Читать книгу La profecía del malaje - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 18

DOCE

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Aeropuerto de San Pablo. Terminal de llegadas. Marlene y sus cinco acompañantes pasan de la cola de taxis y se van a meter en una furgoneta brillante y negra. En cuanto entran y deslizan la puerta para cerrarla, un taxista del aeropuerto golpea con el puño la furgoneta e increpa al conductor.

–¿Tú qué haces aquí, asqueroso? ¡Tú aquí no puedes recoger!

El taxista le da ahora una patada a la puerta. El conductor de la furgoneta comienza a agobiarse y habla con miedo a través de la ventanilla, bajada solo un poco.

–Pero, hombre, si a mí me han llamado estos señores.

–Que te calles, que como te veamos otra vez te vamos a dejar que le va a dar fatiga al forense.

Le da una patada al retrovisor que sale volando. La puerta de la furgoneta se abre y sale uno de los hombres. Es un gigante. Hay varios taxistas fuera. El taxista que ha roto el espejo no se arredra.

–Y tú, Paquirrín, venga para dentro que aquí no pintas nada.

El gigante coge con una mano por el cuello al taxista y lo levanta medio metro. Los taxistas se quedan perplejos y comienzan a gritarle que lo suelte.

–¡Quillo, quillo, suéltalo, suéltalo! ¡Madre mía, si es una máquina de tabaco el gachó!

El rostro del taxista atrapado cada vez se va poniendo más y más morado, pero el hombre ni se inmuta ni, por supuesto, lo suelta. Las muecas son extremas. Los taxistas le golpean sin éxito.

–¡Suéltalo, animal! ¡¿Pero, bueno, a este tío no le duelen los pellizcos o qué?!

De repente, la mujer, que ha bajado sin que nadie se dé cuenta, dice «Stop». El gigante abre la mano y el hombre cae morado al suelo y empieza a toser. El gigante y la mujer vuelven a la furgoneta.

El conductor los mira perplejo, la Reina Negra lo saluda y comienza a hablar en alemán a uno de los acompañantes.

–¿Te aseguraste de que no hablaba alemán el conductor y de que el coche está limpio, verdad?

–Sí, sí, está todo correcto.

–Perfecto. Hacía tiempo que no salía de casa, debemos ser cuidadosos.

En ese momento, el chófer interrumpe.

–Perdone, ¿le importa que deje la radio? Es que está ahora Libre y Directo, un programa de deporte que me gusta, a ver si Manolo o Santi cuentan que mi Sevilla ficha a alguien bueno.

La mujer no mueve un músculo de la cara, pero en un movimiento rápido, como un relámpago, le pone una hoja afilada en el costado. El hombre mira hacia atrás y ella le pone el índice en la boca para que guarde silencio. El conductor responde casi sin respiración.

–Es igual, es igual, si ya he escuchado La Cámara de los Balones y ahora están Florencio y Ronquillo hablando del Betis.

La furgoneta atraviesa Sevilla con el sol ya cayendo y llega a la entrada del Hotel Alfonso XIII. El conductor baja y abre la puerta sin decir ni una palabra. Salen primero el gigante y sus cuatro compañeros. La mujer desciende la última y le da dos billetes de quinientos euros como propina. «Para arreglar los golpes», le dice en perfecto castellano.

La profecía del malaje

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