Читать книгу Tel·lúric - Juanjo Reinoso - Страница 12

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Pequeños hilos translúcidos surgieron de las manos de Tristán. Los remolinos de aire se adherían a cada dedo y describían movimientos espirales mientras iban alargando su alcance en dirección a Urnok.

Siseaban como serpientes en busca de presas, desplazándose en direcciones distintas, abriendo y cerrando su alcance según les convenían.

Diez lanzas translúcidas envolvían al Dip formando en sus extremos una ese que cada vez acumulaba más tensión.

Las puntas se clavaron en el cuerpo herido, saltando como resortes sobre sí mismas y entrando en la carne con profundidad, cada una con precisión en cada punto vital, aunque la más certera fue la que con violencia se insertó en la frente de Urnok.

Tristán había iniciado la Inmersión de Recuerdos.

Los rayos matutinos del sol irrumpían en la entrada de una gruta, invadiendo con su luz un gran claro abovedado por las rocas.

El suelo era un amasijo de formas negras que respiraban al unísono. Un ejército de Dips descansaba en aquel refugio.

En la entrada, uno de ellos vigilaba recostado sobre su lado izquierdo, muy atento a lo que sucedía en el exterior. Sus orejas permanecían erguidas y se dirigían a los sonidos que nacían de repente en lugares distantes.

Aquella figura pétrea que escoltaba al ejército Dip era Urnok.

A su lado, una cría mantenía una postura similar aunque su tamaño no era tan amenazador y su pose transmitía ternura.

—Ímori, hoy deberás huir al norte —aconsejó Urnok.

—¿Qué nos espera allí? —mostró la cría con seriedad.

—La salvación. Permanecer conmigo os traerá la muerte.

—Quizá acabéis venciendo al ejército Gojem —susurró Ímori como última esperanza.

—Nuestra misión no es vencer, mi pequeña. Aceptamos con honor nuestra muerte para que vosotros podáis vivir.

—¿Crees que Tristán comprenderá?

—Es un Gojem, por supuesto que no. Aún es joven y depende demasiado de sus propios deseos e intereses. Tendré que mostrárselo de otra manera, aunque intentaré hablar con él. —Urnok pasó el hocico por la cabeza de su cachorro lamiendo parte del pelaje.

—Puede que entienda y os deje vivir.

—Ojalá todo fuera tan sencillo, Ímori. Los Gojems son criaturas jóvenes, su longevidad es escasa comparada con la nuestra, un anciano de su raza es un cachorro para nosotros. Su ignorancia es fruto de sus escasas vivencias.

Urnok golpeó con el hocico a Ímori y la hizo incorporarse hasta que se levantó.

—Ve y despierta a los demás cachorros. Debéis salir en breve. —El Jerarca se alzó ensombreciendo la pequeña forma de su hija.

—¿Nos quedaremos solos?

—Deberás guiar a los Dips, Ímori. Ahora eres su Jerarca, aunque no temas, la llegada del Heraldo os guiará hacia vuestro destino. —Urnok se desperezó extendiendo sus patas delanteras y bajando el cuerpo hasta crear una tensión que hizo vibrar sus garras. Por otro lado, sus cuartos traseros permanecían en la posición anterior y su torso describía una línea descendente hasta su cabeza que le otorgaba un aspecto cómico, mientras bostezaba con ímpetu exponiendo sus temibles dientes.

—No podré con esa responsabilidad padre. —Ímori agachó las orejas y se sentó con brusquedad.

—Nadie está preparado para enfrentarse a un destino precipitado. Que sea demasiado pronto no quiere decir que no puedas hacerlo. Eres la mayor de todos los cachorros y la encargada de nuestra supervivencia. Créeme, lo conseguirás.

—¿Cuándo encontraremos al Heraldo? —preguntó Ímori con impaciencia.

—En cuanto estéis preparados. Ni antes, ni después. El destino se forja por las decisiones que tomamos y en cuanto se realizan las correctas damos el siguiente paso. Hija, toma las adecuadas y encontrarás al Heraldo pronto.

Urnok se irguió mirando hacia la línea del horizonte. Entre la espesa capa verde que formaba el bosque de Xaloc se levantaba, a muchas leguas, el peñón que daba comienzo al Puente de los Custodios.

—Es la hora —apresuró el Jerarca—. Ímori debes marcharte. Vuestro refugio serán las Cuevas de Tezco junto a la Anomalía. Los Gojems no os buscarán allí, les llevaría una eternidad.

Ímori pasó su cabeza por la pata de Urnok, acariciando con su hocico el espeso pelaje de su padre.

—Hija.

—¿Sí, padre?

—Prométeme algo.

—¿Qué?

—No busques venganza o te convertirás en lo mismo que estamos combatiendo.

La cachorra se petrificó a las palabras de Urnok y dejó escapar un leve gruñido.

—Lo prometo. —Ímori se marchó corriendo del lado de su padre, dejándolo solo ante su destino.

—Espero que algún día lo comprendas. —Las palabras se escaparon del hocico del Jerarca como un susurro intentando atrapar la figura negra que se alejaba. Aunque fueron débiles e inaudibles para Ímori.

La gruta se tornó borrosa y se transformó en una luz cegadora que invadió la totalidad de lo visible. Los sentidos se borraron dando paso a una manifestación del vacío que se revelaba en una mancha blanca y brillante que no daba ninguna pista de cielo, suelo u horizonte.

—Para esto me encontré contigo, Tristán. —Urnok se mostraba borroso desplazándose con rapidez de un lado a otro, apareciendo y desapareciendo en lugares dispares en aquel fondo brillante.

—¿Qué es esto? —El General permanecía desnudo, sin armadura, sin ropa, suspendido en aquella irrealidad.

—Bienvenido a mi mundo, Tristán. —El Jerarca era una nube en aquella infinidad.

—¿Eres capaz de repeler la Inmersión de Recuerdos? —Tristán empezaba a manifestar cierta preocupación.

—No solo eso, puedo invertirla. Ahora estás a mi merced.

La totalidad blanca pronto cobró formas reconocibles que pasaban a gran velocidad rozando los contornos desnudos de Tristán. Árboles, rocas, mares y ciudades aparecían y se extinguían como una llama que se consumía con rapidez.

De repente aquel viaje precipitado se detuvo y una loma verde coronada por un árbol ancestral se manifestó ante la desnudez del Gojem. La ingravidez que momentos antes había sido la constante en su viaje se disipó y el General posó los pies descalzos sobre la hierba húmeda.

Las líneas que marcaban los contornos terrestres eran dudosas y se mostraban como un mar que se agitaba amasado por el aire.

Entre aquel horizonte inquieto surgió un ciervo blanco de pelaje largo y liso. Sus patas se difuminaban de blanco opaco a transparentes, quedando solo visibles por los contornos de líneas negras, que recordaban a los dibujos inacabados de los artistas de Tarsis.

El animal detuvo su andar junto al gran árbol. Aunque permanecía inmóvil y sereno llamaba a Tristán desde la lejanía, articulando toscos susurros que hacían mecer la hierba en movimientos expansivos.

El General, atraído por aquel canto hipnótico, se sumergió en un andar obligado hacia la figura perfilada del ciervo. Le costaba caminar por aquel suelo mullido sin la ayuda de un calzado adecuado aunque le era agradable pisar aquella alfombra verde.

—¿Qué eres? —expresó Tristán cuando se detuvo frente al ciervo, casi podía rozar su frente con el hocico. El pelaje era de un blanco tan puro que destacaba sobre el fondo azul y verde que lo enmarcaba.

Con interés el cérvido miró con tristeza al Gojem, escrutó su rostro esperando un entendimiento que nunca llegaría y comenzó un desfile procesional colina abajo. Sin duda aquel ser gozaba de un poder que iba más allá de lo físico.

Es el Ciervo Blanco.

La voz de Urnok invadió la cabeza de Tristán como momentos antes lo había hecho Silván.

—¿Qué me estás haciendo?

Mostrarte la verdad. Revelarte el futuro.

—¡Sal de mi cabeza, maldita criatura! —El General se agarraba las sienes intentando sacar de ella al invasivo ser.

Es curioso que esas palabras salgan de ti. El juego no es tan grato cuando eres quien pierde la partida.

—Esto no tiene sentido.

Por supuesto que lo tiene. Sigue al Ciervo Blanco, él te revelará lo que necesitas saber.

El animal descendía la colina con la gracilidad propia de las criaturas mágicas que Tristán había escuchado en las leyendas Gojems.

Inalterable, constante y poderoso el ciervo dirigió su magnificencia hacía un muro alto de piedra tallada que dividía el valle en dos. Ante la presencia del ser blanco la barrera pétrea se deformó y creó nuevos bloques que se apilaban unos sobre otros, hasta crear un arco de medio punto peraltado sobre dos columnas con fustes estriados en espiral. Un portón de metal labrado nació ante la figura del ciervo.

Aquella puerta es el principio de todo. El nacimiento de lo que está por venir, el ocaso de nuestra era y el despertar de una nueva.

Algo en aquella Inmersión era distinto. Todo parecía real, tan real como los recuerdos de aquellas víctimas que habían sucumbido al poder de Tristán, pero este lugar no era una vivencia. La luz era distinta, el cielo de un azul demasiado brioso, la pradera de un verdor fluorescente y los contornos se pintaban vagos bajo una niebla lúgubre.

¿Este era el poder de Urnok?

El Gojem pronto alcanzó al animal que permanecía inmóvil ante la estoicidad del portón.

—El Heraldo te esperará en el lugar donde comiencen a estallar las tempestades —reveló el ciervo sin mover ni un músculo de su rostro—. Te aguardará en el templo junto a la torre derribada que regenta los cuerpos sin vida de las nuevas víctimas, dando comienzo a la guerra de los condenados.

—¿El Heraldo? —Tristán intentaba comprender.

—Rompe la barrera que se impuso en la creación y observa el mundo a través de los ojos oscuros que atraviesan las mentiras, imponen las verdades y acarician los elementos a través de su mirada. Tres sois los Arcanos, dos son los hermanos bastardos con distinta oscuridad. Traspasa la imposición de los Supremos y encontrarás las intenciones del Durmiente. Busca los recipientes, alma y cuerpo. —La mirada inquisidora del animal se clavaba en los desprotegidos ojos del Gojem intentando atravesar sus retinas y atormentar sus pensamientos.

—No te entiendo.

—Ve hacia la puerta y mira en su interior. En ella encontrarás la respuesta a todos tus miedos. —El ciervo comenzó a desdibujarse hasta que sus contornos se fusionaron con el entorno, desapareciendo a los ojos de Tristán.

El portón se abrió, exhalando una sintonía rechinante que invadía todo lo que le rodeaba. No mostraba lo que debía corresponderse al otro lado, en su lugar un vacío negro se adueñaba de todo su perímetro, mostrando un túnel profundo que revelaba, próxima a la puerta, una sombra gigantesca de brazos alargados y piernas esqueléticas.

—¿Quién se atreve a interrumpir mi letargo? —manifestó la densa oscuridad coronada por dos puntos brillosos que parecían ser sus ojos.

—Tristán, General Eite de la Cúpula de los Cuatro Reyes.

La figura pareció interesarse al agachar su rostro hasta poder verlo mejor.

—La hora de mi regreso se acerca.

—¿Quién eres? —examinó Tristán, aunque conocía de sobra la respuesta.

—Soy todo aquello que teméis, soy el portador del caos.

A la izquierda una niña, de pelo castaño envuelta en una niebla oscura. A la derecha un niño de pelo rubio que exhalaba esa misma niebla de su interior.

Ambos miraban a Tristán serenos y manifestaban el Shyí al tener ese brillo particular en los ojos, rasgo característico del poder de los Gojems Ambus.

El General reconoció el poder Eite en ambos niños, dado el verdor en el color de sus ojos.

—Ven conmigo, te enseñaré el destino que te fue negado y el poder que rechazaste —vociferó un Dip que se reveló detrás del niño Gojem agarrándolo entre sus fauces mientras ambos explotaron en una amalgama de humo negro.

Unas alas de plumas cobrizas y brillo metálico se extendieron detrás de la niña envolviéndola en una esfera perfecta.

—No pretendáis ocultarse de mí. Soy lo absoluto, la manifestación del caos. ¡Vivid por y para mí! —exclamó la figura negra mientras golpeaba la esfera cobriza que envolvía a la niña.

Tristán experimentó los más oscuros pensamientos y la peor sensación de odio, dolor e ira que había sentido nunca. Era invadido por la más absoluta tristeza y lloró sin control, alentado por aquella manifestación de naturaleza maligna.

Busca los recipientes, Tristán. Debes impedir la vuelta del Durmiente.

Reveló Urnok al Gojem extrayéndolo de aquel hipnotismo macabro.

—¿Qué quieres mortal? —La oscuridad contemplaba la figura inmóvil del General.

—Quiero saber. —Tristán asumía con honor la penumbra.

—El conocimiento siempre tiene un precio.

Una garra oscura se abalanzó sobre el Gojem, aferrándolo por el brazo con tal fuerza que hizo trizas sus huesos. De los contornos de la criatura varias lanzas humeantes rozaron partes del cuerpo de Tristán, chamuscando la piel desprendiendo un hedor a carne quemada. Agujas flexibles chasqueaban como látigos los contornos de la puerta absorbiendo la luz que incidía sobre ellas, mientras rasgaban el aire en dirección al Gojem. Una aguja certera se dirigió con velocidad hacia el rostro de Tristán, golpeándolo de lado a lado incidiendo con profundidad en los ojos hasta hacerlos salir de sus cuencas.

Urnok arrojó su último hálito de vida frente la presencia inquisidora de Tristán. Su rostro se relajó, perdiendo toda manifestación expresiva, reflejando la muerte en la pátina invasora que veló sus ojos plateados.

El Dip se derrumbó hasta quedar inmóvil dejando vacío el cuerpo para unirse de nuevo a la Gran Madre.

¿Qué ha sucedido?

Se adelantó a decir Silván a la figura recia del General, pero Tristán no contestó.

Su brazo derecho colgaba como una extensión inerte arropado por el brazal de la armadura que se resistía a deformarse siguiendo las líneas marcadas por el metal, aunque solo podía apreciarse la desigualdad por no mantener la robustez del brazo contrario.

Las mejillas del General estaban cubiertas de sangre y en lugar de ojos se mostraban dos agujeros oscuros. Tristán había sido despojado de la vista por una fuerza invisible.

El dolor era tan intenso que poco pudo hacer por mantener la verticalidad y fue derrumbándose hasta caer encima de Urnok, mientras perdía el conocimiento.

Las motas lumínicas del santuario se abalanzaron sobre los cuerpos tumbados haciéndolos brillar como faros.

Después todo se apagó, sumergiendo al templo en una eterna oscuridad.

Tel·lúric

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