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Chancho seis

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Juego dominó hace más de cuarenta años y nunca he logrado sacar de mi cabeza la preocupación de que podría salir entre mis fichas el chancho seis; me produce lipiria y toda la belleza del juego, la comunicación con mi compañero, se me viene al suelo y lo único que busco es deshacerme de él. Según me han dicho es como si les hablara en chino, idioma que como es lógico no entienden y entonces perdemos la partida.

Trabajé toda mi vida como vendedor viajero, generalmente ganaba poco, pero lo más importante es que me entretenía. Si supieran la cantidad de anécdotas que tengo para contar, hasta podría escribir un libro. Y cuando nos reuníamos a jugar domino aprovechábamos de relatar nuestras historias que, con el correr de los años, eran una gran mezcla de imaginación con realidad.

Cumplidos los 65 años me jubilé y comencé a recibir una pensión de gracia, ya que nunca me impuse. No me quejaba, me las arreglaba perfectamente, tenía mi casita pagada y necesitaba muy poco. Puede que consideren que soy un tipo muy sencillo; lo soy, pero les voy a contar un secreto, es una forma para ser feliz.

Sin dudar, partí a un club social en la comuna donde vivo y me acerqué a los salones donde se juega cacho y dominó y, un poco más allá, cartas.

Llegué antes del mediodía pensando que no iba a encontrar a nadie, pero qué equivocado estaba, había tres hombres de apariencia más joven que yo que, rápidamente y felices, me incorporaron a su mesa para completar el cuarto e iniciar la partida.

Con mis años de experiencia estaba tranquilo, eso sí rezaba para que no me saliera el temido chancho seis.

Tuve una agradable experiencia, quedé matriculado para jugar todas las mañanas a partir de las once.

Poco a poco los fui conociendo, casi no contaban de sus vidas personales, la conversación giraba en torno a cuentos y anécdotas de hechos ocurridos, que para eso yo tenía muchos, y el resto, bromas de la capacidad sexual de cada uno y la recomendación del uso del viagra para no quedar en ridículo.

Comentarios de política y religión sabiamente estaban prohibidos.

Al repartir las cartas achicaba los ojos agudizando la mirada, para tratar de adivinar los números de las fichas por el otro lado.

Cuando tuve algo más de confianza, pero asustado de recibir una pachotada, me atreví a preguntarles cómo siendo tan jóvenes ya no trabajaban.

El de menor edad contó que había jubilado a los 48 años, le había salido un tumor en la cabeza del cual fue operado y afortunadamente había quedado bien. Solicitó su jubilación por sentirse incapacitado para trabajar y después de múltiples trámites se la aprobaron y, desde ese día, era dueño de su tiempo.

Seguimos jugando y ganamos. Mi compañero de ese momento relató que lo había hecho tempranamente presentando una solicitud por persecución política. Cuando era muy joven, partió exiliado con toda su familia a México y al regresar se incorporó a un grupo que intentaba derrocar al gobierno; estuvo preso por un tiempo, lo soltaron, no sin antes haber recibido una buena pateadura. Con esos antecedentes y con la ayuda de un buen abogado obtuvo una pensión y estaba feliz, porque ahora era dueño de su vida.

Al día siguiente, como era habitual, empezamos jugando tempano en la mañana, esta vez saqué varias veces el chancho seis, hablé en chino y perdimos.

Faltaba que solo uno explicara por qué pudo dejar de trabajar antes de la edad permitida por la ley. Empezó relatando que tenía sesenta años, que hacía solo unos meses había logrado jubilar. Explicó que llevaba muchos años aburrido de hacer lo mismo, por lo que había decidido declarar que era mujer. Después de algunos exámenes, aceptaron su versión por lo cual le permitieron jubilar. Se sentía feliz porque ahora era dueño de su cuerpo.

Quedamos mudos, estupefactos. Sacó aplausos y rápidamente pedimos un borgoña para celebrar, lo relatado no le llegaba ni a los talones a todas las historias anteriores, por muchas exageraciones e imaginación que le pusiera el autor.

Lo más extraordinario es que este cuento no es un cuento, sino una historia real.

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