Читать книгу Segundos de miel - Juan Pablo Aparicio Campillo - Страница 7
II
ОглавлениеTranscurre el domingo sin noticia de la muchacha. Por la mañana pude realizar algunos estiramientos que me ayudan a aliviar el cansancio de los músculos de mi espalda. Justo al concluirlos han llamado del centro de alarmas para indicar que ha saltado la de la oficina. Tienen mi número como el segundo al que llamar en caso de incidencia. Salgo deprisa hacia allí. No ha ocurrido nada.
Desconecto, llamo a la compañía de seguridad y dejo todo tranquilo. Aprovecho para ultimar unas cartas de trámite que llevo unos días sin hacer y me lo quito de la cabeza. La imagen de la esclava ha sido recurrente durante toda la noche y esta mañana.
Me entretengo demasiado. Elena no me ha llamado para comer juntos y se me pasó la hora. Voy a casa a descansar. Me tumbaré en el sofá a leer.
Suena el móvil. Es Jero, un amigo con el que a veces salgo a correr. Su padre está con una tortícolis que le impide el mínimo giro del cuello. Me pide que le dé un masaje. Vive en Collado Villalba.
Regreso de mis servicios de urgencia. Son las nueve. Preparo algo de cenar y vemos la tele. Elena no tiene el mínimo interés por lo que haya hecho hoy. Empieza a estar cansada de vivir conmigo.
Otra vez el móvil. Es tarde y aparece un número que no conozco. Elena apaga el televisor y se marcha al cuarto.
—Hola, ¿quién es? —Mi tono no es muy amable.
—Soy Sara. ¿Me recuerdas?
—¡Claro! ¿Cómo estás?
—Pensando en ti.
—Mal asunto. ¡Vaya…! ¿Puedo llamarte yo?
Nos despedimos. Creo que quería escuchar mi voz, pero no puedo mantener esta conversación desde casa. Me muestro bastante seco con ella por la situación. Realmente, prefiero despedirme. Me llamará el lunes.
Durante la noche estuve pensando mucho en cómo ayudarla si finalmente se abre a contarme sus problemas. En ocasiones me daba miedo estar al borde de otro lío de esos en los que mi samaritanismo me ha jugado tantas malas pasadas. Tengo una vida como para dedicarme a intentar resolver los problemas de alguien que se prostituye, una chica a la que no conozco y a quien, además, he tenido que pagar por darle un masaje. A menudo me considero un imbécil por buscarme tantas preocupaciones, cuando ya estas se encargan de venir a mí como las piezas de metal acuden a un imán próximo a ellas. A pesar de ello, dormí finalmente con el deseo de hablar con Sara fuera de aquel lugar.