Читать книгу El manuscrito Ochtagán - Julián Gutiérrez Conde - Страница 12

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DE BHRÍ AN COMHAIRLE

(Comienza la aventura)

En que Waltcie conoce la leyenda de Ecdon Point

A aquella aldea se llegaba por una carretera escabrosa y estrecha al máximo con firme de grija mínimamente asfaltado que desembocando en una estrecha calleja daba entrada a la docena de casas que conformaban el lugar. Al entrar por ella mis pasos claquetearon sobre las piedras del empedrado, cuyo eco creaba un ambiente casi misterioso.

Por mínima que sea una población, en Irlanda siempre existe un pub que viene a ser el eje de todas las relaciones. Para quien, como yo, buscaba un lugar donde dormir, aquel era el lugar idóneo para conseguir la información que necesitaba.

La Finscéal Ecdon Point (la leyenda de Ecdon Point), como edificio era notable y el mayor de la zona, si bien el espacio destinado a pub era pequeño y rezumaba una historia más que centenaria, lo que le daba un aspecto sencillo pero acogedor. La pinta de cerveza tostada me supo a gloria tras el esfuerzo que había llevado a cabo.

Después de la primera pinta le pregunté al dueño sobre un posible alojamiento y él me hizo una seña en dirección a la mesa en la que un anciano fumaba con calma su humeante pipa mientras su mirada se mantenía fija en el vaso, más que mediado, que tenía frente a él.

Al acercarme con intención de preguntarle, con una amable invitación me indicó que me sentara a su mesa.

–No se ven muchos eachtrannaigh (foráneos) por esta zona –me dijo.

Así comenzamos nuestra conversación. Se mostró interesado tanto por mis propósitos como por el recorrido que llevaba y la razón que me había empujado a ir hasta allí. De todo eso charlamos mientras tomamos otro par de pintas de cerveza tostada.

–Si lo desea, puede usted alojarse en mi granja. No está demasiado lejos de aquí –me propuso cuando pareció tomar cierta confianza.

Acepté encantado.

–¿Así que dice usted que ha llegado hasta aquí por pura casualidad? –me repitió.

–Sí –respondí–. No me diga cómo ni por qué tomé esta ruta. La única razón es que era la más próxima a la costa. Y –añadí– me alegro de haber venido hasta un lugar tan desconocido.

–Bueno, la leyenda nos dice que tanto tosaités (iniciandos) como múinteoirs (maestros) llegarán de las más diversas formas –concluyó, y su curtido rostro dirigió una perdida mirada hacia una puerta interior del pub, al tiempo que consumía el último resto de cerveza que le quedaba.

No entendí nada de lo que me decía ni a qué se refería pero, como le vi así de ensimismado, tampoco quise insistir y supuse que podrían ser unas palabras descoordinadas resultado de la combinación de demasiada edad con mucha cerveza.

Cuando nos despedimos y me acerqué a abrir la puerta de salida para ir hacia su granja observé que sobre la otra puerta, a la que tanta atención había prestado mi compañero, había un octógono grabado en madera que a simple vista denotaba ser una hermosa y auténtica antigüedad. Pero tampoco me detuve a reparar en más detalles. Solo aprecié que se trataba de una puerta de madera, gruesa y soberbia, sin duda de manufactura artesanal y antiquísima.

La casa en la que me alojaría era una de esas aisladas granjas tan características de aquellas zonas. No estaba a más de dos kilómetros del pueblo y fuimos caminando, acompañados por un pastor irlandés que se nos unió cariñoso y encantado, cuando ya el atardecer comenzaba a apagar las luces del día. Estaba situada en un enclave privilegiado.

No charlamos nada entre nosotros durante el trayecto. Parecía tan absorto en su pipa y sus pensamientos como yo en los míos. No quise molestarle cuando escuché que tarareaba lo que debía ser una canción tradicional de cuya letra solo llegué a entender: An finscéal Ecdon Point (la leyenda de Ecdon Point), que repetía insistentemente en el estribillo.

Era una noche negra y densa para las fechas en que nos encontrábamos y el rugido de los acantilados al chocar del oleaje envolvía la atmósfera. Desde la ventana de mi habitación se podía ver tintinear tanto la concentración de luces de las poco más de doce o quince casas que constituían el pueblo como las otras lejanas de granjas dispersas entre los diversos parajes.

Desde aquella atalaya en la que me encontraba pude distinguir que el pueblo conformaba con todo su conjunto de casas un espacio de férrea fortaleza.

Dejé vagar mis pensamientos sin rumbo y esa especie de calma placentera que a veces sobreviene llenó mi mente. No sé el tiempo que estuve así hasta que llamó mi atención una especie de fulgor destellante y rojizo que provenía de lo alto de la colina.

Al retirarme a dormir me sorprendí susurrando el pegadizo estribillo que había escuchado: An fiscéal Ecdon Point… An fiscéal Ecdon Point.

Luego me dormí placenteramente.

Aquella colina parecía reclamarme, así que tras el suculento desayuno decidí que mi trote diario se enfilaría siguiendo la trocha que bordeaba los acantilados para luego ascender hasta aquel vértice, desde el que debía vislumbrarse un paisaje maravilloso.

No tenía obligación de ir hacia ningún otro sitio, por lo que decidí explorar más aquella zona y repetir estancia en aquel sencillo alojamiento.

El anciano, al escuchar mi propuesta aceptó gustoso y salió de la casa cantando: Tiocfaidh tionscnaimh agus múinteoirí indiaidh ochtagáin (iniciandos y maestros vendrán tras Ochtagán). An finscéal Ecdon Point (la leyenda de Ecdon Point).

Al acercarme al borde pude ver como una pequeña lancha era empujada por dos hombres y arribaba a la playa procedente de aquellas aguas bravías. Reconocí a uno de ellos. Era el dueño de la granja en que me alojaba.

Fue unos minutos después cuando por vez primera vi aquella silueta envuelta en una capa, que ascendía zigzagueante colina arriba hacia el picacho. Tenía un aspecto encorvado, aunque su ritmo parecía firme.

Esa tarde-noche volví a visitar el pub. Fuera de la magnífica e impresionante naturaleza, beber, fumar y conversar eran las únicas diversiones en la aldea.

Había bastantes personas allí reunidas y tuve la sensación de que se había corrido la voz de que alguien nuevo había llegado y querían ponerme cara.

Saludé amistosamente y fui hacia el anciano de la primera noche. Le ofrecí una nueva pinta que aceptó con agrado y dio una larga y sonora chupada a su pipa. Otro de ellos se acercó, luego otro y otro más. Me di cuenta de que aquellas gentes encadenadas a una vida solitaria agradecían, a pesar de sus inicialmente serios semblantes, la visita de un forastero.

Tras un rato de conversación intrascendente, comenté que la noche anterior había observado un extraño fenómeno luminoso sobre la colina.

–¿En el Ecdon Point? –susurró el anciano–. Esta es una tierra misteriosa. Quizá los elves (duendes) celebraban anoche alguno de sus encuentros. O quizá ya han comenzado las infernales celebraciones previas al Ochtagán Day que los reúne ante el altóir na gecoimirce (altar de los auspicios).

–¿Qué altar es ese?

No me respondió y continuó.

–Salen de sus cuevas y escondrijos para arropar a los tionscanta (iniciados) que escuchan la palabra de an meantóir mor (el gran mentor) que los adiestra en olc na cumhachta (la maldad del poder).

Estas palabras salieron de aquella boca pronunciadas lentamente, de modo solemne y al tiempo con el aire dramático de quien no parece atreverse a expresar con nitidez lo que da la impresión de ser un terrible secreto.

Los otros cuatro compañeros de mesa asentían y parecían tomar muy en serio todo aquello. Todos hacían humear sus pipas con intensidad.

No tuve claro si aquel lá ochtagán (día del octógono) tenía algo que ver con el octógono grabado sobre aquella puerta del pub, y si al preguntar estaba haciendo algo incorrecto o entrometiéndome donde no debía, pero solo fui respondido con un extraño:

–Solo él decide cuándo se celebra el Ochtagán –y continuó su comentario envuelto entre el humo–. Los goblins (duendes) –prosiguió– se muestran simpáticos, pero a veces, detrás de la aparente y bondadosa ingenuidad, se oculta la perfidia más genuina y sofisticada.

Cuando ya de noche regresé a la granja, primero los empedrados y luego el sendero parecían observarme. Supuse que era el viento quien producía una especie de chirrido que podía perfectamente asimilarse a histéricas risotadas extremadamente agudas que llegaron a ponerme nervioso. Aceleré el paso para alcanzar la casa cuanto antes.

Miré hacia la colina y otra vez estaba allí la rojiza y misteriosa luminaria, como en la noche anterior.

¿La leyenda de Ecdon Point? Creí sinceramente que aquella era una de esas numerosas leyendas tradicionales entre gentes que matan su escaso tiempo libre en aquellas duras tierras contando imaginativas historias.

Aquella noche desde mi ventana contemplé nuevamente el haz luminoso sobre la colina. Y decidí que aquel misterio debía tener alguna explicación que quería conocer. Así que pasaría algunos días más allí.

Con ese propósito me fui a conciliar el sueño que ya me vencía.

En mis sueños recordé el estribillo que cantaba el anciano: An fiscéal Ecdon Point... An fiscéal Ecdon Point.

Tierras verdes,

tierras misteriosas

en cuyas cuevas y escondrijos

se refugian los duendes

vasallos del Gran Mentor

de quien los iniciantes

la maldad del poder aprenden

en el altar de los auspicios.

Es la llamada Ochtagán

Y el secreto de Ecdon Point,

el secreto de Ecdon Point.

***

El manuscrito Ochtagán

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