Читать книгу Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas - Juan Moreno Blanco - Страница 14
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ОглавлениеTras casi década y media de ausencia, para García Márquez otro de los caminos hacia su anhelado regreso a Cuba fue aproximarse a personas que le tendieran el puente con autoridades claves. Tal fue el caso de Elizabeth Burgos –esposa de Regis Debray–, Lisandro Otero, Carlos Rafael Rodríguez, Eliseo Diego, Conchita Dumois –segunda mujer de Masetti– y Norberto Fuentes. Así, en 1975, García Márquez viaja a Londres a aprender inglés, pero también a contactarse con Lisandro Otero, que conocía a Regis Debray, para que este actuara de intermediario con Carlos Rafael Rodríguez, ministro de Asuntos Exteriores de Cuba, y les mostrara a los cubanos la conveniencia para la Revolución de invitar a la isla a un escritor de la talla de García Márquez. En otra reunión londinense, al recibir los primeros ejemplares de El otoño del patriarca, García Márquez envió cinco a los cubanos, con dedicatorias para Raúl, Fidel, Carlos Rafael, Raúl Roa y Lisandro, en las cuales testimoniaba su fervorosa adhesión a la Revolución cubana (Esteban y Panicheli, 2004, pp. 92-93).
Pronto Carlos Rafael le confirma que ya es hora de viajar a Cuba y García Márquez lo hace junto a su hijo Gonzalo, anunciando su intención de escribir un libro sobre la manera imaginativa y heroica como el pueblo cubano afrontó –y resolvió– en su vida cotidiana la agresión del bloqueo. Las autoridades le dieron todas las facilidades para recorrer la isla en su totalidad y entrevistar a quien quisiera, y en septiembre García Márquez publica el apologético reportaje «Cuba de cabo a rabo».
En marzo y abril de 1976, de nuevo en Cuba, García Márquez le propone a Carlos Rafael Rodríguez escribir una crónica sobre la expedición cubana al África que difundiera por el mundo la primera ocasión en que un país del tercer mundo se interponía en un conflicto entre las grandes potencias. A Carlos Rafael le sonó la propuesta y le llevó el mensaje a Fidel Castro. Durante un mes García Márquez permaneció en el Hotel Nacional a la espera de la llamada del Comandante hasta cuando este apareció en un jeep, y tras quitarle al chofer el volante, para quedar al lado del escritor, lo llevó de tour por La Habana. Luego lo condujo a un salón, donde, junto a sus asesores, le comenzó a revelar los secretos militares de la operación africana con los cuales el novelista redactó la crónica «Operación Carlota: Cuba en Angola», en la cual realza cómo la ayuda militar a la independencia angoleña fue una iniciativa cubana y no el cumplimiento sumiso de una orden soviética. La crónica recibió el Premio Mundial de Periodismo de la Organización Internacional de Prensa, y le permitió a García Márquez demostrar con creces su valía para la Revolución, menoscabada por los sinsabores de los sucesos remotos, pero no olvidados, de Prensa Latina.
Para el novelista y ensayista cubano César Leante (1996), García Márquez en la isla adquiere la dimensión del hechicero de las tribus primitivas, ese espíritu privilegiado que tenía tratos con Dios y con el Diablo, mezcla de científico y de sacerdote, capaz de curar y de dañar, y afirma que El otoño del patriarca, publicado en Cuba en 1978, no le había gustado a Fidel, por haber identificado en el protagonista algunos rasgos de su personalidad y su conducta como el militarismo tenaz, la ambición, la mentira, el vicio del poder, la desconfianza, la invulnerabilidad y el control de todo (política, cultura, educación, agricultura)3. Lo cierto es que en Cuba prácticamente no se ha escrito nada acerca de El otoño del patriarca, tal vez por las sospechas que hubiera podido generar en relación con los estudiosos que se atrevieran4.
No obstante, la amistad con el Comandante se consolida y encuentra su momento culminante con su postulación por parte de Cuba de la candidatura de García Márquez al Premio Nobel, cuya recepción celebraron en la isla como otorgada al autor cubano nacido en Colombia. En adelante, las presentaciones de los nuevos libros de García Márquez se volvieron ceremonias estatales en las que participaban los gobernantes del país y el cuerpo diplomático (Rojas, 2014).
Castro hará de García Márquez una suerte de embajador plenipotenciario de la Revolución, con casa propia en La Habana, quien, entre bambalinas, a través del diálogo amistoso y directo con quienes detentan el poder, actúa como mediador y pone en contacto a interlocutores distantes para conseguir la liberación de presos políticos, disidentes y conspiradores a los cuales ayuda a salir de Cuba, al tiempo que facilita las conversaciones entre la guerrilla y el gobierno colombiano y la devolución de secuestrados a sus familiares. García Márquez aprovecha la estimación de Castro para salvar víctimas sin meterse con el victimario (Rojas, 2014).
En 1981, coinciden en La Habana Alfredo Bryce Echenique y García Márquez, en el Primer Congreso Internacional por la Soberanía Cultural de los Pueblos, a cuya ceremonia de apertura asistió el comandante Fidel Castro. Tanto el peruano como el colombiano habían permanecido largos años en la lista negra de los escritores latinoamericanos a quienes los cubanos jamás invitaban a Cuba. En sus antimemorias, Bryce (1993) revela algunas facetas desconocidas de la relación de García Márquez con Fidel Castro: su inconcebible sofisticación, su actitud crítica y su habilidad como negociador. En la ceremonia de apertura del congreso, al que asistió García Márquez vestido de impecable blanco –guayabera, manilla, pantalón, zapatos–, Bryce, irreverente, recuerda su sorpresa ante la actitud protocolaria de su admirado escritor:
Y de pronto, con el himno y todo eso, Gabo se pone solemne, muchísimo más logrado que cuando yo, aterrado trataba de cuadrarme solemnemente ante los engalonados que nos enseñaban educación premilitar en el colegio y en la universidad. La verdad, juro que nunca he visto nada tan solemne como a Gabo solemne. Muchas veces más lo vi solemne de toda solemnidad, en Cuba. Hasta el uniforme verde olivo de Fidel Castro como que se desteñía un poco ante la solemnidad de Gabo. Y eso que ésta era de una estatura bastante menor. Y hasta hoy, la solemnidad sólo será solemne siempre y cuando Gabo se encuentre solemne. Realmente lo que se dice solemne de toda solemnidad. (p. 381)
Más adelante, Bryce destaca la actitud crítica de García Márquez hacia Castro y las crisis de Cuba:
si había alguien que criticaba a Fidel, pero dentro de Cuba, y a Fidel, pero cara a cara a Fidel, era Gabo. Y, si bien este escritor extraordinario y campechano (pero que ve a través del alquitrán) siempre ha sido considerado el procastrista por excelencia, el último que queda hasta hoy en que «proso» estas páginas». (p. 469)
Y por último destaca:
El verdadero genio del olfato político, por más que muchas veces lo encerrara en perfectas fórmulas literarias de ejemplar sencillez, era Gabo… Tenía algo encantador de encantador Rasputin caribeño, el Nobel 82, un instinto, un qué se yo, algo con que se nace. Y algo, también, que a Raúl nada le gustaba o que simplemente envidiaba. Desde luego, esos dos no simpatizaron nunca y casi me atrevería a jurar que tampoco se llevaban bien, por más que la nobleza los obligara. (p. 476)
[…] vi a Gabo ejercer sus dotes de político que sabe lo que busca y lo va a sacar. (p. 478)
Como consecuencia de las fructíferas relaciones entre García Márquez y Fidel, surgirán la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano –en la que el escritor no solo invierte medio millón de dólares de su propio dinero, sino que además dona el sueldo de los cursos que imparte y, gracias a sus relaciones, lleva profesores como Robert Redford, Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Gillo Pontecorvo y Rafael Solanas– y la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños, inaugurada en 1986. Estas dos instituciones constituyen un hito en la medida en que con ellas el protagonismo de la política y su influjo ideológico ceden su espacio a las sutilezas revolucionarias de la cultura (Esteban y Panicheli, 2004, pp. 258-270).
En 1986 en su novela El general en su laberinto García Márquez sorprende a sus lectores y, en especial, a los historiadores, al conferirle a Simón Bolívar ciertos rasgos pertenecientes a Castro, como si quisiera atenuar las molestias y suspicacias ocasionadas por las continuas coincidencias entre el tirano autoritario, devastador y longevo de El otoño del patriarca y el dictador cubano, ahora su nuevo mejor amigo.
Esta actitud admirativa y reverente de García Márquez ante Castro le generó choques con sus colegas latinoamericanos. Carlos Franqui (2006) nos recuerda lo ocurrido en la posesión del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari:
[…] en la ceremonia de toma de posesión del presidente mexicano Salinas de Gortari, cuando al llegar Castro, García Márquez empezó a aplaudir y los otros le siguieron en coro, menos Octavio Paz, que respondió con un sonoro y estridente chiflido. Entonces García Márquez le gritó:
–Qué bien chiflas, Octavio.
Y Paz le respondió:
–Qué bien aplaudes, Gabo.
Y más tarde le llamó por teléfono, a él y a todos, y le preguntó:
–¿Ya te lavaste las manos, Gabo?
–¿Cómo que si me lavé las manos, Octavio?
–Sí, porque cuando se la diste al Comandante, en la comida ofrecida en tu casa, te manchaste con la sangre de sus crímenes. (p. 371)
El 13 de julio de 1989 la amistad entre Castro y García Márquez parece recibir un golpe bravo cuando en Cuba ejecutan a Tony de la Guardia y Arnaldo Ochoa, héroe de Angola, dos amigos de García Márquez. Aunque el escritor intenta interceder, no es escuchado, pues para la dirigencia, según la explicación que García Márquez transmite al presidente Mitterrand, no quedaba otra alternativa. No obstante, en 1993, García Márquez puede por fin atender como anfitrión a Fidel Castro en Cartagena, y en el caluroso agosto de 1996, Castro invitó a Gabo y a Mercedes a Birán, su aldea natal, y los paseó por todos los lugares que marcaron su infancia. En enero de 1998, cuando Juan Pablo II visita a Cuba, allí estará presente García Márquez, sentado, en la misa, al lado de Castro, por encima de dirigentes como Raúl Castro y Carlos Lage.
En adelante, las discusiones promovidas por la Fundación para el Nuevo Periodismo Latinoamericano –hoy Fundación García Márquez– en torno al control estatal de la prensa y los medios de comunicación que, en lugar de informar, ocultan, continuaron resaltando una relación ya no incondicional con la Revolución cubana.