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XI

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México, d. f. a 16 de febrero de 1947

Mayecita:

Ojalá que esta carta te llegue a tiempo, pues lo que yo quisiera es que las tuyas me llegaran antes de tiempo y que fueran muchas y abultadas para poder hacer con ellas una almohada blandita y suave. Porque no sabes la falta que me hace el buen consuelo tuyo; ese consuelo que sabes dar únicamente con tenerte cerquita de uno, Boquita de Oro.

Como te decía ayer, ya volví a los viejos tiempos de la escuela. Me desayuné con dos manzanas y una coca cola, porque aquí también la gente sabe ser floja y a las siete de la mañana no hay quien le dé a uno su desayuno. Entré a las ocho a las clases. Me dieron un cuadernito y un lápiz y me contaron la historia del caucho. Eso de que quién lo descubrió y todo lo demás. Ahí tienes tú y todos tenemos que en el Brasil hay unos árboles muy llorones que lloran lágrimas de hule. (Yo lloro también; pero yo lloro de un hilo, ya te mandaré un carrete lleno para que cosas las junturas de tus costillas y no se te salga ese gran corazón tuyo.)

Así pues, nos hablan de la goma con la cual le pondrían tapas a tus zapatos blancos, si tú antes no hubieras decidido ponerles casquillos para que tronaran. RS-butil significa hule sintético. Eso te dicen, luego te llevan a ver las máquinas. ¡Cierra la boquita, Clara Angelina! Cientos de máquinas por aquí, y por allá otro tanto, y un puro ruido y por donde quiera pedazos de hule crudo que parece carne de vaca recién destazada. Te dejan parado allí, frente a una de esas mentadas máquinas y te preguntan enseguida: queremos que nos diga qué cosa es esto (así) y tú no puedes decir que es un elefante, tienes que hablar seria y reposadamente sobre lo que está enfrente de ti. Bueno, tú dices: es una máquina tal por cual que se mueve por un motor de quién sabe cuántos caballos. Tú dices caballos y no mulas; pero ellos no están contentos: quieren que les digas por qué se mueve y para qué se mueve. Ahora dime si esto no es ir de vuelta a la escuela, con los mismos sustos y el mismo miedo de no saber la lección. Señorita Aparicio, dígame qué es un acuse de recibo, una letra de cambio, una bonificación; dígamelo usted sin tartamudear, señorita Aparicio. Pero la señorita Aparicio estaba pensando en los mazapanes de cacahuate y le entra en la ca­becita chula que no se acuerda; entonces, le suelta en los ojos del profesor una media sonrisa, una de esas sonrisitas suyas que parecen un baño tibio y dulce después de una desvelada, y al profesor se le olvida lo que preguntó. Aquí a estos tipos no se les olvida.

Pero volviendo a otra cosa, ayer se me olvidó decirte dónde vivía, pues con eso del gusto que me dio oírte hablar se me pasó por completo. Por otra parte, no creo que vaya a estar aquí, en Bahía de Santa Bárbara 84, lo que yo calculaba. Aunque son personas conocidas y amigos de la casa, me siento como un extraño entre esta gente extraña. No es que se porten mal con tu muchacho, pero hay que estar estirado y hablar a cada rato del tiempo: que si hizo frío en la mañana y calor al mediodía, etc., etc., o le hacen a uno preguntas de sus antepasados; como esa de que cuánto hace que murió tu abuelo y cosas por el estilo. Por tal motivo estoy tramando ir a vivir a otro lado que no esté muy lejos de aquí, pues lo que me conviene es estar cerca de mi trabajo. Después, cuando me aumenten el sueldo (ya pedí aumento de sueldo, “hazme favor”) y si el asunto marcha bien, buscaré de una vez un departamento para comenzar a comprarle siquiera una silla, y así, cuando tú vengas a visitarme para toda la vida, tengas al menos dónde sentarte y no digas como aquél que decía: “Nadie me quitará mi silla porque yo no tengo silla”.

Te ruego, pues, me escribas al domicilio arriba citado; yo te avisaré en cuanto resuelva cambiarme a otro lugar.

Yo me he portado bien. No me he emborrachado y siempre que se trata de caminar camino derecho. No he dicho sino unas cuantas malas palabras; la gente con quien estoy no se presta para decir malas palabras. He tenido malos pensamientos, pero poquitos. He dicho una que otra mentira, pero a gentes con quienes no tenía ganas de platicar. Tú me has hecho mucha falta… me sigues haciendo falta… me seguirás haciendo falta.

Dios quiera que todo salga como tú lo deseas. Dios quiera que me quieras siempre como Él sabe que yo te quiero.

Salúdame mucho a tu mamacita y a Gloria y a Chelo-Chela, deseándoles a todos muchas felicidades en cada uno de todos los días. Y tú, Boquita de Oro, recibe el abrazo más apretado que jamás te hayan dado y todo el tremendo cariño que te tiene mi corazón.

Juan

P. D. La semana entrante te mando los retratos.

Que Dios te bendiga, chiquitina.


Clara Aparicio en Guadalajara en 1944. Fotografía de Juan Rulfo.


Última página de la carta XII, fechada a finales de febrero de 1947.

Cartas a Clara

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