Читать книгу La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 14

OCHO

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Casa señorial a las afueras de Hamburgo. En una lujosa sala de estudio, una mujer de unos cincuenta años, elegantemente vestida, lee una noticia en la web del Diario de Sevilla sobre la desaparición de una lanza. Al otro lado de la mesa hay tres hombres, algo mayores, también muy bien vestidos. Ella acaba de leer, y comienza a abrir la correspondencia con un abrecartas.

–¿Y por qué quieren que les consiga esa lanza? ¿Por qué va a ser esa la auténtica?

Los hombres se miran. Uno de ellos se gira hacia la puerta.

–¡Calígula!

La puerta se abre y entra un joven. Se le ve atlético. Tiene la cabeza rapada, los ojos claros y las facciones de una extraña dulzura. Su sola presencia provoca miedo. Se aproxima al grupo. Uno de los hombres habla de él.

–Calígula trabajó para el Vaticano y ahora es informador nuestro, Marlene.

La mujer para de abrir cartas y le mira.

–Muy guapo. Habla.

El joven le aguanta la mirada y comienza a hablar.

–El mito del décimo tercer apóstol es cierto.

La mujer se detiene.

–Tienes toda mi atención. ¿Cómo lo sabes?

–Un viejo loco en Roma descubrió que ese apóstol existió, y que llegó incluso a escribir una especie de evangelio. Fue capaz de averiguar dónde se encontraba ese texto y me mandaron a por él. Lo tuve en mis manos, esa leyenda es real. El décimo tercer apóstol se llamó Ponce, tras la crucifixión de Jesús volvió al lugar en el que nació, de hecho, llamaron «Santiponce» a un pueblo que aún existe como homenaje secreto. Allí escribió su verdad en ese evangelio prohibido.

La mujer lo mira.

–Y esa verdad es…

Calígula por primera vez mira hacia abajo. La mujer le ha ganado el pulso de autoridad y el joven casi no le aguanta la mirada.

–Que Jesucristo no nació en Belén, lo hizo en el sur de España, en una ciudad llamada Sevilla.

Uno de los hombres toma la palabra.

–Marlene, ¿te das cuenta? Los escritos serían ciertos —abre una nota en su móvil y lee en voz alta—: «Efesios 6:11: Y Yahvé dijo: Allí donde nació el amor, ese será el mejor sitio para guardar las armaduras». Si Jesús nació en esa ciudad, tiene sentido que la lanza original también esté ahí.

La mujer se levanta y comienza a explicar algo.

–La Lanza del Destino es la reliquia de poder más potente del mundo. Mucho más que el Santo Grial o el Arca de la Alianza, sí, esas a las que le dan tanta coba en las peliculitas de Indiana Jones.

La mujer comienza a andar y a hablar jugando con el abrecartas en sus dedos.

–Los emperadores más grandes: Herodes, Constantino, Teodorico el Grande, Carlomagno, Napoleón… su queridísimo Hitler… Todos tuvieron esa lanza y vencieron cada una de las batallas que acometieron… hasta que la perdieron.

Los mira.

–El que la posea vencerá cualquier batalla que empiece.

Todos están en silencio. La mujer anda como si flotara por la estancia. Se pone justo delante de Calígula.

–Es muy valioso lo que nos has contado, chico. Se nos presenta una misión que podría cambiar el mundo tal y como lo conocemos.

Calígula sonríe. La mujer, en un movimiento rápido, le clava el abrecartas entre las costillas. Calígula cae con los ojos muy abiertos sobre las rodillas.

–Por eso no pienso encargarte a ti, que ya has fracasado, un trabajo tan importante.

Calígula cae boca abajo. Los hombres lo miran con indiferencia. La mujer le da la vuelta con el pie y mira el abrecartas clavado en las costillas del hombre.

–Entre la quinta y la sexta, como Longinos.

Se sienta y mira su ordenador. Reproduce el vídeo de la entrevista de Jiménez. Uno de los hombres se levanta y, con autoridad, le cierra la ventana del ordenador.

–Marlene, céntrate y no juegues con nosotros. Si consigues esa lanza, vas a ser más asquerosamente rica de lo que puedas imaginar. Y nosotros…

La mujer se levanta de nuevo y le pone el dedo en la boca. Coge una pluma y escribe en un papel.

–Lo que hagáis vosotros después de pagarme no me importa nada.

Coge una pluma y escribe algo en un papel que le pasa doblado.

–¿Os parece mucho?

El hombre no deja de mirarla, desafiante, a los ojos. Coge el papel, ni siquiera lo mira y se lo guarda.

–Me parece bien. Busca la lanza.

La profecía del malaje

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