Читать книгу Cartas a Clara - Juan Rulfo - Страница 21

XIII

Оглавление

Méx. 1er. domingo de marzo de 1947

Chiquitina:

Ya estoy más calmado. Ya puedo hablarte con tranquilidad después de la carta tan enredosa que te escribí. Me hicieron enojar mucho. Eso fue. Pero ahora ya no estoy enojado con nadie y me siento otra vez bueno. Claro está que no tan bien como me sentía cuando podía verte y platicar contigo, pero sí mejor que en días pasados.

Lo que ocurrió fue que la fábrica me hizo ver un mundo muy negro. Y sólo el pensamiento de estar allí siempre me hizo sentir muy bajita la idea de la vida. Entonces fue cuando se me ocurrió rebelarme. Dejar ese trabajo y echar pleito con mis parientes. Hice las dos cosas.

Te estoy contando algo que hice el lunes pasado. Ahora es domingo. Al dejar la fábrica, no te sé decir por qué, pero me sentí aliviado. Pensé quedarme callado, presentarme en la Secretaría de Gober­na­ción y dejar que pasaran los días. Sólo a ti te lo iba a contar; sin embargo, los parientes se enteraron y me mandó llamar Edmundo.

Te prometí explicarte este asunto y ahora lo hago. Pues bien, Edmundo Phelan Rulfo me llamó­ y me preguntó que qué había pasado conmigo.

Yo le dije que sólo pensaba darle las gracias por el trabajo allí en la fábrica, pero que no tenía intenciones de seguir. No me siento a gusto, le dije. Nada más.

Entonces él me dio algunas explicaciones de los distintos departamentos que había en la fábrica mentada. Que si no me gustaban las máquinas había en cambio el departamento de Contabilidad; el de Publicidad; el de Ventas, etc., etc. Que podía decidir en cuál de todos me gustaría trabajar. Yo iba ya a decirle que en ninguno. Pero me acordé de alguien. Y esa criaturita me hizo ver las cosas claras. Le dije que en Ventas. Pudiera haber dicho que en cualquiera; con todo, dije que en Ventas, y estoy aquí, en Ventas, vendiendo llantas. Un lugar que se parece más a este mundo.

Así que si acepté de nuevo volver a Goodrich-Euzkadi estoy convencido de que no fueron “ellos” (mis parientes) los que me llevaron otra vez a la realidad; no, no fueron ellos. Fue otra gran voluntad, extraña a ellos, la que me obligó a hacerlo. Esa gran cosa con cara de voluntad se llama Clara. Pero tú no la conoces, únicamente conoces de ella la manera como anda vestida; pero lo que te falta conocer de ella es el corazón; la sangre que se le amontona en el corazón y lo golpea a uno —aun si uno está lejos de ella— con golpes que duelen.

Ojalá esta carta sea el principio de una serie en la cual ya no tenga nada por qué quejarme, pues no está bueno que la mujercita que yo quiero tanto sirva de paño de lágrimas de cualquier tipo chamagoso como éste. Procuraré no tomar tan en serio muchas cosas de este mundo chistoso.

Tú y yo somos un mundo aparte. Al menos para mí, tú eres mi mundo. Espero escribirte más seguido ahora que estoy sentado y que tengo la conciencia más tranquila.

Espero quererte más cada día

cada noche

cada hora.

Espero que tú, que tienes labios de cielo, le pidas a Dios que nos ayude y que no nos llene de piedras el camino, y que llegue a merecerte, muchachita fea.

Muchos de “aquéllos” para ti. Y acuérdate de este muchacho aunque sea cada parpadeada que des.

Con todo mi aborrecimiento.

Juan

P. D. Ya tenía esta carta dentro del sobre cuando llegó la tuya. Mucha ternura tuya, chachinita.

Hoy te contesto.

Tu Juan

Cartas a Clara

Подняться наверх