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Fidel Castro y García Márquez

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El otoño del patriarca nos revela, por otra parte, algunas semejanzas entre el escritor y el dictador. Sin duda, allí gravita de nuevo la fascinación por el poder. Es posible entonces conjeturar que la amistad entre Fidel Castro y García Márquez se sustenta asimismo en una afinidad múltiple entre los dos, pese a las notables diferencias entre el dinámico hombre de acción y el contemplativo hombre de pensamiento: García Márquez se ha referido al carácter íntimamente autobiográfico de El otoño del patriarca en el que está presente esa nostalgia que atormenta a los escritores, desde finales del siglo xix, la de la vida verdaderamente vivida. «El oficio de la palabra», semblanza minuciosa y admirativa de Fidel Castro, podría leerse asimismo como un autorretrato en el que el escritor resalta en el político algo que conoce muy bien por experiencia propia: las relaciones devotas con la palabra que los convierten en almas gemelas.

Veamos algunos de los rasgos comunes:

1.La adicción al hábito de la conversación, la devoción por la magia hipnótica de la palabra (García Márquez, 1988, p. 11). En el caso de Fidel, el don de la palabra oral seductora, hehechicera y dominadora de los blacamanes que persuaden a plenitud a la gente. En García Márquez: la maravilla de la palabra escrita.

2.El antiacademicismo (García Márquez, 1988, p. 12). Castro no es el típico gobernante académico atrincherado en su buró y García Márquez se mostró siempre ajeno a las rituales del escritor formado en la academia, tales como la escritura de ensayos y la inmersión en congresos, mesas redondas, conferencias y cátedras universitarias.

3.La vocación de reporteros (García Márquez, 1988, p. 12). Castro va a buscar los problemas donde estén y los convierte en «reportajes hablados» (p. 27) y García Márquez se mostró como un periodista y escritor preocupado por obtener las informaciones de primera mano.

4.La errancia de la vida sin domicilio cierto. En Castro, como gobernante sometido a los azares del continuo cambio de residencia, por razones de seguridad, constreñido al horizonte estrecho de la isla; en García Márquez, en contraste, dueño del libre albedrío del escritor exitoso: son incontables sus viajes por toda la bolita del mundo.

5.La abstinencia de tabaco (García Márquez, 1988, p. 13) de quienes fueron fumadores infinitos: Castro de media caja diaria de puros y García Márquez de tres cajetillas de cigarrillos sin filtro.

6.La disciplina férrea y tenaz con la que ejercieron sus oficios y garantizaron el estricto cumplimiento de horarios: Castro privándose de fiestas y de viajes; García Márquez pasando hambre y absteniéndose de diversiones y tragos con tal de escribir.

7.El imponente poder de seducción que realza su presencia donde quiera que estén.

8.La clarividencia para vislumbrar las consecuencias más remotas de un hecho, como si pudieran ver la mole sobresaliente de un iceberg al mismo tiempo que los siete octavos sumergidos, facultad que Castro, a diferencia de García Márquez, no ejerce como iluminación, sino como resultado de un arduo raciocinio y de la táctica maestra de preguntar sobre cosas que sabe para confirmar sus datos.

9.El don para medir el calibre de su interlocutor y tratarlo en consecuencia.

10.La ronda por los caminos de la herejía tanto en política como en literatura y en los hábitos de la vida social.

11.La afición por la información vasta y bien masticada y digerida; el dominio de los datos y la documentación que manejan (García Márquez, 1988, p. 20).

12.El extremo espíritu competitivo que no tolera la posibilidad de perder (García Márquez, 1988, p. 18) y los lleva, en ocasiones, a consumar secretas venganzas a punta de persistencia con quienes en algún momento los superaron o los agredieron o les hicieron sombra o les llevaron la contraria. Castro que mete en prisión a quienes en su adolescencia le ganaron en algo o lo agredieron; García Márquez que refuta con creces el dictamen descalificador de Guillermo de Torre al evaluar negativamente La hojarasca y se saca la amarga espina de Prensa Latina.

13.La visión de América Latina como una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo, aprendida en Bolívar y Martí.

14.La nostalgia por los amaneceres bucólicos de la infancia rural en Birán y Aracataca (García Márquez, 1988, p. 27).

15.El instinto extraordinario para el poder basado en el conocimiento intuitivo de las motivaciones humanas.

16.El rechazo radical de las injerencias del imperialismo de los yanquis en el destino de los pueblos latinoamericanos.

17.La memoria prodigiosa (García Márquez, 1988, p. 20) para aprenderse un libro y destruirlo; la inagotable capacidad de trabajo. García Márquez recitaba de memoria la poesía española del Siglo de Oro, la poesía piedracielista colombiana, innumerables boleros y vallenatos, capítulos completos del Ulysses de Joyce y de Pedro Páramo de Rulfo.

18.El pudor con el que supieron proteger la intimidad de su vida privada (García Márquez, 1988, p. 27).

19.El diario sobreponerse a la zozobra del amanecer para enfrentar los azares de la realidad (García Márquez, 1988, p. 13) y el apetito de mandar tan voraz como comerse en una sola sentada dieciocho bolas de helado (p. 60).

20.En El otoño del patriarca se citan los letreros de la multitud que aclama «al benemérito que ha de vivir para contarlo» (García Márquez, 2012, p. 79), frase que remite al título original de la autobiografía de García Márquez al cual, a última hora, al parecer para protegerse de la piratería editorial, se le cambió la vocal final.

En medio del algodón de los elogios y las alabanzas, «Fidel Castro: el oficio de la palabra hablada» se construye como un texto carnavalesco que glorifica y desentroniza tanto a Castro como a su régimen, al tiempo que confirma su acierto en el retrato anticipado del déspota presente en El otoño del patriarca. Hasta podría pensarse que García Márquez anticipa su papel gracias a la confianza consolidada en la amistad, para «pedirle la libertad de un preso o el perdón de un condenado a muerte» (García Márquez, 2012, p. 63).

A los rasgos anteriores podrían añadirse otros ausentes de la semblanza: los antepasados gallegos (Fidel por su padre, Gabriel por su lado materno); la relación complicada y dolorosa con los padres (el conocimiento tardío de su padre por Gabo y el demorado reconocimiento oficial de Fidel por su padre); el tránsito de la provincia (Birán y Aracataca) a la capital; el pragmatismo de la formación jesuita, apegada al ejercicio del poder; el estudio del Derecho que afina la búsqueda de la justicia; la experiencia humillante del imperialismo a través de la United Fruit Company, y el apego a los uniformes: el verde olivo del militar y el overol de obrero del escritor que no quiere olvidarse del carácter artesanal de su trabajo.

No obstante, pese a las sorprendentes afinidades, no dejan de ser notables las diferencias. Ciertos rasgos castrenses de Fidel (el apellido Castro, de origen gallego, significa campamento militar) son contrarios al modo de ser y la trayectoria de García Márquez, así como su condición atlética, la práctica de los deportes (básquet, boxeo, béisbol y ciclismo) y la afición por las armas de fuego. Desde niño Castro fue rebelde: en la primaria insultaba a su maestra y se iba de la escuela; entraba a deshoras al colegio y, con sus compañeros, rompía pupitres y se llevaba cosas; a un cura que mostraba preferencias por un condiscípulo millonario, lo levantó a trompadas y mordiscos; cuando su padre, molesto por su comportamiento díscolo en las clases, decidió sacarlo de la escuela, amenazó con prenderle fuego a la casa; en una ocasión en que lo operaron de apendicitis, por falta de profilaxis, la herida se le infectó. Desde sus años universitarios –incluso desde la escuela primaria–, Castro persiguió y asumió un liderazgo, así fuera por la fuerza –estuvo involucrado en sonados atentados gansteriles–. Uno de sus sueños fue liderar la Federación Estudiantil Universitaria, ambición que luego creció hasta incorporar el ideal de Bolívar y Martí de la magna patria, lo que lo llevó a involucrarse en la lucha por la independencia de Puerto Rico y República Dominicana y a solidarizarse, en 1948, con las luchas estudiantiles argentinas, venezolanas, panameñas y colombianas, cuando organizó un congreso estudiantil latinoamericano que contó con el apoyo de Jorge Eliécer Gaitán, quien prometió asistir a su clausura, pero no pudo, víctima del asesinato que tronchó las esperanzas de los colombianos y sumió al país en una ola incesante de violencia.

Mientras que García Márquez se afirma como un caribe crudo aficionado al canto, al baile y la parranda, el austero Fidel prohibió los carnavales en Cuba y las ocasiones en que las familias se reunían a celebrar las festividades religiosas como el Día de Reyes. Fidel era un raro cubano que ni cantaba ni bailaba y en contraste detestaba la rumba y la ciudad de la noche. Mientras Castro, políticamente, adhirió de manera incondicional al comunismo ruso, García Márquez rechazó el socialismo real del modelo ruso, cuya atmósfera asfixiante padeció en su viaje por los países de Europa del Este (Checoslovaquia, Hungría, Alemania Oriental y Polonia) y por la Unión Soviética.

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