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El gato y el loro

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Me casé con Gloria apenas me titulé, mis suegros no lo aceptaban sin ese requisito. Ella aún no se había recibido.

Llenos de pasión, al año nos había llegado el primer hijo, el segundo también vino rapidito y fue el último.

Hace poco celebré mi primer medio siglo, amorosa mi mujer se preocupó de celebrarme e intentar romper el hielo que se estaba dando entre nosotros. Los hijos ya se habían ido, había soledad en nuestro hogar.

Conversamos con preocupación sobre el sentimiento del nido vacío, afortunadamente aún nos sentíamos jóvenes y cada uno tenía su trabajo y sus pasatiempos.

Para llenar el hogar y sentirnos acompañados, decidimos comprar un gato y un loro.

Eran mi compañía cuando llegaba a la casa, siempre mucho antes que mi señora, situación que no me molestaba, me había acostumbrado. Leía, escuchaba música, trataba de enseñar algunas palabras al loro y jugaba con el gato.

Un día, estando en mi rutina habitual con ellos, escuché claramente: “¡Cuidado te están engañando!”. Dudé de si lo había soñado o realmente lo había escuchado.

Le dije al loro, “por favor, loro, repite lo que dijiste; por favor, lorito, habla”, pero no tuve respuesta.

Estaba en eso, cuando escuché nuevamente: “¡Cuidado te están engañando!”.

En la casa no había nadie, es decir si el que habló no había sido el loro tendría que haber sido el gato. Tamaña fue mi sorpresa. No le pedí que repitiera para no quedar en ridículo, solo me limité a agradecerle que me hubiera advertido de esta situación no sospechada y le hice mucho cariño.

Me quedé pensando en todas las oportunidades que tiene Gloria de engañarme y posiblemente yo ya no le resulto atractivo.

Desgraciadamente empecé a dormir mal, no lograba sacarme la idea de la cabeza, así que busqué en internet agencias de detectives y elegí “Vivir tranquilo”, especialista en estos casos.

Me reuní en privado con René, quien se presentó como el dueño, asegurándome total privacidad y secreto profesional.

Me pidió muchos antecedentes de la vida de ella. No era barato, pero decidí contratarlo. Me dijo que antes de sesenta días tendría respuesta.

En mi trabajo tengo variados quehaceres, uno de ellos es ir a hacer depósitos y a sacar dinero de los bancos para el pago de los sueldos. Previo a esta responsabilidad, gerencia me mandó a un curso de defensa personal, se me entregó un revólver y una navaja de tamaño respetable.

Un día tocó pago de sueldos. Como de costumbre fui al banco, manejando con precaución y mirando a mi alrededor.

En Santiago la mayoría de los autos son blancos, es decir, es un buen color para confundirse entre ellos, sin embargo, uno me llamó la atención porque siempre se mantenía a una distancia prudente de la mía, en la autopista.

Cuando tomé la salida 8 B también lo hizo, curioso; no me alteré, pensé que pudo haber sido una coincidencia.

Retiré el dinero y, al salir, vi que el auto que me seguía estaba estacionado muy cerca del mío.

Por precaución y cumpliendo con el protocolo, metí mi mano al bolsillo y tomé la pistola, afortunadamente no hubo de su parte ninguna provocación, por lo que no la tuve que usar.

Al día siguiente, salí de la oficina para visitar a un cliente, nuevamente vi que el mismo auto blanco me seguía. Al salir de la reunión también estaba ahí.

Di un rodeo y fui por atrás del chofer y le coloqué el cuchillo en su garganta.

–¿Quién eres? ¡Habla, desgraciado!

Como no respondió, le hice un corte; la sangre le corrió, al sentirla se asustó y dijo:

–Señor, no me mate yo solo hago mi trabajo.

–¿Qué trabajo?

–Seguirlo a usted.

–¿Quién te envió?

–Don René, de la oficina de detectives.

Tremenda sorpresa.

Partí furioso donde René y le expuse:

–Bonito su accionar, los he contratado para que investiguen a mi mujer y resulta que al que persiguen es a mí.

Después de presionarlo mucho y al no encontrar explicaciones lógicas, me explicó que también mi señora los había contratado para que descubrieran si yo la engañaba.

Inédito, pero fue así. Maldito gato que se burló de nosotros dos.

Relatos de lo cotidiano

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