Читать книгу La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 8

TRES

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Triana. Una mujer de unos setenta años, vestida con un bambito de flores, ha regado la entrada de su casa y ahora frota con un cepillo de barrer viejo y con saña la acera mojada. Habla con su vecina de enfrente, que hace lo mismo en una puerta de la otra acera.

–Pues no veas mi niño, la que ha liado en el bar.

–¿Qué le ha pasado?

–¿Que qué le ha pasado? Pues que le volvieron a robar y dijo, «Se acabó la broma, ya no me roban más».

–Uy, uy, uy. ¿Pero la policía no ha hecho nada?

–Qué va. Cuarenta veces ha llamado y siempre le decían que iban a poner más vigilancia, que un coche patrulla allí todo el día… pero qué va. Ojana todo. No iban nunca.

–Coño, ¿y qué es lo que ha hecho?

–Mira, ha colgado de la puerta una pancarta que pone «Cataluña Libertad», y otra que pone «Euskadi Independiente».

–¿Qué me dices?

–Dos coches de la Guardia Civil y uno de nacionales todo el día allí tiene ahora.

En ese momento, sale de una puerta pequeña de al lado un hombre de unos cincuenta y tantos años. Es calvo, extremadamente delgado, pero su cara parece la de alguien más joven. Viste un pantalón chino que tiene abrochado muy arriba, un cinturón muy apretado y una camisa de cuadros abotonada hasta arriba. En la mano derecha lleva una pequeña maletita. Las dos mujeres cortan su conversación, el hombre pasa por el medio y saluda.

–Buenos días nos dé el Señor.

–Hola, hijo.

Las dos mujeres le ven marcharse en silencio. Cuando dobla la esquina, una se acerca a la otra.

–Qué raro es…

–Y la casa tan grande que tiene.

–¿Tú has estado?

–Yo ahí no entro ni a recoger billetes de mil duros. Pero yo creo que llega hasta detrás del todo, tú hazme caso a mí. Es muy raro, el otro día tiré la basura después de él, y la bolsa se le había abierto un poco sin que se diera cuenta y había cabezas de palomas.

–¿Qué dices?

La mujer se besa dos dedos con fuerza.

–Te lo juro. Yo no soy de cotillear, pero entra con muchas palomas. Yo no sé dónde las mete. ¿Y para qué querrá las cabezas? Ni que fueran gambas, coño.

–Déjalo, está loquito.

–Coño, pues a ningún loquito le da por cavar zanjas, por blanquear fachadas o por baldear la calle, siempre lo tenemos que hacer nosotras, vaya por Dios.

La profecía del malaje

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