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Aquel tatuaje del Che

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“Calica” cumplió 92 en abril. Y recuerda que ya pasó una década desde que lo llevaron a Ezeiza a conocer a Diego, por entonces seleccionador del plantel argentino que se preparaba para el Mundial de Sudáfrica y le pudo regalar su libro De Ernesto al Che para que también lo pueda compartir con sus jugadores. De regreso pensaba qué lazo tendría ese exjugador que habría maravillado al Che, y que, en su cuerpo, lo mostraba con orgullo, marcado a fuego. No recordaba otra persona que se hubiera tatuado así a su gran amigo, al que allá por el 53 acompañara en su segundo y último viaje subiendo por el costado izquierdo de América del Sur hasta despedirse allá en Venezuela, desde donde Ernesto seguiría hacia México para, tras conocer a Fidel, formar parte de la epopeya cubana.

El Che y Diego, pensó. Si hasta fue la Cuba revolucionaria la que le abrió los brazos cuando necesitó más que una mano, aunque el mal estaba muy metido dentro de él y el destino ya estaba escrito, acaso advertido por quienes le conocíamos la esencia y no lo mirábamos desde los balcones ventajeros y mediáticos de la historia.

Desde la presencia de Carlos “Calica” Ferrer van surgiendo mojones por donde transitar al Diego y lo social, al malabarista de la izquierda que acaso sin saberlo ya estaba jugando otro partido con la misma pierna afuera, con similar bandera. Cinco años antes de su llegada, sus padres habían decidido dejar su tierra natal en busca de mejorar su calidad de vida, y desde la correntina Esquina recalaron en un lugar frágil del conurbano bonaerense, llamado Villa Fiorito. Sin advertir que en poco tiempo sus sueños de mejoría se estrellarían junto con la caída del peronismo y la traicionera daga empuñada por militares y civiles antecesores de males reciclados.

Hasta que a fin de octubre del 60 la parturienta Dalma Franco lanzó un grito de doloroso placer, como de gol, ante la llega de su primer hijo varón, luego de cuatro mujeres… Mientras estaba en su vientre, el ministro Álvaro Alsogaray lanzaba una frase tan antipopular como su vida: “hay que pasar el invierno”. En ese contexto apareció el Pelusa, que apenas una década después ya estaba gestando su tumultuosa vida junto a una pelota a la que se aferró en los momentos pico de su existencia. No fue casual sino causal el lugar donde nació, el policlínico Eva Perón, de Lanús. Tampoco que su primera vuelta olímpica la diera en los Juegos Evita, que la mujer más épica de la historia argentina había inventado desde su Fundación a fines de la década de 1940.

Diego, apodado Pelusa, tenía 13 años y siete meses cuando una imagen trágica de la historia latinoamericana se le apareció de pronto: en Santiago de Chile, frente al hotel Carrera, y detrás la Casa de la Moneda con resabios del bombardeo de las tropas pinochetistas que derrocaron a Salvador Allende. Había ido a jugar con sus Cebollitas por un acuerdo algo forzado entre el gobierno argentino, con un Perón agonizante, y el del dictador Pinochet. Quedó la imagen del plantel posando de espaldas, con los chiquitos vestidos con ropa a medida de la firma Thompson y Williams. Polera blanca, saco azul, pantalón gris… No entendían demasiado esos niños…

Ya jugando en primera división, uno de los pesos pesado de Argentinos Juniors, el general Carlos Suárez Mason (condenado luego por crímenes de lesa humanidad), fue quien hizo posible que continuara un tiempo más en el fútbol argentino. Por su intermedio, la línea aérea estatal Austral fue sponsor del club y eso contribuyó para pagarle el contrato y que permaneciera jugando en la Argentina.

En la cabecita del chiquito aún no había lugar para la elaboración de estos mojones de la historia, hasta que, en medio de contradicciones lógicas, se producía el advenimiento de la democracia, y el conocimiento de varios referentes como, por ejemplo, Raúl Alfonsín, en un alto en su paso por el Barcelona y a pocos meses de que el gran exponente radical fuese elegido presidente. Después —lo que para la grey intelectual puritana sería infernal— tuvo alguna condescendencia para el ministro Domingo Cavallo, y hasta para el presidente Carlos Menem (no olvidar que llegaron al poder del brazo de un movimiento tan amplio llamado peronismo, aunque con el tiempo decidieron jugar por el sector derecho del campo).

Acaso haya sido Europa lo que fue modelando un Diego “político”. Primero, afianzando sus entreveros con el poder de turno reflejado en el presidente del Barcelona, José Luis Núñez, plenipotenciario constructor catalán poco acostumbrado a desplantes como el que le ofrendó el argentino cuando no lo dejaba ir a un partido en Alemania, en ocasión del retiro de Paul Breitner. Su popularidad crecía, y también su enfrentamiento con el poder establecido. De ahí en más, tomaría un camino sin regreso, más allá de su escasa base política. Las diferencias entre la Cataluña del poder económico y la “serratiana”, amiga de lo sudamericano a través de la simbiosis con Joan Manuel Serrat, de lo popular, tan cercano a lo suyo, fue una de las cuñas que luego se acrecentaron en una Nápoles despreciada por la Italia “próspera” del norte, reflejada en la Juventus de Agnelli. También hubo un sesgo de su compañero de selección Jorge Valdano, por la admiración que significaba alguien como él, pero tan profundo en sus análisis, una característica habitual de Diego, la de fijarse en aquellos que se salían del molde, en este caso para bien, y otras no tanto.

Algunos gestos de rebeldía se vieron en los enfrentamientos con Eduardo Duhalde, gobernador de la provincia de Buenos Aires y luego presidente de la Nación; con Mauricio Macri, tanto en su carácter de presidente del club Boca Juniors como de primer mandatario, o con el presidente de la poderosa FIFA, Joao Havelange, al negarle la mano en la entrega de medallas luego de haber perdido la final contra Alemania en el Mundial de Italia 90.

Viajar a Cuba y conocer a Fidel Castro, y recibir tanto calor en la isla con forma de lagarto a la que “también Caribe llaman”, al decir de Nicolás Guillén, le fue modelando una idea que ya no dejaría jamás. Hasta se subió al tren del ALBA a Mar del Plata, se abrazó con Hugo Chávez (y Venezuela lo incorporó a su corazón a través de Telesur), con Evo Morales (con quien jugó en La Paz y calló para no perjudicar a Bolivia cuando hasta su gente cercana criticaba jugar en la altura), con Hebe de Bonafini y Tati Almeyda (Madres de Plaza de Mayo), con Estela de Carlotto (Abuelas de Plaza de Mayo), con Néstor Kirchner y Cristina Fernández, para incluirse en un equipo en el cual pudo haber participado aún con más intensidad en otras circunstancias.

Cuando fue comprado por el Barcelona, a mediados de 1982, recibió de Gimnasia y Esgrima de La Plata una plaqueta antes de un partido de Primera B ante Tigre. Como tantas otras vivencias, acaso fue premonitorio. Sería Gimnasia el club donde se despidió del fútbol, y fue cerca del Tigre donde murió y se transformó en mito. En el mundo, como alguna vez también lo fue el Che en tiempos menos mediáticos, pero de un mundo ardiendo. Eso es lo que está pensando Calica, en estos tiempos pandémicos, tomando un café en Santa Fe y Pueyrredón, de Buenos Aires, recordando aquel tatuaje de su amigo el Che en el cuerpo de Diego, y que tanto lo marcó volviendo de Ezeiza.

En este libro, Julio Ferrer, de una manera ágil y atrapante, reconstruyó muchas de esas historias atravesadas tanto por lo político como lo futbolístico, utilizando la voz de Diego y testimonios de políticos, periodistas y deportistas de distintas partes del mundo que fueron protagonistas.

Este periodista platense que ha escrito algunas biografías de grandes maestros del periodismo latinoamericano como Osvaldo Bayer, Gregorio Selser o Stella Calloni (este último trabajo nada menos que con el prólogo de Fidel Castro) incursionó en la vida del astro futbolístico para sus 60 años, publicando D10S. Miradas sobre el Mito Maradona. Ahora se adentra de una manera distinta y novedosa: analiza y describe a Maradona no solo como deportista sino como sujeto político y su lucha contra los poderosos.

Guillermo Blanco

Agosto de 2021

Maradona

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