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CAPÍTULO 2

· ENFRENTAMIENTO ·

El interior del hospicio poseía varias capas de polvo que mostraba un evidente abandono, iluminado por una incesante lluvia de motas que resplandecían bajo los haces que se colaban a través de las ventanas. Un ancho pasillo se extendía en línea recta hasta una intersección rematada en una bóveda coronada por un óculo, que descubría un cielo despejado.

Tres pisos de pasarelas se desarrollaban en paralelo a la galería, alternados con puertas dispuestas en armonía y escaleras en zigzag que daban acceso a cada una de las plantas.

Aquella construcción había servido de hogar a muchas de las Pieles de Maestro que tomaron parte en la guerra contra los Dips. Cuarenta ciclos de paz no habían sido suficientes para recuperar el número de soldados que la Cúpula gozaba en tiempos del Rey Saur y todo aquello se manifestaba en un visible abandono.

Tristán recordaba las idas y venidas en tiempos menos amistosos. Aquel lugar había sido su hogar durante bastantes ciclos y cuando no se encontraba entre sus paredes guiaba a centenares de soldados hacia la muerte. Los que lograron sobrevivir a toda aquella masacre ahora eran ancianos como él o estaban enterrados bajo varas de tierra. El tiempo borra el sufrimiento con demasiada rapidez, cuando los ancianos callan sus pesadillas pasadas por temor a revivirlas, todo tiende a desaparecer como las huellas en la orilla de la playa por acción de la marea y el viento.

—Amigo Tristán. ¡Cuánto tiempo sin verte! —Orso despejó con un movimiento la escolta de sirvientes que desaparecieron en un instante. El monarca bloqueó con el brazo el avance de Ion que permaneció junto a él.

—Demasiado, Orso. —El anciano esbozó una inclinación con la cabeza casi imperceptible.

—¿Cuántos ciclos hace de tu última visita? —El Rey alargó la mano pero no fue correspondida.

—Cuarenta ciclos, es extraño que no lo recuerdes. —Tristán sonreía con levedad mientras Orso retiraba la mano molesto.

—Cómo pasa el tiempo. Aún recuerdo cómo diste su merecido a Egas Forton en el Óvalo. Todo Tarsis apostaba a que ese ególatra podría contigo. La joven promesa Lure de los Forton frente a un soldado Eite sin nobleza, —remarcó —fue divertido presenciar la retirada de Froiaz ante la derrota de su vástago. —El monarca se deleitaba con cada palabra, saboreándolas como si fuera un manjar.

—Son viejas batallas sin importancia. Aunque comprendo las rencillas que los Briom han mantenido siempre con los Forton y supongo que mantener la compostura entre las dos familias tiene que suponer un esfuerzo titánico, más cuando Froiaz no lo considera digno de ser el monarca de los Eites.

—¡Cómo te atreves a hablar así a tu Rey! —Ion levantaba el dedo amenazante hacia la cara de Tristán.

Orso alzó la mano hacia el sirviente que con inmediatez cesó en su reproche.

—Veo que aún sigues con la lengua afilada. —Tomó una postura más cómoda y observó impasible a Tristán—. Sí, supongo que Froiaz no me considera digno de mi rango dado que parte de mi linaje es Lure y eso me convierte en un mestizo.

—No creo que Froiaz te repudie por ser mestizo, sino porque su querida hermana decidiera casarse con vuestro padre.

Orso soltó una carcajada sonora.

— Esos son detalles sin importancia.

—A un par de monarcas de Tarsis les gustaría verte limpiando botas en el tercer anillo. —Tristán paladeaba cada palabra que dejaba en evidencia al monarca.

—¿Lo dices por los Sutes? Las cosas han cambiado mucho en Tarsis, ya no están obsesionados con la pureza o por lo menos desde que los Somesel se alzaron con el reinado.

—Los Sutes siempre serán esclavos de la sangre.

—Ahora comprendo por qué mi padre te apreciaba tanto. —Orso sonrió mostrando gran parte de sus dientes.

—Sí, porque era el único que se atrevía a decirle que el matrimonio entre un Eite y una Lure era un error. —Tristán correspondió la sonrisa con otra más amplia—. Y porque siempre me negué a que el necio de su hijo fuera el futuro monarca de los Eites.

—Cuidado Tristán, ahora no te escoltan tus soldados —amenazó Orso.

—No me asustan tus bravatas iluso. Que respetara a tu padre no quiere decir que te rinda pleitesía. Para todos los Gojems serás un Rey pero para mí solo eres aquel niño que mordió el barro antes de la última batalla contra los Dips. —Tristán permanecía impasible hacia el fornido Rey que casi lo doblaba en tamaño.

—Ah sí, recuerdo. El héroe que salvó a los Gojems de aquella amenaza oscura —interpretó de manera muy teatral—. ¿Crees que me importa?

—Lo que te importe o no me trae sin cuidado.

—Veo que los ciclos te han agriado el humor, viejo —se mofó el Rey.

—El humor nunca ha sido mi fuerte, Orso.

—Recuerdo aquel día frente al Puente de los Custodios. Todo el suelo era una manta de cadáveres y tú permanecías impasible ante tanta muerte. Nunca te importó ver morir a los tuyos porque estabas demasiado ocupado en amasar poder para arrebatar el trono a mi padre. —Las palabras de Orso cayeron como una maza sobre los hombros del cansado anciano.

—Como siempre te equivocas. ¿Qué hiciste en esa guerra Orso? Eras un simple mensajero que se encargaba de correr de un lado hacia otro. Tener cierta importancia te hace valioso dentro del ejército y siendo hijo de Saur no podías morir en el campo de batalla como cualquier Adepto sin linaje.

»No me vengas con palabras ensuciadas de falsa justicia. Yo combatí en primera línea sin importar si llegaba o no al día siguiente. La guerra encalla el alma hasta convertirla en una dura piedra, acostumbrarse a la muerte no quiere decir que dejes de llorar por los que se fueron por una injusta guerra. ¿Qué sabrás tú de lo verdaderamente importante?

—Quizá no lo sepa, pero aquí estoy después de tanto tiempo. Yo soy el Rey y tú un exiliado, aun con tus bravatas de héroe y tu discurso populista no te fue suficiente para encontrar la aceptación. Esos ojos que luces con orgullo fueron tu mayor condena. —Orso chasqueó los labios haciendo un sonido agudo—. A veces los hechos no se suceden como deseamos. —El Rey aporreó su pecho en recuerdo al golpe que Tristán le propinó en el final de aquella guerra.

—Sí, sin duda eres la viva muestra de la incógnita y los hechos poco deseados. Saur se revolvería en su tumba si conociera que solo has conseguido llenar tu buche de riquezas y mentiras. —Tristán bajó la cabeza en señal de desaprobación—. Ser un monarca significa mucho más que tener platos de oro y servidumbre sumisa.

—Claro Tristán, ser un monarca como mi padre, que aun queriéndote más que a su propio hijo decidió expulsarte como a un perro hambriento. Dime, ¿cuánto suplicaste por el perdón?

—¿Suplicar?, ¿por quién me tomas? Te recuerdo que no soy ningún picapleitos que te alimenta el ego en las fiestas de palacio. Te has rodeado de cobardes a lo largo de tu reinado y piensas que, de alguna manera, todos tenemos un precio, un límite o un punto débil. Orso, quizá algún día comprendas qué hay que tener para estar donde te encuentras ahora. Aunque siendo realistas intuir tu ineptitud sería un gran regalo para tu pueblo, un acto de bondad por tu parte. —Tristán realizó un movimiento de expulsión con la mano, apoyando sus palabras.

Tres hileras de suelo ajedrezado se interponían entre el monarca y el anciano, aunque la distancia que mantenían sus mentes era mucho mayor.

Tristán sabía los fallos cometidos por el impulsivo Orso y las insensateces al mando de los Eites, sobre todo aquella cabezonería que estuvo a punto de volver a enfrentar a los Cuatro Reyes y que costó la vida a varios miembros importantes de Tarsis, entre ellos la esposa de Orso y Aldara, la hija de Froiaz.

Como siempre le ilustraba en sus reuniones secretas el antiguo Rey Saur, los fallos del padre también serán cometidos por los hijos y, como sabio monarca, no se equivocó. Orso era la peor imagen de su padre y la versión más nefasta de un Rey.

—¡Basta de juegos!, olvidas que aún se mantiene el exilio que te prohíbe volver a Tarsis. —Orso volvió a hablar después de una larga pausa.

—No lo he olvidado. Mi vuelta a Tarsis es por motivos más importantes que una absurda ley firmada por cuatro monarcas funestos.

—¿Y cuál es el motivo de esta vuelta? —El Rey mostraba claros síntomas de nerviosismo y enfado.

—Quiero ver al superviviente de Tempestades.

El hospicio se mantenía en calma aunque la situación entre ambos Gojems era una cuerda en tensión apunto de desgarrarse por la tirantez.

La ira contenida de Orso durante ciclos hacia Tristán se había convertido en una espina clavada que cada vez se enconaba más y más. No podía olvidar, no sabía ignorar la humillación y dejar pasar el odio a través de él.

Demasiado esfuerzo para conseguir el trono y todo ese afán era fruto de la venganza hacia aquel personaje impoluto que se mostraba triunfante ante la multitud y peligroso hacia los intereses de Tarsis.

Orso era el Rey y aquella satisfacción era la guinda sobre el pastel, la demostración más corpórea de su poder sobre el héroe que tanto despreciaba, pero aún no había acabado, permanecía aquello que necesitaba por encima de las riquezas, la sumisión y el poder: Matar a Tristán y demostrar que ahora las cosas habían cambiado.

—¿Cómo sabe lo del superviviente? —Ion estaba ofuscado entre muecas de incredulidad y asombro—. Nadie conoce qué ha pasado en Tempestades.

—Ignorante Erder, Tristán puede ver más allá que tú y que yo. Esos ojos le dan el poder que todos ansiamos. Saber qué sucedió, sucede y sucederá, pero pagó un alto precio por ello. —Orso giró la cabeza hacia Ion y con un gesto le mandó marcharse para alarmar de la llegada del anciano.

El sirviente con grácil sumisión realizó una reverencia y llevó sus pasos hacia el vano que quedaba más cerca.

Una silbante ráfaga de aire cortó el silencio del hospicio, levantando polvo acumulado en el suelo, erigiendo una tapia de motas a su paso. Golpeó con tal fuerza a Ion que desgarró gran parte de sus ropajes cubriendo de múltiples heridas la espalda del sirviente. La intensidad del envite lo lanzó hacia la pared de roca labrada que se interpolaba en su camino, impactando con severidad sobre ella y pintando de sangre gran parte del mural. Ion cayó al suelo, la intensidad del dolor por huesos rotos y heridas profundas acallaron sus gritos para sumirse en un sueño inducido por la mente, que no aguantó semejante ataque. El sirviente había sido aniquilado presa de una fuerza invisible.

Orso observó con desidia a Ion, quitando importancia a lo que en aquel momento había sucedido. Al fin y al cabo, para él solo era un sirviente que podía ser remplazado por cualquier otro, ya se encargarían los sacerdotes de Astarté de suministrarle los sirvientes Erders que precisara.

—¿Estás seguro, Orso? —El aspecto pacífico de Tristán se desvaneció, como las aguas de un río que cambian de una paciente quietud a unos rápidos peligrosos de la manera más abrupta posible.

—Nunca he estado más seguro en mi vida.

Una esfera con bordes distorsionados creció procedente del anciano, tomando un diámetro colosal hasta rozar las pasarelas de los pasillos cercanos, plegando el metal hasta ajustarlo a la forma circular. Orso y Tristán eran la parte central de aquella bola traslúcida que deformaba las imágenes en su contorno y creaba un habitáculo que el sonido no podía traspasar. Tristán se aseguraba que nadie pudiera escuchar lo que iba a suceder en aquella estancia.

—No te va a servir para nada toda esta parafernalia anciano —escupió Orso preso de la rabia más primigenia que un Gojem pueda albergar.

—¿Hay honor en pelear contra un anciano?

—¿Crees que me importa el honor? No sabes cuánto he esperado este momento y no pienso dejarte salir vivo de este lugar.

El cuerpo robusto del monarca fue invadido por infinidad de escamas metálicas que abrazaban su contorno como un enjambre de abejas construyendo con esmero la colmena. La forma de los músculos se alternaba con adornos afilados que heredaban el aspecto de un tronco de corisia y protegían las zonas más flexibles con capas puntiagudas que se distribuían como adargas sobres las extremidades.

La cabeza se cubrió de un enjambre de formas angulosas siendo solo el frontal la única superficie lisa que reflejaba, como un espejo, lo que tenía en frente. Dos largas y anchas protuberancias, a la manera de cuernos, nacieron de los laterales de la testa para retorcerse hacia atrás alcanzando un tamaño exorbitante, hasta llegar a la zona de la cintura.

La Piel de Maestro de Orso era amenazadora y duplicaba el tamaño natural del Rey. Frente a la enclenque figura de Tristán el monarca era un coloso a punto de eliminar, sin mucho esfuerzo, a aquella insignificante hormiga; ese animal indefenso que fue una vez un peligroso guerrero.

Tristán observaba la mole blanquecina que se exhibía ante él, sin modificar un ápice la posición y la expresión. La pose hierática de un guerrero nunca se olvida, todo aquello era como volver a montar a caballo después de tiempo sin practicar. Una sensación familiar que corría por sus venas e invadía todo su cuerpo, lo oculto durante ciclos volvía a ser una nota imperativa y los cosquilleos en la punta de los dedos predecían su pasado luchador. Tristán era un arma lacerante que podía desgarrar el cielo con un simple grito.

—¡Venga! Muéstrame a Silván. —La voz de Orso se revelaba metálica y profunda tras la Piel de Maestro.

—Eres indigno para ello, no mereces que Silván se manifieste ante ti.

Puedes satisfacer su necesidad Tristán, creo que puedo soportar su fea cara.

Silván estaba ansioso por saber qué pasaría con aquel enfrentamiento.

—Sabía que no podrías resistir hacerle morder de nuevo el polvo. —Tristán soltó una carcajada ante la disposición de Silván.

—¡Aquí tienes a Sorog! Él es más digno que tu birriosa Piel. —La armadura de Orso se agitó en un proceso distorsionador que retornó a su representación anterior en señal de desafío.

—Nunca aprenderás.

Los dedos de Tristán comenzaron a brillar en un blanco luminiscente, brotando de ellos una plétora de formas irregulares que se endurecían al fusionarse con sus manos. El metal ascendía con rapidez por sus brazos hasta alcanzar los hombros y cesaron en aquella carrera por cubrir el cuerpo. Ambas articulaciones eran una manifestación inconclusa de la Piel de Maestro, emitiendo su característico destello blanquecino que definía a todas las armaduras de elemento aire y contrastaban con los ropajes más oscuros y opacos.

Tristán levantó los brazos en señal de disposición, el enfrentamiento podía comenzar.

—¿Me tomas el pelo viejo? —Orso no podía creer que se atreviera a enfrentarlo en aquellas circunstancias, sin desplegar toda su armadura.

—No necesito más protección que esta mi querido Rey. Si algo me ha enseñado el tiempo es a ahorrar energía y, por supuesto, a reconocer a los fanfarrones.

»¡Bendita edad!, todos temen su llegada pero desconocen que la experiencia es una gran aliada, sobre todo para un Gojem que en ella puede volcar todo su conocimiento y desplegar al máximo el Shyí. ¿Cuándo entenderéis que el recipiente no es lo importante?, es saber enfocar el elemento con la suficiente efectividad y control. —Tristán tensó cada musculo del cuerpo en respuesta al inevitable choque que estaba a punto de producirse—. ¿A qué esperas Orso? Tengo prisa y me bloqueas el camino.

No hubo respuesta. Las palabras sobraban en aquella situación incómoda y la insubordinación de Tristán no debía quedar impune. Orso había entrenado duro, conocía a la perfección todas las técnicas, ataques y defensas para poder enfrentar a cualquier adversario y salir ileso. Pero allí se encontraba Tristán «el ilegítimo», como solían llamarlo sus compañeros en tiempos de guerra al pensar que llegaría a ser el nuevo Rey, sin disponer de parentesco con las familias nobles de los Eites.

Ante él se encontraba su mayor adversario, el que podía destronar su preeminencia impostada. Debía eliminar aquel impedimento como labor primaria y ahora era el momento, cuarenta ciclos de espera asumían hoy la solución. Orso no podía fallar.

El primer golpe llegó como una flecha lanzada por una ballesta: rápido y conciso. Orso proyectó su brazo derecho hacia la cara de Tristán con tal furia que describía una tensión a punto de saltar como un resorte sobre el objetivo.

¡Clink! Un golpe metálico fue el receptor de aquella furia descontrolada y la mano izquierda de Tristán retenía el puño del Rey con pasmosa facilidad, sin retroceder ni un palmo en su bloqueo.

—¿Intentas atacarme de frente? No te rías de mí Orso. —El antiguo General no mostraba síntomas de fatiga.

El guantelete de Tristán deformó su contorno a causa del aire que recorría con rapidez el perímetro cercano, funcionando como una improvisada barrera que hacía ceder la tensión ofrecida por el ataque de aquel gigante. Al cerrar el puño el aire se concentró con tal efectividad que golpeó el hombro de Orso haciéndolo girar sobre sí mismo varias veces hasta caer al suelo.

Un grito ahogado de dolor recorrió la esfera sin poder salir más allá de su contorno. Orso se lamentaba en el suelo agarrando su hombro derecho, el golpe había desgarrado el músculo y roto el hueso.

—¡Maldito! ¿Qué me has hecho? ¡Mandaré que te cuelguen por esto! —gritaba desbocado Orso, ocultando sus lágrimas bajo el yelmo de la Piel.

No debemos enfrentarlo, su potencial está muy por encima del nuestro. Su ataque ha sido tan preciso que me ha sido imposible reforzar la zona del impacto.

Sorog entendía que aquello era una batalla muy desigual.

—¡No, Sorog! Hoy no me iré de aquí sin su cabeza. —El Rey soltó el brazo fracturado y señaló a Tristán con furia.

Entiende la situación Orso.

La preocupación de Sorog iba en aumento.

—No me rendiré. ¡No caeré más a los pies de ese miserable! Yo estoy por encima de él, ¡yo soy el Rey! Nadie, ¿me oyes? Nadie, está al mismo nivel. Puedo con él y tú serás testigo de su caída Sorog. Hoy verás como de nuevo gano. Siempre gano, siempre… ¡Siempre!

Orso inició una carrera hacia Tristán en un intento desesperado por la victoria. Levantó un turbión de vendavales que se concentraron formando flechas transparentes con un único objetivo, matar a la leyenda.

Todo se congeló, como las cascadas que en invierno dibujan sus contornos retenidos por el frio, capturando el movimiento en un instante preciso: La belleza de lo inmediato encadenada para ser observada.

Las flechas transparentes, el avance de Orso, las motas de polvo que correteaban por el hospicio y las intenciones de batalla estaban petrificadas a merced de Tristán.

Y todo volvió al estado de normalidad, aunque algo había cambiado. El viejo no se encontraba en el lugar donde se dirigían los ataques de Orso, que impactaron en el muro con furia, dibujando muescas profundas.

—Vive con la deshonra de haber sido vencido por un anciano. —Los labios de Tristán casi rozaban los cuernos de la armadura del Rey. Se encontraba frente a Orso, sorteando el brazo izquierdo que se dirigía como una lanza hacia la nada. El viejo tocaba el peto con su mano derecha, manteniendo los dedos extendidos hasta tocar el metal de Oricalco con las puntas.

Trozos de armadura saltaron por los aires, seguido de abundante sangre que coloreó el suelo en una línea recta casi perfecta.

Orso cayó de espaldas inconsciente, mostrando un gran hueco ensangrentado donde antes se hallaba el peto. El duelo había acabado.

Otros asuntos urgentes requerían de su atención, antes que el Rey despertara y Tarsis le buscara por traición. El escudo esférico desapareció y Tristán tomó camino hacia la habitación donde se encontraba el superviviente de la masacre de Tempestades, que quedaba al otro extremo del edificio.

Tel·lúric

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