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The Caoirigh history

(la historia del carnero)

En que Waltcie descubre las aristas y los peajes

del sosiego en la vida

Entender la vida de los caoirigh resulta muy revelador para entender todo lo que viene después.

El caoirigh es una especie ovina. Un carnero. Dado su origen y vida en tierras de altas latitudes y frías, es capaz de producir en corto plazo de tiempo una espesa capa de lana con la que se envuelve. Es realmente valiosa y apreciada por su suavidad y tersura.

El rebaño agrupado puede dar sensación de poder tanto por lo numeroso como por la riqueza de su ampulosa vestimenta, pero es tan solo una falsa apariencia porque su verdadero ser es débil y acomodaticio. Únicamente le interesa la vida placentera; esa es su razón principal de ser. Por eso cuando se siente atacado se refugia en lo voluminoso conjunto del grupo. Pero sus enemigos han aprendido que es una falacia. Y también lo saben sus guardianes y propietarios.

Su avance es grupal y los ejemplares de caoirigh siempre se mueven por imitación, con la cabeza gacha y siguiendo las huellas de otro. Cuando dos toman un rumbo, siempre y cuando sea aceptable para sus vigilantes, los demás los siguen sin más. Así crean hábitos. Nadie se rebela, y si alguno se desvía o retrasa, más por pérdida que por rebeldía, sus guardianes se ocupan de advertírselo para que se reincorpore y siga con el resto.

Desde su nacimiento, los caoirigh son educados en la docilidad:

–Si te comportas bien, no creas problemas y sigues al rebaño, tendrás buena comida, cuidado y serás feliz –los aleccionan sus madres. Y enseguida comprueban por sí mismos que lo que les aconsejan es cierto.

–El amo es bueno y generoso –continúan diciéndoles–. Sabe lo que necesitamos y nos lo proporciona. Él nos ofrece además protección; pero la mayor seguridad consiste en caminar siempre agrupados por el camino indicado.

–¿Y por qué no puedo ir con esos cachorros de cabra montés, que saltan de roca en roca y exploran las montañas? –le pregunta una cría a su madre.

–Qué cosas dices –le responde sorprendida y sonriente la progenitora ante la ingenuidad–. Nosotros somos diferentes. Somos más inteligentes y por eso llevamos una vida más confortable.

La cría lo acepta con ovina expresión y pasa a otra cosa:

–¿Y quiénes son esos que gritan con aterradores sonidos, mami?

–Eso que hacen se llama ladrar. Ellos son los mastines y son nuestros guardianes. Son amigos y nos protegen frente a los enemigos y otros riesgos. Debes cuidarlos y obedecerlos siempre.

El mastín cercano, que escucha orgulloso aquella explicación hecha con la ternura con la que una madre se dirige a su cría para hacerle entender su propio ser y el sentido de su existencia, esboza un prudente y apacible rugido que tanto al hijo como a la madre caoirigh les suena amistoso.

–Cuando escuches que nos ladran con fiereza y vigor es que algo estamos haciendo mal o que algún peligro nos acecha. Sigue sus indicaciones; son buenas para ti. Y recuerda que un día deberás enseñar esto mismo que te digo a tus propias crías. Tenemos que conservar la inteligencia del sistema, que nos hace superiores y nos permite vivir mejor que el resto de especies.

El mastín se tumbó entonces apacible y se acomodó preparándose para una de sus «duermevelas». La placidez de aquel soleado día invitaba especialmente a una siesta.

En sus sueños, el can se sintió importante y poderoso. Todos lo reconocían como fiero, aunque al tiempo protector, y eso le enorgullecía. Esa era precisamente su misión en la vida, la que sus padres le enseñaron. Sin ese respeto que se le profesaba, la paz estaría permanentemente asediada y alterada.

Sus órdenes eran cumplidas sin rechistar por sus protegidos y además tenía el poder de aterrorizar a los intrusos. Tan solo de cuando en cuando perdía su autonomía y el pastor le daba alguna indicación que él se apresuraba a cumplir. Porque otro rasgo indiscutible de su personalidad era la fidelidad y el cumplimiento del deber por encima de todo. Ambas cosas formaban parte de sus valores y nunca se permitiría traicionarlos o siquiera pensar en la menor desobediencia a quien le proporcionaba bienestar e incluso una dosis de reconocimiento y cariño. Sobre todo cuando el mastín asumía el papel de escolta del pastor y gozoso le ayudaba a realzar y adornar su figura y presencia.

El mastín es por tanto también devoto de su misión en la vida pues considera que ese es el designio que la naturaleza le ha encomendado. Y así educa a sus cachorros.

Entretanto, el pastor es la cabeza visible de todo el entramado. Él es quien decide y ve cómo su voluntad se va implantando en todos los extremos. Él es el líder porque consigue motivar y estimular a todos para que se esfuercen en cumplir sus designios y a la vez se sientan felices.

De ese modo es como logra la implicación de todos y a la vez satisface sus deseos, que son los de extraer la máxima productividad de la leche, la lana y la carne con la menor pérdida de tiempo y los menores costes.

Es por esa filosofía de vida por lo que los caoirigh se entregan uno tras otro y en fila india a ser esquilados sin rechistar. Se encomiendan felices a la fiesta del esquile a pesar de tener que sufrir el a veces doloroso rapado. Y también a pesar de que luego tengan que experimentar un frío atroz que les hace sentirse ateridos. ¿Pero, qué es un simple sacrificio comparado con todo el bienestar que se recibe?

Cuando, temblorosas, sus crías les preguntan por qué se dejan someter a semejante tortura, la respuesta es clara y contundente: «Es nuestra misión en la vida. Tenemos que cumplirla y estar agradecidos a quienes nos ofrecen tanta paz y confort. Un poco de frío durante unos días y la renuncia temporal a una imagen gallarda es una compensación mínima». En esos momentos, es el orgullo del ser quien se manifiesta.

De pronto, las sombras de la noche se iluminaron violentamente haciendo que las caras de los caoirigh brillaran como apariciones surgidas de entre fuegos fatuos. Y por si eso era poco, a continuación un restallido sonoro, seco y rotundo retumbó como un latigazo y atronó rebotando entre las rocosas montañas. La manada se apretó automáticamente buscando protección y el aterrorizado corderillo de repente comprendió los consejos que su madre le había dado. Entonces reconoció que la suya era una especie superior y sintió pánico solo con pensar en las cabras montesas que vivían en aquellas rocas atacadas con fiereza por la naturaleza. Así aprendió a valorar el hecho de ser miembro de aquella acogedora y pacífica comunidad.

Desde las sombras, el amo no se deja ver. Permanece en el anonimato promoviendo el sentido de la responsabilidad, la conciencia y el liderazgo en cadena. De ese modo consigue que todo siga en paz, mientras él se enriquece y mantiene su dominio. Ese es su propósito.

El auténticamente poderoso, desde su placentero lugar debe controlarlo todo, a ser posible sin la menor estridencia. Pero no dejará de recurrir a tomar las medidas que sean necesarias; o mejor dicho, hará que sean sus representantes quienes las adopten para él continuar en la posición más discreta posible asegurándose de que el orden siga estable.

Hay mucho que aprender de esta historia del caoirigh. Demuestra cómo uno consigue lo que desea haciendo que sus colaboradores realicen lo que, siendo preciso, él no hará. Él es el propietario de una moneda con sus dos caras y no dudará en usar uno u otro lado según le convenga.

La calma es estable en el sistema, salvo cuando surge una disputa entre dos amos y su ambición choca. Entonces la sosegada vida puede convertirse en una terrible pesadilla. Porque si los amos hacen acto de presencia y bajan al terreno, los mayores y más terribles dramas pueden acontecer.

Es entonces cuando «la cara oculta» de la moneda se deja ver mostrando su cruel rudeza.

Es el lenguaje universal de la fuerza que, expresa u oculta, todos entienden.

***

El manuscrito Ochtagán

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