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La estancia mantenía la calma característica de los templos de culto y pese a la invasión de aquellos enemigos, aún atesoraba la obligada paz por la que había sido construida.

Tristán conservaba una posición alejada y una pose rígida. No manifestaba ninguna expresión corporal que indicara su intención de atacar o defenderse, aunque se percibía cierta tensión en la manera de colocar los brazos y en la inapreciable flexión de sus rodillas.

El General pensaba con rapidez, en su cabeza daban vueltas miles de ideas que se retorcían, intentando dar sentido a las estrategias que pudieran dejarlo en desventaja hacia los propósitos de Urnok.

Intentó encontrar la trampa en toda aquella confusión dialéctica, pero no halló el menor indicio de peligro. Solo supo apreciar la súplica por la supervivencia, un acto desesperado del Jerarca por otorgar un futuro a sus semejantes.

Los rayos procedentes de los óculos comenzaban a perder fuerza y sus haces reducían el ancho lumínico en intensidad hasta tornarlo anaranjado.

El sistema que iluminaba el pasillo era ingenioso. Por encima de aquel templo, miles de quintales de roca hacían imposible que los haces surcaran un estrecho canal excavado en la roca, para dar luz a las secciones marcadas por las aberturas. Por ello, según la posición del sol, era improbable que un simple conducto labrado pudiera iluminar de aquella manera la estancia. Algún tipo de invento debía funcionar para irradiar a cualquier hora del día.

La luz se acababa y pronto todo sería dominio de la oscuridad. Otra ventaja para el Dip que en la negrura manifestaba todo el potencial de su poder.

¿Intentaba ganar tiempo para que la noche reinara en el templo y así poder acabar con Tristán? Aunque era una pregunta lógica el General sabía que todo aquello no sería suficiente para poder mermarlo. No con Silván a su lado.

—¿Un trato? ¿Qué tipo de tratos pueden hacer los Dips con los Gojems? —Por fin contestó Tristán al ofrecimiento de Urnok.

—No quiero nada de los Gojems, mi trato va destinado a ti. —El Dip avanzó para situarse frente al General.

—No tengo nada que ofrecerte, Urnok. No poseo la potestad para perdonarte la vida. Si es eso lo que buscas.

—Mi vida ya está perdida. Esto va más allá de ti y de mí. —La criatura levantó la cabeza hasta tocar el techo con las puntas de sus orejas—. Existen males peores que los Dips y los Gojems juntos.

—¿Qué quieres decir? —Tristán se revolvía en su posición, no entendía y eso le molestaba.

—Alterar el equilibrio solo despertará al Durmiente.

Urnok disfrutaba con los enigmas aunque sus palabras eran serias y sinceras. El Dip no intentaba ganar tiempo, necesitaba que Tristán comprendiera los motivos antes del fin. El diapasón de aquella guerra cada vez oscilaba con más rapidez hacia el inevitable desenlace y el Jerarca necesitaba desvelar todo aquel misterio.

—Los Dips no pueden desaparecer, Tristán. Debes comprender que extinguirnos os condenará a todos y destruirá Akashia.

El General rio a carcajadas.

—¿Intentas convencerme de no reducir tu raza al olvido con semejante patraña? Urnok, creí que en ti quedaba algo más de honor. Entendería que suplicaras por salvar a vuestros cachorros, incluso que recurrieras al suicidio para que fuera imposible ejercer en ti la Inmersión de Recuerdos. Pero inventar una historia sobre la perdición del mundo es un acto cobarde. —El Gojem se enrocaba en su posición dominante sin mostrar debilidad ante un enemigo afligido.

¿El Durmiente?

Las palabras de Silván sesgaron la risa de Tristán al instante. Algo había inquietado a la Piel de Maestro.

¿Cómo conoce Urnok al Durmiente? Nadie debería saber de su existencia, ninguna criatura de Akashia existía en aquel tiempo y en las Sagradas Escrituras nunca se habló de aquel ser. Algo sucede Tristán.

—Sabía que no entenderías a la primera. ¿Por qué no preguntas a tu Piel de Maestro? —curioseó el Jerarca.

Sabe demasiado. ¡Hay que eliminar a Urnok!

—¿Qué es esto, Silván?

No debes saber, esto va más allá de tu comprensión. Es algo que concierne solo a los Custodios.

—¿Qué puede afectar a Akashia para hacer actuar a los Custodios?

—Lur —dijo Urnok a la pregunta que iba dirigida a Silván—, el quinto Custodio.

—¿Quinto Custodio? —Tristán estaba extrañado—. Solo existen cuatro.

—Eso dicen las Sagradas Escrituras, pero eliminaron de sus páginas los pasajes que hablaban de él.

»Según el Akash, cuando lo Absoluto gobernaba el caos, bajo el nombre de Aperión, la vida como hoy la conocemos no existía. El Gran Supremo regía sobre la nada, donde todo confluía sin la existencia de mundos ni corporeidades. Pero de todo aquel desconcierto un débil destello brilló dando origen al primer Supremo, Inguma.

»Aperión molesto por su nacimiento quiso eliminar ese resplandor que alteraba su calma pero Inguma se defendió al envite y de las sombras surgió el segundo Supremo, Guargui.

»Se habían creado los opuestos, la luz y la oscuridad, dando comienzo a la primera Gran Guerra entre Aperión y sus vástagos Guargui e Inguma.

—Urnok, conozco la historia. Los Iniciados la aprenden en sus primeros ciclos de entrenamiento. —El General parecía molesto.

Tristán, deja que prosiga. Debemos saber cuánto sabe.

—Al parecer más que yo. Silván, no entiendo nada.

Y ya conoces demasiado, tendrás que cargar con esta responsabilidad toda tu vida.

—¿Algún problema con tu Piel de Maestro, Tristán? —indicó Urnok mostrando una gran fila de dientes.

—Al parecer, quiere que prosigas con la historia.

—Aunque estás hermanado con tu Maestro no te desveló todos los secretos que guardan los Supremos.

Es una trampa para hacerte dudar, Tristán. Los Maestros tenemos prohibido desvelar ciertos secretos. Seguimos una jerarquía, igual que tú sigues la tuya.

—Urnok, ¿qué debo saber? —exteriorizó el General quitando importancia a las palabras de Silván.

—Sabes que en la encarnizada lucha entre Aperión y sus hijos nació la Quinta Esencia, a la que llamamos la Gran Madre.

—Sí. —Tristán escuchaba ahora con atención las palabras de su enemigo.

—Después de la caída de Aperión el universo fue gobernado por Inguma y Guargui, conviviendo como los Supremos Gemelos. Poco después la unión de Inguma con la Gran Madre dio origen a los cuatro Custodios. —Urnok se sentó sobre sus cuartos traseros manifestando su agotamiento.

—Los cuatro hijos: Astarté, Errolán, Etsai e Ignus, los Custodios de las Razas Tetrasómicas —relató Tristán como si aquellas palabras estuvieran grabadas a fuego en su mente.

—Pero nunca se conoció el hijo que tuvieron Guargui y la Gran Madre, posterior al nacimiento de sus hermanastros. El cual lo condenó a reinar en la Eterna Noche, convirtiéndolo en el Supremo del inframundo —desveló Urnok al ya asombrado Gojem.

—¿Quieres decir que la Gran Madre y el Supremo Guargui tuvieron un hijo? —Tristán era un mar de dudas a las que debía dar solución.

—Sí, el Custodio de la Perdición, Lur. El heredero del caos, la manifestación de lo Absoluto, la reencarnación de Aperión.

—¿Y qué pasó con él? —curioseó el Gojem.

—Fue confinado por los tres Supremos y los Custodios. Este hecho dio comienzo a la segunda Gran Guerra que acabó con la creación de los Guardianes. —El Jerarca mantenía una expresión contenida esperando la reacción del General.

—Los Guardianes fueron creados por la Gran Madre para proteger Akashia.

—Sí Tristán, pero ¿de quién? Aunque os hagan creer que las cuatro extensiones necesitaban ser protegidas, no existía un mal mayor que las Razas Tetrasómicas a las que se las otorgaron. La Gran Madre confió las tierras a las cuatro razas para reinar sobre ellas y ser supervisadas por los Custodios ¿por qué crear Guardianes que protegieran esas dominaciones? —Urnok comenzaba a arrojar algo de claridad a toda aquella loca plática.

—¿Y qué tienen que ver las leyendas de la creación con lo que puede ocurrir ahora? —indagó Tristán.

—La vuelta del Durmiente, la profecía de Lur.

¡Maldición! Lo sabe.

—¿Qué sabe, Silván? —La inquietud de Tristán se tornaba en desesperación. Aquella leyenda oculta por los Supremos desvelaba algo importante, por lo que merecía la pena atender y mantener aquella tediosa conversación.

¿Cuál sería su función en toda aquella trama?

Llevamos toda nuestra existencia intentando evitar la vuelta del Durmiente. Pero no podemos influir en el libre albedrío de las razas. Éramos conscientes del desequilibrio que causarían los Gojems a Akashia, por eso Astarté os otorgó a los Maestros. En estos momentos solo podemos prepararnos para lo inevitable. Este suceso ya se profetizó y nuestra misión es enfrentarlo, Tristán.

—¿Los Maestros sabíais que esta situación era inevitable? —El Gojem palidecía a tanta información ocultada durante ciclos del que había sido su mentor.

Algo que es inmortal no se puede destruir y siempre tiene la posibilidad de volver.

—¿Y qué persigue Lur?— preguntó el General llegando al objetivo que buscaba el Dip.

—El caos. —Y por fin Urnok desveló la verdad.

El último rayo de luz se extinguió, acosado por las motas de polvo que se revolvían en el aire enrarecido de la sala.

El líquido que acunaba la pila funcionaba como una lámpara que desdibujaba los contornos del Gojem y evitaba la negrura del Dip, manifestando que aquella sala se resistía a permanecer en completa oscuridad.

De las aristas de las columnas unas líneas luminosas recorrían el fuste hasta llegar a su capitel, enfrentándose en una carrera frenética por gobernar la cúspide. Una vez alcanzaban la línea de las cúpulas se ramificaban pintando las aristas de las bóvedas de crucería.

La estancia se iluminaba ahora en tonos azulados tasándose la verdadera extensión de las arcadas. Todos los contornos de las columnas a izquierda y a derecha revelaban nueve naves paralelas, delimitadas por paredes de roca formando un cuadrado perfecto.

Como sospechaba Tristán, la única salida del templo también era la entrada y permanecía invadida por la grandiosidad del Dip que cegaba su acceso.

—¿Qué puedo impedir, si es inevitable? —La pregunta del Gojem era un acto desesperado por entender como él podía evitar la destrucción de todo un mundo.

—Los Dips tendrán un papel muy importante en el futuro. En tu mano tienes la posibilidad de no acabar con esa esperanza. —Urnok desveló la importancia del plan, toda la verdad que le había llevado a exponerse de manera tan frágil.

Sabía que Tristán tendría una decisión difícil, ya que dejar con vida a los últimos Dips sería un acto de traición hacia su raza.

Puede estar mintiendo Tristán. Los Dips son criaturas guiadas por la oscuridad, las más vulnerables al regreso de Lur.

»El Durmiente domina sobre los seres que guardan sombras en su alma y aún en su retiro puede subyugar el comportamiento de las razas que sucumben al odio como principal faro de sus acciones. Quizá esté actuando bajo las directrices del Durmiente y por eso conozca su historia.

—Dejar vivir a los Dips me condenaría al destierro o incluso a la muerte. ¿Quieres que cometa traición por una intuición, Urnok? No puedo aceptar tu trato —sentenció Tristán.

—Sabía que un Gojem, da igual su condición, respondería con la misma necedad que sus dirigentes. Pensé que comprenderías la situación pero fue una estupidez por mi parte. Como sabrás no puedo ser partícipe de la eliminación de mi raza sin hacer nada al respecto. —La criatura Dip se irguió mostrando toda su grandeza.

Cuidado Tristán.

—Te recuerdo que esta guerra no la comenzamos nosotros y todo el mal que habéis causado algún día se volverá contra vosotros.

»Sí, somos criaturas oscuras, el fruto de la descendencia del Guardián de la Oscuridad, y desde esa negrura se observa con más claridad la luz. Ninguna raza en toda Akashia conoce mejor que nosotros el sufrimiento. ¿Sabes por qué habitamos Tel·lúric? Era el único lugar donde las cuatro razas tenían prohibido entrar y aquí vivimos tranquilos hasta que nos quisisteis arrebatar nuestra paz.

El pelaje de Urnok se erizó, danzando en un vaivén rítmico que lo asemejaba al romper de las olas en una noche cerrada. Las líneas de luz que bañaban las formas arquitectónicas se desprendían de la roca en motas que eran absorbidas por el Dip. La evidente delgadez de la criatura pronto se disipó y donde se marcaban huesos empezaron a distinguirse grandes músculos.

—Los Gojems habéis comenzado algo que sois incapaces de combatir. Ese orgullo os llevará a la perdición.

El aspecto de Urnok era ahora amenazador. El color negro de su traza era más intenso y una cresta recorría su lomo hasta toparse con el comienzo de la cola.

Está absorbiendo Oricalco. Hay que detenerlo antes de que recupere las reservas de elemento.

Los contornos de Urnok se desvanecían dando paso a una neblina negra que ondeaba junto al traslúcido pelaje. Pronto se tornó en humo y su imagen quedó transformada en un conjunto de nubes negras que se adaptaban a la antigua silueta del Dip.

La vaporosa forma del Jerarca parecía esforzarse en conservar la corporeidad aunque no lograba mantenerla con precisión, dando paso a una bruma que se extendía por el firme dilatando su dominio por el templo.

Tristán observaba, desde el altar, cómo la tierra era absorbida por el mar neblinoso que alimentaba el gran amasijo de formas oscuras, iluminado por los puntos plateados que momentos antes habían sido los ojos de Urnok.

La espesa capa que invadía la superficie no mantenía una dirección única, el humo se entrelazaba en sacudidas que elevaban las fumaradas en vertical, para después descender creando cavidades que dejaban al descubierto la arenisca.

El General sabía que lo inevitable estaba a punto de empezar. Su cabeza se envolvió en el metal que formaba la Piel de Maestro, extendiéndose en formas escamosas que invadían los contornos de su rostro, uniéndose a la piel hasta configurar un bloque sólido. Su cara se transformó en una superficie lisa con una arista central que reflejaba la nebulosa forma del Dip por duplicado. No existían aberturas ni agujeros que pudieran mostrar expresión alguna y de sus lindes partían puntas agudas exhibiendo una corona que envolvían la parte posterior de la testuz.

El blanco de la armadura resplandecía pero no iluminaba. Sus fulgores eran un faro entre las formas negras y los contornos azulados de la construcción. La Piel de Maestro no exponía la tez a la vista, se adhería a las formas naturales del cuerpo dejando en sus partes flexibles pequeños fragmentos que delineaban los bordes a la perfección, con juntas mínimas y volúmenes orgánicos. Las partes menos dúctiles adquirían la forma de la musculatura predominando las aristas y los grabados geométricos, que les otorgaban un aspecto mecánico.

La neblina negra se abrió veloz hacia la posición de Tristán. La cercanía entre los dos enemigos hizo casi inapreciable la respuesta del Gojem, que sin realizar ningún movimiento disipó el ataque en una onda expansiva, dividiendo el humo en multitud de celajes que se desplazaban en espiral hasta volver a encontrarse en una posición más alejada.

El guantelete derecho de la Piel se extendió creando una hoja de metal de doble filo con una abertura central, que le hacía parecer una horquilla. Al desarrollarse silbaba y era rodeado de céfiros que circundaban sus aristas, deformando sus bordes por la rapidez del aire que surcaba sus filos.

La hostilidad había llegado mostrando todo el potencial de ambos enemigos.

Urnok volvió a atacar, esta vez dividiendo su ofensiva en varias acometidas que se extendieron en forma de lanzas, describiendo trayectorias diferentes pero con un mismo objetivo. Tristán extendió su brazo izquierdo, interponiendo el brazal en defensa y con rapidez se transformó en un escudo en forma de triángulo.

El impacto no se hizo esperar y el sonido metálico conquistó toda la extensión del templo provocando un eco atronador que hizo vibrar las paredes. Dip y Gojem eran una simbiosis de nubes negras y brillo blanco, entrelazados en un baile violento. Urnok abrazaba la forma del escudo y rebosaba por sus bordes creando una esfera perfecta alrededor de Tristán, que mantenía a raya al Jerarca haciendo girar con rapidez el aire que lo rodeaba.

Una estocada precisa alcanzó al Dip dividiendo en dos su indefinida forma. Tristán extendía su brazo por encima del escudo y la hoja repelía toda manifestación de bruma que intentaba invadirla. Su filo era tan incisivo y su poder tan preciso que cualquier cosa que se le acercara era dañada con el simple hecho de rozar su superficie.

La espada anclada a su brazal detuvo los vientos que recorrían su filo y un vacío absorbió todo el sonido existente. El tiempo pareció ralentizarse alrededor del General y las nubes negras navegaban lentas en torno a la centella que las había partido en dos.

Pero el sonido volvió con violencia, alimentado por la vibración metálica creada por la Piel de Maestro, que había roto la barrera sonora creando una esfera translúcida que se extendió como una onda en un estanque.

Urnok salió despedido con fuerza recuperando su forma corpórea, levantando grava y piedras a su paso hasta detenerse a escasos pies del arco catenario de entrada. Quedó tumbado de espaldas a Tristán con una gran herida que recorría todo su lomo.

—¿No crees que ya es suficiente, Urnok? —indicó Tristán mientras el escudo adherido a su brazo izquierdo adoptaba la forma primigenia.

—Nunca es suficiente cuando el propósito está por encima del beneficio propio. —La respuesta de Urnok fue débil. Intentó incorporarse con rapidez aunque fue inútil camuflar su dolor ante semejante herida.

—Alargar esta contienda te hará sufrir más.

—¿Crees que me importa sufrir? Si existe alguna posibilidad de hacerte morder el polvo, sin duda la aprovecharé. No te creas en posesión del poder absoluto. Tus capacidades son asombrosas pero dependes demasiado de tu Maestro, sin él no eres más que uno de tantos.

Cuidado. Está intentando provocarte para que muestres debilidad. Atacar el ego de un guerrero es una estrategia demasiado eficaz.

—No soy tan estúpido Urnok. Mis armas son poderosas y no prescindiré de ellas para otorgarte ventaja. El honor del guerrero es válido en los cuentos, esta es la realidad que se esconde bajo mis gestas; no dudo en aprovechar todas mis capacidades aunque sean prestadas. —El General se acercaba con paso firme hacia el Dip herido.

—No me sorprende una respuesta así de un Gojem. —El Jerarca se incorporó mostrando una posición más ofensiva.

—Para los Dips todo es honor. ¿Por qué no utilizar un poder que tienes al alcance?

—Ese es vuestro gran problema. El poder sin control acaba volviéndose contra uno mismo. Ser poderoso es una ventaja pero no todos saben utilizar una cualidad otorgada con la sabiduría que se debiera. —El pelo del Dip se erizó. La sangre brotaba de la herida tiñendo de rojo parte del pelaje.

—Palabras sabias para plasmar en libros de filosofía que solo serán leídos por eruditos que no dudarán en correr ante una contienda. El valor ante un enemigo prescinde de esos pensamientos idealizados. La guerra crea asesinos, no idealistas.

—La sabiduría de un guerrero radica en su decisión de convertirse en asesino y ser consciente de ello. Vuestro error es que no ponéis fin a un asesinato masivo sin discernir cuáles serán las consecuencias. Ahí radica vuestra ignorancia, en no otorgar a vuestro enemigo la capacidad de poder decidir si quiere ser sometido o no, solo erradicáis sin medir las secuelas. ¿Quizás preguntasteis si estábamos de acuerdo en ofrecer estas tierras? Pudimos llegar a un acuerdo, pero estabais demasiado ocupados mirándoos el ombligo —increpó Urnok al impasible General que detuvo su paso sereno ante el Dip.

Tristán agachó la cabeza aunque no podía apreciarse su rostro a causa del yelmo.

—No pretendo que entiendas los motivos que me mueven a realizar este acto. Comprende la naturaleza de mi raza.

—El problema es que os conozco demasiado bien como para temer por los míos una vez me haya marchado. Lo que tú llamas naturaleza para mí es avaricia. Te compadezco Tristán, porque veo en ti honor aunque quieras renegar de él con todas tus fuerzas. Tu naturaleza te hace demasiado noble para seguir los senderos marcados por la locura de los Cuatro Reyes y acabarás siendo destruido por tu propia leyenda. —Urnok se tambaleaba víctima de la gran herida que cercaba su lomo, aunque se mantenía erguido mostrando una entereza envidiable.

—¿Mi propia leyenda? —El General exhaló una risa silbada más semejante a un suspiro que una carcajada—. No he construido una historia decente como para ser admirado, Urnok.

—¿Qué más da Tristán? La historia la escriben los vencedores, lograrás un lugar en el panteón Gojem y serás admirado por haberme derrotado dando fin a esta absurda guerra. Erguirán una estatua a la entrada de este templo y reconstruirán el Puente de los Custodios en tu honor. Serás un héroe para tu pueblo aunque eso no te hará menos peligroso, no seguirás siendo parte de la Cúpula y mucho menos miembro de honor en Tarsis. Prepárate para ser rechazado como lo fuimos nosotros.

—¿Quizás crees que eso me importa? —relató Tristán con rapidez.

—La importancia no es un tema relevante en esto. Crees con certeza que debes ser el nuevo Rey Eite, por méritos propios y no por el linaje que goza ese enclenque de los Briom. No hablo de importancia Tristán, hablo de tus deseos más ocultos, de tus verdades más escondidas. Quieres cambiar a los Gojems desde dentro, en realidad sabes que algo no funciona en ellos. Créeme joven, tu vida ha sido un suspiro comparada con la mía y he visto demasiadas cosas como para reconocer la nobleza en una mirada. Tú la posees, aunque por ahora no actuarás bajo sus directrices por tu propio miedo e interés. Me condené al venir aquí, sé con potestad que hoy moriré pero todo esto no habrá sido en vano. —Urnok descendió hasta tumbarse, al parecer la herida era más grave de lo aparentado. La arenisca a sus pies era una mancha roja que comenzaba a extenderse de lado a lado del pasillo.

Al recostar su cuerpo mostró la herida abierta y pudo apreciarse que había seccionado costillas y órganos vitales. La vida de Urnok estaba llegando a su fin.

—¿A qué viniste Tristán? —preguntó el Jerarca.

—Vine a por tus recuerdos.

—¿Y a qué esperas General? Pronto mi vida lo será.

Urnok agachó la cabeza vencido y cerró los ojos esperando el final. Sus toscas patas temblaban al invadirle el hálito de Guargui, llevándolo poco a poco al mundo de los muertos.

El yelmo de la Piel de Maestro se retiró como había aparecido, en movimientos espasmódicos hasta retraerse en su espalda.

—¿Por qué luchaste conmigo? —Tristán no entendía porque se dejaba derrotar.

—Todo acto tiene una consecuencia. El acto era hacerte entender la verdad, la consecuencia mi muerte. Ahora acaba lo que viniste a hacer.

Tel·lúric

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