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La fascinación del poder

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La intuición del poder, su enigma, sus ritos, su relación con el mal, con la violencia, son temas sin los cuales es imposible entender la vida y la obra de Gabriel García Márquez. Su obsesión con tales temas quizá explique su fascinación por personajes tan disímiles como Alberto Lleras, Omar Torrijos, Carlos Andrés Pérez, Fidel Castro, Belisario Betancur, Felipe González, Olof Palme, Carlos Salinas de Gortari, Francois Mitterand y Bill Clinton, entre otros. El placer de alternar con los poderosos era quizá la manera de aclarar ese misterio en su misma fuente.

La procedencia de esa fascinación perpetua al parecer podría situarse en la infancia del escritor junto a la figura más importante de su vida, el abuelo Nicolás Ricardo Márquez, veterano de guerra, exitoso con las mujeres, admirado por el pueblo, quien le dedicó al nieto la última década de su vida colmándolo con la compañía cálida y protectora, el afecto y el aprecio que García Márquez habría de extrañar durante buena parte de su vida. Practicante del hábito caribe de la conversación, el abuelo llenaba con relatos la niñez del nieto, su Napoleoncito, con el recuento de los trabajos perdidos de la Guerra de los Mil Días, la evocación conmemorativa del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe, el desencantado relato de la masacre de los trabajadores de las bananeras de la United Fruit Company por orden del general andino Carlos Cortés Vargas, la relación admirativa de las hazañas del Libertador Simón Bolívar y sus infames días finales doblegado por la tuberculosis y la ingratitud de sus compatriotas, historias todas que le inculcaron el aprecio por la libertad y la vocación por la defensa de la dignidad y la justicia.

El abuelo sirvió asimismo como modelo para los protagonistas de varias de sus ficciones iniciales –La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Cien años de soledad– en las que se exploran diversos matices del tema del poder –desde el militar, político, religioso, familiar y económico hasta el de las palabras (pasquines, cartas, panfletos, canciones), el arte (sobre todo, la música), el sexo y el amor–. Cabe señalar, además, que ya en su primer reportaje extenso, «La marquesita de La Sierpe», García Márquez había iniciado la exploración de ese demonio personal.

Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas

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