le revela a su amigo y compadre Álvaro Cepeda, «aprovechando la pausa que ha venido después del aparatoso fiasco de la invasión»:
Ya puedes imaginarte el trabajo y las carreras que tuvimos en esas 72 horas, que además fueron la culminación de otra semana bastante atareada, cuando «ya la cosa se veía venir».
Por último: me voy de prensa latina. Debía ser el último de este mes, pero no será posible. Tal vez me vaya a México, pues a Colombia desde luego, no. (Archivo de Harry Ransom Center)
Ante la promulgación de las primeras leyes revolucionarias y el inicio de las expropiaciones, los refugiados cubanos anticastristas intensificaron de tal manera la agresividad de sus hostilidades contra la sede de Prensa Latina, que los trabajadores, constantemente amenazados por teléfono, se vieron obligados a tomar medidas de seguridad y proveerse de improvisadas armas caseras –García Márquez, previendo un posible ataque, portaba un tubo de hierro–. En la oficina se respira, además, la zozobra generada por el sectarismo estalinista que se tomaba a Prensa Latina y creaba un delirante ambiente de suspicacias, intrigas, mensajes en clave y palabras de doble sentido.
El cubano Guillermo Cabrera Infante (1993) afirma que García Márquez se fue por temor al inminente triunfo norteamericano en la invasión a Playa Girón:
El escritor de La hojarasca, que ahora tiene generales de quien escribir, abandonó Nueva York en abril de 1961 con más prisa que dejó Bogotá la última vez, y de paso, desertó de las oficinas de la agencia Prensa Latina, que dirigía. Lo hizo al revés que su admirado Hemingway: sin gracia y sin presión, nada más conocer que ocurría el desembarco contrarrevolucionario en Bahía Cochinos, en Cuba, al que dio por triunfador enseguida. ¿Es necesario recordar que La Habana está a miles de kilómetros de Nueva York? Su corazón tendría sus razones, pero los que conocemos su biografía verdadera sabemos que esta noticia (revelación para muchos) es facta non verba (p. 300)2.
Sin embargo, otra carta a su amigo Álvaro Cepeda, el 23 de mayo de 1961, revela que para esa fecha García Márquez aún permanecía en Nueva York:
Ahora, después de una jodida crisis que se prolongó por un mes y que finalmente culminó esta semana, los jóvenes decentes de Prensa Latina nos fuimos al carajo, con unas renuncias muy retóricas.
A pesar de que las vainas se veían venir en grande, yo no creí que los acontecimientos se presentaran tan atropelladores, y que me quedaban algunos meses en Nueva York. Sin embargo, mi última esperanza de quedarme aquí se desvaneció definitivamente esta noche, y el primero de junio me voy a México, por camino carreteable, con el propósito de atravesar el profundo y revuelto sur.
No sé, exactamente, qué voy a hacer, pero estoy tratando de rescatar en Colombia algunos dólares, que espero me sirvan para vivir un tiempo en México, mientras consigo trabajo. Quién sabe de qué carajo porque lo que es de periodismo ya me corté la coleta. Será de intelectual.
[…] Algún día le contaré personalmente, ojalá donde las muchachitas que joden por hambre, cómo fue el despiporre de los llamados «moderadores» de Prensa Latina. Por ahora, confórmese con un abrazo, y dele otro a los jóvenes de la cueva, hasta cuando les dé mis nuevas diagonales. (Archivo de Harry Ransom Center)
Aunque el 5 de junio García Márquez tiene decidido irse a México, permanece todavía en Nueva York a la espera de la liquidación de sus cesantías. Pero los burócratas cubanos, que interpretaron su renuncia como una deserción, no solo le negaron las prestaciones y los tiquetes de regreso en avión, sino que también, por sospechas ideológicas, poco después destruyeron su trabajo periodístico en la agencia y le cerraron las puertas de la isla.
Tras atravesar, en bus, el sur de los Estados Unidos, con la intención de conocer la geografía real que sirvió como modelo al ficticio condado de Yoknapatawpha, García Márquez llega a México el lunes 26 de junio, y el 9 de julio publica su primer artículo mexicano en el suplemento cultural del diario Novedades, «Un hombre ha muerto de muerte natural», cálida exaltación de la figura de Hemingway, quien se había volado los sesos con su escopeta de caza el 2 de ese mes, sellando con sangre el fin de una promoción de escritores norteamericanos conocidos como «la generación perdida», por los días en que comenzaba a producirse la irrupción mundial de los narradores latinoamericanos, con Borges, Carpentier, Onetti, Fuentes y Cortázar, a la cabeza.
García Márquez nunca dio detalles claros acerca de su salida de Prensa Latina. En una conversación con Plinio Apuleyo, en 1972, le revela que en los comienzos de la Revolución cubana intentó una militancia activa, pero «un conflicto transitorio me sacó por la ventana. Eso no alteró en nada mi solidaridad con Cuba, que es constante, comprensiva y no siempre fácil» (Rentería, 1978, p. 89).
Pese a que sus desencuentros habían sido con los comisarios comunistas y no propiamente con el régimen, García Márquez se fue de Nueva York con un amargo sabor a derrota. No obstante, en los años siguientes, no dejó de manifestar su fe en la Revolución y su admiración por el estilo espontáneo e informal del comandante que despertaba en los latinoamericanos la ilusión de un socialismo libre y luminoso, hecho de la vitalidad festiva y la dinámica creadora del Caribe, ajeno al dogmatismo y las fórmulas fosilizadas de la «reverenda madre Rusia», el cual, pese a sus puntos débiles en lo político y lo económico, no dejaba de ser un triunfo moral, un ejemplo de defensa de la dignidad de un continente, en contraste con el socialismo triste que había palpado, de primera mano, en su viaje al interior de la Cortina de Hierro, en el que en cada recodo transitado era visible el fantasma agobiante del sectarismo.
En adelante, los cubanos, que invitaban a grandes escritores a La Habana –no solo latinoamericanos–, nunca incluyeron en esa lista a García Márquez, hasta 1975, es decir, catorce años después de su salida de Prensa Latina. Sin embargo, su obra, puntualmente editada, con gran éxito de ventas, sin el pago de derechos de autor, se vio acompañada de importantes estudios críticos como ocurrió en 1969 con la Recopilación de textos sobre Gabriel García Márquez en la Serie Valoración Múltiple de Casa de las Américas.