Читать книгу El manuscrito Ochtagán - Julián Gutiérrez Conde - Страница 13

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An tearmann (el santuario)

En el que Waltcie cuenta la aparición de unas

misteriosas señales

Cuando me desperté aquel amanecer estaba cansado. Pensé que aquellos sueños sobre la leyenda de Ecdon Point habían seguido procesándose en mi mente subconsciente.

Decidí salir a realizar mi kilometraje diario a través de la senda ribereña con los acantilados. Hacía un día nublado pero magnífico, de esos que los runners firmaríamos por poder disfrutar siempre.

En aquel entorno era como si dos mares se empeñaran en descargar uno contra el otro toda su furia y llevaran así siglos sin conseguir ninguno imponerse a su oponente. Así de terribles eran las corrientes y el estruendo que provocaban las inmensas olas al estamponarse contra aquellos impertérritos y rocosos acantilados que mostraban agresivamente unas aristas afiladas como cuchillas. Cualquier navegante que cayera por aquellos alrededores debería inevitablemente sentir un pánico cerval.

Fue entonces cuando vi su lejana silueta. Estaba en lo más alto del promontorio que se eleva sobre los acantilados. Se encontraba precisamente en el entorno de donde procedía la misteriosa luminosidad de extraordinario colorido que había visto las noches anteriores y que había atraído irresistiblemente mi mirada. Me propuse explorar aquella colina.

Debo reconocer que esa visión hizo que mi atracción por conocer aquel paraje fuera aún mayor.

A pesar de lo píndio del trazado, mantuve un costoso y esforzado ritmo de trote lento por la sinuosa trocha.

Al llegar arriba y superar el arbolado de la cumbre me topé con unas enormes piedras puntiagudas. Estaban colocadas de pie, como si hubieran sido clavadas. A pesar de su gigantesco tamaño, conformaban un espacio en medio del cual otras lajas tumbadas servían de piso.

En el centro de todo aquel enlosado portento se encontraban unas piedras rojizas, alisadas hasta casi parecer pulidas. En medio, otra negra redonda parecía ocupar un espacio protagonista y simbólico.


Todo aquel conjunto recordaba un oráculo y me vino a la mente el altóir na gecoimirce (altar de los auspicios) al que se había referido el anciano.

Contemplando, sudoroso y asombrado, aquel recinto desde el espacio interior fue cuando me di cuenta de que esa construcción majestuosa tenía formato octogonal.

¿Estaba ante el altóir na gecoimirce (altar de los auspicios) dentro del an t-oracagán ochtagán (el oráculo del octógono)?, pensé sin poder evitar que una vez más me asaltara el recuerdo del símbolo antiquísimo de madera esculpido sobre la misteriosa puerta interior del pub.

Aquel entorno tenía que haber sido construido sin duda de forma premeditada para darle una estructura tan singular y precisa.

Las moles de piedra mayores dibujaban un octógono perfecto mientras que otras de menor tonelaje cerraban los contornos entre las primeras.

Observé detenidamente el círculo central de piedras enlosadas, también de inmenso formato creando un octógono. Mostraba un suelo pulido por el uso. Y en medio de esa superficie, una sola piedra, que sin duda había sido escogida por su peculiaridad que entremezclaba grises blanquecinos con amarillos rojizos y un punto del tamaño de un palmo de color negro azabache.

Si todo aquel conjunto había sido creado por seres humanos conformaba un misterio inexplicable el modo en que fue llevado a cabo. Sin duda alguna quienes lo construyeron debían disponer de ingeniosos conocimientos de ingeniería y gran dotación de mano de obra. Y si era simplemente un capricho de la naturaleza daba la impresión de obedecer al empeño por enviar una plegaria al firmamento.

De todos modos, allí estaban, probablemente desde hacía miles de años. Fuera como fuera el hecho es que me encontraba ante algo tan imponente como difícil de explicar.

Esa noche dibujé un croquis en mi libreta de viaje.

***

Esa tarde, el pub estaba especialmente animado. Algunos de los vecinos habían llevado sus instrumentos y sonaban ritmos tradicionales construidos con guitarras, violines, armónicas y elementos de percusión.

Durante mi ya habitual estancia en el pub, hice una referencia indirecta a la colina de los acantilados y me quedé muy sorprendido de que en ningún momento nadie hiciera referencia alguna a aquella construcción.

Mi anciano amigo se unió al grupo de músicos y haciendo un gesto comenzó, con su ronca y poderosa voz, una melodiosa canción cuyo estribillo todos corearon.

Parecía como si nadie hubiera escuchado o querido escuchar mis comentarios. Era imposible que les fuera desconocido algo de tal grado de majestuosidad, que sin duda debería constituir el eje de atracción de aquella comarca.

Consciente de que las personas acostumbradas a vivir en parajes retirados no son muy amantes de que se vaya a distorsionar su quietud, pensé que preferían mantenerlo oculto. «Así ha estado durante quién sabe cuántos milenios y así debe seguir estando» me contestarían probablemente si les insistiera. Las mentes de los montañeses tienen muchas aristas ocultas y sus comportamientos pueden parecer muy raros y extravagantes.

Solo mi anciano compañero volvió en un momento a intervenir:

–Tal vez el Ochtagán (el día del octógono) se esté aproximando. Nuestros abuelos vivieron un hecho así y sus bisabuelos también. ¿Por qué no hemos de ser nosotros otra generación elegida? La leyenda dice que el alma de Ecdon permanece oculta entre las cavernas de los acantilados y las roquedales de la montaña. Y que sus manifestaciones llegarán de forma inesperada. Así nos lo contaron nuestros ancianos y así lo hemos de contar nosotros.

La cosa había adquirido tal solemnidad y un cariz tan trascendente que me pareció imprudente de todo punto hacer indagaciones o pedir opiniones.

«Me temo –pensé– que las explicaciones que me gustaría conocer van a quedar en las tinieblas del misterio, al igual que la imponente construcción que he descubierto».

Ya en mi humilde alojamiento, el sueño empezó a envolverme como las nieblas que pegadas a los acantilados comenzaban a invadir el paisaje. Y con el envoltorio de las nubes los fuegos luminosos que vislumbraba tomaban un reflejo especialmente singular y atractivo.

An fiscéal Ecdon Point... An fiscéal Ecdon Point.

***

El manuscrito Ochtagán

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